El primer adiós a Dilan Cruz, nuevo símbolo del paro

Silla Cachaca

Detalle del homenaje a Dilan Cruz anoche frente al Hospital San Ignacio, pocas horas después de su muerte. Fotos: Carlos Hernández Osorio.

Entre el silencio, el llanto y el ruido de las cacerolas fue el primer homenaje para el estudiante de 18 años que murió anoche, dos días después de ser herido por el Esmad de la Policía. Hoy siguen las marchas en su nombre.

 

Dilan Cruz murió la primera noche que hubiera vivido como bachiller del colegio Ricaurte, de Bogotá. Poco antes de las 10, tan sólo horas después de que su hermana Denis recibió su diploma en la ceremonia de grado a la que él no pudo asistir porque estaba en cuidados intensivos, su cuerpo no aguantó más.

Fue un médico del hospital San Ignacio, en la Carrera Séptima con calle 40, el que anunció públicamente la noticia.

Todavía en su bata blanca, salió por el parqueadero de urgencias, se acercó al altar de flores y velones que le habían hecho desde el sábado al estudiante de 18 años herido por el Escuadrón antidisturbios de la Policía (Esmad), y les dijo a los asistentes que Dilan había muerto.

Fue un mensaje lacónico, luego difundido a través de los medios que estaban allí y por redes sociales.

Una noticia potente porque entrecorta cualquier conversación entre el Gobierno de Iván Duque y los representantes del paro y las movilizaciones en su contra, que han seguido saliendo a las calles desde el jueves 21 de noviembre, cuando todo comenzó.

Para hoy al mediodía está convocada una nueva protesta en honor a Dilan, pero fue anoche, al frente del Hospital, el primer adiós que le dio la gente, entre silencios, arengas y cacerolazos, a quien se convierte en un nuevo símbolo del paro.

No sólo porque lo mataron en medio de una protesta, sino porque era un estudiante de colegio que buscaba cómo ingresar a una universidad a estudiar administración, y por eso los estudiantes que hacen parte del paro, y piden mejor educación, se sienten identificados con él.

***

La noticia del médico derrumbó a los amigos de Dilan y a algunos asistentes que se tiraron al piso a llorar al lado del altar.

La Silla Cachaca no estaba allí en ese momento, pero un colega periodista nos contó que la reacción inicial de los amigos, en medio del llanto, fue la rabia: “ahora sí lo vamos romper todo”, dijo uno, como ejemplo de lo tensionante que puede ponerse un ambiente ya crispado en las calles por cuenta del paro; y sobre todo en Bogotá, donde el sábado, el día que Dilan cayó herido por una granada de gas que lanzó un policía del Esmad, los marchantes se quejaron por un excesivo uso de la fuerza que incluso criticó la Defensoría del Pueblo.

Denis, la hermana de Dilan, ha llamado desde un principio a la calma, y lo de anoche, por lo pronto, fue pacífico.

Amigos y espontáneos, además de hacer un minuto de silencio, bloquearon la Séptima, frente al altar que está en un andén, y prendieron una fogata.

La noticia ya estaba regada en los cacerolazos que se hacían en otras partes de Bogotá. Por redes y Whatsapp comenzó a rotar una invitación a hacer uno a las 11 de la noche en todas las ciudades del país.

En el Parque de los Hippies, por ejemplo, a unas 20 cuadras del San Ignacio y donde la concentración había comenzado al finalizar la tarde, a las 10:30 un hombre invitó a irse para el Hospital a homenajear a Dilan. “No lo hagamos con lástima, Hagámoslo con fuerza”, dijo al lado de una fogata prendida en la mitad de la calle.

La gente comenzó a irse graneada por una Séptima oscura y sola.

La Silla Cachaca arrancó desde allí.

A una cuadra del hospital dos policías con casco ayudaban a desviar el tráfico ante el cierre de la calle que habían hecho los que recibieron primero la noticia sobre la muerte de Dilan.

“¡Asesinos!, ¡asesinos!”, les gritaban los que iban llegando y pasaban a su lado.

Desde allí se veía ya una aglomeración creciente. Varios de los que llegaron cantando se callaron ante el puño en alto con el que otros les pidieron silencio, una seña universal que en los cacerolazos también se hace cada que alguien quiere hablar en medio de la algarabía.

En medio del silencio la gente en la calle miraba hacia el Hospital.

