La tragedia de Colombia
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Lo que está pasando en Colombia me aterra. Siempre me ha aterrado. Sobre todo la brutal capacidad de toda una sociedad para ocultar sus problemas, para acostumbrase a ellos, para volver normal lo intolerable.
Pero lo que está pasando frente a la pandemia raya ya en lo absurdo.
El mundo lucha contra una horrorosa amenaza global de muerte y crisis económica y social que transformará profundamente la civilización en los pocos meses que siguen. Todos están viviendo una pesadilla digna de película distópica. Menos Colombia, que sigue ahí, tan campante. Como si nada.
Es la reacción habitual colombiana: “eso es un problema de otros, a nosotros no nos toca de verdad”, o “somos unos berracos y siempre las superamos todas”. Claro, es un país acostumbrado al mal, a la violencia permanente, a la torcida agresividad endémica, a la enfermedad mental colectiva.
Llevamos décadas absortos en ese estado de permanente de negación colectiva de la realidad.
En medio de la pandemia, el gobierno o las empresas colombianas hacen dos o tres cosas y todos lo celebran. Como si con ello se demostrara, con las excepciones, que el país por regla es de primera. Que Colombia puede con todo, carajo. Que ha podido a fin de cuentas.
Pero digamos la verdad: en realidad el país nunca ha podido con nada. Lleva 200 años a medio hacer, medio funciona, medio anda.
Y otra vez me dirán algunos compatriotas: “!pero mira el vaso medio lleno!” Así están muchos Colombianos, mirando lelos el vaso y no queriendo ver todo lo que falta para que sea un país decente y feliz.
Y no estoy hablando solo de la estupidez gomela bogotana (y paisa y costeña y...), que se exhibe en las redes y habla de Bogotá cómo si fuera California, y habla del resto del país y publica fotos en redes como si fuera Bali.
No, no me refiero solamente a esa inconsciencia sicopática de una gente que no se ha enterado nunca en dónde en verdad vive. Me refiero más bien a la gran masa de colombianos que vive desde siempre en un permanente estado de resignación patológica de tanto abuso, en un pastoso estado de letargo en el que hasta la tristeza ha perdido su forma.
Por que sí, en Colombia el clima emocional colectivo es el abandono de sí, la triste resignación de quien ha bajado las manos, se acomoda porque “qué más se puede hacer” y termina acostumbrándose a lo insoportable.
Hablo con amigos en Colombia y me dicen -no todos por fortuna-: “todo está bien”. Pero “todo está bien” significa, en ese bizarro léxico colombiano donde se dicen las cosas al revés pero sin ningún atisbo de ironía, significa, ya lo sé, que “todo sigue igual, vuelto mierda”.
Ese enfermizo “todo está normal” acompaña la actitud de quien no se asusta por el virus. Como si dijera: Una pandemia más, una menos, ¿qué más mella le va a hacer a un país destrozado?
Tienen razón: el colombiano, la colombiana, todos, están acostumbrados desde chiquitos a poner buena cara y aguantar. A mí también me lo enseñaron, me lo han querido enseñar a la fuerza: “sea agradecido, ponga buena cara”.
Aguanta colombiana, aguanta colombiano. Así es la vida aquí: aguantar hambre, sed, no tener un peso, no tener trabajo. Aguantar ignorancia y torpeza social, delitos, trampa, chanchullos, que se aprovechen de ti. Aguantar abusos de todo orden.
Aguantar violencia y más violencia. Y luego, cuando pareciera que no fuera posible más, aguantar otra tanda de mucha más violencia.
Las cosas están mal en Colombia con la pandemia, porque ya estaban mal. “Es un país en permanente crisis, así qué, ¿qué nueva crisis traerá la pandemia?” Así piensan muchos, casi todos.
Van a robarse la plata de las ayudas extranjeras, pero ¿cuándo no? Van a hacer falta recursos en los hospitales, pero ¿acaso cuándo ha habido? Se va a recrudecer la violencia, las violaciones y abusos sexuales, la brutalidad con los niños, la muerte de campesinos e indígenas y líderes sociales, la agresividad en las ciudades, los robos y atracos, la inseguridad y la tristeza y el dolor y la muerte y el hastío... pero ¿cuándo no ha sido así?
¿Cuándo es que Colombia no ha estado padeciendo una tragedia como si viviera el ataque permanente de una pandemia? Díganme un año. Una sola fecha. No la encontrarán en 200 años de soledad.
Me duele. En el alma.
Yo sé que en medio de esta situación entre las reacciones psicológicas estándar está la negación. Que además, como no hay plata ni siquiera para medir adecuadamente el número de infectados y no hay test suficientes, las estadísticas sobre la expansión del virus estarán siempre muy lejos de lo real, muy a la saga de lo que se mide en el resto del mundo. Y todo aparentará estar más controlado de lo que está.
Pero me duele saber que morirán miles de personas por el virus en pleno abandono. Como han muerto siempre. Sin que nadie se entere. Pobres la gran mayoría. Porque de eso está compuesto nuestro país: de pobres. Es un país pobre. Y en guerra.
Yo lo digo. Pero hay mucha gente en Colombia que se escandaliza: !pero si no es así! ¡Este es un país rico, en paisajes, en la amabilidad de sus gentes, en fiesta! Negación, negación, negación. Así vivimos siempre. Hasta tuvimos 8 años de un gobierno que negaba la existencia de “conflicto armado”.
Incluso la expresión “conflicto armado” me parece pobre, un eufemismo académico. Lo que hay en Colombia y ha habido siempre es guerra. Una guerra espantosa, endémica, brutal.
