Tenemos que hablar, Colombia

Tenemos que hablar, Colombia

Tenemos que hablar, Colombia. Así se llama la iniciativa que lanzaron esta mañana seis universidades —tres públicas y tres privadas— para promover una conversación representativa del país que permita identificar un terreno común entre los colombianos y un norte sobre los asuntos esenciales sobre los que sería ideal que se pronunciaran los candidatos en 2022.

Es una idea que tuvo mientras estaba en Oxford el abogado Martín Carrizosa, quien es miembro de la junta de la Fundación Ideas para la Paz. Ya cuando comenzó la pandemia, él con María Victoria Llorente, la directora de la FIP, y Gonzalo Pérez, el presidente de Sura, se metieron de lleno a pensar en un proyecto que contribuyera a encontrar salidas compartidas para el país en medio de la polarización.

Al principio, en un grupo más grande (en el cual yo participé) se ventilaron varias ideas que no prosperaron. Pero, finalmente, siguiendo la exitosa experiencia de un proyecto similar en Chile, los organizadores decidieron buscar a varias universidades hasta que cogió forma esta iniciativa.

El objetivo es promover una conversación que sea verdaderamente representativa de lo que piensan los colombianos. Para eso, armarán una muestra de entre 10 mil y 16 mil personas que reflejen de manera proporcional el censo del país: el origen regional, las edades, las etnias, los niveles socioeconómicos. Su deseo es que muchos de ellos lleguen por iniciativa propia y luego buscar los perfiles que hacen falta para lograr la representatividad del país que quieren.

Con esa muestra, armarán conversaciones de dos horas entre 5 o 6 personas facilitadas por un experto que ha sido entrenado no solo en moderación sino en lexicografía.

La conversación gira alrededor de una sola pregunta: ¿qué debe cambiar, mejorar o mantenerse en el país? y tiene tres ciclos: en el primero, contestan la pregunta; en el segundo, discuten qué se debería priorizar; y en el último, quién se debería encargar de eso.

Mientras transcurre la conversación, los equipos de las universidades van organizando rápidamente lo que se dijo en una base de datos que muestran al grupo al final para que confirmen que sí refleja lo conversado.

Y así con cada conversación.

La idea que tienen los organizadores es que al cabo de cuatro meses puedan decantar aquellos temas o asuntos en los que los colombianos de esa “Colombia a escala” consideran importante cambiar, mejorar o mantener. Y presentarles los resultados a los candidatos y a la sociedad en general como un insumo y un punto de partida para una conversación más grande.

A partir de las pruebas que han hecho de la metodología desarrollada por la Universidad de Chile y la Católica de Chile han concluido que si tienen un grupo de 10 mil personas los resultados tendrían un margen de error del uno por ciento. Entonces, apuntan a conseguir esa cantidad de personas.

Para lograr esa representatividad y alcance regional se unieron la Universidad Eafit de Medellín, cuya rectora coordina al grupo de rectores; las universidades del Norte en Barranquilla, del Valle y la Uis de Bucaramanga; y la Nacional y los Andes en Bogotá y serán ellas las encargadas de analizar la información, de entrenar a los 25 facilitadores y de armar las conclusiones.

“En el mejor escenario, esperamos que esta sea una conversación que permita incidencia para llegar con unas miradas comunes a lo que debería ser un próximo gobierno en 2022”, dijo a La Silla Claudia Restrepo, la rectora de Eafit.

¿Funcionará?

Esta no sería la primera vez que se trata de armar una gran conversación. Lo intentó Juan Manuel Santos con su “conversación más grande del mundo” durante la campaña del plebiscito que a la luz del triunfo del No fracasó.

También la organizó Iván Duque con su gran Conversación Nacional después de las marchas del 2019, que se vio frustrada por la pandemia, y cuyas conclusiones nunca se supieron. Lo único visible que salió de allí fue el compromiso de aprobar el Acuerdo de Escazú, que se hundió en esta legislatura sin que el gobierno se moviera para salvarla.

Ascún acaba de organizar una conversación con 12 mil jóvenes a raíz de las protestas. La misma FIP impulsó una serie de “diálogos improbables” entre personas muy diversas, con frecuencia en orillas enemigas, que han sido conmovedoras para los participantes pero que tampoco han marcado un antes y un después.

Y durante la Procuraduría de Fernando Carrillo se llevó a cabo un gran diálogo social con líderes de diferentes sectores sociales, políticos y empresariales que fue muy interesante pero que tampoco logró hacerle mella a la polarización.

¿Qué tiene Colombia, tenemos que hablar de diferente? Uno, que las conversaciones van a ser entre personas común y corrientes, no entre élites, pero que reflejan la composición del país; dos, que existe una metodología que ya fue probada en Chile; y tres, que no es sobre temas específicos sino alrededor de una pregunta general que obliga a pensar en lo esencial del país.

Esto último, que sea una conversación sobre lo esencial, acarrea riesgos. El principal es que el resultado final sea tan abstracto que no aporte nada que no sea obvio.

“El gran problema de los principios o de los derechos o de las ilusiones es cómo conciliarlas cuando se enfrentan entre sí. Ese es el problema al que se enfrentan los gobernantes”, dice Mauricio García Villegas, autor del libro las Emociones tristes, en el que explora los valores de los colombianos.

En Chile, por ejemplo, una de las conclusiones de este ejercicio es que la diversidad era una fortaleza para el país, algo que parece obvio.

“Lo más importante de Chile fue que se dieron cuenta que estaban más de acuerdo de lo que creían. Es valioso, por ejemplo, que encontraran un terreno común para construir a partir de la diversidad”, dice María Victoria Llorente, directora de la FIP y la gran impulsora detrás de esa iniciativa.

En Chile los resultados de esta iniciativa encontraron un terreno fértil en la Asamblea Constituyente que se convocó a partir de las movilizaciones del 2019. De hecho, el primer grupo con el que se reunieron los constituyentes fue con los de Tenemos que Hablar Chile, pues había una mina de información sobre las emociones y aspiraciones de los chilenos.

“Somos una sociedad bloqueada y existe la sensación de que no hay posibilidad de cambio —dice Llorente— En Colombia, cuando hemos vivido bloqueos, iniciativas por fuera del cajón que vienen de la sociedad civil han ayudado a desbloquear”.

Los casos más recientes son los de la Séptima Papeleta, que dio origen a la Constituyente que creó la Constitución de 1991 y el mandato por la paz que desencadenó las conversaciones frustradas entre Pastrana y las Farc en el Caguán.

Más allá de la incidencia que tenga el resultado final, el proceso en sí mismo tiene posibilidades de bajar la polarización —dice Jhon Paul Lederach, experto en el tema— porque expone a gente muy diversa a encontrarse y “rozarse con la complejidad que existe”.

“Eso permite que la gente aumente su capacidad de convivir con la ambigüedad, a entender que no hay una sola respuesta que conteste toda la complejidad a la que se enfrenta”, dice Lederach. Es decir, todo lo contrario de lo que busca la polarización al reducir el mundo a opciones binarias de sí o no, de nosotros o ellos.

Las conversaciones arrancan el 1 de agosto. Y sus resultados finales se conocerán en febrero, justo cuando la campaña presidencial entrará en todo furor.

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