Los espectadores pudimos deleitarnos con lo único que sí tiene el entonces candidato, ahora presidente, y eterno subordinado del “presidente eterno” Uribe: un gran dominio del balón de fútbol.
Los espectadores pudimos deleitarnos con lo único que sí tiene el entonces candidato, ahora presidente, y eterno subordinado del “presidente eterno” Uribe: un gran dominio del balón de fútbol.
"Lo terrible de este mundo es que cada uno tiene sus razones"
—Jean Renoir (Las Reglas del juego)
En Colombia el año de las elecciones legislativas y presidenciales siempre coincide con el Mundial de Fútbol. La segunda vuelta presidencial se traslapa con la primera vuelta del certamen deportivo. Si Karl Marx decía que “la religión es el opio del pueblo”, en Colombia podemos decir que el mundial de fútbol es nuestro fármaco. Pero cuando no “se nos dan las cosas” y la Selección Colombia pasa a Decepción Colombia, el breve periodo de calma chicha prometida antes del nuevo periodo presidencial deviene en un mal viaje. A los males de la Selección Colombia se suman los de Colombia: a la viveza de la mano de un jugador, el matoneo del arquero, la mentira del delantero, el triunfalismo del equipo, se suman el machismo, el arribismo y la complicidad.
En el primer partido de Colombia en el mundial de fútbol en Rusia, a la salida del estadio un hombre con la camiseta de Colombia y gafas oscuras hizo un par de videos con japoneses. En esa torre de babel de los idiomas el colombiano tomó ventaja de la compinchería ocasional entre aficionados para enseñarles ante la cámara unas frases de un idioma que desconocen: a un par mujeres con la camiseta del equipo de Japón les pidió decir “Yo soy bien perra”, a un par de aficionados japoneses le dijo que dijeran “Soy cacorro”.
Adentro del estadio, otro grupo de colombianos hizo otro video: se ve a tres hombres jóvenes, todos con el semblante deportivo de jóvenes ejecutivos con camiseta y gorras de la Selección Colombia en plan etílico de juerga tropipop.
“Burlada la seguridad rusa, ¡ojo!”, dice uno. “¡Eso!”, gritan unas mujeres invisibles al fondo. Todos celebran que el visor de unos binoculares se convirtió en envase secreto para servir alcohol en la misma tapa del instrumento óptico. “¡Jueputa!”, grita un hombre con acento costeño, “¡Ah, qué bien marica! ¡Ey! ¡Uno para acá porque o si no me voy de bomba!”. “¡Dos mil rublos!”, replica el que está sirviendo. “¡Nada!, ¡no importa!”, dice el costeño, mientras en cámara se ve como uno de los colombianos hace fondo blanco. La escena la cierra una mujer doblada de la risa, uniformada con la camiseta tricolor y con rayitos en el pelo, señala en dirección a los binoculares y remata el cierre con acento antioqueño: “¡Hábleme del ingenio paisa!”.
La alineación de Colombia para el partido resultó extraña para algunos, no parecían estar los mejores jugadores en la cancha, tal vez el técnico vio la posibilidad de experimentar ante este enemigo, al que Colombia le ganó 4 a 1 en este mismo evento hace cuatro años, y calculó que podría ahorrar fuerzas para los próximos dos encuentros con rivales más recios. Tal vez el técnico y los jugadores olvidaron una de esas “cosas” del fútbol: cualquier equipo puede ganarle a cualquier equipo en la misma liga.
James Rodríguez, uno de los jugadores estrella del equipo colombiano, no formó parte del onceno inicial y se quedó en la banca al comienzo del juego por izquierdoso: una lesión del gemelo izquierdo lo afecta.
Comenzó el partido y los jugadores japoneses, como abejas, estaban por todos lados; su fuerte parecía ser un trabajo en equipo coordinado a partir de rápidos relevos en la marcación y temple basado en la concentración y estado físico. El equipo de Colombia parecía esperar esto y, en los primeros segundos de juego, contrarrestó esa estrategia con dominio del balón y cambios de frente. A los tres minutos, en el primer contragolpe de Japón, un defensa colombiano perdió la marca de un japonés, el delantero logró un disparo fuerte a gol, el arquero lo bloqueó, pero en el rebote otro japonés remató alto al arco; un jugador de Colombia, a pesar de que el arquero estaba detrás, saltó y le metió el cuerpo al balón, brazo incluido, para desviar el tiro. Todo jugador sabe que esta viveza se paga con pena máxima y expulsión. El juez pitó el penal y expulsó al colombiano que salió de la cancha con cara de niño perplejo y en choque emocional ante la reacción justa por la pilatuna que lo puso en la historia de la infamia futbolística: es la segunda expulsión más temprana en mundiales.
El arquero de Colombia, antes del cobro, se acercó al jugador de Japón y, con la sobradés propia de un matoneador pasivo agresivo —tan habitual en un deporte tan machista como homoerótico, donde son pocos los jugadores que se han atrevido a salir del closet—, le murmuró algo a la espera de romper la concentración del ejecutor. El japonés marcó.
