¿Cómo afecta el coronavirus a la biodiversidad y al medio ambiente?

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Frente a los bosques de Colombia, ya estamos viendo unos retos enormes que ha traído la pandemia de este nuevo virus. La tendencia de la deforestación está nuevamente creciendo en 2020, luego de dos años consecutivos de reducción, y como cooperantes nos preocupa mucho la situación. 

Sabemos que el gobierno ha realizado esfuerzos enormes para aplanar la curva, y necesitamos continuar apoyando la lucha contra este fenómeno. Las comunidades que dependen de los bosques necesitan recibir alternativas económicas sostenibles y necesitan sentirse seguras en sus territorios. Las instituciones también deben continuar fortaleciendo sus capacidades para responder con urgencia y efectividad frente a este nuevo contexto. Desde el Reino Unido estamos preparados para aumentar nuestra financiación climática con miras a proteger y utilizar sosteniblemente los bosques, construyendo conjuntamente una recuperación post-covid inclusiva, resiliente y segura.

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Estamos en un escenario complejo.  Sin lugar a dudas durante la pandemia los datos disponibles presentan una evidente disminución en la emisión de CO2 que nunca antes se había registrado, que por supuesto es importante para el ambiente y hay que celebrarla. 

Sin embargo, lo anotado pone en evidencia el alto costo en términos económicos que significa la disminución de las actividades productivas y demuestra porque ha sido tan difícil lograr implementar los acuerdos internacionales para reducir las emisiones de gases efecto invernadero. 

De este respiro temporal quedan varias preguntas: ¿Las decisiones globales y nacionales que se tomen al momento de superar la crisis sanitaria significaran un cambio en el modelo de producción y de consumo?  ¿La sociedad estaría dispuesto a ello?  

Por ahora, es claro el afán de las dos grandes economías China y Estados Unidos de poner el acelerador a la reactivación productiva y sabemos lo que eso implica. Nuestro país no es ajeno a esto, como lo evidencia la discusión sobre dónde deben concentrarse los esfuerzos: en la protección a la salud de la población o en la reactivación económica.

A estas dos variables, debe sumarse una adicional, el ambiente.  Es claro, que el deterioro de los ecosistemas, con ocasión de la pérdida de los bosques, la alteración de los hábitats, la actividad productiva, la sobreexplotación, el comercio de fauna silvestre etc, está asociado con las pandemias y la propagación de enfermedades, entre otros efectos como la crisis climática.  El reto por supuesto para la sociedad en su conjunto tiene que integrar las tres variables enunciadas: salud, economía y ambiente, y a ello sumarle un actor clave: las comunidades locales, sus formas de vida pueden darnos respuestas contundentes para enfrentar la post pandemia.

Si bien la pandemia  ha significado un respiro para el ambiente, al mismo tiempo está incrementando los problemas de inequidad e injusticia, que afectan principalmente a estas comunidades, entre ellos los pueblos indígenas. Estos últimos constituyen solo el 5 por ciento de la población mundial, son los guardianes ancestrales del ambiente. Sus territorios tradicionales abarcan el 22 por ciento de la superficie terrestre del mundo donde está concentrado el 80 por ciento de la biodiversidad del planeta, no obstante lo anterior, además de las presiones que ya enfrentaban antes de la pandemia, su vulnerabilidad se está poniendo a prueba.  

Por eso hoy, en el día mundial del medio ambiente, hay que celebrar su protagonismo en la protección del ambiente y al mismo tiempo desplegar acciones contundentes que los fortalezcan, considerando que los impactos del momento actual tendrán efectos de largo plazo.

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La incertidumbre frente a lo que vendrá después de la pandemia en temas ambientales es una cuestión que nos debe alertar a todas y todos. Hoy estamos pasando por una crisis social y humanitaria que muchos no habíamos conocido antes. Pero es necesario recordar que otra crisis avanza paralelamente, de manera silenciosa y destructora: la crisis climática.   

Es indudable que el mundo cambió. Una nueva realidad nos espera después de la pandemia, pero está en nuestras manos y en la de los políticos decidir si este cambio nos ayudará a sobrevivir como especie o nos condenará a seguir dependiendo de un modelo extractivo y contaminante que únicamente le sirve a unos pocos.

La caída de los precios del crudo en el mercado internacional puede verse como una oportunidad para que los países entiendan que es momento de cortar la dependencia de los combustibles fósiles, que las externalidades de la extracción de hidrocarburos no compensan los precios del mercado y que una descarbonización es una tarea urgente. Es una oportunidad para que las empresas desistan de técnicas riesgosas y contaminantes como el fracking y para que como sociedad aboguemos por la energía como un derecho que debe partir de la necesidades locales y que debe contar con participación y autonomía.

El gran peligro es que la crisis económica sirva como excusa para que las actividades extractivas sean promovidas como una solución rápida para reactivar la economía, una solución a costa de todo: del agua, del aire, de las comunidades y sobre todo de la vida misma.

Esta semana, el lema de organizaciones sociales y ambientales es #ElCambioEsUrgente. Y es verdad. Ya no tenemos tiempo para negociar nuestras prioridades. Ya no tenemos tiempo para contabilizar nuestra existencia. Es tiempo de actuar y de exigir la defensa de la naturaleza.

