La innovación no es solo inventar programas, sino sacudir los andamiajes universitarios
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Existe una serie de pasos lógicos a la hora de diseñar nuevos programas académicos o titulaciones. Cada paso tiene su razón de ser pero puede fácilmente convertirse en un obstáculo si se pierde de vista el horizonte ético y no hay un "doliente" que pelee por el programa y su filosofía, "patinando" de oficina en oficina lo que sea necesario y luchando por la causa del programa, a veces incluso en contra de los "peros" institucionales.
Pero el "gestor de diseño de programa", aunque necesario, no asegura por sí solo la innovación exitosa. Desde un comienzo el programa debe pensarse con una filosofía clara, que tenga en cuenta las reales capacidades de la Universidad y su entorno, pero que también refleje el interés de la Universidad por crear nuevas realidades sociales, culturales y políticas. Si eso se olvida es muy fácil que la innovación curricular termine hundida en el pantano burocrático produciendo al final resultados muy mediocres.
Así que lo primero que hay que pensar es la finalidad del programa: su "para qué". ¿Para qué se quiere crear un programa nuevo? No "por qué", pues el "por qué" es obvio y casi siempre el mismo: porque las directivas lo piden y también la política institucional; porque hay que conseguir más recursos, porque el mercado laboral lo necesita, porque la sociedad necesita cambios, etc.
En cambio, pensar "para qué" obliga a pensar en el reino de los fines: cuál es el propósito último del nuevo programa, al servicio de qué se construye, qué servicios y beneficios le traerá a la sociedad.
Así que los formalismos y las normas no deben ser el principio rector ni el impulso inicial. Son un filtro y a veces un mal necesario y hasta limitante, pero cruzar sus aguas no constituye la verdadera sustancia del diseño curricular innovador.
Para eso hay que ir más lejos, primero analizando el potencial académico. Examinar qué tanto puede la universidad y sus facultades, qué profesores y qué experiencia tiene. No con el fin de hacer el programa para reproducir hábitos y mantener a todos en su zona de confort, sino para identificar limitaciones y convertir esas restricciones en oportunidades de cambio. La innovación curricular obliga a la innovación en las estructuras académicas.
Por supuesto esos procesos a menudo son muy lentos porque las instituciones suelen ser poco flexibles. Es un mal de la cultura organizacional universitaria, pues las universidades deberían ser como el bambú; doblarse mucho sin quebrarse y crecer muy rápido. La forma adecuada se superar esos obstáculos es buscar flexibilidad donde menos se la imaginaba: el contenido innovador del nuevo currículo debe generar una cultura de la innovación pedagógica por ejemplo.
Una clave está en la articulación de diferentes currículos, que no debe limitarse a las economías se escala, pues ese es un criterio pobre. Las restricciones internas a nivel temático o metodológico que tiene toda institución pueden transformarse en oportunidades de especialización o de creatividad.
Si desde un principio se define la innovación curricular como el arte de formar para la creatividad, se gana mucho terreno, porque con ello se adoptan estrategias claras para estimular la creatividad de los estudiantes y futuros egresados. Formar para la creatividad implica cruzar saberes: ir más allá de las fronteras disciplinares y saltar las bardas de los feudos universitarios.
La separación de facultades no ayuda a la creatividad porque impide el diseño de programas flexibles que integren las artes y las ciencias, las humanidades, la administración y el derecho. Por supuesto un programa nuevo con futuro y capacidad de impactar la sociedad necesita formar profesionales que sepan hacer cosas. La mayor parte de los egresados en muchos campos y a distinto nivel se quejan de que no saben hacer mayor cosa al graduarse y les toca aprender en el trabajo. Por eso la idea de aprender haciendo, tan elemental, es esencial para un programa exitoso.
Sin embargo, eso no basta. Pues muchas veces aprender haciendo implica reproducir patrones y costumbres del mundo laboral y empresarial impidiendo la creación de formas nuevas de hacer las cosas. La creación de formas nuevas de hacer las cosas es la clave de los currículos innovadores.
Por eso es tan importante el cruce de saberes. Navegar en distintas disciplinas y áreas del conocimiento y la vida social y cultural. Solo quien tiene un pie fuera es capaz de mirar con distancia y percatarse de los problemas y limitaciones internas de un campo. Solo quien tiene un pie fuera puede importar de otro ámbito ideas que al sembrarse en el nuevo territorio transforman la práctica profesional. La innovación curricular no es solo inventar programas nuevos, sino sacudir los andamiajes universitarios para hacerlos más flexibles y así poder formar profesionales innovadores en una cultura universitaria y pedagógica de la creatividad.
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