Nueve muertos y una luna de sangre

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En Colombia las víctimas esperan ser reparadas o siguen luchando por recuperar aquello que les fue arrebatado, no solo en tierra o pertenencia, sino en vida, en amor y en historia.

En la playa de Neguanje -de olas fuertes, corales, una luna encantada y el cielo estrellado- recuerdan el "Nocturno" nerudiano. Pero, también, en la bahía más grande del Parque Tayrona, un profundo dolor se apodera de las memorias de la familia Santiago Espeleta, quienes sufren al recordar aquel trágico 18 de agosto de 1989 cuando más de 20 hombres armados llegaron a la playa para asesinar vilmente a seis hermanos de la familia y tres pescadores amigos. El mar fue refugio y testigo de la masacre.

Doña Hortensia Cecilia Espeleta relata a sus 92 años cómo llegó junto a su esposo, Eduardo Santiago, a la playa en 1947. Encontraron un terreno baldío y lleno de maleza, donde echaron raíces, se dedicaron a pescar, a soñar, a cultivar, y a ver crecer felices a sus nueve hijos. Se deleitaron todos con el fragor de las olas en los atardeceres anaranjados de Neguanje.

Ese 18 de agosto, la dama de hierro, como la llaman sus nietos, estaba en un barrio de Santa Marta. Seis de sus hijos, que tenían por costumbre pasar los fines de semana en la playa, se fueron para Neguanje y tres se quedaron en casa. Nadie imaginaba lo que sería un doloroso desenlace.

De acuerdo con el relato de los nietos y las viudas, esa madrugada más de 20 hombres con armas de largo alcance y vestidos con pasamontañas ingresaron a la bahía, se identificaron como policías -aunque no portaban indumentaria institucional-, separaron a las mujeres y las llevaron a un lado de la playa cerca al coral, y a los niños los mandaron para una choza. Sin mediar palabras, alinearon en la casa de la entrada a los seis hermanos y a tres pescadores que se encontraban en la playa y con sus armas ejecutaron la masacre en medio del rumor de las olas, la arena cubierta de sangre y el llanto ahogado y herido de sus esposas e infantes.

Históricamente, las playas del Parque Tayrona han sido atractivas no solo para el turismo, sino también para el narcotráfico y el contrabando. Las condiciones geográficas, la lejanía y las dificultades para el acceso terrestre contribuyeron a que, en medio de la bonanza marimbera, las playas se convirtieran en puertos donde movían grandes cantidades de marihuana y que hoy son utilizados para la exportación de cocaína. De acuerdo con la investigación de Ardila, Merlano y Martínez en el 2013, las playas del Parque Tayrona se consideraban rutas rápidas y estratégicas para el embarque de marihuana que -por su cercanía a las hectáreas cultivadas en la Sierra Nevada- brindaban ventajas para su producción, distribución y salida hacia los Estados Unidos. Por eso estos terrenos eran de gran interés para los dueños del "negocio".

Un mes antes de la masacre, la pareja de esposos diligenció una escritura de protocolización de sus tierras, ese terreno lleno de maleza que llamaron La Esperanza. La dama de hierro recuerda que en varias oportunidades hombres enviados por Julio César Zúñiga Caballero, presunto narcotraficante y señor muy poderoso de Santa Marta, les ofrecieron comprárselas, pero ellos no aceptaron sus ofertas. El mar era más que agua salada; era la razón por la que su familia podía subsistir. Esta es -para ella y los huérfanos de la masacre- la razón por la que esa madrugada irrumpieron la tranquilidad de su familia y obligaron su desplazamiento. Lamentablemente, aun cuando este hecho causó rechazo local, esta tragedia coincidió con el magnicidio del candidato presidencial Luis Carlos Galán Sarmiento, haciendo que a nivel nacional se guardara silencio y por consiguiente, impunidad.

Casi una década después de la masacre, en 1998, en el Rodadero, fue secuestrado a manos de los paramilitares Julio César Zúñiga Caballero, quien fue señalado por Jorge Gnecco ante las Autodefensas como colaborador de la guerrilla. Alias “HH” contó que fueron Mancuso o Jorge 40 quienes dieron la orden de su ejecución, que no dejaran rastro de su cuerpo y fuera incinerado. Tiempo después, Vicente Castaño descubriría que la relación entre Zúñiga y la guerrilla no era cierta y daría la orden de asesinar en 2001 a Gnecco también.

La Familia de Santiago Espeleta regresó a su hogar. Sin reparación del Estado, sin verdad, sin justicia, ni claridad de lo ocurrido. 32 años después la masacre de Neguanje hace parte del recuerdo doloroso de una luna bañada en sangre.

Para uno de los huérfanos de la masacre, Neguanje es su casa, su maestra: “Yo vengo aquí y enseguida siento que me abrazan mis seres queridos, están siempre conmigo en mi corazón”. Expresa con dolor, pero con la voz llena de resiliencia y ensoñación.

Como esta hay muchas historias del conflicto: invisibilizadas por la impunidad y el desdén de una sociedad que ha naturalizado el almizcle de sangre y llanto que nos ha acompañado en cada momento de nuestra historia. Víctimas a la espera de ser reparadas o que están luchando por recuperar aquello que les fue arrebatado, no solo en tierra o pertenencia, sino en vida, en amor y en historia.

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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