Por los enfrentamientos armados y las fumigaciones con glifosato, entre finales del XX y principios del XXI, Mocoa recibió cerca de 14 mil desplazados de todo el departamento que duplicaron su población. Muchos de ellos se asentaron las partes altas, cerca de las fuentes de agua. Al parecer, ellos no sabían de los serios estudios que hicieron agencias nacionales durante los ochenta y noventa y en lo que precisaron los riesgos de avalanchas –o de avenidas torrenciales, como las llaman los expertos-, y los lugares por donde ellas podrían pasar, las casas que podrían arrasar y hasta el posible número de muertos. El Consejo aprobó un presupuesto para prevenir los desastres pero, pronto, le dio otro destino a ese pequeño presupuesto. Hubo exceso de confianza. Hace un año, los pobladores quedaron aturdidos, golpeados, traumatizados. Pues aunque siempre hubo rumores de lo que podría pasar, no imaginaron su magnitud. El desastre afectó en gran medida a las comunidades indígenas que vivían en la parte alta de la montaña. Ante esta situación hubo intentos de investigar cómo reconstruir la ciudad de manera participativa, teniendo en cuenta cada una de las culturas, sus nociones de espacio, de tiempo, de fiesta. Querían soñarla para reinventarla. Pero el entusiasmo, parece, que se ha ido quedando en el camino. Por su parte, los periodistas de Mocoa -que vivían enfrentados por sus tendencias políticas- lograron hacer un noticiero común y este hecho sugirió un camino de integración. Pero no duró mucho tiempo. Un año después, se percibe que los habitantes de Mocoa gravitan entre el escepticismo y la esperanza.
¿Cuál es el balance de la reconstrucción de Mocoa?
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Expertos
La percepción que queda es que el Estado ha reaccionado pero que ha sido de una forma lenta. Hay obras de contingencia en el acueducto, de reconstrucción de viviendas e infraestructura, pero no llegan con la eficiencia que deberían llegar. Pero hay un vacío frente al rediseño del ordenamiento territorial. No se ha discutido de fondo la planeación del territorio alrededor del agua. No hemos hecho ni revisión ni una actualización.
Sin estar desde Mocoa, puedo decir que el apoyo del Estado en recuperar, desde lo más urgente, como las viviendas o el acueducto, hasta temas rurales o de productividad, ha sido muy lento. Pero, más allá de los temas de infraestructura y reconstrucción, hay un tema mucho más urgente. Se trata de la reconstrucción social. Lo social no tiene espera. Es urgente que se restablezcan las oportunidades de trabajo, el capital social, la educación, la cooperación entre los vecinos, etc.
La lección más importante que nos ha dejado la tragedia de Mocoa es que esa matriz de riesgo la tenemos en Florencia (desde donde escribo) y en muchas ciudades del país. Esa tragedia debe alertar a todas las autoridades, oficinas de riesgos, habitantes de zonas de alto riesgo, para que esa tragedia no se repita en muchas otras ciudades. Más ahora que viene el invierno. Las ciudades de Colombia están rodeadas de ríos. Con todo el proceso de deforestación, especialmente en el Caquetá, ya hay una alerta roja.
Sin estar totalmente enterada del proceso de reconstrucción de Mocoa, si quiero hacer una reflexión alrededor de todas las ciudades del piedemonte amazónico. Por ejemplo, Florencia Y sin embargo, no se han visto planes para mitigar los efectos del invierno. Por el contrario, siguen llegando las petroleras y vemos los procesos de deforestación acelerados, en Caquetá uno de los más altos del país. ¿Que se está haciendo desde lo institucional para salvaguardar nuestros contextos amazónicos? Lo de Mocoa puede suceder en cualquier lugar de esta región. Hay viviendas informales que están en las zonas de laderas cercanas de los ríos. Estamos con un alto riesgo de desastre.
La reconstrucción de Mocoa por parte del Gobierno como plan institucional ha tenido varios falencias. La primera es que gran parte del programa se centralizó desde Bogotá. Eso impide agilidad y sobre todo conocimiento de los quehaceres propios de la región que generalmente agilizan y facilitan los temas de contratación y ejecución de recursos. En segundo lugar, ha habido gran preocupación porque también la gente necesitaba respuestas más ágiles, más rápidas. Eso generó muchas incertidumbres, y esas incertidumbres colapsan los procesos. En ese orden de ideas, se debió buscar soluciones de primera mano que dieran posibilidad de hacer las de mediano y largo plazo. Lo que evidencia esto es que en Colombia no estamos preparados para los desastres y deberíamos tener con estas experiencias una enseñanza hacia futuro para poder posibilitar estrategias que estén a la mano y que permitan eficiencia, eficacia y sobre todo agilidad en los procesos que se tengan que hacer en desastres como los vividos en Mocoa.
Viendo los resultados de ejecución, el panorama es terrible después de lo que prometieron. Tengo dos preguntas. 1) ¿Quién rinde cuentas sobre esta ejecución? ¿el ministro Villegas como designado por el presidente en un principio o el fondo de desastres?; 2) ¿Qué políticas anticorrupción se están implementando? Se sabe que en los desastres es el momento en que hay mayo apropiación de dineros y sobornos por la contratación directa que implica la emergencia. ¿Qué están haciendo las ías?
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