Carnaval de Barranquilla: quien lo maneja, quien lo goza

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Esta historia hace parte de la serie de La Silla Vacía que pretende contar cómo se ejerce el poder por dentro de varios escenarios clave en la política y la cultura.

Esta historia hace parte de la serie de La Silla Vacía que pretende contar cómo se ejerce el poder por dentro de varios escenarios clave en la política y la cultura.

Convengamos que para hablar del poder en el Carnaval de Barranquilla hay que tener antes bien clara una cosa: estamos hablando del amor de la vida de una ciudad. “El Carnaval es como la madre, lo primero”, dice un abogado que casi todas las tardes, desde noviembre, sale de su oficina a ensayar a un parque con la comparsa en la que bailará durante la Batalla de Flores.

En esta esquinita entre el río Magdalena y el Mar Caribe, en realidad no celebran tanto que llegue diciembre sino que entonces está más cerca la Guacherna. Prepararse para los cuatro días de la fiesta es deporte nacional el resto del año. Desde la modista que confecciona disfraces, el gran gerente que participa en un desfile, el tendero que se tiene que abastecer, la muchacha que sueña con ser reina, el abuelo que prende la verbena en su calle... todo el mundo de una manera u otra se pasa la vida esperando esta jornada de éxtasis colectivo que está a punto de empezar oficialmente.

Todo el mundo porque, a diferencia de las tristemente excluyentes Fiestas de noviembre de Cartagena, en Barranquilla el goce es transversal y en delicioso tiempo de transgresión, máscaras y desborde, como en la canción de Serrat, el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailan y se dan la mano sin importarles la facha. Al son del tambor, el profesor brinda con el alumno, la hija de su casa danza con el vendedor de esquina al que nunca saluda y el dueño de la empresa se abraza con el empleado que le sirve el café.  

Acaso sea este el poder más fuerte (y obvio) de la juerga: generar un temblor que por unas horas subvierte el orden establecido.

Pero en una orilla distinta a lo emocional, el Carnaval barranquillero es una tremenda parranda que mueve unos 45 mil millones de pesos, según cifras de la Cámara de Comercio de Barranquilla (que es socia de Carnaval S.A., la empresa mixta que maneja el evento). Y que genera cada año 8 mil empleos directos y unos 22 mil indirectos, entre bailarines, maquilladores, músicos, peluqueros, almacenes de telas, empresas de sonido, talleres de costura y más, de acuerdo con números, oficiales también, de Carnaval S.A.

Otro dato evidencia el alcance de la movida turística: por estos días la aerolínea Avianca tiene 12 vuelos adicionales hacia la ciudad, según nos informaron en la Alcaldía.

Quienes hoy mueven los hilos en la organización de la fiesta poderosa que incide así en la vida de la gente y la economía, hacen parte de una encumbrada élite con envidiables relaciones públicas y manejo de recursos.

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(Video del desfile de la Guacherna que ha causado una polémica a Carnaval S.A., porque en él se ven vestidos con el logo de una empresa. Carla Celia anunció una carta pidiendo publicidad responsable). 

Entre lo privado y lo público

Resulta que entre los 70 y 90 alrededor del Carnaval, cuya primera alusión escrita data de 1826, además de los tradicionales garabatos, congos, cumbiamberos y danzas negras, desfilaban chorros de políticos y politiqueros que aprovechando su posición de privilegio usaban la fiesta, cómo no, para intentar buscar votos.

Para 1992, los concejales de la ciudad tenían asiento en una junta permanente que manejaba el evento a instancias de la Alcaldía. Así es como, por ejemplo, casi todas las ayudas públicas a los grupos folclóricos terminaban como objeto de una perversa transacción: yo te consigo los recursos y tu me das apoyo en las urnas. Igual para la elección de una reina de barrio. Incluso llegó a ser común ver bailarines desfilando con la camiseta del respectivo padrino político.

El mal manejo era tal que un año antes había estallado en medios un escándalo por la pérdida de la plata de la taquilla del Festival de Orquestas, que hace parte del Carnaval.

En general, el viento soplaba en contra de la ciudad. Aún se padecía el caos por el colapso de los servicios públicos en los 80, cuando a las Empresas Públicas Municipales las desbordó el clientelismo y dejaron de funcionar. Los clanes Name y Gerlein llevaban años controlándolas. Y el alcalde saliente, Miguel Bolívar Acuña, declaraba a la prensa que sencillamente no había podido dejar ninguna obra importante para los ciudadanos.

