En vez del debate sobre drogas en el parque, Juan Daniel Gómez, profesor de la U. Javeriana, propone otro sobre el impacto de la marihuana medicinal en el consumo de los jóvenes.
“Tanto los detractores como la sentencia misma no hacen nada sobre el consumo”
Juan Daniel Gómez. Foto: César Pachón
Desde el viernes pasado tras el comunicado sobre la sentencia de la Corte Constitucional que tumbó la prohibición general de consumir drogas en espacios públicos (aunque subsisten otras como las prohibiciones alrededor de colegios) se desató una ola de rechazo en varios sectores de la opinión pública y en sectores políticos, que abarcó a representantes del uribismo incluyendo al presidente Iván Duque, pero también a la candidata verde a la alcadía de Bogotá, Claudia López, quienes coincidieron en que ésto podría incentivar a los niños a consumir.
Dada la ignorancia que hay sobre el tema, La Silla Académica habló con Juan Daniel Gómez, neuropsicólogo y profesor de la Facultad de Psicología de la Universidad Javeriana, quien ha investigado y publicado numerosos artículos sobre el consumo de drogas, entre ellos, “Etnobotánica de las adicciones y cultura democrática”, “Problemáticas ligadas al consumo de drogas” y “Marihuana de alta potencia” .
Gómez llama la atención sobre la poca relevancia que tiene la sentencia en el consumo y por ende la sobrereacción que ha habido a la misma, y sitúa el debate en otras cuestiones como, por ejemplo, la calidad de la marihuana que se consume hoy y sus efectos perversos, así como, el impacto en el consumo de la marihuana medicinal.
La sentencia de la Corte sobre el consumo de drogas en los parques desató una ola de rechazo. ¿Qué impacto cree que puede tener esta decisión sobre el problema de drogadicción en Colombia?
Juan Daniel Gómez: El impacto de la reacción es mayor que el del comunicado mismo.
El comunicado ratifica algo que había antes de que apareciera el nuevo Código de Policía en julio de 2016 cuando la ley permitía a las personas consumir drogas en espacios públicos con base en el principio del libre desarrollo de la personalidad.
No creo que vaya a tener ningún impacto en el consumo. Una persona no toma la decisión de fumar marihuana ni porque se prohíba ni porque no se prohíba. Puede quizá tener un impacto en que la gente se inhiba por unos días de consumir en un parque dada la reacción negativa que hubo frente a la sentencia por parte de ciertos sectores políticos y ciudadanos que opinan que fumar marihuana en lugares públicos es algo muy peligroso sobre todo para los niños.
LSA: El presidente Iván Duque ha dicho que una persona que esté consumiendo bazuco en un parque donde hay niños puede inducir a la drogadicción a los niños que lo vean ¿La drogadicción se aprende?
J.D.G.: Probablemente si una persona fuma y no tiene un comportamiento que atente contra la seguridad de otros o que sea fuera de lo normal, es posible que los niños ni si quiera le paren bolas, que no se den cuenta, porque además ven todo los días a su papá bebiendo y/o fumando cigarrillo -que no es muy diferente- en la casa que sí es un ambiente más íntimo que un parque y más cercano al niño y sobre el cual no se discute.
Es un mito propio de enfoques represivos o conservadores. Un asunto de desinformación y más que esto, de educación.
Cuando viví en Holanda trabajando en temas de drogas la gente no podía fumar marihuana en la calle sino en los marihuana coffee shops y no podía haber un aviso en letras sino que ponían una hoja de marihuana en la ventana, como una forma de no exponer a los jóvenes.
No porque sea Holanda, la medida es acertada. Pero también en New York, por ejemplo, si alguien compra alcohol en una tienda no puede tomar en la calle y lo tiene que llevar en una bolsa de papel.
Esas medidas me parecen razonables pero son un complemento mínimo de un gran proyecto cultural y educativo que busque que la gente tenga una relación con las drogas más responsable.
LSA: ¿Por qué le parecen razonables?
J.D.G.: No está mal que no se pueda fumar marihuana en la calle, pero tampoco tomar trago y en todo caso siempre que esas medidas se hagan, por ejemplo, con fines como el de “embellecer la cotidianidad”, es decir que, una sociedad puede decidir restringir a ciertos espacios de la ciudad ciertas conductas que le parece que no son ejemplares. Lo que hay que tener claro es que no es un mecanismo de prevención ni es la manera de cuidar a nuestros niños, además de que agudiza la polarización.