Miraba Juan Ávila, un caleño que volvió a Colombia hace unos meses, después de vivir 17 años en Barcelona, y que llegó a despedir a Dilan después de haber participado ayer en la tarde en la marcha del Día de la no violencia contra las mujeres. Juan ha marchado desde el 21, nos dijo, “en defensa de la vida”.

Miraba también Daniela Ariza, una estudiante de lenguas modernas que se dio cuenta de la muerte de Dilan cuando ya estaba debajo de las cobijas, dispuesta a dormir en su casa en Teusaquillo.

—¿Por qué te levantaste para venir hasta aquí?

—Porque es indignante que nos maten de esta forma —nos respondió mientras sostenía en una mano un tenedor y en la otra, una chocolatera pequeña para “cacerolear”. —Ellos (los policías) son los que crean el caos.

Miraba un muchacho que, minutos antes, nos habíamos encontrado diciéndole a la cámara de un periodista, con voz quebrada: “Hay que decirle al Estado que no más. Que todos los jóvenes merecemos vida, respeto y sueños. Yo no conocía a Dilan, pero es un joven que tiene que dolerle a todo Colombia”.

Miraban los que rodearon el altar repleto de mensajes escritos en cartulinas y hojas de block.

Esos mensajes, entre el sábado y anoche antes de la muerte de Dilan, intentaron impulsarlo en su lucha con la muerte: “Fuerza Dilan”, “El hip hop está contigo”, “Hoy pido por la salud de Dilan, para que pueda salir adelante y cumpla todos sus sueños”.

Pasadas las 10, asumieron el golpe de realidad: “Dilan no murió. A Dilan lo mató el Estado”, “Vamos a seguir luchando por ti y por el futuro de todos”.

Seguía el silencio y, de cuando en cuando, irrumpía el resuello de alguien que lloraba. O la queja de un hombre con voz quebrada y rabiosa: “¿Por qué, hijueputa? ¡Lo mataron, lo mataron!”.

Un muchacho se quebró también al lado del altar. Un amigo lo abrazó. Un amigo los abrazó a los dos y siguieron llorando juntos.

Hasta que, en el separador de la Séptima, alzó la voz el librero Marco Sosa, dueño de La valija de fuego, una librería que queda a unas cuadras. Sosa les recordó a todos el caso de Nicolás Neira, el niño de 15 años al que un patrullero del Esmad mató el primero de mayo de 2005, en una marcha del Día del trabajo, de la misma forma que mataron a Dilan: con una granada de gas lacrimógeno en la cabeza.

Ese es un caso muy conocido porque justo este año el policía llegó a un acuerdo con la Fiscalía para aceptar que mató a Neira, pero sin intención, algo con lo que la familia del estudiante no está de acuerdo.

Una vez habló el librero comenzaron a sonar las cacerolas, las arengas contra el Esmad y cánticos como este, que suelen cantarse en contra de los policías y militares involucrados en el asesinato de civiles:

Van a volver

las balas que disparaste van a volver

la sangre que derramaste la pagarás

los hombres que asesinaste no morirán

¡no morirán!

Así comenzó el cacerolazo, pasadas las 11:30, que incluyó también panderos y tambores, y gritos de “Esmad asesino”, “Duque asesino” y “A Dilan lo mataron” el mismo día en que Diego Molano, encargado por el Presidente para coordinar la “conversación nacional” que anunció como forma de salir de la crisis, dijo que “el Esmad no está en la discusión”.

Con la muerte de Dilan la presión para que sí lo incluyan seguramente aumentará.

En medio del cacerolazo en su honor, de hecho, habló William Díaz, un directivo de la ADE que, montado en el separador, le dijo a la gente que aceptar hoy la reunión a la que Duque invitó al comité del paro “es un agravio contra Dilan y contra quienes están dando la lucha en las calles. No estamos representados en esa reunión porque los voceros de quienes han estado movilizándose en la calle no están dando la talla. No podemos asistir hasta que no haya responsables por esta muerte”.

Aunque nos dijo que habló a título personal, su posición es una muestra de las fracturas que se pueden comenzar a dar dentro del comité del paro a partir de este caso.

En todo caso lo callaron. Iban siendo las 12 de la noche y lo sintieron muy intrusivo en un momento en que querían centrarse en Dilan.

Las cacerolas volvieron a sonar por él mientras, de a poco, la gente comenzó a irse y la fogata se extinguía.

 

Vea a continuación una galería de imágenes tomadas anoche frente al Hospital San Ignacio.

 
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