Hoy, en el Día del Ambiente, los y las invito a que nos imaginemos un mundo en donde elijamos estar encerrados porque afuera ya lo destruimos todo. Los y las invito a contribuir a que eso no ocurra. #ElCambioEsUrgente

Beatriz Mogollón Gómez
Beatriz Mogollón Gómez

Dos grandes retos para el medio ambiente en el contexto del covid-19 y a futuro son la reactivación de turismo de naturaleza y lo que implicará enfrentar el cambio climático. En Colombia, el turismo de naturaleza se estaba posicionando como una alternativa de ingresos viable para comunidades rurales, compatible con la conservación de la biodiversidad. La falta de turistas por la pandemia ha reducido ingresos, dejando familias vulnerables que tienen que retomar actividades como la venta ilegal de madera, el tráfico de fauna y flora, y cultivos ilícitos, que aumentará la deforestación y conflictos socioambientales.

Si bien la pandemia demostró que una reducción importante de emisiones es posible, entrar en cuarentena no es suficiente para evitar sobrepasar los 2°C.  La reactivación de la economía y crecimiento mundial tiene que tener un enfoque ambiental, donde se priorice la generación de energía limpia, se reduzca el consumo de energía, se disminuya la deforestación, se implementen prácticas agropecuarias sostenibles, y se protejan los servicios ecosistémicos para aumentar la resiliencia de comunidades. Los impactos sociales y económicos del covid-19 a los más vulnerables es solo un abrebocas de lo que serán los impactos del cambio climático; por eso será un reto desligar el crecimiento económico de la generación de emisiones, y crear oportunidades para todos.

Luis Fernando Zuluaga
Luis Fernando Zuluaga

Todos o casi todos los pensadores y personajes destacados que se han manifestado sobre las posibles causas de la pandemia del ovid-19 y lo que el mundo debe cambiar de esas presuntas causas para evitar repetición de fenómenos parecidos o agravamiento de la actual, se han referido al cambio climático, al calentamiento global que ya es un hecho, a la contaminación del aire y las aguas, todo causado por acciones de la humanidad.

Resulta apenas lógico y urgente que se adopten medidas inmediatas para frenar la generación de esas causas y acciones o actuaciones así sea por aplicación del principio de precaución.

En Colombia tenemos a nuestro alcance posibilidades inmensas de hacerlo. Concretamente frenando y negando de plano la expedición de licencias ambientales a proyectos mineros de metales como el cobre, sumamente dañinos, con afectaciones graves, claras y evidentes, confesadas por los propios dueños y promotores del proyecto, como en el caso de Quebradona, en Jericó y Támesis, suroeste antioqueño.

Criticarán algunos preguntando por qué sí se hace en países como Chile, Perú, Argentina, Canadá o Estados Unidos. La respuesta es que hay una gran diferencia entre la minería en desiertos, donde nunca llueve ni existe capa vegetal y hacerla en nuestras tierras tropicales. Y si se informaran de lo que está costando a los Estados, incluido Estados Unidos, el sostenimiento de los pasivos ambientales para siempre, de las minas que les dieron tanta riqueza, se quedarán aterrados.

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Lo primero que debo decir es que no se debe aprovechar la pandemia para emancipar y ensalzar pensamientos “ecofacistas” que pretenden ver el covid-19 como una forma de control o “revancha natural” del planeta. No es así.  Es claro que los impactos generados por las decisiones gubernamentales para mitigar la propagación del virus han desacelerado principalmente las dinámicas económicas y de producción, y por ende, aunque casi como un co-beneficio, han reverberado en mejoras a nivel ambiental.  

En los últimos dos meses se registraron globalmente menos emisiones de gases efecto invernadero, una reducción en la presión de la demanda de recursos naturales (excepto en la deforestación de la Amazonía), una aparente “desaceleración” de las tasas de consumo y recuperación de los ecosistemas (como las fotos de los zorros o los osos de anteojos cerca a Bogotá).  A pesar de estas noticias alentadoras estamos lejos de lograr una real transición sistémica ecológica y sostenible, de establecer unas condiciones sociales bajas en carbono, un crecimiento “verde” y respetuoso de su entorno natural.  

El covid-19 frente al medioambiente puede verse como un campanazo, como una chispa incandescente que ilumina posibles escenarios futuros. En primer lugar, nos ha mostrado, casi de forma teatral, lo que puede ser un nuevo estilo de vida (la “nueva normalidad”) y ha señalado algunos puntos que podrían replantearse en el constructo socioeconómico vigente en los últimos 150 años, y que ha tenido nefastas consecuencias para el medioambiente, y que todos conocemos de sobra.

En segundo lugar y en medio de la tragedia de perder seres queridos, el covid-19 nos ha forzado a desarrollar (casi de forma obligada) pequeños cambios comportamentales y, lo mejor de todo, nos ha dado el tiempo de ver los resultados ante preguntas como: ¿podemos hacer uso del carro de forma diferente?, ¿son los productos agrícolas locales igual (o a veces mejor) que los que encontramos en supermercados?, ¿requerimos ir todos los días a la oficina, reduciendo emisiones de GEI?, o ¿vemos el campo y la ruralidad igual que hace tres meses?

Sin duda, ya hay una nueva percepción y conciencia frente a este tipo de acciones que replicadas y multiplicadas de forma colectiva, podrían tener un efecto muy positivo tanto en un mejoramiento del bienestar social como en la conservación de ecosistemas, e incluso en la desaceleración de transiciones globales como el cambio climático.  