Destinar los dineros públicos a ese tipo de medidas y excluir a sujetos de derechos como son los consumidores de drogas, nos aleja de la posibilidad de tener una niñez y una juventud conscientes del asunto de las drogas.
LSA: El Presidente dice que si alguien se va a drogar, pues que lo haga en su casa ¿está de acuerdo?
J.D.G.: Como quien dice: que fume bazuco en la casa, delante de los hijos….
Lo que propone el Presidente en otras palabras es tapar la olla y eso lo único que hace es que huela peor.
Que fume bazuco en la casa… delante de los hijos
Es otra cara del argumento de que a la mujer se le puede pegar mientras nadie se dé cuenta o de que los consumidores se pueden fumar o inyectar la droga en sus casas mientras en la calle parezca que la sociedad es perfecta.
Las consecuencias que puede tener eso son infinitamente peores.
LSA: ¿Quién consume droga en Colombia?
J.D.G.: Todas las franjas de la sociedad. La curva muestra que el consumo empieza en el colegio, hace un pico en segundo, tercero, cuarto, quinto semestre e incluso un poco más y luego baja significativamente y se vuelve a estabilizar; esto no es el resultado de ningún tipo de intervención, sino producto del desarrollo. Es natural de la vida que los niños y los jóvenes quieran ensayar cosas. No sólo ocurre con las drogas, sino con el sexo, el arte, la poesía, con las actividades de riesgo, después la gente empieza a sentar cabeza.
Supuestamente, están empezando cada vez más pequeños a consumir drogas. Según los noticieros a los niños les están regalando en las puertas de los colegios ácido lisérgico a través de tatuajes, por ejemplo, para volverlos adictos. Es muy poco inteligente el jíbaro que hace esto porque el ácido no produce dependencia, ningún alucinógeno lo hace: ni los hongos, ni el yajé.
En todo caso si se vuelve adicto a otra sustancia que le suministren no va a buscar al mismo jíbaro siempre. Las masas son muy fáciles de manipular con flash informativos que además dan réditos políticos.
LSA: ¿Hay lugares que propician comenzar a consumir droga?
J.D.G.: Claro que sí. Hay lugares que tienen que ver con drogas. Si voy a una fiesta donde van 2 mil personas a escuchar Techno, te aseguro que el Éxtasis circula cada 5 metros, como abunda el aguardiente en un bar de tango en Medellín o la champaña y el whiskey de malta en una Ópera.
LSA: Usted escribió un artículo sobre la prevención del consumo en las universidades ¿es ahí donde debe ponerse el ojo?
J.D.G.: El consumo anual entre estudiantes universitarios aumentó en relación con el anterior estudio realizado por el Minjusticia, el Minsalud y la Cucad/OEA. Mi hipótesis -ya que la cifra era estable desde hace más de una década- es que dicho aumento se debió a la naturalización de la idea de que la marihuana es una panacea. Producto de la legalización del cannabis medicinal promovida por el exministro de salud, Alejandro Gaviria, se naturalizó la idea de que la marihuana no es la mata que mata sino la mata que cura, y los productores lo dicen con orgullo.
LSA: Lo dice como algo preocupante...
J.D.G.: Mi experiencia clínica como neuropsicólogo en el hospital San Ignacio es que con el aumento en el consumo de marihuana ha aumentado también de manera impresionante la cantidad de consultas de personas que quieren dejarla pero no pueden.
LSA: ¿Qué tiene que ver con la cannabis medicinal?
J.D.G.: El cannabis de alta potencia como yo lo llamo, que es el mismo cannabis medicinal y el que predomina hoy en el país, produce una dependencia muy superior a la de cepas criollas que hasta hace aproximadamente diez años se conseguían como la marihuana “punto rojo” de los Llanos Orientales, la rubia de la Sierra Nevada de Santa Marta o, la “mango-biche” del Valle del Cauca.
Digo “criollas”, entre comillas, porque el cannabis no es endémico sino que proviene de Oriente, pero esas cepas se habían venido adaptado a la geografía colombiana desde los años 30 sin ser modificadas biológicamente como sí ocurre con la marihuana de alta potencia.
En los Expocannabis y otros eventos organizados por productores de marihuana medicinal, ocasionalmente, hay algunos vendedores que dicen que tienen cepas criollas pero realmente hacen referencia a cepas híbridas cultivadas orgánicamente. Habría que hacer las pruebas pertinentes para verificar la proporción de cannabis que tienen.
