En la zona veredal 'Simón Trinidad' de la Serranía del Perijá la guerrilla muestra su cara de partido político.
La política de las Farc
La entrada a la zona veredal queda monta?a arriba, a unos 20 minutos del municipio de La Paz, en el Cesar, y a tres kilómetros y medio del corregimiento más grande de éste: San José de Oriente, en las estribaciones de la Serranía del Perijá. Fotos: Laura Ardila.
En el plato plástico hay arroz blanco, lentejas, un pedazo de salchichón y una tajada amarilla. “Fíjese usted, en fiesta de ricos no come gente como uno, pero aquí comemos todos”. Mientras mastica su almuerzo, el viejo campesino que llegó en una moto medio destartalada me cuenta que es desplazado y presenta a los dos hijos que lo acompañan, ambos hombres de entre 30 y 40 años. “Por eso nos gusta venir a visitar a la guerrilla”.
El centro de atención de la comida es Julián Conrado, que habla del amor y toca la guitarra sentado en una silla de madera, al pie de un árbol alrededor del cual almorzamos algunos visitantes y guerrilleros en la zona veredal de la Serranía del Perijá bautizada por las Farc como ‘Simón Trinidad’. Aquí se concentran para desarmarse los frentes 41 y 19 del Bloque Martín Caballero. Es 5 de abril.
Julián es conocido nacionalmente por muchos por ser el llamado “cantante de las Farc”, por haber caído preso en Venezuela en 2011 y por haber viajado a Cuba durante los diálogos de paz en 2014. Aunque en su natal Turbaco (Bolívar, a media hora de Cartagena) otros tantos lo recuerdan simplemente como Guillo -Guillermo Torres-, el ‘pelao’ que en los 70 cantaba vallenatos.
Llegó hace más o menos 20 días a este campamento.
“Una canción profética. Aquí en esta canción, en el año 83 ya yo estaba diciendo que soñaba con un día en que los fusiles se fundieran para hacerles columpios a los niños… de todos los que van a fundir que dejen unos cuatro pa fundirlos, pa hacerle un columpio a un niño aunque sea”.
La guitarra y el canto “quiero en vez de un fusil en mis manos llevar una flor”.
Minutos antes, había pasado cerca un camión como rumbo a las obras de infraestructura que se hacen sobre cinco hectáreas de la zona veredal para levantar una mini ciudadela en la que piensan vivir los 160 guerrilleros concentrados acá.
Por alguna razón, que seguro tuvo que ver con un salto inesperado del vehículo o la caída de un objeto pesado, en ese instante se escuchó un ruido fuerte y me dio la impresión de que Julián y algunos guerrilleros hicieron el amague de agacharse por reflejo, pero rápidamente siguieron en lo que estaban.
Fue un segundo que no pasó a mayores y que incluso varios ni notaron, pero que revela que ahora -visitados, cantando, sin armas ni en la cintura ni al hombro- la zozobra por la posibilidad de un ataque ya no hace parte de las preocupaciones cotidianas de las Farc.
Al menos no en esta zona veredal del corregimiento San José de Oriente en el municipio de La Paz, Cesar, que queda a unos 20 minutos de Valledupar.
Lejos de la guerra naciente entre los actores ilegales que quieren ocupar los espacios de las Farc en la cadena del narcotráfico, una amenaza que acosa otros puntos de concentración como el de La Playa, en Tumaco (Nariño); y de la resistencia de los cocaleros que podría poner en riesgo la implementación de los acuerdos de paz en zonas como el Catatumbo, este sitio se destaca de hecho por su tranquilidad y la de sus alrededores.
“Acá hay menos riesgos externos”, como había dicho más temprano de manera informal alguien del mecanismo tripartito de verificación y monitoreo.
(Aunque, como en buena parte del resto del país, también en el Cesar hay denuncias de amenazas y asesinatos a líderes sociales).
Lo que pasó es que durante la era Uribe en esta zona del Perijá disminuyeron los cultivos de coca que en el pasado engordaron el negocio de capos en Valledupar y gran parte del Cesar y La Guajira.
