OPINIÓN

Trabajo duro vs. herencia: las promesas sin cumplir de la movilidad social en Colombia

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Más allá de la desigualdad, nos debería preocupar la falta de movilidad social en Colombia. Los resultados de la Misión de Equidad y Movilidad que se acaban de publicar nos hacen pensar que lo que no se hereda no se consigue con el trabajo duro y honesto. Esto es destructor de la iniciativa empresarial.

Por Andrés Álvarez

En el reciente bestseller de Thomas Piketty, El Capital en el siglo XXI, se recurre a un pasaje literario de Balzac para ilustrar la gravedad de la relación entre desigualdad creciente y la inmovilidad social. En este pasaje de Papá Goriot, Balzac pone en boca de Vautrin un discurso realista y cínico sobre las posibilidades de movilidad social en la sociedad del siglo XIX. Vautrin le dice al joven ambicioso Rastignac que de nada sirve estudiar y trabajar muy duro porque las posibilidades de ascenso social son nulas y que el único modo de progreso social es encontrar una joven “buen partido” para lograr subir en la escala social. El mensaje es claro y contundente: de nada sirve el esfuerzo honesto individual en esta sociedad estática donde sólo vale lo heredado; la riqueza, el capital social y el acervo cultural de las familias determina el futuro del hijo.

Esta descripción de la inmovilidad social es un llamado de atención importante sobre un aspecto central de las promesas de la sociedad liberal de mercado que se instala con fuerza en el siglo XIX y de la que celebramos su mayor triunfo hace 25 años con la caída del muro de Berlín. Este aspecto es la posibilidad de que el esfuerzo empresarial, la educación y la honestidad den los frutos prometidos: alcanzar una mejor condición de vida que la de sus padres. Más aún, permitir a quienes son hijos de cuna pobre alcanzar a dormir en una cama con sábanas de seda en las que se imaginan durmiendo a los más ricos. Esta promesa de la movilidad social es entonces una forma de motor de la actividad empresarial. La “tierra de las oportunidades” era el motto de América (del Norte) para los emigrantes europeos y buena parte de la explicación de las razones del trabajo duro de sus ejemplares empresarios del siglo XX.

La movilidad social no es inocua para el crecimiento económico en una sociedad de la libertad de empresa. Al contrario, está en la base de su estructura de incentivos. O para ir más lejos: el purgatorio de la desigualdad que puede surgir en una sociedad de mercado es soportable porque hay una promesa de ascenso social. Así, la pobreza tiene algo de incentivo no perverso para el crecimiento. Este mensaje es tan viejo como el liberalismo económico del siglo XVIII. Por ejemplo en Adam Smith aparece una parábola que habla de cómo los “hijos de los hombres pobres” buscando ser como los ricos, son los principales creadores de proyectos empresariales, a pesar de fracasar frecuentemente en sus intenciones.

La semana pasada se lanzó un libro que debe ser lectura obligatoria para quienes creen en estas parábolas y para quienes no. Se trata del libro de la Misión de Movilidad que contrató el DNP hace unos pocos años y que hoy se publica con el título: Equidad y movilidad social. Diagnósticos y propuestas para la transformación de la sociedad colombiana (ver la página del libro aquí)

Este libro no nos presenta un panorama colombiano tan desolador y cínico como el que le pinta Vautrin a Rastignac, pero tampoco nos deja la sensación de que estemos muy lejos de esto. En particular, el capítulo 1 (de Angulo, Azevedo, Gaviria & Páez, páginas: 37-67) se compara a Colombia con México y Brasil. Estos dos países, como buena parte de los latinoamericanos están dentro de los más desiguales del mundo y sobre todo con bajos índices de movilidad. Colombia aparece en una situación peor que la de estos dos.

Una de las estimaciones más interesantes de este estudio es el cálculo de una matriz de transición intergeneracional en la escala de riqueza social. Esta permite medir, por ejemplo, la probabilidad de que un hijo de una familia del 10% más pobre de la sociedad logre moverse a un grupo social que incluye al nivel medio de riqueza y también estimar la probabilidad de moverse al 10% más rico. De los datos de esta se concluye:

“Primero, el ascenso desde uno de los dos quintiles inferiores hasta el quintil superior es poco probable en todos los países y en todas las cohortes. En Colombia, por ejemplo, 7 % de los individuos logró pasar de la primera a la última categoría en la cohorte más joven. Segundo, los estratos medios tienen una mayor probabilidad de descender que de ascender socialmente. Y tercero, la probabilidad de ascenso del primer escalón al segundo es relativamente alta. Las mayores barreras a la movilidad están arriba, no en el centro.” (p: 61)

El “hijo del hombre pobre” en Colombia podría subir para alcanzar a ser un poco menos pobre, pero una probabilidad de 93% de fallar en su intento de llegar a ser rico (del 20% más rico). Pero, más grave aún, la movilidad de las “clases medias pujantes” (como las llama un colega), tiende a ser más bien negativa: con una probabilidad del 30% pueden caer a la categoría inferior mientras que a penas con una probabilidad de 17% pueden subir a la categoría superior.
El techo de cristal que impide que las clases medias y las más pobres logren alcanzar, con trabajo duro, educación y medios honestos, a los más ricos se refleja también en que un hijo de padre del 20% más rico tiene una probabilidad de 53% de mantenerse en ese mismo nivel de riqueza.

Más allá de los problemas sociales que se asocian generalmente a nuestra fuerte desigualdad, atacar el problema de la movilidad es urgente y probablemente un mecanismo para reducir las diferencias sociales. Pero, volviendo a Balzac, podríamos dejar de ser una sociedad donde la única forma de ascenso social sea conseguirse un buen partido y el trabajo honesto y la educación sean una promesa de mejorar las condiciones de vida. Esto es lo que las instituciones de una economía liberal de mercado deben permitir, para que las promesas de la caída del muro de Berlín no se transformen en desilusión. Pasar de las novelas de Balzac al libro de la Misión de movilidad sería un buen comienzo para nuestras políticas públicas.

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