Hace poco un senador defensor del cannabis medicinal, cuyo nombre no recuerdo, argumentaba en un programa de radio que ese cannabis no tiene THC, lo que es falso.
LSA: ¿Es por eso que en su artículo usted cuestiona el mito de que la marihuana es una droga blanda?
J.D.G.: Tiene que ver con que esa modificación biológica que se logra, por ejemplo, a través de procedimientos relativamente sencillos como la exposición a luz durante 24 horas, hace que se incrementen los niveles de tetrahidrocannabinol -THC- (sustancia activa primaria de la marihuana), pasando de un rango de entre 2 y 7 por ciento en la marihuana ordinaria a un rango de entre 18 y 24 por ciento en la marihuana de alta potencia.
El desequilibrio entre cannabidiol y THC, así como, en otras sustancias secundarias, hace de estas plantas algo totalmente diferente a la marihuana que se fumaba antes.
Lo anterior tiene un impacto en qué tan rápido se produce el efecto. Entre más rápido, mayor la dependencia.
El cannabis de baja potencia se demoraba más en hacer efecto, al contrario de lo que ocurre con la marihuana de alta potencia.
El bazuco, la cocaína, la heroína hacen efecto casi que inmediatamente, lo que conlleva un reforzamiento también inmediato, es decir, una asociación fácil entre la conducta y el resultado.
Es igual que alguien que se toma un whiskey doble en ayunas. Esto hace que las personas quieran repetir la conducta con más frecuencia.
LSA: ¿Tiene otros efectos negativos además de la dependencia?
J.D.G.: Entre los efectos secundarios dañinos que aplican para un 9 por ciento de los consumidores, un 17 por ciento de los que arrancan siendo jóvenes y entre un 25 y un 50 por ciento de los que consumen diariamente, están alteraciones y retraso en el desarrollo cerebral que afecta la memoria, la atención, la toma de decisiones, la planificación, entre otros.
Estos efectos son mayores cuando son niños o adolescentes quienes consumen porque el cerebro sigue desarrollándose hasta los 20 años.
Otros efectos son trastornos en el sueño, el apetito, la respuesta a los estímulos, el crecimiento de los huesos, las defensas del cuerpo, entre otros.
LSA: ¿Qué pasa con el uso medicinal, tampoco sirve?
J.D.G.: Lo que pasa es que la marihuana tiene casi 80 sustancias activas diferentes y no todas sirven y, por el contrario, pueden ser perjudiciales para determinadas enfermedades.
Por ejemplo, para la epilepsia o movimientos anormales, la sustancia activa de la marihuana que funciona no es el THC que es el que traba, el que tiene efectos euforizantes, el que está relacionado con el uso recreativo y produce dependencia, sino el cannabidiol que no tienen ninguna de esas características.
Me pregunto por qué los productores que llegan de Canadá a Colombia no extraen el fito cannabidiol, que es lo que sirve, en vez de correr el riesgo de que un paciente se vuelva dependiente de la marihuana de alta potencia con las gotas que se le suministran. Eso es gravísimo para un sistema de salud y se lo advertí al senador Galán, promotor de la ley, cuando me consultó sobre el tema.
Es conocido, también, que la marihuana medicinal es buena para el glaucoma del ojo. La pregunta es por qué la U.S. Food and Drug Administration -FDA- no lo usa terapéuticamente: porque hay medicamentos más específicos, más seguros y más efectivos que la marihuana.
LSA: Líderes de opinión como Alejandro Gaviria dicen que la respuesta que ha tenido la gente frente a la sentencia podría conducir a una especie de “limpieza social”. Usted dice que la estigmatización es una de las principales barreras para tratar la drogadicción. ¿La reacción social a la sentencia de la Corte podría empeorar esto?
J.D.G.: Es gravísimo, se están produciendo unas subjetividades muy definidas que son parecidas a la xenofobia o a la homofobia. Se crean monstruos, al mejor estilo del jorobado de Notre Dame, que generalmente se recluyen en las zonas rojas de las ciudades, donde está el límite de la ley.
Al mismo tiempo, esas zonas rojas son lugares de resistencia a la estigmatización.
