Esta historia es parte de la Sala de Redacción Ciudadana, un proyecto de periodismo colaborativo entre los periodistas de La Silla Vacía y miembros de organizaciones de la sociedad civil que cuentan con información valiosa.
La revolución de los NiNis
En Cali está ‘Gorobeto’. En Bogotá, Brayan y David, y en Medellín, Geraldine. Los cuatro tienen tres cosas en común: son menores de 28 años, no estudian ni trabajan, y están protestando desde hace dos semanas.
Hacen parte de la cifra de los NiNis, los jóvenes entre 14 y 28 años, cuyas necesidades se han convertido en el motor del paro que ya completa 16 días y que es eminentemente de jóvenes.
“Ha habido un crecimiento exponencial de la participación y presencia de NiNis en estas marchas, frente a las de noviembre de 2019, por ejemplo —dice Iván Daniel Jaramillo, investigador del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario— Es más clara la participación demandando oportunidades de empleo y educación, y el descontento es mucho mayor”.
Jaramillo dice que no buscan una política asistencial sino una política de oportunidades. Oportunidades que para muchos se desdibujaron aún más con la pandemia.
“Eso es una bomba social”, le dijo Sergio Fernández, subdirector para la juventud de la Secretaría de Integración Social de Bogotá, a La Silla, refiriéndose a la situación de estos jóvenes. Y la bomba explotó en el paro. Estas son las historias de cuatro NiNis que han participado en las movilizaciones del paro nacional.
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Nos dijo que lo llamáramos ‘Gorobeto’, uno de los apodos con el que lo conocen en la Primera Línea de Puerto Resistencia, al oriente de Cali. Tiene 20 años y una piel morena oscurecida por estar 14 días bajo el sol en el punto de concentración.
Nunca pensó estar inmerso en el paro que está marcando la historia reciente del país. Incluso, dice que temía salir a protestar, pero que se dejó convencer de un compañero que ya estaba en primera línea, como se le llama a quienes defienden el punto de concentración y se enfrentan directamente con el Esmad.
Dice que llegó a Puerto Resistencia en la moto sin saber muy bien qué pasaba. “Y ahí fue donde me empezó a tocar la guerra —dice— Me cayó una granada de gas lacrimógeno en los pies y todos me decían que la devolviera”. Fue su primer día en el paro y el segundo de movilizaciones en todo el país.
‘Gorobeto’ fue uno de los primeros en ver desplomarse a Miguel Ángel Pinto, el joven de 23 años que nunca llegó a conocer, pero que se le quedó grabado. Ese 29 de abril, dice que corría a su lado, huyendo del Esmad cuando lo impactó una bala que presuntamente disparó un Policía. ‘Gorobeto’ pensó que Pinto había tropezado, y no se devolvió. Sólo después supo que Pinto murió en el hospital.
Recuerda que ese día, en medio del caos y de no poder ver ni respirar por los gases lacrimógenos que lanzaba la Policía, sintió una mano en el hombro y escuchó una voz que le dijo: “cierre los ojos” mientras le lanzaba agua con bicarbonato. “Si ve a alguien que necesita ayuda, hágale”, fue lo último que le escuchó decir a quien le devolvió la respiración.
No supo de quién se trataba, pero dice que desde ahí entendió que debía estar para ayudar a otras personas y tenderles la mano como lo hicieron con él.
Desde el 30 de abril, Gorobeto fue una de las ocho personas que se tomó Puerto Resistencia. Llevaban dos días yendo a manifestarse de manera esporádica hasta que oscurecía, pero a partir de ese día empezaron a quedarse a dormir en algunas carpas, a patrullar las calles y tener más control del lugar. Ahora custodian las entradas y salidas del punto.
En este momento, él es uno de los 200 jóvenes que están en primera línea en Puerto Resistencia y de los miles que continúan movilizándose y exigiendo un cambio en el país.
“(Nuestro cometido es) bajar al señor (Iván Duque), bajar a todos los congresistas y, como leí en un comunicado, mirar si es verdaderamente válido el trabajo que ellos hacen y recortarles el salario”, nos dijo.
Su principal consigna, la de los salarios, tiene varias razones: ‘Gorobeto’ trabaja desde los 8 años porque “mis papás me querían enseñar el valor de las cosas”, dice, y no tiene trabajo desde marzo. Incluso, desde diciembre estaba rebuscando sus ingresos. Tampoco estudia este semestre porque si estudia no trabaja y las deudas siguen acumulándose.
Por eso, sus necesidades han encontrado un eco fuerte en una movilización nacional, promovida sobre todo por otros jóvenes que tienen necesidades como las de él. “Uno sabe lo que es trabajar todos los días y a veces no tener ni siquiera para comer”, dice poniéndose la mano sobre el pecho, como sintiendo ese dolor de no tener para lo básico.
