Toda la culpa la tiene el Paro

Toda la culpa la tiene el Paro

¿Se han dado cuenta de que, desde hace 35 días que lleva el Paro Nacional, este suceso es el culpable de todos los males que vive Colombia e incluso que vivimos en nuestras vidas?

Si usted, como yo, hace parte de la clase media de Colombia y en este momento se encuentra  leyendo este artículo en su computador o smart phone, desde su casa u oficina, durante su jornada laboral o en el momento de ocio o descanso, tomándose un café, jugo o consumiendo la cena, con preocupación por la situación actual de violencia e inestabilidad económica del país, pero esta no le ha afectado mucho, déjeme decirle que usted, como yo, somos personas privilegiadas. 

Y no hay nada malo en eso, seguro dirán muchas personas, yo también lo digo. Lo malo o, mejor, el problema es no reconocer que los privilegios que usted y yo gozamos se han construido a partir de la opresión de otras personas. Y es por esta y otras razones que el Paro Nacional no tiene la culpa de los cambios sociales que estamos viviendo y que están afectando, no únicamente a los territorios de siempre, sino que, a diferencia de otros momentos, también está afectando a las principales ciudades, en donde estamos usted y yo:  personas privilegiadas. 

Los privilegios de los que hoy gozamos algunas personas se han otorgado a partir del funcionamiento de sociedades desiguales, de sociedades que en sus creencias aceptan que unas personas valen más que otras, que unas personas tienen que estar al servicio de otras y donde unas personas deben ser dominadas por otras. Los privilegios —que tanto usted como yo gozamos actualmente— se han construido debido a que nuestra sociedad es machista, racista y discriminadora; actos que se fundamentan en la dominación y superioridad de unas características sobre otras. 

Ser de clase media, haber tenido la oportunidad de estudiar, tener trabajo, tener dónde vivir y dormir cómodamente, poder desayunar, almorzar y comer, para mí y seguro para usted es una normalidad. Pero esta normalidad no existe desde hace muchos años para una gran porción de la población. Según un análisis realizado por Freddy Vega de Platzi, el 70 por ciento de las  familias colombianas (entendiéndose por familia a la composición de 3 o 4 personas)  viven con 2 millones de pesos mensuales, por lo cual es difícil que tengan la posibilidad de gozar de estos privilegios.   

¿Qué haría usted si fuera parte de ese 70 % de la población? ¿No le parece injusto que otras personas tengan las posibilidades de comer tres veces al día, estudiar, tener trabajo y otras comodidades cuando usted no las tiene? Pues bien, parte de este 70 %, después de haber  aguantado por mucho tiempo la desigualdad y discriminación, hoy está en la calles, impidiendo temporalmente que gocemos de esos privilegios que a ellos se les ha impedido gozar desde siempre.

Hoy en las grandes ciudades nos preocupamos por los bloqueos, porque estos han demorado —mas no impedido— que llegue comida a los supermercados, materias primas e insumos para varios negocios. Seguramente, muchas personas que están indignadas por el Paro Nacional no han encontrado la salsa importada favorita o no han podido llegar a la cita del spa a tiempo por el tráfico, o no han podido encontrarse con las amigas y amigos del club. Seguramente, para muchas personas empresarias se les ha dificultado concretar negocios, abrir unos nuevos y/o continuar con la producción de sus empresas, como es mi caso. Para muchas personas esta incomodidad es nueva pues están rompiendo una burbuja que no aguantó más y algún día debía estallar para que viéramos  la verdadera realidad del país. 

Escucho y leo a diario las quejas y comentarios de las personas privilegiadas que trabajan para pagar las tarjetas de las deudas que han obtenido para ser parte de esa clase social estudiada, trabajadora y empresaria, y lamento que esa incomodidad causada por el Paro Nacional les esté demostrando que una sociedad basada en el dolor y opresión de unas personas no es una sociedad sostenible, no es una sociedad próspera, porque del sufrimiento de unos no podemos beneficiarnos otros. Lo lamento, porque nos hemos demorado en despertar, en incomodarnos por igual, en sufrir la desigualdad de la misma manera, pues si esto se hubiera sufrido antes los efectos tal vez no hubieran sido tan nefastos como los que estamos viviendo en este momento. 

