La iniciativa del Distrito busca aliviar las cargas de las cuidadoras que no reciben remuneración. Crónica de El Porvenir, uno de los primeros centros de cuidado de la ciudad.
El Porvenir: la reinvención del tiempo de las mujeres
Foto: Lennis Castillo, vecina y beneficiaria del sistema de cuidado en Bosa. Al fondo, El Porvenir.
La mujer empuja un coche al que pareciera que le cabe el mundo. Se detiene en la esquina, abre un parasol violeta, lo amarra con cuerdas para que no se lo lleve el viento.
Alrededor de un cilindro de gas —el corazón de su carruaje— despliega una mesa, cuatro bancas y pendones fosforescentes que anuncian las mercancías. De los compartimentos empiezan a salir dulces, galletas, chicles que ella acomoda en una vitrina. Termos de aguas calientes. Una barra de mantequilla. Un limpión.
El primer sol de la mañana despunta y calienta como buen sol de montaña y empuja hacia el edificio de enfrente a los muchachos que revoloteaban, una treintena, que ahora conversan en pequeños grupos de dos o de tres.
A la señal del portero del edificio hombres y mujeres se forman en fila como en los viejos tiempos. En breve —nos dicen— se abrirán las puertas de El Porvenir.
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Una de las promesas de Claudia López en campaña, y una de las grandes expectativas de su Alcaldía en Bogotá, es poner a las mujeres en el centro de la agenda pública.
Y para ello su estrategia principal es el sistema de cuidado.
El Centro de desarrollo comunitario de El Porvenir —la bella construcción de ladrillo macizo donde el Distrito atiende a los ciudadanos en Bosa— aloja desde hace tres semanas la segunda manzana de cuidado del sistema.
Explica la secretaria distrital de la Mujer, Diana Rodríguez Franco:
“Los trabajos de cuidado —hago el énfasis en ‘trabajos’— son aquellos sin los cuales ninguna sociedad sobrevive, y que por eso son esenciales: lavar, limpiar, cocinar, planchar, tender la cama, cuidar de niñas y niños, de adultos mayores o de personas con alguna discapacidad”.
Con la idea de “reconocer”, “reducir” y “redistribuir” esas cargas, la Secretaría de la Mujer en el primer año de gobierno diseñó el sistema, aseguró la financiación y ha empezado a ejecutarlo. Además de la manzana de El Porvenir hace un mes inauguró otra en Ciudad Bolívar.
Para atender a las cuidadoras el sistema combina programas más formales, por ejemplo para terminar el bachillerato, con cursos informales de habilidades específicas, como aprender a usar un computador, que en muchos casos las cuidadoras desconocen y necesitan para participar en los programas virtuales.
Además de lavanderías, jardínes infantiles y comedores comunitarios.
La oferta de servicios a las cuidadoras —y esto puede ser lo más novedoso— incluye "actividades de respiro” pensadas para que descansen, dediquen tiempo a ellas mismas y se diviertan.
El gran reto del sistema distrital de cuidado es cambiar la cultura machista y, al mismo tiempo, que los servicios lleguen a los ciudadanos.
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Yamira Huérfano (43) de Cáqueza, Cundinamarca, vive desde hace diez años en Senderos del Porvenir, uno de los conjuntos cercano al Centro de desarrollo comunitario de Bosa.
“Cuando llegué al barrio —recuerda— estaban construyendo el Centro. Casi desde entonces trabajo aquí en el puesto de lunes a viernes de siete a tres, o un poco menos los últimos meses”.
Huérfano quería ser secretaria de idiomas. Se fue de la casa con ese propósito.
“De rebelde me fui de mi pueblo, conocí al papá de mis hijos, luego vinieron los muchachos…”.
El hijo menor (16) estudia en el colegio del barrio; el mayor (24) trabaja en un call center; y su esposo (50) es taxista.
—Hola don Jaime, ¿qué van a tomar?
—¿Tinto tiene?
—¿Y don Marcelo?
—Tinto también
—¿Quiere la silla don Jaime?
—Se la dejo mejor a los abuelitos.
—Yo nietos no tengo gracias a Dios —dice Huérfano, convencida.
Cuando no está trabajando —la primera jornada— en su puesto de arepas y dulces y minutos al frente del Centro, Yamira Huérfano se ocupa de cocinar, lavar y hacer las vueltas de la casa. Se levanta a las cuatro de la mañana, se acuesta cuando ya todos han comido.
Las ventas han bajado un sesenta por ciento desde que comenzó la pandemia. Ella y los otros vendedores de la esquina del paradero de buses azules dependen de los visitantes del Centro.