LSA: El presidente ha usado la expresión parques limpios de drogadictos y sociedad libre de drogas. Usted dice que es mejor un enfoque de “reducción de daños”, que uno de una sociedad “libre de drogas” ¿En qué se diferencian?
J.D.G.: Las estrategias tendientes a reducir la oferta o la demanda, que parten de la represión, no han dado resultado y por el contrario han conducido a lo que se llama la cura espontánea, es decir que no se sabe cómo la gente deja de consumir.
Ante la ausencia de estudios que indiquen que esas estrategias son seguras, efectivas y específicas para que la gente deje de consumir drogas, una persona que deja de un día para otro el bazuco, por ejemplo, se lo puede atribuir a Dios, a la marihuana que se estaban fumando por esos días, al Dr. X o a la terapia tal, sin ninguna certeza.
En respuesta a la ineficacia de la política contra las drogas en ese sentido, la alternativa fue la prevención de riesgos y la reducción de daños. Al estilo de los airbag de los carros: como no podemos evitar que alguien se accidente - que consuma drogas o alcohol en este caso- ponemos una bolsa que se infla cuando la gente se estrella para reducir los daños del accidente.
LSA: Según su artículo, una consecuencia de la política de reducción de daños es que al pasar a ver a los consumidores como enfermos se transmite el problema de los carteles de la droga a las farmacéuticas, ¿cómo es eso?
J.D.G.: La prohibición surge inicialmente de intereses económicos porque algunas economías como las relacionadas con alcohol y tabaco se veían minadas con la comercialización de drogas.
Después de la Primera Guerra Mundial, por ejemplo, le prohibieron a los alemanes producir heroína y cocaína y así se incluyó en el Tratado de Versalles. La razón es que competían con sustancias psicoactivas como el whiskey escocés y el tabaco de Kentucky y Virginia.
Lo que pasa ahora con la política de reducción de daños es que puede estar teniendo un efecto perverso similar mediado también por intereses económicos.
LSA: ¿Cómo cuáles?
J.D.G.: Las drogas representan un alto porcentaje del Producto Interno Bruto -PIB- mundial teniendo en cuenta que, según el último informe de la Organización Mundial de la Salud -OMS-, hay 350 millones de personas dependientes de las drogas ilegales en el mundo, que es el mismo número de enfermos mentales curiosamente.
Si las cárceles solo producen gastos, tiene sentido pensar en que puede ser más rentable que esas personas hagan parte del Plan Obligatorio de Salud -POS- y coticen.
La justificación es que están “enfermos”, como quien tiene una diabetes, una hipertensión u otra enfermedad crónica que hay que tratar de por vida. Y las mismas sustancias que causan la dependencia se convierten ahora en el medicamento. Bajo esa lógica se está legalizando el consumo de heroína, por ejemplo, en algunos psiquiátricos de Suiza y se ha legalizado en muchas partes el cannabis medicinal. La razón es que estas sustancias, que antes no eran legales, pasan ahora por esta vía a ser legales y controladas por los estados y las corporaciones.
LSA: ¿Ese tratamiento no les ayuda a los adictos a las drogas?
J.D.G.: Es totalmente imposible que un médico pueda determinar que una persona es enferma de adicción. Una de las hipótesis más fuertes es que sus niveles de dopamina, que son los generan recompensa en el cerebro, son más bajos y por ende, necesitan generar otros mecanismos de recompensa como la droga, el alcohol, el juego, las compras, el sexo. Pero hay otra gran cantidad de variables que influyen en que una persona consume o deje de consumir: su crianza o el contexto, por ejemplo.
El problema es que independientemente de que una persona esté enferma o no, las drogas tienen un potencial de abuso.
Según la Unodc, cerca de un 10 por ciento o menos, es decir, 35 millones de personas, son consumidores problemáticos en el mundo. Probablemente esos son los enfermos que necesitan administración de drogas y no el resto de los 315 millones de personas catalogadas como “dependientes” y que podrían ser tratadas a través de educación, psicoterapias u otros procedimientos. Si dejamos sólo 35 millones de enfermos, repartidos entre la población mundial, no es nada.
LSA: Muchos tweets, entre ellos de María Fernanda Cabal y Paloma Valencia, han relacionado directamente las drogas con la criminalidad ¿Cuál es la relación entre estos dos fenómenos?
J.D.G.: Como es una sustancia ilegalizada quien la vende también lo es. La única forma de comprar marihuana es teniendo contacto con un delincuente.