Según cifras del Dane, el 27,7 por ciento de los jóvenes en Colombia –3 millones, de un total de casi 11 millones de jóvenes– ni estudian ni trabajan. Estos son los llamados jóvenes NiNis, una población que crece cada vez más en Colombia, y cuya crisis fue agudizada por la pandemia.
Por ejemplo, ‘Gorobeto’, no tenía mayores necesidades antes del covid. Tenía una moto con la que trabajaba como domiciliario, y con los ahorros se alcanzó a comprar un televisor pantalla plana y un videojuego y podía pagar sus gastos personales con lo que ganaba.
También dice que apoyaba económicamente en pequeñas necesidades de la casa que comparte con su hermano y su mamá, quien tenía un pequeño puesto de comidas en la calle. Tenían suficientes ingresos y rara vez se veían alcanzados a final de mes.
Pero llegó la pandemia. El temor a contagiarse o contagiar a su familia le impidió a ‘Gorobeto’ salir durante meses a hacer domicilios y su mamá no pudo continuar con su puesto de comida todos los días. Cuando reanudó su negocio, los clientes no eran ni la mitad de antes porque algunos temían contagiarse al comprar comida en la calle. La plata les comenzó a faltar.
Sobrevivieron a punta de ahorros. Aunque en agosto ‘Gorobeto’ retomó los domicilios, las deudas sin saldar seguían encima, el arriendo de cada mes no daba espera, los gota a gota a los que recurrió su mamá exigían el pago, tenía que rebuscarse el dinero y hasta entregar pedidos mientras escuchaba las clases virtuales que tomaba en la Universidad del Valle en el Instituto de Educación y Pedagogía.
La situación se volvió insostenible y tuvo que cancelar el semestre.
Con esa decisión, entró a ser parte del 59 por ciento de los jóvenes vinculados a la educación que se ven obligados a abandonar sus estudios, según la última encuesta nacional de juventud realizada por el Observatorio de la Juventud de la Universidad Javeriana. Esto pasa porque los jóvenes no pueden pagar sus estudios o porque deben buscar un trabajo para sostenerse a sí mismos o a sus familias.
“Los que ni trabajan ni estudian no es porque no quieran hacerlo, sino porque no tienen las condiciones, posibilidades o garantías para poderlo hacer”, explica Martha Lucía Gutiérrez, del Observatorio.
Señala que los jóvenes en estas manifestaciones están reivindicando la necesidad de tener las condiciones y garantías necesarias para mantenerse en el sistema educativo, y lograr a su vez empleos de mejor calidad.
“Implica que no solamente se dé matrícula cero y se abran mayor cantidad de cupos. Eso también es importante, pero tiene que estar amarrado con subsidios condicionados, porque cómo se mantienen vinculados si necesitan plata para comprar qué comer, fotocopias, transportarse y además, mantener a su familia”, dice Gutiérrez.
En diciembre ‘Gorobeto’ vendió su video juego para sacar la licencia de conducción y apostarle a trabajar como conductor de Uber. Pero llegaron los toques de queda y las ganancias se redujeron aún más. Hasta antes del paro, entre marzo y abril, estuvo buscando trabajo como técnico de sistemas o algo que le ayudara a tener ingresos fijos, pero no lo logró.
De los gustos que se daba antes, cuando trabajaba para sus gastos y para pequeñas necesidades de la casa, le queda la moto, que es su medio de transporte y un Iphone.
Pero no por mucho. En unos días, dice que venderá el celular con el que espera recuperar los 1,5 millones de pesos que invirtió y así subsanar por lo menos dos meses de arriendo y servicios.
‘Gorobeto’ dice que esas necesidades, que para otros han sido mucho más fuertes, le dan más ánimo para exigir sus derechos. Ahora en Puerto Resistencia se ha vuelto una consigna decir que es mejor “comer ‘M’, en momentos de resistencia y de paro, a comer ‘M’ el resto de la vida”, dice.
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Brayan Hernández, de 22 años, es uno de los 680 mil jóvenes de Bogotá que ni estudian ni trabajan, más del doble de los que había hace un año. Desde marzo, está buscando trabajo en reparaciones y mantenimiento, pero no ha encontrado nada. También quiso entrar al Sena a estudiar producción industrial, pero no lo aceptaron.
“Por ahora me dedico a marchar, es lo único que puedo hacer”, dice.
