Es el billete, no la ideología
La corrupción no tiene ideologías, nos equivocamos como sociedad cuando la calificamos como uribista, santista, liberal, conservadora, de derecha o de izquierda.
Cada vez que se destapa una cloaca de corruptela, las redes sociales y la opinión en general, tienden a buscar el vinculo que los protagonistas de cada torcido puedan tener con uno u otro bando de la política nacional.
Idiotas útiles terminamos siendo los ciudadanos cuando, al ser judicializado un alto funcionario, empezamos una loca carrera para encontrar el hilo conductor que lo vincule con un partido o con una jefatura política, cualquiera que ella sea.
Ese afán por encasillar en bandos políticos a los corruptos no nos permite darnos cuenta de que terminamos culpando a uno u otro sector de la política de un mal que es epidémico en toda la dirigencia de nuestro País y que no tiene color, ideología y que ni siquiera es exclusivo de la política. La corrupción tiene un solo color: ¡el del dinero!
Para no ir muy lejos, basta con remontarnos a la última década del siglo pasado, en ella pudimos ver cómo la mafia compró una (tal vez fueron varias, pero solo una generó consecuencias visibles) presidencia y con el proceso 8 mil vimos caer a políticos de todas las esferas y calibres. En ese proceso se investigó y juzgó a contralor, procurador, ministros, políticos, pero también, a dirigentes y técnicos de fútbol, escritores, periodistas, artistas y un sin fin de figuras; unas públicas, otras no tanto.
Lo relevante en este momento es afirmar que con el proceso ocho mil, tal como lo decía el asesinado (por cuenta de todo el destape de la corruptela que amenazaba con tumbar al gobierno en ese entonces) Alvaro Gómez Hurtado, se pudo establecer que todo el régimen estaba podrido y era corrupto.
Y nos dimos cuenta de que era corrupto el estado de cosas en el que vivíamos; desde la presidencia de la república comprada por la mafia, hasta el fútbol profesional que pertenecía a los cárteles de la droga, pasando por el congreso que legislaba para ellos, el sector financiero que les lavaba su dinero, el de la construcción que les levantaba edificios y centros comerciales, el del periodismo que les hacía lobby y en el cual tenían cadenas de emisoras, el de los artistas que componían canciones en su honor y hasta en el reinado de Cartagena a donde acudían los traquetos a conseguir noviecitas o a comprar coronas y cetros.
¿ Era la filiación política de los dirigentes corruptos al servicio de la mafia lo que los llevó a venderse a los cárteles ? Por supuesto que no, la razón era el dinero.
Después pasaron por nuestra historia de escándalos judiciales y políticos los derivados de las alianzas con los paramilitares.
En el proceso de paz efectuado con las AUC y como consecuencia de la ley 975 que obligó a los desmovilizados ir a la cárcel por ocho años a cambio de contar la verdad sobre el conflicto, se destapó la llamada parapolítica a partir de las confesiones de los ex comandantes paramilitares.
En la primera década de este siglo se repitieron los titulares en los noticieros y se llenaron las cárceles de muchos dirigentes colombianos, tal como había ocurrido en el 8 mil.
Vimos desfilar por los estrados judiciales y los titulares de prensa en la llamada parapolítica; desde ministros hasta concejales, pasando por senadores, representantes, diputados, gobernadores, alcaldes, etc, pertenecientes a multiplicidad de partidos políticos.
También fueron judicializados empresarios, rectores de universidades, terratenientes, ganaderos, bananeros y un sinfín de dirigentes que se aliaron con los paramilitares; en un principio, supuestamente para defenderse de las guerrillas, después, cuando los paras se convirtieron en parte integrante del negocio de las drogas, para lucrarse económicamente de los dineros producidos por el narcotráfico.
En una declaración de Mario Iguarán, fiscal general de la época, se refirió a la para política diciendo: " no fueron los paramilitares los que buscaron a los políticos sino fueron los políticos quienes buscaron a los paramilitares " Y esa frase aplica, tanto a políticos como a dirigentes de las mas variadas clases e intereses, segun se pudo ver en los miles de expedientes que se abrieron por los mas variados hechos confesados en las versiones libres del proceso de justicia y paz.
