Peyi Lòk: catástrofes, desastres invisibles y estallido social en Latinoamérica y el Caribe

Peyi Lòk: catástrofes, desastres invisibles y estallido social en Latinoamérica y el Caribe

Las protestas, los riesgos y las grandes catástrofes en Latinoamérica tienen las mismas causas: la injusticia social y la desigualdad que la élite económica y política ha tolerado y fomentado por décadas.

“Todo lo que hemos construido en treinta años ha sido el resultado de fuertes luchas”, nos decía hace poco un líder social de Yumbo. La semana pasada, la protesta social, que ha paralizado a Colombia por un mes y ha causado varios muertos, estalló también en Yumbo, una ciudad industrial cercana a Cali. Un puesto de policía y la alcaldía municipal fueron incendiados, una persona fue asesinada y la violencia del Estado se hizo sentir una vez más. 

Yumbo es sede de más de mil empresas nacionales e internacionales. Sin embargo, la mayoría de sus habitantes son pobres y muchos pasan hambre. La ciudad tiene uno de los índices de homicidios y violencia contra la mujer más altos del país. En 2011, el Río Yumbo destruyó varias casas en la ciudad. Pero esto ya no es raro. Desde hace años se han vuelto frecuentes las inundaciones y escorrentías en zonas de ladera que destruyen viviendas, tiendas, calles y comercios en barrios informales. Ya estos desastres ni siquiera figuran en los periódicos y noticieros nacionales. Se han vuelto invisibles para casi todos excepto, obviamente, para los habitantes de barrios informales. 

En 2010, un potente terremoto destruyó la capital de Haití, mató a más de 60.000 personas (250.000, según algunos reportes) e interrumpió el funcionamiento del Estado por varios meses. Ocho años más tarde, el país se paralizó otra vez. Pero esta vez el detonante no fue el movimiento del suelo sino el temblor causado por miles de haitianos que salieron a protestar hastiados de la corrupción, la pobreza, la marginalización y la exclusión. Los especialistas hicieron un diagnóstico claro en Criollo haitiano: "Peyi Lòk", un “país paralizado”, no solo por los bloqueos de las calles, sino por la corrupción que niega oportunidades a la gran mayoría de ciudadanos.

En 2015, un terremoto y tsunami afectaron la región del Bío Bío y varias ciudades costeras de Chile. Tres años más tarde, los chilenos siguieron los pasos de Haití y salieron a las calles a exigir cambios importantes en las instituciones y la eliminación de políticas neoliberales perpetuadas desde el régimen de Pinochet. Las manifestaciones se extendieron por varias semanas y también paralizaron buena parte de la nación. 

Las medidas para controlar la pandemia del covid han detonado manifestaciones en casi todos los países de la región. Los barrios informales y los pobres han sido los más afectados; hay frustración por las perdidas económicas, preocupación por la incertidumbre y rabia por la desigualdad y la corrupción en los programas de vacunación. 

Esta secuencia de desastres y estallido social se produjo recientemente en Ecuador (terremoto en 2016, olas de calor durante la pandemia y protestas en 2019), El Salvador y Guatemala (huracanes, sequias, inundaciones y manifestaciones durante la última década), Perú y Bolivia (inundaciones e incendios seguidos por paros en 2019 y 2020). 

El mensaje de los manifestantes es generalmente el mismo: la corrupción, las agresiones contra la mujer, la impunidad y los abusos de las fuerzas armadas son intolerables; es urgente desmontar estructuras patriarcales, generar oportunidades para los jóvenes y facilitar acceso a la comida, la educación, al trabajo y a la vivienda. 

¿Son estos desastres una causa más del estallido social? Esta relación de causa y efecto es difícil de establecer. Pero nuestro trabajo de investigación confirma que los movimientos sociales en Latinoamérica están profundamente relacionados con los desastres (mayores e invisibles) que golpean la región. 

Pese a las diferencias, existe un patrón común. La causa de los dos fenómenos es la misma: la vulnerabilidad de los habitantes de barrios informales, de las comunidades negras, campesinas, indígenas y desplazadas, de las mujeres, ancianos y jóvenes de bajos recursos, y de otros grupos sociales que han sido excluidos, empobrecidos y marginalizados por décadas.

Finalmente ellos han sido siempre los principales afectados de las grandes catástrofes, las pandemias y los desastres invisibles. Su vulnerabilidad es causada cada día por la corrupción, el machismo, el racismo, la violencia y el elitismo endémicos. Vulnerabilidad también creada por las políticas neoliberales y una forma de capitalismo salvaje que han aumentado las desigualdades desde el Río Grande hasta Argentina, creando brechas cada vez más grandes entre los más y los menos privilegiados. 

Por lo tanto, ni estos desastres han sido “naturales”, ni el covid ha sido la más peligrosa amenaza para los pobres. Los más vulnerables ya no tienen mucho que perder. Los gobernantes de la región han sabido capitalizar votos y poder político después de cada desastre y cada parálisis. Pero raramente han entendido sus causas. Cuando se trata de catástrofes, la culpa siempre ha sido del terremoto, de un verano muy caluroso o un invierno muy lluvioso, o del fenómeno de la Niña o el del Niño. Si hay responsabilidad humana, esta nunca ha sido de las élites sociales y políticas, sino de los pobres que tienen la “costumbre” de invadir las laderas de los ríos, de los vendedores ambulantes que “invaden” el espacio público, y de las personas de bajos recursos que, ellos dirán, son propensas a irrespetar las normas urbanísticas y, ahora, las de sanidad. Cuando se ha tratado de disturbios, la culpa ha sido siempre de oponentes políticos, conspiraciones internacionales y, claro, los comunistas, que agitan las masas para desestabilizar al Estado. 

No es por lo tanto sorprendente que estas élites económicas y políticas han desperdiciado, después de cada desastre, la oportunidad de producir cambios dirigidos a corregir las injusticias socioambientales y saldar deudas históricas con los más vulnerables. El cambio climático seguirá intensificando muchos de los riesgos que ya conocemos y creará otros nuevos. Hoy es más importante que nunca que los más privilegiados escuchen a los jóvenes y a las personas vulnerables y tomen medidas para corregir las desigualdades e injusticias sociales. De lo contrario, Latinoamérica va a tener no solo más desastres y pandemias, sino más estallidos sociales y Peyi Lòk.

Esta columna fue escrita en coautoría con Andrés Olivera (Universidad Central de las Villas, Cuba), Oswaldo López y Adriana López-Valencia (Universidad del Valle, Colombia), Myriam Paredes y Sara Latorre (Flacso, Ecuador), Kevin Gould (Concordia University, Canadá), Benjamín Herazo, Juan Malo, Catherina Valdivia y Gonzalo Lizarralde (Université de Montréal, Canadá y universidades en Perú y Ecuador). 

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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