Hernández ha participado en las manifestaciones del paro nacional desde su inicio el 28 de marzo. “Todos estamos indignados, muy frustrados porque las oportunidades de estudio y laborales son muy limitadas”, le dijo a La Silla. “Además es que uno estudia para ganar un poquito más, para tener un cargo un poquito más avanzado, pero eso no se da”.
Se graduó de bachiller en 2016 en un colegio público, y luego de trabajar un tiempo como ayudante de metalmecánicas, estudió un tecnológico de automatización industrial en el Sena que terminó en 2019.
Los siguientes dos años trabajó en una empresa de reparaciones mecánicas e hidráulicas, donde se ganaba un salario mínimo. Pero salió en marzo de este año, porque no encontró oportunidades de avanzar más en la empresa. Desde entonces, aunque dice que se ha presentado a varias vacantes, no ha conseguido un nuevo puesto.
“Los NiNis, que también pueden ser llamados ‘los nadie’, son esos jóvenes que están en un limbo. Son más preparados que la generación de sus padres pero tienen unas incertidumbres grandísimas. Sus padres, en cambio, están menos preparados pero tienen más estabilidad económica”, dice Adrián Restrepo, trabajador social y profesor del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.
Cuando Brayan estaba en el colegio, su sueño más grande era comprarse una moto. Ahora, su sueño es tener una empresa de reparaciones de maquinaria. Para eso quiere volver al Sena, a estudiar producción industrial. Pero cuando se presentó, no logró pasar.
La universidad no es una opción; dice que el costo de la matrícula –incluso la de universidad pública– es muy alto. Y en su casa están sin ingresos: su mamá es ama de casa, sus dos hermanos estudian el colegio por celular y su papá es contratista de construcción, pero lleva tres meses desempleado.
“Ya no hay ahorros, ya no hay nada, solo hay deudas”, dice Brayan.
“Estamos ante una generación NiNi, no hay empleo y estudiar es carísimo. Esto también va generando un sentimiento de marginalización, de exclusión. De ahí que uno vea a los jóvenes con tanta rabia, y su participación en estas movilizaciones”, explica Carolina Capeda, profesora de relaciones internacionales en la Universidad Javeriana y experta en movimientos sociales.
Cuando no hay paro, Brayan ayuda con el oficio en la casa. Pero dice que se siente cada vez más frustrado y cansado con su situación. Lo anima salir a las manifestaciones, a buscar un cambio.
“Darle estudio a los jóvenes es lo más honesto que se puede hacer”, dice sobre los reclamos del paro. “Que ayuden a los jóvenes a estudiar, a conseguir trabajo”.
Al preguntarle si quiere agregar algo más a su testimonio, solo dice: “Que viva el paro”.
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Geraldine Meneses tiene 27 años y vive en el barrio Robledo El Diamante, al occidente de Medellín.
Desde que inició el paro nacional ha asistido a varias movilizaciones, como la de ayer, para tomar fotos y encontrarse con amigos. Así se pasa los días: yendo a las marchas, dibujando y acompañando a su abuela, con la que vive, en el cuidado de la casa.
Pero incluso en los espacios de movilización le ha pesado ser joven, mujer y desempleada. “Todos mis amigos trabajan. A mí me avergüenza que yo no trabaje y siento que debo encajar para no ser rechazada”, dijo.
Hace parte del 28 por ciento de los jóvenes de la ciudad que no tienen empleo. Una cifra mayor a la nacional y que alcanzó su pico máximo en julio del año pasado, durante el confinamiento estricto por la pandemia, cuando llegó al 35 por ciento.
Cuando cuenta su historia, pareciera que se ha acostumbrado a la frustración. La de no tener empleo, la de pedir muy poco por lo que sabe hacer y la de pertenecer a un gremio que premia la experiencia. “Cuando me he presentado a convocatorias, se las ganan artistas con una trayectoria de 10 años, yo no tengo eso, porque no he podido trabajar”, dice.
Meneses se graduó como artista plástica en 2019 en Bellas Artes y desde entonces, no ha tenido un empleo fijo. Para subsanar ese vacío ha hecho diplomados y cursos en educación, pero no tiene experiencia laboral. Para muchas vacantes está sobrecalificada. Según ella “da tristeza ver que a veces, cuando me preguntan qué sueldo espero por un trabajo, digo cantidades menores a un salario mínimo”.
Según una encuesta a los jóvenes del paro realizada por el Centro Nacional de Consultoría entre el 7 y el 11 de mayo, los temas más importantes que consideran que el Gobierno debe resolver son disminuir la pobreza y crear empleo juvenil –43 por ciento– y educación superior gratuita –41 por ciento–.
