¡Liberen a los filósofos!

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Los filósofos profesionales deberían hacer más proyectos de innovación y no de investigación. Como profesionales universitarios están capacitados para hacer investigación, por supuesto, pero la naturaleza de la filosofía no es hacer ciencia sino crear ideas: innovar. Trabajar en el taller artesano del concepto y generar nuevas formas de entender el mundo.

I.

La investigación en filosofía no es científica sino una búsqueda exploratoria que a menudo es puramente experimental y no conduce a la constatación de un hecho sino a una nueva idea.

Pero como los filósofos profesionales tienen que sobrevivir en universidades y adaptarse a reglas de juego inventadas para otras profesiones que son científicas, en el camino la exploración experimental y la creatividad teórica de la filosofía acaban sacrificadas en el altar de unas reglas de juego intelectualmente pobres.

Los filósofos profesionales están perdiendo su vocación creativa por estar acomodándose a los parámetros de la ciencia. El sistema los obliga a renunciar a la creatividad filosófica, la producción de ideas nuevas y la inventiva.

En la práctica, lo que se llama "investigación en filosofía" se ha reducido a un solo campo de la actividad filosófica: la historia de la filosofía. En sus investigaciones los académicos tratan a la filosofía, a los filósofos y a sus obras fundamentalmente como objeto de investigación y no como herramientas de investigación.

En esos estudios sobre filósofos y sus obras no suele haber mucha filosofía original. Tampoco hay mayores aportes a la discusión de los temas mismos de meditación filosófica.

Las publicaciones académicas de los filósofos profesionales y sus proyectos de investigación producen conocimiento, pero es un saber para filósofos y especialistas, filosofía que solo se mira al ombligo.

Pocas veces contamos con suerte y encontramos un artículo filosófico de historia de la filosofía publicado en revista indexada que aporta un punto de vista original metafilosófico, o sobre el tema mismo que trata la filosofía estudiada. Pero es un milagro, porque el artículo tuvo que haber superado antes el ojo de la aguja de la evaluación por pares de la revista indexada: tuvo que adaptarse a requisitos y formas rígidas de expresión y argumentación, incluyendo referenciar los artículos y libros que le gustan al evaluador, no decir nada propio y justificarlo todo con alguna referencia bibliográfica. Si ya lo dijo un gringo es verdad, pero si lo dice un colombiano no tiene valor.

El problema justamente está ahí, en esas creencias y complejos compartidos por la comunidad filosófica colombiana, la mayor parte de las veces de modo inconsciente, creencias que paradójicamente ningún filósofo cuestiona y que conforman un tieso y patético habitus digno de ser estudiado por algún discípulo de Pierre Bourdieu.

Se trata de creencias que son ajenas a decir verdad a la filosofía misma, pero que están fatalmente interiorizadas en la comunidad académica. Es como si miles de chefs creativos después de inspirarse en su cocina tuvieran al final que someter sus platos a los procedimientos de McDonalds.

 

II.

Los requisitos estandarizados de los proyectos de investigación, utilizados para participar en todo tipo de convocatorias, privadas o públicas, son rígidos y arcaicos. La mayoría reproducen hábitos académicos y concepciones epistemológicas del siglo pasado (de los años 70, decía un colega): planteamiento del problema, estado del arte, marco teórico, objetivos, metodología... Categorías pretendidamente universales en donde solo encajan las convencionales y aburridas investigaciones clínicas, y que obligan a los filósofos a forzar sus propuestas hasta lo indecible y bizarro: creer que es posible un estado del arte sobre un problema que lleva 25 siglos discutiéndose, usar a Foucault como marco teórico para hablar de Aristóteles, o decir que la metodología de investigación es la razón poética.

Cabe preguntarse qué filosofía cabe en semejantes camisas de fuerza, en esos marcos tiesos e inertes de los formatos. Y qué ciencia también, porque también son una trampa para impedir la innovación teórica en cualquier disciplina.

El sistema de formatos de proyectos y los criterios de evaluación en convocatorias de financiación están diseñados para matar la creatividad e impedir el avance del conocimiento, permitiendo sólo su ritual reproducción, seca e inútil.

Poca filosofía cabe allí. ¿Y si un filósofo analítico quisiera analizar la noción misma de problema? ¿Cuál planteamiento del problema cabe ahí?