“Como ha estado cerrado —explica— no viene la gente que antes venía a su curso de natación, al Sena, a la comisaría (de familia). Ahora están volviendo graneaditos por lo que abrieron la manzana del cuidado”.
Yamira Huérfano podría ser beneficiaria del sistema. Sabe de él porque todos los días trabaja de frente a la valla que informa: “Estás en la manzana del cuidado de Bosa”. Incluso tomó los cursos de word y de excel en el Centro antes de la pandemia.
Pero de vuelta a la “nueva realidad” el trabajo, y la caída de los ingresos, la mantienen tan cerca pero tan lejos de un sistema de cuidado que en mucho le aliviaría la vida.
“El principal problema para uno asistir —dice— es el tiempo. Yo no puedo en la mañana y casi siempre las clases son en la mañana. Y en la tarde lo que le contaba... Pero estuve en la inauguración de la manzana, con la alcaldesa y tales, estuve desde aquí afuera mejor dicho, trabajando”.
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“Nuestras sociedades funcionan con una división sexual del trabajo que se basa en la separación de la vida en dos ámbitos principales: un ámbito privado que abarca las actividades que se hacen para sostener la vida y permitir el trabajo social, que recae principalmente y de manera desproporcionada en las mujeres; y un ámbito público, que ha pertenecido tradicionalmente a los hombres, el del trabajo remunerado”.
Así lo explica Ana Cristina González, doctora en bioética, experta en economía del cuidado y consultora de la alcaldía sobre el sistema.
“Si bien la presencia de las mujeres ha aumentado en el ámbito público —concluye—, lo que no ha ocurrido es que los hombres pasen de la misma manera al ámbito privado”.
El sistema distrital de cuidado tiene dos grandes objetivos:
Busca romper la barrera cultural que, a un tiempo, confina a las mujeres al ámbito privado y reserva el ámbito público para los hombres.
Y, en segundo lugar, luego de “reconocer” una realidad que no es natural, quiere volver a barajar los acuerdos en la sociedad, en los barrios, en las familias (“redistribuir las cargas”) y ofrecer servicios que alivien la vida de las cuidadoras y las descarguen de parte del cuidado de los niños pequeños, los viejos y los enfermos.
“En Bogotá nueve de cada diez mujeres realizan trabajos de cuidado sin remuneración destinando cinco horas y treinta minutos al día —los hombres destinan poco menos de la mitad de ese tiempo—”.
El entrecomillado es de la campaña de la Alcaldía de Bogotá que promociona el sistema y las manzanas de cuidado.
Es una campaña de publicidad extraña porque el dato es cierto (proviene de Dane-Enut, 2017) y porque no dice nada que en apariencia no sepamos.
Y sin embargo.
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—¿Luchito se va? Vaya con cuidado —se despide Huérfano de su compañero de acera, el muchacho de los jugos de naranja.
José Luis Reyes (16), Luchito, no es un joven de muchas palabras.
Las gomitas. Las papas. De seis a doce. Cuando está bueno también los fines de semana. Dos meses llevo. Lo compró mi mamá. Se lo dio a mi hermana pero a ella le salió otra cosa. Entonces lo trabajo yo. Por problemas me retiré del colegio. El Ciudadela. El otro año consigo un trabajo. Y termino. No. Validando. Somos tres hermanos. La mayor (18). Oliver (3). Victoria (2). Y yo. (Vivimos) al lado del CAI del Porvenir. Ha estado malita la venta. Ellas trabajan en una empresa de fajas. En El Galán. Mi abuela (55) los cuida. Va y viene desde Arborizadora alta (Ciudad Bolívar). Amalia.
¿Los carteles moraditos (de la manzana del cuidado)? Vi cursos para administrar la plata. El currículo. Y eso. Ahorita reclamo el almuerzo en el comedor. Nos sirven en la coca. Almorzamos en la casa. Él (mi papá) vive en Ciudad Bolívar con la esposa y los hijos. Muy de vez en cuando. Cuando él quiere venir. Una relación bonita. Carga cosas en los container. En el cruce de Candelaria. Malo malo cinco kas. Bueno bueno veinte kas. Ayudo para el mercado. Surto el carrito. Lo demás para mis cigarrillos. Mustang. Desde los trece. No me gustan los problemas. Enamorar. Bobadas. Por eso me salí del colegio.
Antes de la cuarentena. Íbamos a piscina. Break dance. Manicure. Primeros auxilios.
Como Yamira Huérfano, José Luis Reyes es (o ha sido) beneficiario casi sin saberlo de los servicios de la manzana del cuidado. Y como en el caso de Huérfano su realidad le plantea retos a un sistema prometedor.
