Juan Carlos Barreto, obispo de Quibdó, y Carlos Manrique, profesor de la U. de Los Andes, explican por qué la Iglesia católica ha sido tan importante para denunciar la violencia en el Pacífico y apoyar las causas sociales.
"En el Pacífico, la Iglesia tiene la legitimidad que le falta al Estado"
Rubén Darío Jaramillo, el Obispo de Buenaventura, viene denunciando la escalada de violencia que comenzó a mediados del año pasado en el puerto.
Hace un mes fue amenazado de muerte.
No es la primera vez. A mediados del año pasado un sicario arrepentido acudió hasta su púlpito para decirle que “poderosos de la ciudad” le habían pagado para matarlo.
La nueva amenaza contra Jaramillo fue un campanazo de alerta y reunió a 14 obispos del Pacífico para rodearlo. Denunciaron que la situación de violencia no sólo es en Buenaventura, ni contra Jaramillo. También se vive en el Alto Baudó (Chocó), donde hay desplazamientos de comunidades indígenas que están en el fuego cruzado entre el ELN y el Clan del Golfo.
Como en otras ocasiones, la Iglesia católica ha sido un actor clave para denunciar la violencia y pedir acciones al Gobierno en el Pacífico.
La Silla Académica quiso entender por qué la Iglesia tiene ese rol tan importante en la región.
Entrevistamos a Juan Carlos Barreto, el obispo de Quibdó que viene denunciando la violencia en Chocó, y a Carlos Manrique, profesor del Departamento de Filosofía de la Facultad de Ciencias Sociales de La Universidad de los Andes.
Manrique es autor de los artículos "Religious Practices, State Techniques and Conflicted Forms of Violence in Colombia’s Peacebuilding Scenarios” y de "Foucault's Political Theologies and the Traces of Liberation Theology in Latin America", en los que habla de los movimientos civiles en Buenaventura.
Con sus testimonios, presentamos cinco tesis sobre cómo es la relación entre la iglesia y las causas sociales en el Pacífico.
1. El rol social de la Iglesia en el Pacífico ya cumple 70 años.
Los vínculos afectivos entre la Iglesia y el Pacífico se pueden rastrear principalmente desde los años 60 con las prácticas pastorales inspiradas en el Concilio Vaticano Segundo.
Entre las transformaciones que produjo el Concilio está el cambio en el trabajo misionero: desde entonces se hace mucho énfasis en el carácter contextual del ejercicio pastoral, es decir, en considerar las diferencias culturales para que el mensaje cristiano se acomode a cada tradición y pueda ser integrado en una relación de mutuo enriquecimiento y de sincretismo.
Esta actitud contrasta con la que había sido la labor de los misioneros en la región. Antes se basaba en una evangelización con el propósito de civilizar y moralizar a poblaciones necesitadas.
Para Carlos Manrique, ese cambio de visión del Concilio revolucionó la forma de actuar de la Iglesia en la región.
Como lo cuenta el libro Misioneros y organizaciones campesinas en el río Atrato, esta labor pastoral llevó a que en Chocó, a comienzo de los 80, la Iglesia liderara la formación de grupos campesinos como la Asociación Campesina Integral del Atrato (ACIA) o la Organización Campesina del Bajo Atrato (OCABA).
Las organizaciones promovieron la titulación de tierras para las comunidades negras. Causa que, finalmente, se plasmó en la ley 70 de 1993, que desde entonces ha sido la espina dorsal del movimiento afrocolombiano.
En la ley 70, se titularon más de 5 millones de hectáreas (el equivalente a 30 veces el área de extensión de Bogotá) para estas comunidades y se les reconoce como un grupo étnico con derechos territoriales.
Según el obispo Juan Carlos Barreto, estas organizaciones campesinas marcaron un punto de quiebre al frenar la actividad de las grandes empresas madereras en el Medio Atrato, las cuales llegaron buscando permisos de extracción.
Ambos reconocen que en ese liderazgo social de la Iglesia fue clave la figura de monseñor Gerardo Valencia Cano, vicario apostólico de Buenaventura desde mayo de 1953 y por casi veinte años.
2. La teología que los guía pone en el centro a la movilización pacífica.
Junto a la influencia de Valencia Cano, la labor misional en el Pacífico bebe de otras fuentes que ven la desigualdad social como un problema religioso y optan por su denuncia pacífica.