A mi me ha tocado en el pasado renunciar a propuestas creativas filosóficas por no poder hacer encajar la deconstrucción o la hermenéutica en esas rendijas de hierro. Si vas a deconstruir, ¿qué "marco teórico" cabe? !Ninguno! La deconstrucción es un acontecimiento, no un método. ¿Quién le explica esto a los sacerdotes de los sanedrines de evaluación?

Lo peor es que los filósofos profesionales, tan obedientes y juiciosos que son, han caído en la trampa y ayudan a reproducir las taras del sistema que asesina la productividad filosófica. Nadie teoriza, nadie produce conceptos y todos repiten como loros lo que otros han dicho. ¿Por qué? Porque el que lo intenta es cruelmente castigado. Quien innova es un hereje. No está permitido.

El filtro inquisidor de esta política de control de la innovación filosófica hegemónica e inconscientemente interiorizada por la comunidad filosófica está en los procesos de evaluación de artículos de las revistas.

Así que en este caso ni siquiera es culpa de los funcionarios universitarios ni de los colegas de otras disciplinas sino que es culpa solita de los mismos filósofos que no se quieren a sí mismos y se lastiman colectivamente. Si algo nuevo llega con seguridad la primera pregunta del par ciego evaluador es ¿cuál es tu marco teórico? ¿Por qué no estás repitiendo lo que ya dijo algún filósofo extranjero famoso? ¿Quién eres tú para pensar por ti mismo?

No solo son los vicios escolásticos de las diversas escuelas de filosofía lo que hace mella en la creatividad. Es el miedo a pensar, la incapacidad para acoger con verdadera actitud de escucha una idea nueva. Y si a eso se le suma la envidia que produce que otro piense cosas tan inteligentes sobre un campo en que el evaluador se cree experto y se siente amenazado, pues ya se imaginan el resultado. El miedo impera. Y la baja autoestima.

Amparados en la idea de lo que supuestamente debe ser la "investigación", que en esencia es científica, los evaluadores filósofos juzgan los artículos de sus propios colegas con reglas de juegos ajenas. No ven la filosofía y esperan la ciencia: se olvidan de evaluar el argumento y se concentran en las citas y la bibliografía y si la aproximación al tema es convencional, si usa los filósofos famosos y los libros famosos que tradicionalmente se usan para hablar sobre el tema en cuestión. El resultado: nada nuevo bajo el sol.

Pero la filosofía es hermana de la literatura. La proximidad entre ambas es evidente y notable y para nada extraña porque la filosofía es exploración en los límites de la lengua; es también poesía... del pensamiento.

Pero en la aridez de las revistas indexadas y en la tiesa cárcel de los formatos de Colciencias qué creatividad va a crecer. Allí muere cualquier concepto nuevo, por pura inanición. Allí muere la filosofía, "el arte de crear conceptos", según La célebre definición de Deleuze.

Así es muy difícil que la filosofía profesional crezca y de frutos y que la filosofía sacuda los cimientos de la sociedad y su mentalidad, que es su sagrada y ancestral misión.

Todo termina en el cementerio de una revistas que no se leen.

Me dirán los colegas, con su habitual resignación, que siempre ha sido así: que la creatividad filosófica siempre es marginal, non-canónica. Y sí, es verdad, tienen razón. "La Universidad es el pudridero de las letras", decía Nicolás Gómez-Dávila, ese feliz filósofo colombiano, el más innovador y reaccionario de todos, que tuvo la dicha (y por eso genera tanta envidia) de nunca publicar en ninguna revista indexada ni tener que acomodar sus escolios a los criterios de pertinencia de Colciencias, institución colombiana de vigilancia que administra la ciencia y la innovación del país con formatos de eps.

Pero yo creo que los cientos de filósofos profesionales que hay en el país podríamos intentar otra cosa y evaluar los artículos para las revistas con los criterios de la innovación, del aporte, de la creatividad. !Tomemos el maldito riesgo! A ver si le decimos algo a la sociedad y hablamos sobre el mundo y no solo sobre las escuelas y los filósofos y todas estas cosas tan importantes. Qué importa que algo ya se haya "pensado antes". De eso no se trata la innovación filosófica, todos los filósofos lo sabemos. Y si no pregúntele a Don Colacho.

 

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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