Si las estatuas pudieran hablar

Si las estatuas pudieran hablar

Hace unos años, mientras hacía reportería por los lados del centro de Barranquilla, me topé con la imagen de un anciano orinando la estatua de Simón Bolívar.  Ingenuamente, con la fotografía quería denunciar la falta de cultura ciudadana y la necesidad de baños públicos en la zona.  El editor de fotografía estaba indignado con esa falta de respeto por el libertador y le otorgó protagonismo a la toma.  En esos momentos, no calibraba el verdadero problema que esa imagen resumía: pobreza, informalidad laboral, falta de garantía de derechos fundamentales a los adultos mayores y más.

El protagonista de ese acto, para muchos impúdico, ha podido caminar unos metros más y entrar a un baño para los clientes del centro comercial de enfrente, pero cómo exigirle eso a una persona que era víctima de una inequidad estructural que  lo ubicaba en la base de la cadena alimenticia de una ciudad y lo tenía rebuscándose a una temperatura de 40 grados centígrados a pleno sol. 

El Heraldo estaba estrenando su sistema de comentarios que se enlazaba con la reinante red social Facebook.  Y esa foto sirvió para colocar a ese hombre en la picota pública.  Los comentarios de alto calibre fueron censurados y ese sistema de libre expresión al poco tiempo se eliminó de la página web del diario por ser un estorbo para muchos. Estoy hablando del año 2008, apenas estaban posicionándose las redes sociales como motores de polarización y segmentación de las ideas afines a cada quien.

El 31 de mayo de este año, una niña de 5 años proveniente de Venezuela —que jugaba junto a su familia en un parque del barrio El Silencio de Barranquilla— murió al caerle la figura religiosa del Sagrado Corazón de Jesús, un legado simbólico español que se mantiene vigente entre millones de seguidores de la Iglesia católica.

Una fatídica realidad que habla de lo poco que puede aportar una figura decorativa, así sea dedicada a una divinidad, en este caso relacionada a una protección milagrosa.  Pero ese imperdonable descuido por falta de mantenimiento de esas estructuras, que tiene una pérdida humana irreparable, curiosamente no despertó la indignación que ha suscitado el “derrocamiento” de la imagen de Cristóbal Colón ubicada en Barranquilla, como protesta en contra de la colonización a la que fueron sometidos los aborígenes con la llegada de los españoles a nuestro continente.

La estatua de Colón que había sido donada por la colonia italiana en 1892 para conmemorar los 400 años del “descubrimiento de América” fue decapitada y la imagen no puede ser más icónica. 

Antes de que el 28 de junio rodara su cabeza,  entre 1892 y 1910, la pieza estuvo guardada muchos años en un taller mientras se decidía cuál sería el mejor sitio para ubicarla. Sus movimientos por la ciudad iniciaron entre 1910 y 1937 en el Paseo Bolívar, luego en la Plaza San Nicolás, hasta que en los 90 llegaría a su actual lugar en el barrio El Prado.

En el caldero de ideas de las redes sociales, diversas voces interesantes se han pronunciado en las redes:  

 “La disputa por el relato histórico va a generar incomodidad. La historia colombiana está pariendo una nueva era. Colón no es más que un rezago y un bulto para la historia y origen de nuestra sociedad”. Alejandro Blanco.

“Ojalá pasemos de lo simbólico a lo tangible, de la estatua a la vida, a lo político. Porque el continente 'joven', la ciudad capital joven de Colombia, el país, puede y necesita reescribirse”. Oscar López Cobo.

 “Pienso que los descendientes de nuestra colonia y el mismo Consulado de Italia debieron haber gestionado bancas, plazoletas o jardines de los que Barranquilla necesita o necesitaba en su debido momento, en lugar de esta estatua que ni siquiera representa la contribución de la diáspora italiana a una ciudad como la nuestra, de relativa historia reciente y en la cual los italianos desarrollaron muchísimo sin que se sepa quiénes y cuáles fueron sus logros”. Lina Scarpati Manotas.

“En mi calidad de miembro de la Academia de Historia de Barranquilla, expongo mi voz de rechazo al acto que destruyó una estatua histórica urbana. La historia no se reinventa ni se reivindica con estas metodologías de "borrarla". Adlai Stevenson.

“La historia no es el producto de individuos superdotados sino de procesos sociales colectivos.  El genovés no fue la causa de exploración y consiguiente invasión del Nuevo Mundo.  Su hazaña no fue la originalidad de la idea sino ser el primero, como líder expedicionario, en tener éxito en el reencuentro inevitable de dos mundos.  Un logro de dimensiones colosales que fue producto de múltiples talentos y, como siempre en el contexto humano, del azar”. Jorge Senior.

Más allá de que una representación de un personaje —sea artísticamente utilizada para rendir tributo a sus ideas o sus acciones— siempre habrán luces y sombras en esas percepciones y, en este sentido, ni las imágenes sagradas se salvarán de tener que ser destruidas.  Como dice el historiador Adlai Stevenson: sería un absurdo quemar todos los archivos del Vaticano con la excusa de ser anticatólico.

Lo cierto es que esa pieza de arte de mármol de Cristóbal Colón —magistralmente tallada— ya no tenía un uso contemplativo, sino el de otro orinal sin mantenimiento. Y Barranquilla no es la primera en retirar este ícono, en 2018 el concejal Mitch O´Farrell logró retirar la estatua de tamaño natural en Los Ángeles, con el argumento de que era un genocida

Pero, ¿se le puede echar la culpa a el navegante por uno de los mayores genocidios de la historia? Hasta hace relativamente poco tiempo, nuestro conocimiento sobre Colón se limitaba a su llegada en las embarcaciones de La Niña, La Pinta y La Santa María, en un cuento romántico sobre el encuentro de dos culturas. Supuestamente, una más desarrollada que la otra, más bien: una mejor armada que la otra. 

“Los primeros asentamientos europeos en América, a partir del primero fundado por Colón en 1492, estuvieron en las Antillas. Los indios de las islas, cuya población en el momento de su ‘descubrimiento’ se calcula que superaba el millón, fueron exterminados rápidamente en la mayoría de las islas por las enfermedades, el expolio, la esclavitud, la guerra y el asesinato ocasional. Hacia 1508 se fundó la primera colonia en la América continental, en el istmo de Panamá”.  Jared Diamond en "Armas, gérmenes y acero", 1998.

¿Qué estatuas se están gestando en nuestras nuevas interpretaciones de la realidad? 

Se podría afirmar que la mayoría de seres humanos no saben vivir sin dioses. Las identidades políticas y religiosas —como civilización— nos han formado para bien y para mal desde la tradición.  Demandamos símbolos que logren una cohesión entre nosotros, lo que superficialmente ha logrado el fútbol en casi todo el globo terráqueo. 

La pandemia ha sido la maestra de nuestro tiempo y la comunidad científica alrededor del mundo lo advierte: hasta que lo que pase en los países pobres no le importe a las grandes potencias, esta crisis con nuevas variantes que nos tienen en jaque no serán resueltas.  

Como dicen muchos, nos falta mucho por reescribir en la reivindicación de derechos. Y hasta ahora, más que estatuas, debemos estrechar lazos que nos unan para escribir un libro de historia menos excluyente, injusto y sangriento.

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*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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