Es claro, que estamos solo en el comienzo y puede que una vez pase la pandemia volvamos a la “vieja normalidad” y continuemos por las rutas de desarrollo conocidas.  Podemos tomar el covid-19 como mejor nos parezca: como una desventura que ha limitado nuestras libertades y derechos o como una experiencia de la cual estamos aprendiendo que podemos vivir con menos, a disfrutar más la lentitud o a reestructurar nuestra relación con el medioambiente. Una utopía así potencialmente podría contribuir a tener un medioambiente más armonizado con nuestra condición humana. La gran incertidumbre y pregunta es si el covid-19 nos dará el impulso suficiente para interiorizar estos cambios, o no.  

Santiago
Santiago Briceño

Ante los impactos devastadores del covid, Colombia tomará decisiones sin precedentes para incentivar la recuperación de su economía. Nos endeudaremos en billones y billones de pesos para reactivar diferentes sectores y combatir el desempleo. Esto representa una oportunidad de oro para promover una transición económica justa, que tenga en cuenta los beneficios de la energía del sol y del viento, transporte limpio en las ciudades y agricultura responsable que garantice la protección de la biodiversidad, a la vez que se generan nuevos y mejores empleos. 

Colombia podría tener en cuenta experiencias positivas como las del Reino Unido, en línea con las recomendaciones de la política de crecimiento verde (Conpes 3934). En las últimas décadas, la “economía verde” de este país ha generado alrededor de 400 mil nuevos empleos y ha crecido 4 veces más comparado con sectores tradicionales como minería e hidrocarburos. ¡Solo así podremos aportar de manera significativa con el cumplimiento del Acuerdo de París y los Objetivos de Desarrollos Sostenible, a la vez que reactivamos el aparato productivo de Colombia!

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Como consecuencia del covid-19, las negociaciones de distintos acuerdos internacionales sobre medio ambiente han sido aplazadas. La Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26) se realizará en noviembre de 2021, un año después de lo planeado. El reto para los próximos meses será que los países sigan comprometidos en actualizar sus metas nacionales, más conocidas como NDC, y las hagan más ambiciosas. También, que presenten estrategias de largo plazo a 2050 apuntando a la carbono-neutralidad. Estos procesos estarán influenciados por las decisiones que se tomen a nivel nacional respecto a la recuperación económica post-pandemia. 

Países como Colombia tienen un gran potencial para optar por un modelo económico más sostenible, que les permita acceder a los beneficios ambientales y económicos de una economía baja en carbono. La diversificación de su base económica y el uso sostenible de su capital natural, permitirán al país explorar nuevos mercados internacionales que impulsen un crecimiento sostenido, a la vez que reducen su vulnerabilidad a los efectos del cambio climático.

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Este Día Mundial del Medio Ambiente es un triste hito que pone de presente la voraz destrucción ambiental que está viviendo Colombia. Delante de nuestros ojos se está deforestando la Amazonía, y con ella se está acabando con la biodiversidad que depende de este sistema y afectando de manera contundente el clima. Ya estamos viviendo, por ejemplo,  la ausencia de lluvias en esta época del año. En palabras del Procurador delegado: bosques y biodiversidad “son el pilar fundamental que sostiene el bienestar y el desarrollo de la nación” y estamos acabando con ellos.

Durante la pandemia no ha cambiado el comportamiento delictivo de quienes queman y talan el bosque con fines prioritariamente ilegales, (acaparadores de tierras, disidencias, narcotraficantes y bandas criminales). Pero también hay sectores agroindustriales que deforestan para sembrar ilegalmente palma y eucalipto, aprovechándose de la apertura de carreteras. Esto, para sólo mencionar los principales problemas. Según el reciente informe de la Fcds (Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible) se han destruido 75.000 hectáreas, al 15 de abril del 2020. En el 2019 se había acabado con 55.000 hectáreas. Esto parecería indicar que se ha agudizado la deforestación por la cuarentena, al no haber autoridades ambientales presentes y depender de las Fuerzas Militares y la Policía para someter a la delincuencia.

El Estado colombiano cuenta con las leyes necesarias para acabar con esta “pandemia ambiental”, pero necesita disposición y compromiso para hacerlo. Su reto es controlar la deforestación durante y después de la pandemia. Durante ésta, se deben aumentar la persecución y arresto de quienes queman y talan el bosque y se apropian ilegalmente de las tierras. Después de la epidemia se debe continuar con esta política y ayudar a las organizaciones campesinas a producir legalmente. 

Para ello, el Estado, en su conjunto, tiene que implementar unas políticas coherentes y coordinadas entre sus diferentes estamentos, gobierno nacional y gobiernos departamentales y locales, pues la delincuencia y algunos sectores económicos se aprovechan de la incompetencia e incoherencia y en algunos casos, intereses económicos de la burocracia, para continuar con este flagelo.

Thomas Walschburger
Thomas Walschburger

La naturaleza y en general la biósfera está sufriendo un proceso rápido de desestabilización causado por las recientes transformaciones del ser humano. Muchos pensarán que los cambios que hemos generado han sido positivos y que finalmente hemos logrado domesticar este planeta antes tan inhóspito.

