Aunque es indudable que la representación de las mujeres ha aumentado, el campo de la política sigue estando mayoritariamente dominado por hombres. Y lo más triste es que los partidos progresistas no son los que mejor representación de mujeres tienen.
En realidad, no basta con grandes declaraciones de principios: los partidos deben tener políticas activas para favorecer la participación de las mujeres y asegurar su representación en las instancias importantes. Por ejemplo, las listas abiertas con voto preferente (para Congreso) penalizan a quienes no tienen alta figuración, a quienes no disponen de una fortuna para hacer campaña; en síntesis, a quienes no han acumulado un capital político, económico y simbólico.
En primer lugar, discriminan a las mujeres, pues aunque ellas son muy capaces, trabajadoras y buenas lideresas, tienen desventajas históricas, como haber llegado más recientemente a la política o no haber logrado puestos de figuración por la ausencia de democracia interna dentro de sus propios movimientos. Las listas cerradas con cremallera -o sea, con alternancia de mujeres y hombres- son las únicas que garantizan algo de paridad. Hoy los partidos modernos, sobre todo los partidos progresistas, están atentos tanto a la agenda -los derechos sexuales y reproductivos, y la disminución de la brecha salarial entre hombres y mujeres- como a los procedimientos para que más mujeres logren ingresar y ser escuchadas en esos movimientos.
Un segundo frente para incentivar la participación de las mujeres es ser muy severos con las manifestaciones sexistas, es decir con las expresiones insultantes fundadas en el sexo. A las mujeres políticas se les ataca, y mucho, con injurias sexistas. En días pasados publiqué un artículo donde recojo algunas injurias dirigidas contra destacadas mujeres políticas colombianas. Todas provienen de cuentas en Twitter de personas que se consideran gente respetable, humanistas, periodistas, influenciadores, profesores. Son un ejemplo de la banalización del insulto sexista. Pienso que los dirigentes políticos y los influenciadores profesionales, deberían estar atentos a esto y exigir respeto en las redes sociales. Hacer política es exponerse al escrutinio público, eso es evidente. Pero en un país que ha naturalizado tanto la violencia como forma de expresión, como es Colombia, ese escrutinio público se ejerce de una forma no argumentada, sino violenta, y parece que todas las formas de maltratar al rival valen. Las mujeres políticas reciben, además de los insultos habituales, decenas de injurias por su condición de mujer. Es evidente que ninguna mujer quisiera ser tratada así. Si el costo de involucrarse en la política implica someterse a esto, es muy posible que muchas mujeres prefieran hacerse a un lado.