El hidrógeno azul: un nuevo frente para los ambientalistas

El hidrógeno azul: un nuevo frente para los ambientalistas

El último día de la pasada legislatura, el Congreso aprobó un proyecto de ley que pasó bajo el radar mediático pero que ha provocado tanto ilusión como polémica entre ambientalistas.

Se trata de unas modificaciones y adiciones a la ley de Transición Energética, que desde 2014 abre las puertas a nuevas formas de generar energía en el país y entre otras cosas, ofrece beneficios tributarios a las empresas que trabajen en la investigación, producción y almacenamiento de energía producida de manera no convencional. 

Entre esos tipos de energía están las renovables —como la eólica o la solar— y otras que se obtienen a partir de procesos menos comunes como el petróleo o el gas obtenido del fracking y el hidrógeno.

Lo nuevo abre el universo de posibilidades

La nueva ley —que está para sanción presidencial— abre la posibilidad de promover el uso del gas natural como elemento de transición energética, y para llegar a lugares con poca conectividad. 

Pero trae un elemento que ha provocado polémica que son las exenciones tributarias para las empresas que produzcan hidrógeno azul e hidrógeno verde, que es una de las áreas en boom en el plan para reemplazar el petróleo y el carbón como una forma más sostenible para producir energía. 

El hidrógeno se obtiene a partir de procesos en los que se separan las moléculas de hidrógeno de productos como el agua o el carbono. Por eso, aunque el hidrógeno es en sí más sostenible ambientalmente que el carbón, el gas o el petróleo, las formas de producirlo varían, y también su impacto sobre el cambio climático.

El hidrógeno verde es el más limpio. Se obtiene a partir de fuentes renovables como el agua, y en el proceso, no se dejan residuos dañinos para el ambiente. Pero es también una técnica más costosa, y requiere de una infraestructura que apenas están logrando obtener países como Australia, Alemania, los Países Bajos y Chile, en Latinoamérica.

El  hidrógeno azul, por su parte, se obtiene a través de la captura de emisiones contaminantes de combustibles fósiles, como el gas natural. En este proceso, “se secuestra más o menos un 90 por ciento del carbono producto de la combustión y solo quedaría un 10 por ciento emitiéndose a la atmósfera”, explica Andres Amell, coordinador del Grupo de Ciencia y Tecnología y Uso Racional de la Energía -GASURE- y director científico de la Red Nacional de Investigación e Innovación en Combustión Avanzada - INCOMBUSTION. 

Hasta ahora, esta técnica es más barata que el hidrógeno verde. 

Ambientalistas piden más 

La ley les da beneficios tributarios a las empresas que produzcan cualquiera de los dos tipos de hidrógeno –y otras formas de energía no convencional– y que las ofrezca al hidrógeno azul ha generado preguntas, en especial de quienes consideran que terminará incentivado la combustión de fósiles. 

“Esto del hidrógeno azul es terrible. Incentiva la producción de energía a base de carbón”, dice Paola Yanguas, economista e investigadora en procesos de descarbonización y cambio climático. 

Según ella, los países deben dar pasos más grandes y promover un tránsito racional sin incentivar formas de energía que no le hacen bien al ambiente. “La transición energética debe llevarnos a formas renovables de producción” dijo. 

Gran parte de la responsabilidad en la crisis climática que vive el mundo la tienen los gases de efecto invernadero. Esto tendrá impactos como el aumento de la temperatura global que llevará al descongelamiento de las capas de hielo, explica Isabel Cavelier, cofundadora y directora de Transforma, un centro de pensamiento que promueve estrategias para el desarrollo sostenible y la mitigación del cambio climático. 

Según ella, esta ley es “un retroceso disfrazado de avance”, porque promueve un tránsito que les da protagonismo a combustibles fósiles como el gas natural y el carbón, cuando el planeta exige que no se emitan más gases de efecto invernadero. 

Del otro lado, hay quienes tienen una mirada más pragmática. 

Personas como el exministro de Minas, Germán Arce, dicen que en realidad Colombia no es un gran emisor de gases con efecto invernadero, aunque exporte materia prima que pueda producirlos, como el carbón y el petróleo (en el ranking de países por emisiones de CO2, conformado por 184 países, Colombia ocupa el puesto 138). 

Y que precisamente por la dependencia económica de Colombia hacia los combustibles fósiles, la transición a fuentes renovables es compleja. Eliminar el carbón, el petróleo o el gas implica un reto fiscal enorme cuando empresas como Ecopetrol le aportaron 6,8 billones de pesos a la Nación en 2020 por medio del 88 por ciento de las acciones que tiene el Gobierno en la empresa. 

Y Ecopetrol sería uno de los que podrían beneficiarse de estas exenciones para explotar el hidrógeno azul, según le dijo a La Silla una persona que participó en la formulación de la ley en 2014.

En esa transición están la mayoría de países del mundo que, como Colombia, se acogieron a la meta de ser carbono neutral en 2050.  Es decir, que la producción de carbono sea casi igual a su reutilización.

Colombia ya ha comenzado a dar los primeros pasos. En La Guajira, este mes llegaron las primeras turbinas para construir el segundo parque eólico  y el primero a gran escala del país, con el fin de cumplir la meta de que el 10 por ciento de la matriz eléctrica nacional sea renovable a 2022. 

Así Colombia sigue en el camino para diversificar sus fuentes de energía. Pero como lo demuestra el debate alrededor del hidrógeno azul, por ahora el carbón seguirá formando parte de la ecuación.

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