Los buscaban para que les patrocinaran sus campañas, para que les pusieran los votos; en otros sectores, los buscaron para obtener gobernabilidad en sus ciudades o para cobrar deudas, para que invirtieran en la exploración petrolera o para que asegurasen la adjudicación de contratos o concesiones públicas (basta ver los negocios del chance, de las basuras o de los alumbrados públicos), para deshacerse de competidores comerciales o simplemente para eliminar físicamente a aspirantes a un cargo, como ocurrió con las rectorías de algunas universidades públicas y privadas.
De nuevo hay que preguntarse si ¿ los vínculos de los dirigentes de este País con los paras tenían una ideología o un color político ? y de nuevo, la respuesta es: si la tenía, ¡la ideología del billete¡
A los narcos y a los paras los reemplazaron los contratistas quienes, como nuevos ricos, aportan la gasolina que alimenta la economía que mueve al establecimiento y a la dirigencia.
Las billonarias utilidades de la contratación pública empezaron a comprar campañas políticas, al mismo tiempo que compraban pauta en grandes medios, yates, autos lujosos y esos millonarios recursos entraban al sistema financiero local e internacional, aseguraban licitaciones, tribunales de arbitramento o protección en las altas cortes, etc y como ocurrió con los narcos o con los paras: el establecimiento mira hacia otro lado y se lucra del billete obtenido ilegalmente de la contratación pública.
Claramente y así lo ha confesado el ex viceministro García, Odebrecht (que es por antonomasia el nuevo rico delincuente, siendo apenas uno de los jugadores) empezó por torcer el sistema contractual para comprar sus contratos en el Gobierno de URIBE y continuó haciéndolo en el de SANTOS. La Ruta del Sol se compró al gobierno del primero y se adicionó, mediante coimas que se pagaron en el del segundo.
Odebrecht patrocinó ilegalmente la primera campaña de Santos a la presidencia, tal como lo confesó en entrevista radial su gerente de campaña y se investiga si aportó-también ilegalmente-, en la segunda y concomitantemente lo hacia, en idéntica forma -ilegal-, en la de Oscar Ivan Zuluaga, su principal contrincante.
El caso Odebrecht será el equivalente al 8 mil de los 90's o la para política de inicios del milenio y ya tiene al establecimiento, de nuevo, desnudo ante la opinión pública. Ya vemos cómo están untados desde la presidencia de la República hasta los más profundos y recónditos recovecos del sector privado que se prestaba para fingir contratos y sacar las coimas en efectivo, pasando por los proveedores de las campañas políticas que creaban corporaciones en Panamá para recibir pagos por "debajo de la mesa", hasta los intermediarios o lobistas que entregaban bolsos con platas en efectivo en los restaurantes de la zona rosa, mientras los magistrados de las altas cortes formaban carteles para, al mejor estilo paramilitar, ofrecer protección, traducida en impunidad a los carteles de políticos y contratistas, a cambio de millonarios 'honorarios" cobrados por calanchines que solo por gracia de las autoridades gringas se han podido judicializar, pese a que era un secreto a voces el modus operandi de ese cartel de la Toga.
Con todo este panorama, en el cual se ve la corrupción presente transversalmente en todos los círculos de poder del establecimiento, ¿de verdad podemos pensar que la corrupción es monopolio de uno u otro partido? (No olvidemos que el cartel de la contratación de Bogotá sucedió en mandatos del Polo Democrático) ¿Podemos circunscribirla solamente a la política?
La respuesta es un no rotundo, la corrupción que nos carcome es una enfermedad que afecta al establecimiento, al régimen del que hablaba Alvaro Gómez y tiene un solo motor: El Dinero.
De manera que no seamos idiotas útiles del régimen debatiendo de manera estéril si cada torcido que se destapa es de uno u otro lado del espectro político y castiguemos como sociedad la corrupción venga de donde venga. ¿O será que estamos condenados como sociedad a repetirnos y repetirnos sobre la base de un régimen corrupto con el cual aprendimos a sobrevivir?