Aún en Colombia y muchas partes del mundo la deforestación se considera como “progreso”, se dice “es importante  incorporar áreas improductivas hacia productivas en beneficio nuestro”. Una selva como la amazónica sólo toma valor si la transformamos en potreros o cultivos, agregan. 

El problema central de nuestra cultura occidental es que perdimos nuestra visión cosmológica, es decir sentirnos que hacemos parte de un gran ecosistema global, llamado biosfera. 

Tristemente el planeta ya no es capaz de autorregularse; las emisiones de gases efecto invernadero han llegado a valores sin precedentes históricos, esto impulsado por la quema de combustibles fósiles, sumado a la transformación de ecosistemas naturales, lo que en conjunto ha generado la ya conocida crisis climática. El calentamiento global, los cambios en patrones de precipitación y la pérdida y fragmentación de nuestros ecosistemas está afectando gravemente a las comunidades de plantas y animales. Las especies se están extinguiendo a velocidades nunca antes conocidas, y lamentablemente no se podrán adaptar a esto cambios tan acelerados. 

Estos graves desequilibrios en la naturaleza han facilitado también que muchas especies “no deseadas” migren a nuestros ecosistemas humanizados, como son los centros urbanos o áreas rurales agropecuarias. Una pandemia, como la causada por el virus covid-19, se dispersó en pocos meses por todo el planeta demostrando, en buena parte, que ya la naturaleza perdió sus mecanismos de control y auto saneamiento. 

La pandemia no es sólo el resultado de sistemas sanitarios precarios como nos lo quieren hacer ver. Nosotros hemos generado el entorno perfecto para la dispersión de las mal llamadas pestes. Fuera de esto, hemos debilitado también nuestros sistemas inmunológicos,  al abusar de antibióticos y un sinnúmero de fármacos, y nos han convencido que la asepsia es esencial para nuestra supervivencia. Terminamos siendo hiperdependientes de un sistema sanitario “antinatural” en un entorno artificializado. 

Creo que debemos replantearnos urgentemente nuestro modelo de desarrollo, basado en la transformación y extracción desbocada de recursos naturales. Siempre ha primado el crecimiento de la economía de consumo sobre la sostenibilidad y el equilibrio natural de nuestro  planeta. Si no volvemos a construir una conciencia colectiva como cohabitantes responsables de nuestro mundo, el futuro como especie estará muy amenazado. Nosotros quizás desaparezcamos, pero la naturaleza retomará de nuevo el rumbo hacia su equilibrio. La especie humana, considerada etnocéntricamente como la más inteligente hasta ahora sobre la faz de la tierra, habrá vivido tristemente menos de 200.000 años, un tiempo totalmente insignificante en la larga historia de la vida, que ya suma más de 800 millones de años. Irónico.

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La pandemia trae retos y también oportunidades en términos ambientales. Hoy, más que nunca, se hace un llamado a pensar cómo lograr hacer un balance entre el uso del suelo y la conservación de los ecosistemas. El covid aparece precisamente por un desbalance en China, donde los animales ya no logran subsistir en ecosistemas transformados, generando problemas de zoonosis. La extinción de especies, el uso excesivo de pesticidas y fertilizantes, la acidificación de los océanos,  la erosión de más del 30 por ciento del planeta y la aceleración del cambio climático ya nos venían alertando que la estabilidad del planeta Tierra y la de nuestro futuro depende de entender los límites planetarios y cambiar el curso desmedido de producción y consumo. 

El covid nos ha mostrado que podemos vivir consumiendo mucho menos. También nos mostró la diferencia en la calidad del aire y en la tranquilidad del silencio. Por otro lado, nos alerta de la fragilidad de los sistemas alimentarios en donde se están perdiendo más alimentos que nunca mientras que muchas personas no han podido comer.  El covid también nos ha mostrado la codicia de muchos, que en medio de la pandemia pretenden acaparar tierras, quemar bosques y acabar con los ecosistemas a la vez que piden acabar con los permisos ambientales en aras del mal llamado “desarrollo”.  El agua, se ha convertido en la salvadora, que nos permite lavarnos las manos para prevenir infecciones y a la vez nos da energía y riego para la agricultura. Los plásticos, después de una batalla por controlarlos vuelven a salir, con todos los problemas por su excesiva utilización.  

Soñando post covid, requerimos soluciones basadas en la naturaleza, empezando por lograr la meta de restaurar el 50 por ciento del planeta con agricultura regenerativa que logre estar más cerca de la gente. Para lograr  alimentar a 9 billones de personas en el 2050 sin seguir agotando el planeta requerimos voltearnos a los sistemas restaurativos, con circuitos cortos de comercio que acerquen a productores y consumidores, disminuir la pérdidas y desperdicio de alimentos que hoy superan el 30 por ciento de lo que se produce y diversificar lo que producimos y comemos. Volver a tener semillas nuestras, valorar los océanos y sus posibilidades de darnos proteínas y darle las gracias a los campesinos que nos dan de comer,  se vuelven imperativos. También necesitamos proteger las cuencas que nos permiten tener agua y energía sin la cual no estaríamos conectados de manera digital. Quisiéramos seguir con una tendencia reducida de consumo y de viajes innecesarios, inclusive al trabajo, que le resten la carga de contaminación al planeta.  