Todavía hoy se sigue produciendo, pero menos que años atrás, según lo que nos comentó hace unos meses un policía del corregimiento por fuera del campamento. Y, como sea, los campesinos de las 26 veredas de San José, enclavadas en las montañas entre los 167 y los 3.600 metros sobre el nivel del mar, viven es de sembrar café, cacao, maíz, frutas y verduras.
Esa particularidad ha sido definitiva para que en la ‘Simón Trinidad’, y también en otras zonas como la vecina Pondores en La Guajira,, las Farc se hayan podido dedicar desde el principio de su concentración a lo que prometieron en Cuba: a la política pura y dura. A cambiar las balas por los votos.
El estilo político fariano (y sus primeros frutos)
Incluso desde la preconcentración, que arrancó más o menos en octubre del año pasado, la guerrilla en esta parte del Perijá viene haciendo lo que cualquier buen político soñaría hacer siempre: atender gente.
Gente eventualmente significa votos. Desde personas que nada más quieren conocer la zona veredal, como el viejo campesino de la moto y sus hijos, hasta los líderes sociales de las vecindades que llegan a recibir pedagogía de los acuerdos de paz todos los domingos en jornadas que van de 9 de la mañana a 4 y 30 de la tarde.
Aunque también estudian (unos 40 guerrilleros, por ejemplo, cursan la primaria todas las mañanas a las 5 bajo la guía de una de sus camaradas), su actividad principal son esos encuentros.
Según Aldemar Altamiranda, el comandante del frente 41, en todo este tiempo ya completan dos mil asistentes a las pedagogías y les faltan por recibir representantes de apenas siete de los 25 municipios del Cesar.
En total onda política con un futuro partido que quiere ir por los 22 millones que no votaron en el plebiscito que se hizo para avalar los acuerdos -como lo dice el ideólogo Jimmy Ríos, que también está concentrado en el punto-, en sus explicaciones sobre lo pactado la guerrilla siempre destaca lo que considera sus conquistas allí. Entre ellas, por ejemplo, las tres millones de hectáreas de tierra que se les darán a campesinos que no tengan títulos o suficientes tierras para subsistir.
Pero la movida política fariana es estratégica sobre todo porque, aparte de hacer pedagogía, de una vez intenta aterrizar y concretar -así sea someramente- uno de los aspectos más esperanzadores del punto rural de los acuerdos: las iniciativas de desarrollo para atacar los principales problemas de los campesinos, como son la falta de vías terciarias, de distritos de riego, de educación, salud y electrificación rural, de viviendas.
En cada reunión que hacen las Farc, los líderes sociales convocados exponen lo que consideran son las principales necesidades de sus veredas y pueblos, luego de lo cual hacen arreglos para recibir capacitación de organizaciones conectadas con el proceso de paz que les enseñen a formular esos proyectos.
Una de esas organizaciones es Pastoral Social, la ONG de la Iglesia Católica que articula todo el trabajo de esa institución con las comunidades.
Daniel Morón Oñate, su coordinador en el Cesar, cuenta que ha sido tal la fuerza de las necesidades expuestas en los encuentros de la ‘Simón Trinidad’ que, con el apoyo de la Comisión de Conciliación Nacional, Pastoral Social decidió montar hace dos meses en el municipio de La Paz la primera oficina de proyectos que tiene en el país alrededor de una zona veredal.
Esa oficina, que en realidad son dos profesionales más Daniel, ya logró formular uno de los proyectos planteados por los campesinos y las Farc y presentarlo ante la Embajada de Japón, que mostró interés en aportar los 400 millones de pesos que aproximadamente costaría hacerlo.
Se trata de una esperada vía terciaria de 2.200 metros entre los corregimientos de San José de Oriente y Los Encantos, que le serviría a unos 350 campesinos de esas zonas para sacar fácilmente sus productos y poder comercializarlos, sin el riesgo que hoy corren de que se les dañen las cosechas por tener que bajarlas de a poquito en bestias.
