Sobre el bajo crecimiento económico
Por José Ignacio López (@JoseILopez)
La última cifra de bajo crecimiento económico del primer trimestre del año ha puesto de nuevo en escena la discusión sobre las debilidades de la economía colombiana. Del moderado optimismo de finales del año pasado, cuando se esperaba una recuperación económica en 2017, hemos pasado a un contagioso pesimismo sobre el futuro cercano. Rudolf Hommes, que en muchas ocasiones hace las veces de nuestra versión criolla de Larry Summers, advertía recientemente que sin crecimiento estamos fritos, señalando además el silencio complaciente de algunos economistas y analistas frente a las perspectivas de bajo crecimiento.
Para avanzar en la discusión es importante organizarla en los temas más relevantes de corto plazo, con el fin de entender la mala coyuntura, y en los temas de más largo plazo, que son en últimas los fundamentales.
El año comenzó con una caída abrupta de la confianza del consumidor. El índice de confianza del consumidor de Fesarrollo llegó a un nivel de -30.2 puntos en enero de este año, el menor que se tenga registro. Esta caída en la confianza del consumidor estuvo precedida por una desaceleración, que ha pasado desapercibida en la mayoría de los análisis de coyuntura, en el nivel de efectivo en manos de los hogares, desde el segundo semestre del año pasado, que se agudizó a inicios de este, con tasas anuales de crecimiento negativo en febrero, marzo y abril. Adicionalmente, la caída en la confianza de los consumidores ha tenido un efecto negativo importante sobre las ventas del comercio en lo corrido del año.
Las cifras del PIB del trimestre confirmaron el pobre desempeño del consumo privado. La tasa de crecimiento anual del consumo de los hogares cayó de 2.29% durante el cuarto trimestre de 2016 a 1.12% durante el primer trimestre de 2017, llevando a la tasa de crecimiento de la economía a un mediocre 1.1%, la menor desde el cuarto trimestre de 2008. Los otros componentes del gasto agregado, importaciones, inversión, gasto público, sin bien muestran una economía anquilosada, tuvieron todos tasas más altas.
Es difícil explicar el frenazo del consumo privado, más en un contexto donde si alguna cifra ha sorprendido positivamente ha sido la del desempleo. Con los datos disponibles es imposible saber a ciencia cierta las razones que explican las malas cifras de confianza y gasto de los consumidores, pero son varias la hipótesis que pueden plantearse.
Una de ellas tiene que ver con el efecto distributivo de la devaluación. Los economistas sabemos bastante del efecto promedio que tienen las devaluaciones sobre los hábitos de consumo: un aumento de los precios transables usualmente llevan a una caída del consumo. Sabemos muchos menos sobre como este efecto varía para diferentes tipos de hogar. En un trabajo reciente, próximo a ser publicado, uno de mis ex-compañeros de estudio, Javier Cravino, en co-autoría con Andrei Levchenko, ambos profesores de la Universidad de Michigan, muestran que en el episodio de devaluación del peso mexicano en 1994 el costo de vida de los hogares más pobres aumentó relativo a los hogares de alto ingreso en un proporción de hasta 1.5 veces[1].
En otras palabras, sin bien todos los hogares mexicanos experimentaron una inflación mayor debido a la devaluación y el encarecimiento de los productos transables, fueron los hogares más pobres, que tienen una canasta de consumo donde los bienes transables juegan un papel más importante, los que experimentaron un aumento más alto en el costo de vida. De acuerdo con las cifras de este trabajo, el aumento del índice de precios de los productos de la canasta de los hogares con menores ingresos fue de 95% en los dos años posteriores a la devaluación, mayor al aumento de 76% para el mismo período de los precios de la canasta de consumo de los hogares con mayor ingreso.
La inflación en Colombia después de la devaluación reciente de nuestra moneda ha sido de una proporción mucho menor. Por tanto no podemos extrapolar directamente la evidencia de este trabajo para México. No obstante, si asumimos un efecto distributivo similar, la inflación de los hogares más pobres pudo haber superado 7% el año pasado, con los efectos negativos que esto tiene sobre las decisiones de consumo.
Un segundo elemento que no se puede ignorar es el efecto sobre el consumo privado que pudo haber tenido el descalabro de los esquemas fraudulentos de libranzas. Esta pérdida de riqueza de los incautos inversionistas que adquirieron los pagaré-libranzas, puedo haber generado un efecto ingreso negativo que se está viendo reflejado en una caída en el gasto de los afectados.
Finalmente, no se puede descartar que los colombianos estamos siendo más cautos y reservados a la hora de gastar, gracias a lo que los economistas llamamos efecto Ricardiano: menos consumo frente a la expectativa de mayores impuestos.
La reciente reforma tributaria (con su efecto ingreso negativo) y, más importante, la forma en cómo se dio la discusión tributaria en el ámbito político, ha podido dejar la sensación en los consumidores que los platos rotos de los escándalos de corrupción, huecos adicionales en el presupuesto, o los costos del post-conflicto, estarán financiados en un futuro no muy lejano con más impuestos. Si esta hipótesis es cierta, la seguidilla de escándalos de corrupción, que en otro momento no hubieran tenido efecto directo sobre la confianza de los consumidores, puede ahora estar jugando un papel negativo. Si a esto le sumamos el discurso polarizante de las precoces campañas presidenciales, que en muchas ocasiones se han aprovechado de la mala coyuntura para sembrar aún más dudas, tenemos un buen caldo para un pesimismo generalizado.
La cara optimista de la moneda es que todas estas explicaciones sobre el lánguido crecimiento del consumo privado, apuntan a una coyuntura que puede mejorar en el corto plazo, en la medida que otros agentes, como empresarios e inversionistas, no se sumen al bus del pesimismo. La baja en las tasas de interés por parte del Banco de la República puede ayudar de forma importante a cambiar los ánimos del gasto de los hogares haciendo que la economía se mueva hacia tasas de crecimiento de consumo y producto del 2% para fines de 2017.
Lo más importante ahora es que el actual pesimismo económico no nos distraiga sobre la necesidad de pensar en los temas de crecimiento de largo plazo y que no sea caldo de cultivo de ideas populistas en la actual coyuntura política. Dejo para otra entrega una discusión sobre los temas de crecimiento y las reformas que nos impulse de nuevo a tasas de crecimiento de 4%.
[1] "The Distributional Consequences of Large Devaluations," (2016) aceptado en: American Economic Review.