Que bueno sería seguir respirando un aire más puro todos los días y valorar que nos entre el preciado aire a los pulmones sanos. El covid nos pone retos para repensarnos y para soñar con una sociedad más colaborativa, que se vuelque a dar soluciones al desequilibrio del planeta con una nueva economía que se mida por el bienestar de la sociedad y del  planeta.

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Textos elaborados desde la Fundación Gaia Amazonas

A propósito del Día Mundial del Medio Ambiente que se celebra este año en medio de una pandemia global, lo que ha hecho evidente lo vulnerables que somos como especie, desde Gaia Amazonas queremos aprovechar la coyuntura para resaltar la íntima relación entre hombre y naturaleza, y la importancia de las formas de vida de los pueblos indígenas en la protección del medio ambiente. 

El más reciente informe de la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios del Ecosistema (Ipbes) alerta sobre la acelerada pérdida de biodiversidad a nivel mundial y los riesgos que esto implica para la salud de los ecosistemas y las diferentes especies que de ellos dependemos. 

Debido a un sistema productivo que privilegia el mercado sobre la vida, hemos puesto en riesgo nuestra seguridad alimentaria, salud y bienestar. Sin embargo, este informe también reconoce la enorme contribución de los territorios indígenas en la protección de la biodiversidad, pues esta tendencia se ha evitado en los Territorios Indígenas y zonas manejadas por comunidades locales. Por eso en Gaia Amazonas, celebrar la #semanadelmedioambiente es también celebrar las culturas que participan de manera consciente en el sistema vivo que los sostiene, y le dan valor a todas las relaciones que lo hacen posible. Sabemos que la diversidad cultural humana está asociada a las principales concentraciones de biodiversidad que aún quedan, por ello celebramos y apoyamos otras formas de estar y relacionarnos con la naturaleza. Esto es #BiodiversidadEnLaPráctica para celebrar el Día Mundial Del Medio Ambiente.

Lo que en occidente llamamos Medio Ambiente, es entendido por los Pueblos Indígenas amazónicos como un todo, un sistema vivo que los sostiene y del cual hacen parte. Los rituales y las actividades cotidianas como la siembra, cacería, pesca y recolección están estrechamente vinculadas a los ritmos de la naturaleza, garantizando, desde el conocimiento tradicional, el equilibrio natural y energético de la selva amazónica. 

Los Sistemas Alimentarios Indígenas Amazónicos (Saia) no son sólo técnicas para producir alimento, son en verdad un entramado de prácticas y conocimientos económicos, políticos y rituales que constituyen un sistema de uso y conservación de la biodiversidad ¿qué significa esto? 

Debido a que los pueblos indígenas entienden el territorio como una serie de interacciones equilibradas entre sujetos humanos y no humanos, el uso de la biodiversidad que hacen asegura el bienestar el territorio y sus habitantes. La chagra es central dentro de la cosmovisión amazónica, está estrechamente ligada a la identidad femenina, compartiendo el mismo espíritu y sangre con ella, es también el repositorio de la memoria social y el espacio de trasmisión de conocimientos femeninos asociados al “desbravar para alimentar”, transformar el veneno en alimento nutritivo. La Chagra contribuye a la nutrición y diversidad del bosque amazónico, y esto es gracias al conocimiento de los pueblos indígenas sobre cultivos, relaciones entre plantas, suelos y ciclos de producción. 

Para los pueblos indígenas, cada época del ciclo anual presenta una oferta particular de especies de flora y de fauna, características climáticas específicas y enfermedades puntuales. Los tradicionales deben estar vigilando, previniendo y curando para el bienestar socio-ambiental del territorio y para la salud de individuos y de comunidades enteras. Producto de siglos de antropización del medio selvático, los sistemas de conocimiento indígenas se basan en la noción de “curación de mundo”, que integran el manejo del territorio, de la salud, y de la alimentación. 

De la pervivencia de los Sistemas Alimentarios Indígenas Amazónicos depende la resiliencia de la Amazonía y su capacidad de seguir cumpliendo funciones clave en la regulación del clima global y el sostenimiento de la biodiversidad del planeta, así como de la prevención de nuevas enfermedades contagiosas. Convencidos de que los sistemas de subsistencia locales son una medida preventiva ante las enfermedades contagiosas del mundo no indígena, en Gaia Amazonas construimos una estrategia para atender la Emergencia por covid-19 en los Territorios Indígenas de la Amazonía. 

En su primera fase, enviamos Kits de Aislamiento para las comunidades de Vaupés y Amazonas que les permitirán abastecerse sin salir de sus territorios durante dos meses, fortaleciendo los Sistemas Alimentarios Indígenas Amazónicos (Saia). Incluyen herramientas como nylon, anzuelos, sal, jabón, linternas y encendedores para que los hombres continúen con sus actividades de rebusque y cacería, y las mujeres puedan mantener las chagras empleando semillas propias. Cada kit contiene insumos para una familia de cinco integrantes.

Colombia, como anfitrión de esta emblemática fecha, ha aceptado la invitación de Costa Rica de hacer parte del High Ambition Coallition Group, un grupo de países líderes en las discusiones sobre biodiversidad que se ha comprometido con la meta de aumentar el 30 por ciento de las áreas terrestres y marinas del mundo bajo figuras de protección al 2030. Esta es una oportunidad para que se reconozca la contribución que hacen los territorios en la protección de la biodiversidad, y se valoren sus sistemas de conocimiento en beneficio de la sociedad como un todo.

