En el 2020 considero que Bogotá se enfrenta a tres grandes retos.
Uno es entender y volver a pensar sus relaciones ambientales. Esto viene de superar una visión muy simplista y lineal que tenía la alcaldía de Enrique Peñalosa sobre el medio ambiente. Entenderlo más allá de una serie de parques lineales, canchas sintéticas o de pocas especies sembradas de árboles. Hay que superar esa visión de que la naturaleza es un aspecto aparte del hombre y que además está a su servicio para transformarla y degradarla o urbanizarla. Entonces creo que tenemos que empezar a pensar la relación entre seres humanos y naturaleza como un tema de transformaciones y necesidades mutuas, vitales para la permanencia de la vida en el territorio Bogotano. Entonces tenemos que incluir en cómo nos pensamos a Bogotá como espacios que le abren opciones a seres vivos que no necesariamente son humanos.
Esta visión se debe reflejar como condicionante a cada una de las acciones que se propongan en el POT. Esto hace que lo ambiental sea un eje transversal al plan y la forma de hacerlo es justamente poniendo como eje central la estructura ecológica principal, que va más allá de unos parques urbanos o de unos cuantos espacios verdes. Hay que entender que Bogotá se asienta en un esqueleto del cual depende su vitalidad y su viabilidad como espacio de vida para sus pobladores.
Entonces creo que es clave el pacto ambiental que firmó Claudia López con una serie de organizaciones ambientalistas de la ciudad y de su ruralidad. Acá, en varios puntos se recoge buena parte de la estructura ecológica principal, y da que una expectativa de que, si se cumple el pacto, se va a fortalecer y a proteger esa estructura ecológica. Así es que creo que cualquier acción del POT, sea de transporte, infraestructura pública, inversiones o construcción, debe considerar como condicionante los aspectos ambientales, por ejemplo, la mejora de la calidad del aire, de los espacios verdes en la ciudad, la diversificación del arbolado. Se debe considerar la vida no humana dentro de la ciudad y en la ruralidad como polinizadores, aves, y especies que también habitan en el territorio y que el POT también debe considerar.
Otro elemento clave es reconocer la ruralidad y sus habitantes. Bogotá tiene ruralidad y tiene campesinado, y esa población campesina habita unos ecosistemas fundamentales, creadores de agua, páramos, cuencas hidrográficas y otros espacios qué hay que proteger reconociendo que en ellos habita gente que se organizando a lo largo de varias generaciones, y ha generado iniciativas y propuestas que permiten la permanencia cultural y de sus prácticas campesinas, armonizadas con la conservación de ecosistemas. Una de esas propuestas es la figura de zonas de reserva campesina, que ya está lista para ser constituida en el Sumapaz pero ha tenido unas trabas políticas. Estas son unas figuras alternativas de conservación entonces sería un gran regalo para Bogotá que la alcaldesa entrante ayudara a impulsar esa figura.
El tercer reto es entender la participación como un asunto de ampliación de la democracia y no solo como un tema de divulgación de la política pública. Hay que reconocer los procesos comunitarios o barriales que son propuestas concretas e inteligentes y adaptativas de la gente a las necesidades de sus territorios. Entonces gestión pública participativa debe partir del reconocimiento de ese saber hacer y de esa capacidad de la gente de encontrar soluciones a los problemas. No entender la participación solamente como un tema de divulgación de políticas públicas ya formuladas, rígidas y sin ningún tipo de posibilidad de co gestión o co creación.
Bogotá y su ruralidad se transforman de la mano con las iniciativas que hay de colectivos y acueductos o redes de veeduría ciudadana que pueden enriquecer la gestión de la nueva alcaldía.