La Alianza del Pacífico contiene innovaciones importantes. Pero éstas no incluyen una revolución arancelaria.
Alianza del Pacífico: ¿traición a la patria?
Por Marcela Eslava
Se firmó hoy en Cartagena el protocolo de liberalización de comercio de la Alianza del Pacífico. Por la manera en que se ha venido recogiendo la noticia, parecería que el acuerdo desmontara súbitamente amplias protecciones arancelarias al comercio con México, Chile y Perú. “Se eliminan los aranceles del 92% de los bienes y servicios que se comercializan entre los cuatro países”, decía, por ejemplo, Portafolio hoy. Muchas de las reacciones a la aparente revolución arancelaria han sido airadas. Para no ir más lejos, el senador Robledo advirtió el fin de semana que denunciaría al presidente por “traición a la patria” porque, en su opinión “el tratado acabará con la poca protección que le queda a la industria nacional”, según recogieron varios diarios.
Sin negar la importancia del Acuerdo, hay que empezar por recordar que, en materia arancelaria, éste es mucho menos emocionante de lo que sugieren las citas de arriba. Colombia tiene profundos tratados comerciales de vieja data con sus tres socios de esta Alianza: el G3 con México desde finales de los 90, el Acuerdo de Libre Comercio con Chile desde 2006 y un mercado ampliado libre de pago de aranceles con Perú en el marco de la CAN. En materia de desgravación arancelaria, la Alianza del Pacífico no hace mucho más que reunir en un solo paquete los acuerdos previos. El 92% del universo arancelario estará exento de arancel, sí, pero ese grupo está conformado en su casi totalidad por productos que habían sido desgravados por los acuerdos previos.
Más notorio es el 8% restante, el grupo de productos aún no liberalizado. Corresponde en su mayoría a productos agropecuarios, que en general habían estado también por fuera de los acuerdos previos. Para estos productos se establecen cronogramas de desgravación paulatina con periodos de gracia de varios años. El objetivo es proteger temporalmente productores nacionales que no son competitivos frente a sus pares de los países socios, con la idea de que tengan ese plazo (de varios lustros) para prepararse para la competencia externa. Pero por ahí ya hemos pasado con la agricultura colombiana, y la crisis del 2013 demostró que exceptuar los productos agrícolas identificados como sensibles está lejos de ser suficiente para hacer al agro competitivo en el mediano plazo. Se necesita que los agricultores se pongan en la juiciosa tarea de efectivamente prepararse para la competencia, y que el gobierno remueva los obstáculos a esa preparación que de él dependen: las trabas en infraestructura (general y específica al agro), el apoyo técnico que los privados no pueden acceder por sí mismos, la modernización de normas técnicas. Se necesita, en fin, que la Alianza avance al tiempo con la política agrícola estructural de la que tanto se ha hablado en los últimos tiempos.
Lo bueno es que, en el caso de la Alianza del Pacífico, el acuerdo mismo provee condiciones para que algunos de esos requisitos avancen. La homologación de procedimientos aduaneros, normas técnicas y requisitos fitosanitarios es uno de los grandes beneficios potenciales de la Alianza. Y, a través de esa homologación, deberían también contagiarse los logros que cada uno de los miembros ha tenido en homologar sus propias reglas con las de sus respectivos socios (por ejemplo a través de los requisitos técnicos que nuestros productos incorporen para convertirse en materias primas para exportaciones de los socios). En el caso de Colombia, esto significa la posibilidad de aprovechar el camino recorrido por los otros miembros con países asiáticos. El costo que nos ahorraríamos no es de poca monta: es claro que uno de los obstáculos más grandes en el acceso a nuevos mercados de exportación es el desconocimientos de las normas y las costumbres en esos mercados. Pero ninguno de esos contagios será suficiente para que compitamos de tú a tú si seguimos varados en infraestructura y política agrícola integral. En Colombia, literalmente, el gobierno tiene que pavimentar el camino para aprovechar éste y los demás tratados comerciales.
La Alianza del Pacífico contiene innovaciones importantes. Pero éstas no incluyen una revolución arancelaria. Y sólo se convertirán en una traición a la patria si no se le acompaña con los logros en infraestructura y política agraria que éste y otros gobiernos vienen prometiendo.