Si la iniciativa sale adelante y los trabajos se hacen bien, no sería mentira decir que en buena parte gracias a la guerrilla -y por supuesto a la Iglesia- cientos de campesinos del Cesar se benefician de una obra que los políticos locales tradicionales llevaban años y años prometiéndoles.
“Los campesinos verían con esperanza cómo empiezan a salir de décadas de abandono estatal, esa es su gran expectativa con la paz”, dice Daniel Morón Oñate.
Las Farc también se atribuyen haber ayudado desde sus reuniones de pedagogía a presionar políticamente para que se pusiera en funcionamiento el puesto de salud de San José de Oriente, cuyos habitantes tenían meses reclamando la terminación de una remodelación que arrancó en 2015.
Las expectativas con los proyectos de desarrollo que se espera lleguen a la región son tales que, después de que muchos rechazaban la instalación de un punto de concentración guerrillero en La Paz, hace poco el alcalde del vecino pueblo de Manaure (Ever Santana) reclamó la jurisdicción de la zona veredal con la perspectiva de alcanzar esos beneficios.
Tanto ese mandatario como la alcaldesa de La Paz, Andrea Ovalle, pasaron por la ‘Simón Trinidad’ para sumar a la guerrilla al debate, con lo cual es claro que ya son considerados un actor político en la región.
Eso sin mencionar los acercamientos que han logrado con la comunidad vía celebraciones como la del Día de la Mujer -para la cual invitaron a 500 mujeres de todo el Caribe, entre ellas la Alcaldesa Ovalle y la vocera del movimiento Voces de Paz (la antesala del partido de las Farc) Imelda Daza, a un evento cultural y político en el que se habló de los acuerdos y se bailó cumbia-. Encuentros con estudiantes. Y jornadas deportivas como la copa de fútbol ‘Manuel Marulanda Vélez’, por la que la guerrilla se enfrentó a equipos de La Paz, San Jose de Oriente, Manaure y Codazzi.
“Ganamos nosotros, pero no precisamente por los partidos sino por el acercamiento”, dice sobre esto último Adriana Cabarruz, la guerrillera encargada de las comunicaciones de la zona veredal (incluyendo cuentas en twitter y facebook en las que se divulgan todas sus actividades).
“Esa gente todo lo celebra y te puedo decir porque lo se por mi familia y amigos: en el pueblo están contentos con ellos”, agrega por aparte una persona de San José que no quiso ser mencionada pues no es cercana a la guerrilla.
En lo que aún están lejos de ganar y celebrar los guerrilleros de esta parte del Perijá es en la infraestructura a la que se comprometió el Gobierno para su concentración.
La mini ciudadela, cuya vocación permanente y no transitoria, como está pactado, seguramente va a causar una polémica en el país más adelante, incluye -como en el resto de las zonas veredales- cocina, comedor, sala de esparcimiento, oficinas administrativas, baterías sanitarias, centro de salud, alojamientos de 4x6 metros para cada guerrillero, planta de tratamiento de agua, vías peatonales y una recepción. Pero por ahora, a dos meses de que se terminen los puntos de concentración oficialmente, está en obra negra.
(De momento, siguen durmiendo en sus cambuches, aunque a diferencia de diciembre, cuando hice mi primera visita a la zona, ahora tienen por ejemplo una tienda en una casita de madera en la que venden gaseosas, yogures, cervezas, helados).
Aldemar Altamiranda cuenta que lo que ha pasado es que en varias ocasiones los obreros han tenido que parar porque el contratista no les paga a tiempo. Esa información la ratificaron informalmente en la oficina del enlace en el Cesar del alto comisionado para la paz, pero agregaron que el tema se superó.
El jefe guerrillero igualmente critica de que el suministro de alimentación, también responsabilidad del Gobierno, lo tiene a cargo una empresa barranquillera que a veces les manda verduras en mal estado, y de que la potabilidad del agua que les llega en carrotanques haya sido puesta en duda por un estudio preliminar de la Gobernación.
Sus quejas sobre asuntos que deberían ser fácilmente superables, contrastan con el prometedor capítulo en la historia de las Farc sin armas que se empezó a escribir en el Cesar. En cierto modo, esto es la paz.