Para Manrique, la experiencia de la Iglesia en el Pacífico muestra una “tercera vía” entre la dos vertientes de la Iglesia en Colombia que más atención han recibido:
3. Las movilizaciones recientes han consolidado la credibilidad de la Iglesia como actor político.
Las movilizaciones políticas en Buenaventura de los últimos años han confirmado esta influencia.
A mediados del 2017, el rol de la diócesis de Buenaventura, con el obispo Héctor Epalza a la cabeza, fue clave para organizar las protestas que llevaron a 100 mil personas a las calles durante el paro cívico de Buenaventura. Monseñor Epalza venía denunciando la existencia de casas de pique en el puerto y pidiendo acciones efectivas del Estado.
La movilización que paralizó el puerto por tres semanas ha sido hasta ahora la más grande que ha visto la región, y las protestas terminaron con un acuerdo en el que Gobierno se comprometió a tomar acciones en infraestructura, salud y otros servicios básicos.
Aunque cuatro años después todavía falta cumplir más del 80 por ciento de esos acuerdos.
Para el obispo Juan Carlos Barreto, este activismo se ve en otros escenarios más allá del Paro Cívico de Buenaventura.
Esta defensa de la paz no necesariamente se reduce a la paz acordada con las Farc.
4. El rol de la Iglesia en el Pacífico le hace preguntas al Estado secular.
En 2017, el gobierno Santos dijo que el clero en Buenaventura no debería tomar posición en el conflicto social y político, apelando a la idea secularista de que las prácticas pastorales deberían restringirse a una guía moral privada.
Pero igual aceptó negociar con el Comité del Paro Cívico. Y hoy, cuando la violencia está exacerbada, el gobierno Duque reconoce a la Iglesia como una voz autorizada de denuncia.
Para el profesor Carlos Manrique, esta capacidad de la Iglesia para presentar un discurso a instancias no católicas en el Pacífico se explica porque muchas de sus causas también tienen resonancia del lado secular de la opinión pública:
Para el obispo Barreto, esto no quiere decir que estén en contra de la idea del Estado laico:
Para algunos, la idea de una Iglesia católica que no tiene problema en aparecer como un actor político puede parecer amenazante. Para Manrique, esta percepción se debe en parte a una actitud poco crítica que hemos tenido con el secularismo en Colombia.
Según el académico, todavía falta que nos preguntemos acerca de cuál es la historia del secularismo en Colombia. Este proceso pasaría por reconocer que algunos logros del Estado secular post constitución del 91, como la ley 70 del 93, fueron producto de una historia de militancia en la que la Iglesia católica y las comunidades afro trabajaron juntas por muchos años.
Otro asunto por pensar es por qué en Colombia las luchas sociales progresistas se hallan alejadas del lenguaje religioso, mientras que en lugares como Estados Unidos el movimiento Black Lives Matter o The poor people's campaign y otras causas sociales se valen del lenguaje y la expresión pública de motivaciones religiosas, de una manera que le da fuerza y alcance a su mensaje.
5. La Iglesia pone el dedo en la llaga al denunciar la violencia, pero ya no es la única.
El trabajo de la Iglesia ha sido clave al mostrar que el problema de la violencia en la región no se da sólo por culpa de la delincuencia, sino también porque las mismas políticas del gobierno reproducen dinámicas de desigualdad y exclusión.
Así lo expresa el obispo Juan Carlos:
Para Manrique, a pesar de que hay continuidades entre las movilizaciones de 2017 y las de los jóvenes este año en exigir la paz, hay unas diferencias que ya señalan nuevos retos para la movilización social:
Para Manrique, algunas manifestaciones de los jóvenes de Buenaventura le ganan en poder mediático a los obispos, como el video de Leonard Renteria por Twitter o algunos de sus trinos.
En parte porque la Iglesia, a pesar de todo su compromiso social en el Pacífico, es una institución que carga con un gran retraso en términos de igualdad de género y de diversidad racial y étnica. Y ahí los jóvenes entran a romper esos códigos y a hablar más abiertamente de justicia racial.
Por su parte, el Obispo Barreto acepta que hay voces al margen de su liderazgo:
*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.