A pesar de trabajar todos los días al frente del corazón de la manzana del cuidado en Bosa, el sistema no llega del todo a su familia: su abuela cuida a los nietos y su mamá se ocupa de la mayor carga de trabajos de cuidado, como siempre lo han hecho.
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El sistema distrital de cuidado combina nuevos servicios con algunos otros que ya prestan entidades del distrito e incluso nacionales (por ejemplo el Sena). E igualmente combina la infraestructura física existente en la ciudad (como el Centro de El Porvenir), en las localidades, con nuevas obras que se proponen hacer.
En el Centro algunas de las instalaciones aún permanecen cerradas por la pandemia. La piscina por ejemplo. Y otras esperan la llegada de los equipos, como la cocina industrial o las lavanderías comunitarias.
En Bosa, de acuerdo con Natalia Moreno, funcionaria de la Secretaría distrital de la Mujer a cargo del sistema, se espera que la manzana del cuidado funcione a toda marcha el primer semestre del 2021.
“Parte de nuestra apuesta es que esto sea escalonado —agrega—, no esperar a que esté todo diseñado para empezar a implementar sino hacer diseño e implementación al tiempo. Porque esto nos sirve de piloto para las demás manzanas de cuidados. El próximo año inauguraremos seis nuevas manzanas para un total de ocho, y así escalonadamente, año a año, hasta llegar a una por localidad en este gobierno”.
La Secretaría de la Mujer de Bogotá dirige el sistema pero participan otras secretarías distritales: de Cultura, de Hábitat, de Integración Social, de Salud, de Desarrollo Económico, de Educación.
Esa es la otra razón que retrasa el sistema —la demora de los convenios interinstitucionales entre secretarías—, además de la pandemia.
Ya están en marcha las clases de actividad física al aire libre, sesiones de gimnasio dirigidas y la escuela de la bicicleta, que ofrece la secretaría de cultura a través del Idrd.
“Muchas cuidadoras nos han dicho —explica Luis Hernando Parra, subdirector local de integración social a cargo de la manzana del cuidado en Bosa— que por estar tantos años cuidando no conocen la ciudad, a veces ni el barrio en el que viven”.
Por eso el diseño del sistema supone que no haya más de 800 metros (media hora caminando) entre los puntos de la manzana de manera que las mujeres puedan llegar en bicicleta o a pie y no tengan que gastar dinero en transporte.
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En un salón luminoso del segundo piso del edificio un puñado de mujeres pedalean sin pausa. Ricardo Acosta, profesor de educación física del Idrd, dirige la sesión entre vivas y llamados motivacionales.
Desde un salón aledaño se oyen gritos y risas que se confunden con la música gimnástica. Los hijos de las mujeres juegan en su propia clase, también dirigida por funcionarias del distrito, mientras las madres pedalean hacia una cumbre imaginaria.
La escena resume bien el diseño del sistema distrital de cuidado: ofrecerles bienestar, tiempo de calidad, a las mujeres que cuidan sin remuneración, asumir parte de la carga cuidando en este caso a los niños, y que ambas cosas sean posibles, incluso, al mismo tiempo.
Alcira Mesa (39), una de las asistentes a la sesión de gimnasio y residente de El Porvenir, viene dos veces a la semana con su bebé de 15 meses.
“A ella le ponen canciones, cantan, a veces pintura en las manitas y a veces no veo porque está allá atrás en el otro salón”.
Mesa dice ser “una desempleada más de este país”. Pero a medida que cuenta su historia queda claro que trabajo sí tiene.
Es madre de cinco hijos. Cuatro de ellos viven con su anterior esposo. Ella cuida de su bebé y de uno de los hijos (10) de su actual pareja. Sigue una rutina muy similar a la de Yamira Huérfano: oficios de casa desde la madrugada hasta el anochecer.
“En mi casa actual, que no es mía —cuenta Mesa con amargura—, vivo como arrimada. Así me lo dice mi pareja aunque sea yo la que esté pendiente de él y sea yo la que esté criando a su hijo. Por eso quiero conseguir mi casa, ojalá en Bosa, porque el anhelo mío es llevar a mis hijos conmigo y que puedan estudiar en la universidad distrital, que queda tan cerca”.
En el salón de los niños juegan también los hijos del profesor Acosta.
“Mi esposa está trabajando en Villavicencio —explica—. Por eso los niños están las 24 horas a cargo mío. Antes mis padres me ayudaban con el cuidado, pero ahorita están en aislamiento fuera de Bogotá”.
El sistema de cuidado se dirige principalmente a las mujeres que son las que suelen cuidar, pero también quiere llegarles a los hombres cuidadores, y a unas y otros aunque sean o no “población vulnerable”.