Katherine Casas Pérez
Katherine Casas Pérez

El tema de este año, en que Colombia es país anfitrión, es la conservación de la biodiversidad. Es el momento perfecto para que el Gobierno Nacional comunique sus respuestas frente a los principales desafíos que tiene el país para su protección y cuidado. 

Somos uno de los países más megadiversos del mundo, pero a la vez tenemos retos ambientales en torno a la calidad del aire, el cambio climático y la conservación. Este último está estrechamente vinculado con la defensa de la Amazonía que pide “a gritos” ayuda para su protección. Estamos a tiempo de recuperar y salvar con acciones estratégicas este vital ecosistema.  

Sumado a lo anterior, no podemos olvidar la transición energética; un tema que por la crisis sanitaria ha generado muchas reflexiones. Lo principal es que Colombia debe generar y construir políticas que fortalezcan este proceso para así acelerar hacia un modelo energético más sostenible, ambiental y económicamente viable, alejado de la alta dependencia al petróleo.

Alejandro Daly
Alejandro Daly

Uno de los retos más grandes es continuar el momentum de las movilizaciones globales para exigir acciones concretas para combatir la crisis climática. El covid-19 ha representado un cambio drástico para todo el mundo, incluyendo el mundo de la movilización y el activismo ciudadano. ¿Cómo protegernos del virus y al tiempo no perder de vista la emergencia climática y ecológica? Son muchos los retos que se le vienen a los movimientos y colectivos ambientales en el mundo y en Colombia. 

En algunos casos, los gobiernos están aprovechando esta oportunidad para saltarse procesos fundamentales propios de la democracia ambiental como la consulta previa. En otros casos, como por ejemplo, en movilidad sostenible, muchos gobiernos a nivel mundial y a nivel local en Colombia decidieron impulsar medios de transporte sostenible como la bicicleta, creando nuevos bicicarriles temporales en calles y avenidas que antes se pensaban inviables.

Uno de nuestros grandes retos como ambientalistas es lograr que esos cambios temporales se conviertan en cambios permanentes para impulsar ciudades más sostenibles. Estamos frente a un momento decisivo para el ambientalismo, ya conocemos cómo se ve una crisis mundial. Así se vería el planeta si sigue aumentando la temperatura. Lograr que las personas y los gobiernos sientan la urgencia que sentimos, ese es el punto clave.

Eduar Martínez Segura
Eduar Martínez Segura

La mayor preocupación por las medidas de bioseguridad adoptadas desde la aparición del covid desde el punto de vista ambiental se centra en los impactos generados por el consumo masivo, tanto de elementos de bioseguridad de un solo uso necesarios para la protección de profesionales de la salud y todas las profesiones que requieren contacto cercano, así como el aumento en el consumo de agua. 

El desecho, en muchos casos descontrolado, de elementos de bioseguridad desechables es altamente preocupante, pues los avances alcanzados en la reducción del uso de elementos plásticos y desechables dará un reversazo significativo, perdiéndose así años de sensibilización en materia ambiental. Pero resulta aún más preocupante la disposición final de los residuos hospitalarios (tales como tapabocas, guantes, batas, gafas, cofias, caretas protectoras, jeringas, agujas, bolsas de suero y de sangre, elementos para intubación, etc.) especialmente en los momentos del pico epidemiológico y en pequeños municipios donde no existen mecanismos de incineración de dichos residuos o donde podrían resultar deficitarios, generando otros posibles riesgos.

Respecto al consumo del agua, por causa del lavado constante de manos y superficies,  según estimativos de la Eeab, en Bogotá solo por el lavado de manos el aumento de consumo de agua estaría alrededor de un metro cúbico por segundo. 

Por otra parte, la Pandemia se convirtió en excusa para que en el mes de abril el Ministerio del Interior pretendiera flexibilizar las consultas previas con pueblos indígenas, afro, ROM, raizales y palenqueras, recomendación aprovechada por empresarios quienes pidieron que dicha simplificación además se extendiera a licencias ambientales y de regalías, bajo el viejo argumento que estos procesos frenan el desarrollo económico del país, poniendo de este modo en riesgo territorios ancestrales donde se pretenden llevar a cabo proyectos mineros o de hidrocarburos, violando de este modo la garantía de participación efectiva de estas poblaciones sobre la toma de decisiones sobre sus territorios.

Y aunque no todo es malo, pues el confinamiento mundial también generó mejoras en la calidad del aire y de cuerpos de agua, es importante prender alertas por el desconfinamiento y promover compromisos ambientales post pandemia. El consumo de combustibles va a aumentar, pues hace parte de las medidas de cuidado la disminución del uso de transporte público, lo que aumenta el uso de vehículos particulares, y en consecuencia el aumento de la emisión de gases. Del mismo modo, si al levantar las medidas de aislamiento social las industrias salen con el objeto de recuperarse económicamente sin una ética ambiental que se piense una sociedad con menos emisiones de carbono y menos acciones de gran impacto sobre los ecosistemas, la crisis climática irremediablemente empeorará. 

