Nos toca a los colombianos sacar nuevamente la billetera. Ojalá que esta vez no seamos los mismos pendejos de siempre quienes acabamos pagando la cuenta
Los pendejos de siempre pagando la cuenta
Ahora que estamos cerca es bueno recordarlo: a cada marrano le llega su Navidad. El ciclo de expansión de la economía latinoamericana, que empezó en 2003 empujado esencialmente por el crecimiento desaforado de la China y por la laxa política monetaria de Estados Unidos, se acabó.
¿Qué significa esto para Colombia? Por ahora nerviosismo. Sin embargo, como dijo Carlos Caballero Argáez en su columna de El Tiempo , “el consumo de los hogares se mantiene fuerte, la demanda del comercio es elevada, las regalías se están gastando, las obras de infraestructura van bien, los indicadores líderes del comportamiento industrial son positivos (confianza industrial, utilización de la capacidad instalada y nivel de los inventarios) y hasta las exportaciones de la industria están repuntando”.
Más que los resultados económicos de cierre del año, que son buenos, lo que ha caldeado el ambiente empresarial es el fantasma de la reforma tributaria. El gobierno la planteó como una medida de emergencia fiscalista. Se necesitan doce billones adicionales de pesos para sufragar los compromisos presupuestales.
Todas esas casas gratis, los balones gástricos y las cambios de sexo ordenados por tutela (sin hablar de los tratamientos experimentales en el exterior), las pensiones de los magistrados, la reparación de las víctimas, las décadas de rezago en la infraestructura, los billones para la justica y los otros billones para las dignidades, así como ese gasto cobijado por el concepto indefinido de “lo social”, todo eso cuesta plata. Y no es que no toque gastar. Algunas de estos rubros pueden ser superfluos pero otros ciertamente no. Lo que si es indiscutible es que la plata no crece en los árboles: tiene que salir de alguna parte.
Esa parte, o esas partes, son las siguientes. Uno, deuda del gobierno, lo que significaría pasarle la cuenta de los balones gástricos ordenados por tutela a nuestros hijos. Eso no suena bien y de todas formas la regla fiscal, que recordemos es un mandato tan constitucional como la misma tutela, lo prohíbe.
Dos, un impuesto “a la riqueza”. El slogan publicitario con el cual el gobierno intentó vender la iniciativa parece que no salió muy bien. Para empezar está equivocado. El supuesto impuesto “a la riqueza” es un controversial aumento del impuesto de renta vía sobretasa del CREE y una prórroga de la expropiación de capital vía impuesto al patrimonio. Pero resulta que las empresas no son ricas ni pobres. Las empresas son grandes, mediadas y pequeñas, y serán rentables o no, lo cual nada tiene que ver con su tamaño.
Solo las personas naturales son ricas y pobres, o sea que si se quiere un impuesto “a la riqueza” hay que apuntarle a los individuos ricos, en particular a los rentistas de capital. Eso solo se puede hacer con un impuesto a los dividendos, que en Colombia no existe pero que es la norma en el mundo. En los países de la OCDE se gravan los dividendos, es decir a los socios, con un 24% y a las empresas, que son las que generan valor y empleo, con un 19%. En Colombia los socios pagan 0% y las tasa tributaria efectiva de una empresa supera el 50%.
Si no se quiere ir por ese camino hay otro. El impopular aumento del IVA, subiendo la tasa paulatinamente del 16 al 19%. Tiene la ventaja que se trata de un impuesto que castiga a los que más consumen, que son los que más tienen, y lo hace en proporción al valor de ese consumo o sea que entre más consumen más pagan. Es fácil de recaudar y en principio no afecta a las empresas que generan empleo. Sin embargo es un suicidio político. Robledo y sus camaradas harían fiestas diciendo que este gobierno "neoliberal sin corazón" le esta poniendo impuestos a la leche en polvo, a los pañales y a las mechas de tejo.
Otra fuente de ingresos es atacar la exclusión fiscal. Hay sectores enormes de la economía que simplemente no pagan impuestos. Se pregunta uno cuántas de estas “dignidades” tributan. O cuánto pagan en impuestos los herederos de Víctor Carranza y su millón de hectáreas de tierra improductiva. Para no hablar de los paraísos fiscales y la ficción de que Panamá no es uno de ellos.
Una sociedad moderna es una donde se pagan impuestos para que el gobierno provea bienes públicos. Además es la principal herramienta para lograr una sociedad más igualitaria. Nos toca a los colombianos sacar nuevamente la billetera. Ojalá que esta vez no seamos los mismos pendejos de siempre quienes acabamos pagando la cuenta.