“A cuidar se aprende”, reza el eslógan de la campaña de difusión de las manzanas de cuidado. Los cursos de cocina, por ejemplo, están dirigidos principalmente a los hombres (aunque ninguno de los esposos o hijos de las entrevistadas de esta historia lo había tomado).
Por la misma razón de querer convocar a los hombres, otros programas que ya venían en marcha, como Nidos de la Secretaría de Cultura, apuestan ahora por que sean los papás quienes lean en voz alta a los hijos.
El sistema de cuidado se propone redirigir esfuerzos que ya hacían las entidades del distrito para que cumplan sus propósitos originales (incentivar la lectura) y al tiempo cumplan los objetivos del sistema (“redistribuir” cargas y promover el cambio cultural).
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—Un Conpes no se le niega a nadie —dice Diana Parra, subsecretaria de políticas de igualdad de Bogotá—, queriendo decir que muchas veces una política pública, aun con el Conpes aprobado, no llega a concretarse.
Lo que hace la diferencia esta vez, según la funcionaria, es que hay voluntad política desde la cabeza de la administración y que el sistema de cuidado tiene los recursos.
Por el lado de la voluntad política, el sistema hace parte del Plan de Desarrollo de la ciudad y es una propuesta de las organizaciones de mujeres que la entonces candidata Claudia López acogió y ahora ejecuta como una de las banderas del gobierno.
Por el lado de la plata el presupuesto de la Secretaría de la Mujer ha crecido 200 por ciento respecto de la administración anterior.
El sistema de cuidado es una apuesta grande de política pública. La Secretaria de la Mujer, Diana Rodríguez, lo equipara al sistema de seguridad social o al de salud.
La base filosófica del sistema cuestiona el modelo económico. El capitalismo. En la familia, en la comunidad, en el Estado. No pretende cambiarlo porque para eso no fue creado y evidentemente supera sus posibilidades.
Pero es una crítica a la manera como estamos organizados como sociedad, a una división sexista del trabajo, a unos acuerdos implícitos que chocan con la aspiración a la igualdad y la conciencia cada vez mayor que las mujeres tienen de sus derechos.
En este sentido advierte la experta Ana Cristina González:
“Sin cambio cultural no hay sistema pero el cambio no se limita a convencer..., sino que hay relaciones de poder, hay algunos que van a perder privilegios, y eso en general no le gusta a nadie”.
La representante Ángela Robledo, una de las gestoras de los acuerdos que permitieron la llegada de organizaciones de mujeres a la campaña de López, opina que el sistema distrital tiene una propuesta conceptual y financiera robusta, a diferencia del sistema nacional de cuidado, aunque este último a su vez haya quedado en el Plan nacional de desarrollo.
“Puede ser el empujón para transitar de sociedades de guerra y seguridad —agrega— hacia sociedades de cuidado. De esa manera ya empieza a pensarse en el cuidado como una agenda transformadora en Medellín, Pasto, Bucaramanga”.
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El regreso a la “normalidad” aún parece lejano en la Bogotá distópica de los últimos meses. Y ese ya es un obstáculo, también en Bosa, en El Porvenir, para que despegue un programa que al fin y al cabo promueve (un cambio de) la vida social.
En la esquina de los buses azules, al frente del Centro, una cabina blanca de ochenta centímetros por ochenta resguarda al hombre de la seguridad, Moya, mientras tararea la canción que el radio de pilas le regala:
cariñito
esposa mía
estrellita
de mi destino
sigue iluminando mi camino
Pa' que nuestro amor tan lindo
Siga siendo más dichoso.
La chaqueta azul del uniforme cuelga de la puerta como en cualquier oficina. Moya se aplica abundante alcohol en las palmas de las manos y, como si fuera la loción de la mañana —cierra los ojos mediante— lo esparce sobre la máscara y el rostro.
La canción que Moya tararea cuenta la historia de una esposa abnegada y es, seguramente —lo sabemos los creyentes—, uno de los grandes momentos en la historia del vallenato.
Pero es también, y este es el segundo escollo que enfrenta el sistema de cuidado, una pregunta abierta sobre los desafíos del cambio cultural que se propone.
Esposa mía
Mucho cuidado de estarme celando
Te juro que yo estaba trabajando
Y tu embarazo está avanzado ya
Esposa mía
Deja a tu negro que siga fregando
Mientras viene al mundo lo que anhelamos
El fruto de nuestra felicidad.
Y es una historia por contar —que es otra historia— sobre las tensiones (y coincidencias) entre el arte y la lucha por la igualdad de género.