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El medio ambiente puede ser de los sectores más perjudicados de nuestro país en la coyuntura del covid-19 por dos razones principalmente. La tensión mediática que genera la pandemia aleja los focos de atención respecto a eventos desastrosos contra el medio ambiente como los incendios forestales que en 2020 ya han afectado más de 53.000 ha en Colombia o la invasión de terreros al Parque Entrenubes de Bogotá, quemando y talando los individuos arbóreos presentes en más de 18 hectáreas en la mitad de la ciudad. Y segundo, en un país con recursos limitados y necesidades exorbitantes, más aún en un escenario post covid, el medio ambiente seguirá con muy pocos recursos asignados en los Planes de Desarrollo – Nacionales y Distritales/Municipales, en donde proyectos con un impacto ambiental determinante son los primeros descabezados de la lista (1,1 por ciento para el Pacto por la Sostenibilidad – producir conservando y conservar produciendo del Plan Nacional de Desarrollo 2018 – 2020 y 1,3 por ciento del Plan Distrital de Desarrollo de Bogotá 2020 – 2024 para el Sector Ambiente recientemente aprobado).

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Todos los días aprendemos sobre esta crisis global y sus consecuencias. Lo que nos muestra es que somos ante todo vulnerables y que la interdependencia era mucho más real de lo que nuestro estado de conciencia nos permitía vislumbrar. Ahora entendemos que el aleteo de una mariposa puede causar un huracán a cientos de millas de distancia. Esto es importante para aquellos que trabajamos en temas de medio ambiente porque sabemos que las consecuencias de una crisis global por cambio climático pueden llevarnos a un viaje sin retorno de extinción en masa. Del adecuado manejo que le demos a esta pandemia como planeta, como nación y como región dependerá en gran parte que seamos capaces de dar soluciones adecuadas para asegurar nuestra permanencia como especie. 

Hoy nos encontramos con que reportes como el US Energy Information Administration nos puntualizan que por primera vez desde la revolución industrial el consumo de energías renovables supera el consumo de energías fósiles como la derivada del carbón en los Estados Unidos. Vemos que el Acuerdo Verde en Europa está dando frutos. 

A nivel nacional, el covid ha puesto en evidencia que la descentralización del poder estatal es necesaria, que la autogestión de la Juntas de Acción Comunal o la de los Cabildos Indígenas toman acciones en pro del interés común. Vemos que a pesar de las dificultades en salud pública a nivel urbano, un campo saludable y con prácticas sostenibles es la clave para salir adelante.

En estos momentos, quienes más han sido afectados son los trabajadores informales e independientes en las ciudades por las grandes inequidades de nuestra sociedad. Si la pandemia se hubiese ensañado primero con el mundo rural, ¿qué panorama estaríamos enfrentando? Hoy toma mayor relevancia la lucha contra la deforestación, la gestión integral de nuestros recursos hídricos, los sistemas silvopastoriles, la implementación de incentivos como los pagos por servicios ambientales, las licencias ambientales, la práctica de la consulta previa, etc.

Sin embargo, existen fuerzas que buscan debilitar estos avances porque ahora más que nunca necesitan generar ganancias en el corto plazo para superar los efectos del covid. En los Estados Unidos, el presidente Trump está adelantando la desregulación ambiental prometida durante su campaña del 2016. En Colombia hay grupos que están solicitando acabar con la consulta previa y con las exigencias de la licencia ambiental para recuperar el tiempo perdido. 

Es ahora cuando más vigilantes debemos ser para que las intervenciones en las regiones sean respetuosas de los enfoques diferenciales y acordes con las necesidades del entorno social y natural. El desafío es inmenso. Hay que procurar cerrar las dificultades en materia de acceso a información y a tecnología en las regiones para que la capacidad de autogestión de las comunidades sea una realidad. Tenemos el reto de hacer realidad las recomendaciones de la Ocde: mejor institucionalidad, mayor conciencia y gestión ciudadana.

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Un enorme reto ambiental durante y después la emergencia sanitaria del covid-19 es controlar la deforestación en los bosques más amenazados. Mientras las autoridades y las comunidades rurales adoptan medidas para minimizar el contacto físico entre pobladores y funcionarios, como suspender las visitas de campo o bloquear el acceso a los lugares de intervención, múltiples actores incrementan las tasas de deforestación, sea para lograr un sustento o para sostener sus negocios.

Para enfrentar este problema, se requiere seguir construyendo alternativas sostenibles con las comunidades rurales, con métodos que puedan hacer llegar los recursos necesarios, sin incurrir en riesgos de contagio. Propuestas como protocolos estrictos para las visitas de campo, o la renta básica universal rural (que no requiere de comprobación de requisitos para recibir recursos), pueden ser buenas opciones. Por otro lado, es necesarios que las medidas coercitivas se centren en las élites más poderosas de la deforestación, y no en las más vulnerables, como está ocurriendo con la política de erradicación de cultivos de uso ilícito durante la emergencia sanitaria.

Silvia Lopez Casas
Silvia Lopez Casas

En el marco de la pandemia ya existe un número creciente de reportes de la aparición de elementos como los tapabocas están siendo arrojados al campo, los ríos o al mar, por lo que se acumulan en las playas de ríos y oceanos, donde la vida acuática puede confundirlas con comida, causando la muerte a un posible gran numero de especies. Así, la pandemia han agravado el problema ya existente de la contaminación por plásticos, al mismo tiempo que generan preocupación por la posible propagación de gérmenes.

