Convivir con la pobreza

Convivir con la pobreza

Zygmunt Bauman, el reconocido sociólogo polaco, publicó en el año 2013 un texto que hace parte de su libro “¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?”, en el que reflexiona en torno a la desigualdad en las sociedades y a la manera cómo se ha naturalizado su presencia en diferentes contextos. 

Para explicar este fenómeno, Bauman retoma las palabras pronunciadas por Margaret Thatcher en una declaración en Estados Unidos en 1970 —donde se refiere a la desigualdad a partir de una metáfora sobre los hijos—, en la que defiende la posibilidad que en su proceso de crecimiento algunos sean más altos que otros, aduciendo que cada individuo puede desarrollar plenamente su potencial para beneficio mismo y del conjunto de la comunidad. 

Acercándose a los postulados de la teoría de la selección natural, Thatcher asumió una posición  naturalista en la que da por hecho —como algo evidente— que nuestras capacidades están determinadas al momento de nacer. Con esto normalizó la concepción de que los individuos tenemos poca o ninguna posibilidad para modificar nuestro destino. Es lo que algunos autores denominan: “la trampa de la pobreza”. 

Hoy en día, ese ejemplo sigue más vigente que nunca en nuestra sociedad, mucho más en Colombia. En 2019 el cantante de género urbano J Balvin fue tendencia en redes sociales por unas declaraciones, en las que aseguró que: “La vida es perfecta. Todos tenemos solo lo que trabajamos. La suerte no existe. La pobreza es mental”. 

“La desgracia de unos, es la dicha de otros”, reza el refrán. Y en Colombia los datos son más que contundentes: el Dane, entre tantas críticas a sus cálculos, registró que en 2020 más de 3.5 millones de colombianos entraron en esa condición, lo que representa que cerca de 21 millones de compatriotas viven en la pobreza. 

Para el caso de ciudades como Manizales, el Dane registró que en 2020 la ciudad presentó una incidencia monetaria de 32,4 %. Palabras más, palabras menos, esa cifra revela que 1 de cada 3 manizaleños viven en esa condición. Y aunque el aliciente, según lo publicado, es que Manizales presentó la incidencia monetaria más baja entre las 23 ciudades capitales y áreas metropolitanas, no cabe dudas que seguimos conviviendo con la desigualdad y la pobreza.

Convivimos con la pobreza cuando cada vez más se ubican en los semáforos personas en búsqueda de su sustento y ni qué decir de la informalidad laboral que llega al 40 %. También, cuando volvimos paisajes panorámicas como la que se evidencia al momento de transitar por el sector de “la fuente” y observamos una ladera llena de “casas”, de historias profundas, pero de enormes necesidades. Ni hablar del paisaje de los barrios aledaños a la Comuna San José, asentados en otra ladera, encargados de recibir a propios y extraños al momento de ingresar por la entrada norte de la ciudad. 

Normalizamos un paisaje —como lo hemos normalizado no solo en Manizales, sino en Colombia y el mundo entero—, mientras sigue tomando fuerza esa idea profusa de la selección racional heredada, en la que nos mueve un individualismo y un afán de logro económico particular. 

En algunos casos, convivir con la pobreza es tolerarla. Sin embargo, en otros —como en el que vive hoy el país—, convivir con la pobreza es necesariamente convivir con el que está inconforme y protestando. Y eso sí que incomoda al otro porcentaje que tiene (o tenemos) medianamente las necesidades resueltas. Si nos acostumbramos a convivir con la pobreza y su paisaje, acostumbrémonos también a vivir con el que está cansado de hacer parte de ese paisaje y a exigirles a los gobernantes —presentes y futuros— soluciones reales a esa “trampa”. 

Cerrar las brechas sociales es el mejor indicador de progreso de una sociedad.

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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