El partido siguió y el jugador más importante de Colombia en la cancha, Falcao, sobre el que giraba todo el juego de Colombia, corrió por todos lados buscando crear situaciones de gol. En el minuto 38 del primer tiempo, en el límite del área grande, en un balón dividido entre este delantero y un defensa de Japón, Falcao supo caer para simular una falta y engañar al árbitro. Tiro libre, marcó Colombia. Los colombianos celebraron, poco importaba que el gol tuvo origen en una trampa de un jugador como Falcao que por fuera del juego se precia de ser un buen cristiano, pero una vez jugado no muestra temor de dios. El que peca y reza empata. "Atacamos a los colombianos incultos en Rusia, pero celebramos trampas de Falcao", dijo la senadora Angélica Lozano. Una de las grandes enseñanzas del fútbol es que todo vale (los exdirectivos de la FIFA presos por todo tipo de delitos, junto a los futbolistas y sus apoderados con todo tipo de enredos y multas por evasión de impuestos, son vivo ejemplo de ello).
En el segundo tiempo, el técnico de Colombia metió a James Rodríguez. A pesar de que su equipo solo contaba con 10 hombres, el voluntarioso estratega argentino confió más en su jugador estelar que en lo que puede hacer el resto del equipo en la cancha, no bastaba con la humildad del empate, quería ganar el juego. En el minuto 73, un jugador de mediada estatura de Japón, en un tiro de esquina contra Colombia, se elevó entre cuatro espigados defensas y marcó de cabeza: Hidroituango 1 – Fukushima 2. “Un colombiano es más inteligente que un japonés, pero dos japoneses son más inteligentes que dos colombianos”, es una frase de Yu Takeuchi, un japonés que algo sabía de Colombia, después de todo pasó cincuenta años en la Universidad Nacional siempre en la primera línea de batalla como profesor de matemáticas.
Al terminar el juego, por redes comenzó a verse lo que no ha debido circular: las imágenes del colombiano que humilló a los aficionados japoneses. En redes este video pronto empató con el otro, el de la película de los contrabandistas colombianos burlando y burlándose de la regla antietílica en el estadio. La rabia por el resultado del partido y por tantas otras frustraciones encontró salida, estos colombianos pronto fueron rastreados por los internautas criollos y se produjeron los perfiles de algunos de ellos. Todo un ejercicio viral de inquisición digital:
El que hizo el video con las japonesas se merece su suerte: transmitió en vivo su falta de empatía, ignorancia e imbecilidad. Pero el efecto también será desproporcionado y ineficiente (salvo para él). La inquisición digital no es el motor del cambio cultural.
— Carlos Cortés (@CarlosCortes) 20 de junio de 2018
Luego de 24 horas de acoso hubo respuesta: el que burló a los japoneses fue responsable y respondió en una entrevista radial: “Yo en ningún momento quise ofender a las señoras, a las muchachas de Japón, ni al pueblo japonés. Estaba tomado, fue un video que no lo subí yo tampoco. […] Fue entre amigos […] Yo mandé el video al grupo […] Emociones del fútbol […] Me están amenazando, estoy recibiendo llamadas de gente que no sé qué es lo quiere conmigo […] Realmente estoy mal, muy mal […] Yo soy una persona de bien […] Quiero pedir disculpas, nunca he tenido nada contra las mujeres […]”.
En el otro video la respuesta vino por parte del empleador de uno de los jóvenes ejecutivos que participó de la acción. La empresa Avianca comunicó que despidió a su gerente regional de ventas de Europa y Asia: “Avianca Holdings rechaza todo tipo de actuaciones que vayan en contra vía de nuestros principios y valores como compañía. Por consiguiente, hemos tomado la decisión de terminar el contrato de trabajo al empleado de Avianca Carga presente en el mundial cuyo comportamiento violó la ley y normatividad vigente en el marco del evento mundialista" (el caso recordó un incidente parecido hace cuatro años cuando empleados de Pacific Rubiales, la compañía “Obebrecht” del momento, protagonizaron una pelea con otros aficionados colombianos en un restaurante en el mundial de Brasil).
A la sanción social por redes y el despido laboral de Avianca se sumó la acción legal y el Gobierno de Colombia, su Cancillería y el representante de la Policía Nacional en Rusia notificó a estos aficionados que ya estaban averiguando quiénes eran, vía algo llamado “face ID”, y pidió que se presentaran voluntariamente ante las autoridades para evitar ser capturados por delitos que acarrean multas y cárcel.
