El mundo que hay que cambiar y ya ha cambiado en parte, como sugiere la elección de Kamala Harris y las vidas de las mujeres en Colombia que han alcanzado posiciones de poder y libertad, es aún desigual para mucha otras.
Un mundo (aún) desigual para las mujeres
Esta historia hace parte de la Sala de Redacción Ciudadana, un proyecto de periodismo colaborativo entre los periodistas de La Silla Vacía y miembros de organizaciones de la sociedad civil que cuentan con información valiosa.
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“Soy la primera mujer en llegar a ser vicepresidenta, pero no seré la última”, dijo Kamala Harris en su primer discurso una vez conocido el resultado de la elección presidencial en Estados Unidos.
Su mensaje de que un mundo mejor es posible para las niñas que seguían la transmisión seguramente calará profundo.
Pero el mundo que hay que cambiar y ya ha cambiado en parte, como sugiere la elección de Harris y de las mujeres en Colombia que han alcanzado posiciones de poder y libertad, ese mundo aún es desigual para muchas otras.
De ese mundo da cuenta en buena medida el Informe "Mujeres y hombres: brechas de género en Colombia”, elaborado por el Dane, la Consejería presidencial para la equidad de la mujer y ONU mujeres, que será presentado hoy.
Un mundo en el que una mujer a los diecisiete años tiene cuatro veces más probabilidades de dedicarse al hogar que un hombre. Un mundo donde esa mujer que dedica varias horas al día a los oficios o al cuidado, que serán horas en las que no estudiará ni recibirá un salario ni dormirá como un hombre lo haría.
Un mundo en el que si esa mujer es indígena y vive en el campo al final de la carretera en Sucre tendrá casi quince veces más probabilidades de no saber leer ni escribir respecto de un hombre blanco que viva en Medellín.
Un mundo donde si esa mujer o esa niña o esa muchacha se embaraza no será del todo libre de decidir (a la edad que creamos que puede decidir, siempre que esa edad llegue) si quiere seguir con el embarazo o si rechaza el destino de la maternidad que le impone el código penal.
Un mundo en el que esa mujer puede ser atacada sexualmente desde que es una niña hasta el final de su vida con seis veces más probabilidad de lo que un hombre puede serlo; y en la infancia es probable que el atacante sea un familiar en poco más de la mitad de los casos.
Si esa mujer es asesinada —y ya no tiene sentido seguir con esta historia— en este mundo el asesino será su pareja o expareja en casi un tercio de los casos; mientras que si un hombre es asesinado es improbable que lo haya hecho su pareja o expareja (menos del uno por ciento de los casos).
Para esa mujer en este mundo la decisión de estudiar podría estar mediada por la idea —inadvertida quizás, cada vez menos prevalente, pero poderosa aún— de que hay carreras para las mujeres y carreras para los hombres; que las mujeres estudian para cuidar (y por eso ellas son más del doble que los hombres en ciencias de la salud) y los hombres para pensar (y por eso ellos son casi el doble que las mujeres en ingenierías).
(Por la misma razón, si en este mundo esa mujer viviera una pandemia, tiene casi el doble de probabilidades de enfrentarla en primera línea; si fuera empleada doméstica, tendría el doble de probabilidades que otras mujeres y cuatro veces más probabilidades que un hombre de quedarse sin trabajo; y si esa mujer viviera una cuarentena, sus probabilidades de ser atacada aumentarían por el confinamiento).
En este mundo cuando esa mujer busque trabajo tendrá más del doble de probabilidades de no conseguirlo que un hombre. Si es una mujer en el campo sus probabilidades de estar desempleada serán tres veces más altas que las de una mujer en la ciudad. ¿Y si quisiera ser congresista? ¿Y si quisiera ser astronauta?
Un mundo donde esa mujer tiene diez por ciento menos probabilidades de pensionarse que un hombre; y al llegar a la vejez, a los 65 años, casi la mitad de probabilidades que un hombre de estar casada o unida.
En ese mundo como son las mujeres las que aún mayoritariamente cuidan de los hombres, también en la vejez es un cuarenta por ciento más probable que esa mujer trabaje sin remuneración respecto de un hombre. Lo cual se suma a que tiene tres veces más probabilidades de llegar a la vejez sin ingresos propios.
(Las mujeres viven vidas más largas, tienen 6,5 años más de esperanza de vida que los hombres; y eso explica en parte la soledad de su vejez, pero también sus mayores probabilidades de quedarse viudas).
En este mundo si esa mujer estuviera casada o unida después de los 65 años la probabilidad de sufrir la muerte del compañero es tres veces más alta que la de un hombre (que tiene esa misma probabilidad de ser el muerto).
La vida de esa mujer puede ser y llega a ser en tantos casos en este mundo por cambiar y que en parte ya ha cambiado, “una acumulación sucesiva de desigualdades, desventajas y precariedades —en los términos del Informe—, que inicia desde las etapas más tempranas y que culmina en una vejez cargada de adversidades”.
Esta es la historia de un mundo (aún) desigual para mujeres y hombres, según los datos del Informe.
Esta historia hace parte de la Sala de redacción ciudadana, un espacio en el que personas de La Silla Llena y los periodistas de La Silla Vacía trabajamos juntos.
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