El argumento de que eso trae el microtráfico al parque lo que hace es presionar porque se legalice y porque sea a través de otros canales -como Rappi, por poner un caso extremo- que se pueda conseguir. La mayoría de las drogas se pide a domicilio, de hecho la importan de otro país.
Con el decomiso pasa algo similar. Les mejora el negocio a los jíbaros, porque una persona dependiente va a tener que volver a comprar la dosis que le quitaron.
Por decreto es imposible resolver el problema del consumo de drogas
LSA: Y ¿sobre el argumento de que el que consume se vuelve delincuente?
J.D.G.: La asociación no está demostrada, lo que pasa es que muchas sustancias como la heroína o el bazuco, que exigen dosis altas, a altos costos, hacen que su consumo sea inaplazable, irreprimible y eso implica que muchas personas tengan que robar para poder consumir la droga. En esos casos de dependencia, el gobierno debe suministrar tratamiento posiblemente con las mismas drogas.
Pero la solución no es prohibirle a la gente consumir. Por decreto ni por orden de la Corte, la gente deja de hacerlo.
Hay que desmitificar que la marihuana es una droga blanda
LSA: Se ha dicho, sin excepciones, que ni la marihuana ni la cocaína son peores que el alcohol, usted pareciera no estar de acuerdo con eso...
J.D.G.: Me parece que hay que desmitificar que la marihuana es una droga blanda, por ejemplo, por las razones que mencioné.
Pero más allá de eso me pregunto es por qué hay drogas legales y por qué hay drogas ilegalizadas. Que vendan trago y se puede consumir en la zona más in de Bogotá pero no se puede fumar marihuana es doble moral.
Que venden trago en la zona más in de Bogotá pero no se pueda fumar marihuana es doble moral.
No hay ningún argumento que justifique el consumo de alcohol como una droga legal si es que se piensa que legalizar el consumo de marihuana es algo que protege la salud física, mental, la tranquilidad y el respeto entre los ciudadanos.
No pasa solo con la marihuana o el alcohol. Una investigación importante del Max Planck, Instituto donde trabajé siete años, dice que las enfermedades más graves que padece la gente hoy tiene una relación directa con el azúcar agregado a los alimentos. Petro tiene razón cuando habla de los efectos perjudiciales de la glucosa.
Puede haber un consumo moderado de drogas, como puede haber uno moderado de azúcar o de alcohol.
Las políticas de disminución del consumo y la oferta han fracasado. Frente a esa realidad, puede haber un consumo moderado de drogas, como puede haber uno moderado de azúcar o de alcohol.
Ahora bien, esto no aplica para todo el mundo, hay gente que no puede consumir y para ellos debe haber ayuda terapéutica.
LSA: ¿Para quiénes no aplica?
J.D.G.: En medicina hay algo que se llama la prueba clínica. Hay unos medicamentos que a unas personas les funcionan y a otras no. Muchas veces el médico lo suministra y dependiendo la reacción del paciente continúa con el tratamiento o se lo cambia.
Si uno sabe que se toma tres tragos y le cambia la personalidad: empieza a decir estupideces, se vuelve agresivo, ya sabe que eso no le conviene y tiene que buscar alternativas.
Las personas que consumen drogas para no estar mal, para no estar tristes, para controlar los miedos, para poder ser en el mundo, son probablemente las que tienen algún problema de tipo neuroquímico, psicológico, de educación, que puede tornar su consumo problemático.
En ese caso, es probable que necesiten desde psicoterapia, hasta un medicamento o la misma droga, pero en este caso debería ser suministrada por un médico (preferiblemente internista por los efectos que tiene en el funcionamiento del cuerpo) en la dosis y en las condiciones adecuadas.
LSA: Usted dice que sería importante incorporar los saberes ancestrales amerindios de sustancias psicoactivantes naturales ¿En qué ayudaría eso?
J.D.G.: Los indígenas no consumen sustancias psicoactivas como un fin sino como un medio y eso ya implica un cambio en la forma de relación con las drogas.
Las usan para resolver las cuitas de la comunidad a través de la palabra, con la hoja de coca o el tabaco, por ejemplo. Con fines de sanación social e individual y a través de rituales que incluso tienen una estética especial. El poporo de los Arhuacos, de los Wiwa, de los Koguis, de los caucanos. El Yopo, el Sanpedrito, el Peyote, son todos rituales mediados siempre por un sabedor. Podríamos aprender mucho de esto.