A esta situación anticlimática se suma el clima de la propaganda: cuando se diluye la emoción del triunfo la magia publicitaria pierde brillo. La épica de la pauta comercial se torna en un mensaje irónico que con mentiras dice verdades: el chauvinismo patriotero se suma al mercadeo, al uso estatal de la metáfora futbolera se apila sobre el fascismo moderado y el fútbol es un vehículo para disolver toda forma de disenso bajo un narcisismo patriotero que se ampara en el cliché de la polarización: “Más unidos que nunca” (Cerveza Águila), “Somos una nueva raza” (Grupo Bancolombia), “Un continente, un solo corazón” (Coca Cola). [Ver Santos: Goles, balas, culos y tetas]
Un acto más de propaganda: el hecho de que Avianca despida fulminantemente a un empleado por su conducta por fuera de su jornada laboral, más que un acto justo, es un ejercicio de marketing inmediatista que usa la responsabilidad social como moneda de cambio para posicionar la empresa en el nirvana ético. Lo más visible no es el empleado que cruzó las fronteras de una ley, sino la avionada corporativa para tapar una mancha de aceite anterior: el tejemaneje legal y el cabildeo mediático para saltarse los derechos civiles de sus empleados, en especial de sus pilotos, a los que matonea por atreverse a reclamar el cumplimiento de las normas laborales en sintonía con las pautas de seguridad de su profesión (así el borreguismo reaccionario haya satanizado a los pilotos solo por el sueldo que reciben en proporción a su alta calificación y responsabilidad).
Una lectura adicional a la inquisición digital a la que fueron sometidos los aficionados tiene que ver con el cóctel diario de impotencia e impunidad que beben los colombianos. La misma impunidad de que goza un jugador para salirse con la suya en un partido y ayudar a marcar un gol —Falcao, por ejemplo— es un factor elevado a la mil en el fútbol de la corrupción política. A la vista de todos están las jugadas de políticos que, a pesar de apuntalarse en asociaciones dudosas y contar con una que otra investigación abierta y una sanción legal, siguen activos en el juego y marcando. Esta sensación de impotencia ante ese alto grado de impunidad, más unas gotas amargas de complicidad en algunos casos, generan una borrachera que enrumba a los ciudadanos en unos juegos del hambre que usamos como forma de compensación y ocultamiento culposo. “En cada uno de nosotros cohabitan, de la manera más arbitraria, la justicia y la impunidad; somos fanáticos del legalismo, pero llevamos bien despierto en el alma un leguleyo de mano maestra para burlar las leyes sin violarlas, o para violarlas sin castigo", decía Gabriel García Márquez.
La frustración que genera injusticia en los grandes casos de corrupción, encausa su rabia en las redes sociales donde ciudadanos ilustres y vengadores anónimos expresan su descontento ante la conducta de cualquier hijo de vecino que sufra el infortunio de protagonizar un contenido viral: una justicia express sin garantía alguna, un proceso irregular con un castigo desproporcionado, un linchamiento inversamente proporcional a la garantía casi segura de absolución o baja penalidad rampante en los grandes casos de corrupción. “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”, decía Plauto, el comediógrafo. "Esto que me pasa a mi, le puede pasar mañana a cualquiera", dice Luis Felipe Gómez, el empleado despedido por Avianca, en un testimonio en el que cuenta que estaba en el estadio, unas gradas más abajo, reconoció a los otros aficionados y, cuando se acercó a saludarlos y aceptó el trago, su presencia quedó grabada en el video de 15 segundos que le cambió la vida (ver “Lo que empezó como un sueño terminó en pesadilla”).
En Colombia el castigo por un error voluntario o involuntario puede ir aún más lejos de la humillación pública. La obra Two Escobars de Don Nadie (Juan Bocanegra y Jorge Sarmiento) es una pieza que ningún aficionado quiere lucir; se trata de la camiseta de la Selección Colombia con el apellido Escobar al reverso, el número 2, y un estampado moteado de varios tiros y gotas de sangre que evocan a una muerto: el futbolista Andrés Escobar asesinado el 2 de julio de 1994 en Antioquia por un hombre empleado, entrenado y protegido de los hermanos Gallón Henao; unos jefes paramilitares y narcotraficantes que increparon al futbolista por haber metido un autogol en el mundial de fútbol en el que habían perdido plata como apostadores. La obra de Don Nadie también tiene un video que se renueva eliminatoria tras eliminatoria: un hombre que luce la ambigua camiseta hace unos grafitis con spray rojo en la calle, su presencia pasa inadvertida, la gente, mientras él hace una pintada con un “Escobar” y un 2 punteado, está distraída viendo un partido de las eliminatorias del mundial.
Estos días, mientras veíamos los partidos del mundial y nos rasgabamos las vestiduras por el comportamiento mañoso de unos pocos hinchas latinoaméricanos en Rusia, en Colombia, en el Congreso, unos representante ebrios de triunfo electoral continuaron haciendo trizas la Justicia Especial para la Paz, tumbaron una vez más el proyecto para prohibir el asbesto y un senador uribista le decía "Hijueputa" a una senadora en la plenaria del Senado.
En las eliminatorias para la presidencia de Colombia vimos cómo uno de los jugadores no quiso salir a la cancha en la segunda vuelta para el debate electoral que exige la ley. Al jugador político le pudo más la astucia y la cobardía pues temía salir goleado por el candidato opositor especialista en estos certámenes. Sin embargo, los espectadores pudimos deleitarnos con lo único que sí tiene el entonces candidato, ahora presidente, y eterno subordinado del “presidente eterno” Uribe: un gran dominio del balón de fútbol.
Si el domingo Ospina protege a Colombia como Uribe, James hace los pases como Centro Democratico y Falcao los goles como Duque, ganamos contra Polonia. #VamosMiSeleccion
— Fernando Araújo (@FNAraujoR) June 22, 2018