Colombia se ha construido a partir del dolor de un conflicto armado que ha dejado poblaciones enteras desplazadas de sus territorios y que han llegado a las principales ciudades en donde sufren de discriminación por su color de piel o su cultura. Llegan a las principales ciudades a encontrarse con una sociedad que discrimina por el acento y en donde a nadie le importa cómo está usted, sino de qué colegio o universidad se graduó. 

Tarde o temprano las personas privilegiadas teníamos que escuchar a las personas oprimidas, a las personas racializadas, a las personas violentadas. Tarde o temprano la población oprimida nos iba a demostrar que también tienen voz y que tiene los mismos derechos. Pero sobre todo, nos iban a demostrar que los privilegios que tenemos son frágiles y son fácilmente arrebatos, nos iban a demostrar que estamos atadas a un sistema que también nos domina, un sistema que nos controla y que nos ha disfrazado la opresión que sufrimos con bienes materiales que cada día nos hacen menos libres.

El Paro Nacional no es el problema de la inestabilidad económica que estamos viviendo ni es el culpable de la pelea de clases que ha sido protagonista en los últimos días. Por el contrario, el Paro Nacional ha sido la ventana que ha dejado ver con más claridad la desigualdad social, el miedo traducido en violencia que tenemos las personas privilegiadas de perder los privilegios, la fragilidad de una sociedad indiferente y —sobre todo— la poca capacidad que tenemos para elegir bien a nuestros gobernantes y para entender cómo debería funcionar una estructura política democrática que favorezca a toda la población.

Como persona privilegiada son muchas las preguntas y sentimientos que me han abrumado durante estos 35 días. Las imágenes violentas, los números de muertes y desapariciones, el abuso del poder de la Fuerza Pública y las múltiples injusticias que veo en redes sociales y medios de comunicación me han generado desesperanza y frustración. Es por eso que en este tiempo he tratado de ser consciente de mi responsabilidad —como persona privilegiada— frente a esta situación y creo que lo único que me queda es poder devolver parte de los privilegios que me fueron otorgados por medio de acciones que me permitan acercar a esa otra realidad que están viviendo muchas personas injustificadamente. 

Les comparto algunas ideas por si también quieren ponerlas en práctica.

Por lo general, las personas privilegiadas preferimos evitar conversaciones incómodas, pues eso muchas veces nos expone a nuestro círculo social y arriesga nuestra reputación demostrando nuestra debilidad e importancia al qué dirán. ¿Qué tal si nos arriesgamos a  llamar la atención frente a lo que está sucediendo en el país en nuestro trabajo, con nuestras familias, amigas y/o amigos? No hablar de lo que está pasando es alimentar la indiferencia y la falsa creencia que nos dice que no somos parte del problema.

Compartir información veraz y con argumentos claros es necesario para que las personas más privilegiadas se enteren de lo que está sucediendo. Usemos nuestras redes sociales con mensajes que lleven a la reflexión. La falta de información en algunos sectores puede repercutir en la polarización y eso no ayuda a solucionar el problema.

Todas las personas colombianas somos parte de este problema y solo ejerciendo nuestros deberes como ciudadanía podremos aportar a solucionarlo. Es por esto que votar es nuestro deber, así como votar por el beneficio colectivo y no por el beneficio personal es nuestra responsabilidad. Tenemos tiempo para comenzar a informarnos sobre las y los posibles candidatos, sobre las funciones del Congreso, para que las elecciones no nos agarren de sorpresa y volvamos a elegir mal. 

Por último, les comparto una última pregunta que me sigue rondando en la cabeza: ¿qué tanto estamos en disposición de sacrificar nuestros privilegios para que otras personas también gocen de ellos? Y, ¿qué pasaría si nuestros gobernantes deciden sacrificar nuestros privilegios por sus propios privilegios? 

El país lo construimos todas las personas que lo habitamos, por eso démonos la importancia que nos merecemos, con pequeñas acciones es posible generar cambios positivos. No esperemos a que otras personas lo hagan por nosotros. 

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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