LSA: Usted habla de los riesgos inherentes del LSD de los 60 y 70. ¿Esa idea es incompatible, por ejemplo, con que en el último Hay Festival se presentó el libro “¿Cómo cambiar tu mente?" que cuenta que muchos países están investigando sobre el uso que puede tener los sicodélicos en tratamientos psicológicos?
J.D.G.: En mi artículo hablo de cómo ha cambiado la composición de algunas drogas.
Quien está realizando los estudios más serios sobre este tema es la Multidisciplinary Association for Psychedelic Studies con apoyo de la FDA. Yo fui investigador de ellos en el uso terapéutico de Éxtasis -Mdma- en psicoterapia asistida para tratar el estrés postraumático y ya está en fase tres, es decir, que ya pasó todos los filtros, lo que lo convertirá en un medicamento aceptado por la FDA y, obviamente, por el resto de países aliados a la OMS.
El LSD como sustancia alucinógena, por su parte, es muy útil para el estudio de la esquizofrenia como el psicólogo estadounidense, Timothy Leary, lo planteó hace 40 años.
Pero no solamente. Esa sustancia fue descubierta por el suizo, Albert Hofmann, mientras estudiaba hacia 1957 el hongo verde que nacía en el pan antes de que le pusieran preservantes. Y desde ese tiempo se empezó a hablar de los enteógenos que traducen "(que tiene a un) dios dentro", en (adentro), teos (dios).
Es probable que estas plantas sagradas existieran antes de las religiones. Así que no sólo tienen efectos terapéuticos sino que pueden servir para ampliar la conciencia y para tener experiencias místicas que pueden ser valiosas para las personas y para la humanidad.
Desconocer esto es comprar el discurso de la lucha contra las drogas.
LSA: Usted dice que la solución no está ni en el tratamiento del consumidor como criminal ni como enfermo ¿en dónde está?
J.D.G.: En un gran proyecto cultural y educativo que de forma permanente le enseñe a las personas a relacionarse con las sustancias psicoactivas como se relacionan con otros elementos que pueden ser nocivos para la salud. Esto debería preceder o acompañar cualquier legalización porque si no va a ocurrir lo mismo que con el alcohol.
Ese proyecto debe estar basado en conocimientos científicos y, sobre todo, en una posición ético política frente al consumo de drogas, que parta del cuidado de la vida propia, de los demás y del medio ambiente que compartimos.
Con el cigarrillo de alguna forma se ha ido recorriendo ese camino y la gente está intentando dejarlo voluntariamente o probando alternativas que cree menos nocivas o mejores en términos incluso estéticos.
Esto es lo que puede hacer un cambio. Tanto los detractores de la sentencia de la Corte Constitucional como la sentencia misma no hacen nada sobre el consumo en realidad.
LSA: En la Ruta Futuro que lanzó el Presidente como parte de una política de drogas que llama “integral” habla de prevención y campañas pero no de pedagogía o educación sobre el consumo...
J.D.G.: La prevención no es una conferencia de una día sino un trabajo de acompañamiento permanente.
Los lóbulos frontales, donde está el control inhibitorio, son las últimas áreas del cerebro en desarrollarse lo cual culmina hacia los 20 años aproximadamente. Es esto lo que permite que las decisiones se tomen de “arriba hacia abajo” (control top-down), es decir, que la gente se inhiba de hacer algo porque es incompatible con otras actividades (tomar y manejar) o porque puede causarle daño.
Previo a eso, los niños y adolescentes tiene un tipo de control bottom-up: reaccionan más fácilmente frente a los impulsos sin otras consideraciones. Pese a esto, si un niño o adolescente ha tenido una educación adecuada, puede llegar a aplazar los deseos actuales pensando en una recompensa a futuro.
Si lo único que tiene en frente es una norma que le prohíbe ser, lo que naturalmente es, es lo primero que va a hacer.
La prevención tampoco se logra a través de campañas de miedo y de desinformación.
Hay un hecho científico y es que el consumo habitual de marihuana, por ejemplo, reduce la cantidad de espermatozoides en los hombres, pero los que quedan son suficientes para engendrar.
Si usted le dice a un niño o a un joven que si fuma no va a poder tener hijos, se va a dar cuenta de que eso es falso y va a considerar que el resto de la información también lo puede ser. Y ahí se pierde una oportunidad de promover un consumo responsable.
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