Por otro lado, con la pandemia se ha incrementado la demanda y uso de elementos desinfectantes en la limpieza, que finalmente son lavados y transportados desde las ciudades o centros urbanos, a través de los alcantarillados, hasta los ríos u otros ecosistemas acuáticos, en donde no solo acaban con algunas especies responsables de la depuración y descontaminación de nuestras aguas, sino que también se acumulan y tienen impactos tóxicos en especies de macroinvertebrados como cangrejos, camarones e incluso algunos de los peces que consumimos. Aunque generalmente ha sido dejada de lado, los ecosistemas de agua dulce proporcionan servicios insustituibles tanto para la naturaleza como para la sociedad.

Al mismo tiempo que la sociedad se enfrenta a la pandemia, desconocemos que nos encontramos atravesando lo que se ha denominado como la "crisis de la biodiversidad de agua dulce". Los ecosistemas de agua dulce y sus hábitats ribereños asociados se encuentran entre los más diversos desde el punto de vista biológico en la Tierra y tienen un valor económico, sanitario, cultural, científico y educativo incalculable. Sin embargo, los impactos humanos en lagos, ríos, arroyos, humedales y aguas subterráneas están reduciendo drásticamente la biodiversidad y robando recursos y servicios naturales críticos de las generaciones actuales y futuras, con pérdida de especies incluso a tasas más rápidas que en los ecosistemas terrestres.

Actualmente, aproximadamente un tercio de todas las descargas mundiales de agua dulce pasan a través de la infraestructura humana agrícola, industrial o urbana, que sin regulaciones y/o falta de tratamiento están acabando con las especies que invisiblemente nos brindan tantos beneficios: depuran el agua, mantienen las cadenas alimenticias animales y humanas, reciclan los nutrientes y controlan la aparición y aumento de especies que pueden ser consideradas dañinas, bien sea porque se constituyen como plagas o vectores de enfermedades para los humanos.

Las principales amenazas a la biodiversidad de agua dulce están bien documentadas: la alteración del flujo, la contaminación, la degradación y pérdida del hábitat, la sobreexplotación y la introducción de especies no nativas e invasoras. Sin embargo, falta una acción coordinada para revertir su disminución.

Algunas de las acciones propuestas para ésto son: i) gestionar el uso de los recursos hídricos de modo que se garanticen flujos más naturales en los cauces de los ríos; ii) regular el uso de productos tóxicos y gestionar los vertimientos para mejorar la calidad del agua; iii) proteger y restaurar hábitats críticos, lo que traerá beneficios no solo para la biodiversidad, sino también para los humanos; iv) mejorar la gestión de los recursos hidrobiológicos para mitigar o evitar la sobre-explotación; v) evitar y controlar la introducción e invasión de especies exóticas (no nativas) y vi) realizar planificación a escala de macrocuenca de represas y otras infraestructuras en los ríos, de modo que se mantenga la conectividad entre los ecosistemas de agua dulce, necesaria para la reproducción y supervivencia de múltiples especies acuáticas, dentro de las que se encuentran los peces migratorios, de los que dependen miles de personas en nuestro país.

Diego
Diego Lizcano

La pandemia de COVID-19 ejemplifica cómo los impactos humanos negativos en la biodiversidad y el medio ambiente pueden tener serias consecuencias humanitarias, sociales y económicas generalizadas en todo el mundo. La necesidad de la protección de la biodiversidad es mucho más evidente ahora que nunca, particularmente en el contexto donde se espera que aumente el hambre y la pobreza como producto de la pandemia. 2020 se ha convertido en un año de reflexión, oportunidad y soluciones, una oportunidad para que el mundo incorpore la biodiversidad y medio ambiente en las estrategias de recuperación post COVID-19 . Aunque muchas de las reuniones y eventos (como la COP) planificados para el 2020 han sido pospuestos, es crucial no perder el impulso global para proteger la biodiversidad. Curiosamente los comentarios previos del debate se refieren a la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26). Nadie menciona la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Convenio de Diversidad Biológica (COP15). Pareciera que la discusión del carbono y los gases de efecto invernadero han engullido a la biodiversidad y esta ya no figura en las discusiones políticas internacionales. En términos de biodiversidad ya hay unos directamente afectados, son los murciélagos! Acá una interesante infografía para ayudarlos: https://twitter.com/CarrascoFarah/status/1269018378330570761/photo/1

Brigitte
Brigitte Baptiste

El Coronavirus no tiene ningún efecto directo sobre la biodiversidad y el ambiente. Las medidas de control y los ajustes adaptativos económicos y sociales si, en diverso grado. Para Colombia, ha sido el momento en que la delincuencia aprovechó para acelerar la deforestación Amazónica y arreciar la violencia contra líderes sociales en regiones en disputa por narcotráfico y minería ilegal. La disminución de emisiones y otros efectos en los ecosistemas serán efímeras. Eventualmente lo único que perdure es la conciencia del costo, esfuerzo y dificultades para alcanzar una reducción permanente de gases de efecto invernadero y algunas reformas que en la emergencia de la pandemia mejoren la gobernanza, con efectos colaterales positivos. De la adquisición de conciencia, mejor no arriesgarse a hablar...

*Este es un espacio de opinión y debate. Los contenidos reflejan únicamente la opinión personal de sus autores y no compromete el de La Silla Vacía ni a sus patrocinadores.

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