Y ahora llega una guerra global, la de la pandemia -porque eso es, una guerra, si insisten en no darse cuenta- y la guerra se le suma a la guerra.
“Seguirá matando pobres” pensaran algunos sin decirlo. Sin embargo, como el virus no respeta nada ni a nadie, cuando empiece a matar celebridades en Rosales o en el Country, y la Clínica Reina Sofía no de abasto, comenzará la preocupación en los medios de comunicación. Ocurrirá lo mismo que con la violencia sexual: ocurre todos los días en todo el país. Pero solo es noticia si toca algún apellido rico.
Qué desagracia. El horror. Tan grave es la situación del país a todo nivel: económica y social, sanitaria y de seguridad, pero también en su salud mental colectiva, que una pandemia global a muchos ni asusta. Algunos la verán incluso con alivio.
Los pronósticos del gobierno colombiano son halagüeños: solo 4 millones de infectados. El 80 por ciento con síntomas leves. Qué bendición. No habrá colapsos en el sistema hospitalario porque la mayor parte de la población no puede acceder a ningún sistema hospitalario.
Y si la gente se muere después de todo no sabemos si fue por el virus o una cuchillada o un balazo. Si fue por otra de las enfermedades físicas y mentales que aquejan a miles de colombianos. Si fue por hambre o a manos de los narcos, de la guerrilla, los paracos, las bacrim, y cuanto grupo armado surja de los que tanto pululan en el campo y las ciudades. Nadie sabrá, en fin, si al fulano lo mató cualquiera en una esquina porque sí. Si murió de tristeza.
Igual pasa con los efectos en la economía, ¿cuáles pueden ser? ¿Crisis? Si no hay empleo, si no hay riqueza.
“Superaremos esta crisis”. “Así de fuerte es el pueblo colombiano”. "Que lo aguanta todo". Pero aguantar todo ignorándolo, minimizándolo, diciendo que no es tan grave, eso no es coraje, eso no es valor. Es enfermizo.
Por eso es que la retórica de la paz no funciona. A fuerza de decir que estamos en paz, que no es cierto, no vamos a estar en paz.
No en vano ya los migrantes venezolanos que caminaron a Colombia huyendo de todos los males, le han pedido a la alcaldía de Bogotá que les pague un bus de regreso... “si vamos a morir en la miseria, mejor morir en la miseria propia”, pensarán.
La situación provocada por la pandemia en el planeta es muy grave. El virus es muy grave. Terriblemente grave. No es una gripita. Es un mal agresivo que la ciencia está tratando de entender. Colombia está en realidad indefensa. A sus miles de problemas se le suma ahora otro, que apenas se está asomando al país. Aún ni siquiera esto ha comenzado.
La tragedia de Colombia también es la tragedia de todos los países pobres del mundo. Como ha señalado recientemente The Economist, el coronavirus generará devastación en los países pobres por la sencilla razon de que no tienen cómo enfrentarlo y no pueden escoger entre el hambre y la pandemia.
Pero también y sobre todo, dice The Economist, porque en este momento lo que abunda en el mundo pobre es la negación... igual que en Colombia, el "aquí no pasa nada" de los medios de comunicación que ocultan la verdad y presentan el problema como si fuera una tragedia lejana, por allá en el primer mundo, donde "han sido muy torpes". "En cambio nosostros...."
Bolsonaro no es el único que niega la gravedad de la epidemia en el Tercer Mundo. Hasta el presidente de Tanzania ha dicho que las iglesias pueden seguir abiertas porque el coronavirus es "satánico" y "no puede sobrevivir en el cuerpo de Cristo". Dios mío.
Solo que a esta tragedia generalizada de pais pobre, que es Colombia, se le suma el miedo de muchos a aceptar la verdad de su propio país y a reconocer la propia responsabilidad. A nadie aquí le gusta que lo critiquen y hay una cultura que condena la crítica: "lo mejor es que evite problemas", se dice.
Siempre como educador he soñado con gente despierta que mira la realidad y no tapa el sol con las manos. Y sueño aún, porque no pierdo nunca la esperanza ni la fe -es pura religión, lo sé- en que las cosas en mi país cambien y todo mejore. Que al menos mejore nuestra mancillada salud mental, el alma colectiva. La base de toda la cultura. El alma de un país que tiene tantos duelos atrasados y atragantados que vive hundido en el sopor de su propia depresión colectiva.
Pero hay alegría en Colombia, me dicen. “Es el país más feliz del mundo”, lo dice alguna encuesta perversa. Pero eso no es cierto. Es mentira.
Y si hay alegría, es como la macabra alegría de la cumbiamba, cuando en la Zona Bananera de la United Fruit en 1928, se quemaban dólares en vez de velas.
Yo sé que un parte realista puede generar pánico social y armar un pandemonio. Que los gobiernos dicen cosas para que la gente no se desboque. Pero como ciudadanos no debemos creer que la situación es menos grave de lo que es.
Nelson Mandela decía que la valentía no es vencer el miedo sino actuar con el miedo y a pesar del él. Añado: la valentía no es negar la realidad. Mentirnos no nos ayuda en nada. Solo nos deja más inermes y expuestos al mal.
Para que brote la esperanza en nuestros corazones colombianos mancillados, necesitamos despertarla en nosotros mismos. Necesitamos aceptar el miedo y necesitamos también llorar -hay tanto por lo qué llorar en Colombia...-. Mirar la oscuridad de nuestro país de frente, a la cara, y sentir que en esa oscuridad no se agota nuestra alma. A travesar esta hora oscura de la pandemia como lo que es.
Y no como unas vacacioncitas forzadas en casa disfrutando de domicilios por Rappivirus.
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