Y por eso Geraldine sale a la calle. En las movilizaciones del paro están muchas de sus reivindicaciones, pero también la oportunidad de ocupar el tiempo y compartir con sus amigos. Y hay espacio también para la fotografía que luego comparte en sus redes sociales.
Durante quince días de marchas y plantones, la Alcaldía de Medellín ha sacado a la calle funcionarios de seis de sus secretarías y tres gerencias. Entre ellas, la Secretaría de Juventud.
Javier Corredor, profesor de psicología de la Universidad Nacional, explica que los NiNis surgen en medio de una transformación fuerte en el proyecto de vida de los jóvenes: “En Colombia la estabilidad laboral es una cosa que existe cada vez menos, y hay una limitación histórica del acceso a la educación. Esto deja a la gente sin proyecto de vida”, dice.
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El problema ha crecido con la pandemia. Las posibilidades de acceder a un empleo han disminuido, debido a que muchas empresas quebraron y bajó la oferta de puestos de trabajo. Adicionalmente, muchos trabajos dependían del comercio informal, que fue especialmente golpeado por la pandemia y las cuarentenas.
“La pandemia ha llevado a que los primeros empleos que se pierden son los juveniles”, le dijo a La Silla Gutiérrez, de la Javeriana. “Son empleos de baja calidad, pauperizados: no tienen horarios adecuados ni prestaciones sociales. Esos empleos frágiles son los que han recibido el efecto económico de la pandemia”.
Y no solo golpeó el empleo de los jóvenes, sino también su educación. Fernández, de la subdirección para la Juventud, afirma que “la deserción ha aumentado de una manera estruendosa, porque los papás se quiebran y ya no pueden pagar”. El año pasado esa cifra llegó al 37 por ciento, según el último reporte de la Asociación Colombiana de Universidades.
La pandemia hizo que David Alexis Reyes, un joven bogotano de 18 años, se uniera a las filas de los NiNis.
Cursaba en el Sena un técnico de mantenimiento de computadores, pero cuando llegó el covid y las clases se trasladaron a la virtualidad, le tocó retirarse porque no contaba con internet de ningún tipo en la casa.
En su casa viven 10 personas: David y sus cuatro hermanos, su mamá, el esposo y los dos hijos de una de sus hermanas, y el amigo de David. Todos los hermanos son mayores y trabajan como contadores o técnicos para sostener a su mamá, quien es ama de casa.
Desde que inició la pandemia, Reyes lleva un año mandando hojas de vida a cuanto trabajo se le atraviesa, pero no lo contratan. “Las oportunidades laborales son deplorables, es muy escaso lo que podemos hallar”, le dijo Reyes a La Silla. “En todas las entrevistas piden experiencia laboral, pero en ningún trabajo te dejan adquirir esa experiencia”.
En eso coincide Iván Daniel Jaramillo, investigador del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario: “Se han separado más el mundo educativo y el laboral, hay más dificultad para obtener un primer empleo, y esto retarda el ingreso de los jóvenes al mundo laboral”, comenta.
Jaramillo explica que los incentivos que hay muchas veces no son suficientes para que las empresas vean ventajas comparativas en contratar a estos jóvenes por encima de otras personas con mayor experiencia laboral.
Por el momento, David Reyes se levanta a las 5 a.m. todos los días y, junto a un amigo que vive con él, se van a un semáforo a hacer acrobacias a cambio de monedas. Las acrobacias las aprendió en un parque cerca a su casa, donde desde hace cinco años las entrena con otras personas de su barrio.
Con el dinero que recolecta en el semáforo -alrededor de 10 mil pesos al día-, ayuda en la casa a pagar los servicios. Y con lo que alcanza a ahorrar, se compra libros. Le gustan sobre todo las historias románticas y las de terror.
David aspira a ser jefe en una empresa algún día. Su pasión son los temas de computación; se ve a sí mismo armando páginas web e incluso creando nueva tecnología.
Para esto, piensa presentarse nuevamente al Sena cuando tenga la oportunidad. La universidad ni la considera; no tiene el dinero para pagarla.
“El gobierno debe ayudar a los jóvenes dando nuevas oportunidades de trabajo.
Yo me siento muy aprisionado, estancado”, dice Reyes, quien en el marco del paro nacional ha asistido a marchas pacíficas convocadas en su barrio, Palermo Sur.
Esta es una de las características que han traído los NiNis a las protestas de este año: “Hay un elemento nuevo en las manifestaciones que es la dispersión. Hay un montón de plantones pequeños por todo lado llenos de jóvenes, esos son los NiNis”, dice Fernández.
“Buena parte de estas movilizaciones se generan espontáneamente en los barrios, no van a los lugares de concentración históricamente reconocidos, y nadie sabe dónde van a estallar”, agrega.