¿Qué es la paz interior?
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Todos buscamos un refugio, un hogar. Incluso mucho más que el éxito, pues el triunfo es efímero. En cambio, un lugar donde nos sintamos cobijados y protegidos puede permanecer más tiempo. Si se construye bien, toda la vida.
Al buscar un lugar así no queremos solo calma y solaz. Cada tanto necesitamos vacaciones y soñamos con una playa solitaria o una cabaña en la montaña para alejarnos del ruido del mundo. Pero la búsqueda de un lugar con sentido, donde habitar con libertad, es otra cosa.
Más que sosiego, lo que buscamos es ser bien tratados y que las cosas que hacemos valgan la pena y sean valoradas.
Por eso ningún lugar por definición es un espacio de sentido. Una familia puede ser una fuente de cobijo y regocijo, pero también, y muy a menudo, un infierno. Para algunos ir a casa es en efecto llegar al cálido y acogedor hogar donde se es amado. Para otros ir a casa es un martirio.
¿Podría ser una biblioteca una fuente de desespero? Yo creo que sí. Debe haber casos en los que para algunos haya representado una cárcel. Resulta difícil imaginárselo -me encantan los libros- pero creo que es perfectamente posible. A fin de cuentas hay gente para todo y con todos los gustos. Y hay gente a la que no le gustan los libros.
Por eso no me extraña que los místicos de todas las épocas y religiones hayan hablado del espacio interior como el único lugar donde encontramos la verdadera dicha, la serenidad o el consuelo del hogar.
Santa Teresa de Ávila hablaba de varias estancias interiores intercomunicadas, una dentro de la otra: un castillo interior. La búsqueda interior se convierte así en un tránsito hasta la morada más secreta y última, el Sanctum Santorum del templo del alma.
La famosa "paz interior" no es una postura forzada consistente en tragarse todos los insultos del mundo y a cambio sonreír como un idiota. Ni tampoco con posar de sabio o monje budista. No tiene nada que ver con conductas externas. Es más bien una conquista interna, resultado del autoconocimiento, de haber recorrido las múltiples estancias del alma, incluso las más pérfidas, hasta llegar a su corazón.
A nadie le gusta bajar al sótano, pero solo es conociendo la oscura y maloliente setina de nuestro barco anímico donde podemos enfrentar a nuestros propios dragones, forjarnos con su fuego, y luego, subir depurados y más fuertes a nuestras estancias superiores y conscientes.
En el viaje a lo profundo, llevando la luz a lo más hondo, hacia lo que más nos duele y aqueja, logramos dar pasos seguros hacia la serenidad anhelada. Limpiamos la casa interna y la preparamos para ser el refugio que tanto anhelamos.
Resulta muy difícil que construyamos nuestro lugar en el mundo si no proyectamos luz desde nuestro interior.
Estos tiempos tan volcados al culto narcisista de la imagen social que proyectamos al mundo, tan obsesionados como estamos por hacer creer a otros en redes sociales que tenemos una vida y virtudes que no poseemos, necesitan ser enfrentados valientemente con una buena dosis de profundidad interior.
Si no es el cultivo del espacio interior, del que habla Anselm Grün, y que la práctica mindfulness invita desde hace siglos a cultivar, puede ser también con una dosis de psicología profunda o con filosofías volcadas a la vida.
Pienso en el clásico ejemplo del libro "El arte de amar", magistral obra del teórico de la escuela de Frankfurt, el filósofo, sicólogo y psicoanalista Eric Fromm. Invito a todos a que lo leamos.
Escrito en los años 50 del siglo pasado, como todas las cosas buenas, tiene todavía mucho que decirnos hoy. Seamos profundos.
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