Fue entonces cuando, como la Barranquila política lo recuerda bien, la ciudad vio emerger con fuerza a un grupo de conocidos empresarios, dirigentes y académicos con un discurso de cambio frente a esas costumbres políticas. Ellos se la jugaron y ganaron, por un lado, con la candidatura de Gustavo Bell a la Gobernación. Y, por otro, con la promoción y creación de una sociedad de economía mixta para manejar el Carnaval: Carnaval S.A.

Ese grupo con intereses y poderosas relaciones es conocido en muchos corrillos como “el cartel del suero” (una denominación con connotaciones negativas, cuya autoría es atribuida a sus contradictores y tiene que ver con que algunos sean oriundos de las sabanas de Córdoba y Sucre), y entre sus miembros más conocidos han señalado a los exministros Arturo Sarabia Better y Guido Nule Amín (papá de Guido Nule Marino, una de las cabezas del carrusel de la contratación de Bogotá, y suegro del alcalde Álex Char), y a una de las cabezas visibles de la Fundación Santo Domingo, Pablo Gabriel Obregón.

Precisamente, esta fundación y la Cámara de Comercio de Barranquilla (cuyo manejo ha sido históricamente atribuido a ese grupo) son los socios mayoritarios junto a los cuales el Distrito creó en 1992 Carnaval S.A., con la misión de organizar la fiesta anual con pulcritud e independencia de los intereses politiqueros.

Hoy, efectivamente, no está el pequeño político de turno ofreciendo recursos a los bailarines a cambio de votos. En cambio, hay un grupo de privados que tiene el control de todo en el evento, lo que le ha valido las críticas de quienes creen que éste debería ser manejado por el Estado.

 

Carnaval S.A., en donde la Alcaldía tiene una participación del 46 por ciento, maneja un festejo que le significa a sus cabezas estatus y muchas relaciones públicas. Ellos reciben cada año a poderosos de todas partes del país (incluyendo casi siempre al Presidente). En su papel de organizadores-anfitriones, demuestran tener conexiones y poder al relacionarse con ese tipo de invitados. A su vez, estos se sienten parte de algo muy exclusivo.

Estas personas inciden en la boletería y los palcos, que son adjudicados en junta directiva para su comercialización. Aunque la tradición histórica es disfrutar el festejo desde los bordillos de las calles, la modalidad de palco permite ver mejor los desfiles. La Alcaldía siempre tiene uno. Carnaval S.A. los maneja porque el Distrito les permite el uso y la explotación del espacio público, debido a que como socio no les aporta plata.

La entrada a los palcos deja unos cuatro mil millones de pesos anuales, aunque la directora de Carnaval S.A., Carla Celia, explica que eso apenas es una parte de los recursos que necesitan para hacer el evento. En total, invierten en cada ocasión unos 10 mil millones de pesos. Los seis mil millones restantes, prosigue Celia, son aportes privados.

Esa es la fiesta oficial, aparte de una más espontánea que se vive al tiempo en calles y callejones de La Arenosa. Sus eventos principales son los desfiles de la Batalla de Flores, la Gran Parada, el concurso de joselitos, el Festival de Orquestas, entre muchos otros. Organizar todo eso implica un trabajo que comienza casi desde que se termina el Carnaval del año anterior.Un grupo base de unas 15 personas trabaja permanente en esta empresa que desde mayo está gestionando recursos, haciendo la lista de homenajeados, escogiendo jurados, armando la programación, reservando los espacios, convocando a los proveedores.

Se estima que un millón y medio de personas asisten a ese programa formal. No todas pagan y de hecho Celia explica que todos los eventos tienen su parte gratis y que el 15 por ciento del presupuesto de la empresa se va en estímulos para los grupos. "La persona que no tiene el dinero para asistir a un palco en la Batalla de Flores, que vale 240 mil pesos el más costoso, puede ir a un mini palco por 80 mil pesos y también hay sectores gratuitos en la Vía 40... La producción del Festival es muy grande y no se alcanza a cubrir con los patrocinadores, por eso se cobra".   

Sobre el tema de la plata, hace un año y tres meses la Contraloría Distrital anunció que al revisar los estados financieros de Carnaval S.A. había detectado un hallazgo fiscal por 776 millones de pesos. Celia respondió enseguida que no existía ningún detrimento y hoy asegura que las puertas de la empresa siempre han estado y seguirán abiertas a las auditorías. Del proceso no pudimos tener noticias porque hay un nuevo Contralor y el que estaba nos dijo que no precisaba los resultados. (Hablando de este asunto con Celia en su oficina, le pasaron una llamada de alguien de la Contraloría que quería unas boletas).

Carla Celia es el rostro más conocido de la organización de la fiesta. Pero, por supuesto, no es el único ni el que toma todas las decisiones. La mayor instancia, de hecho, es la junta directiva presidida por el Alcalde que define entre otros vitales asuntos el nombre de la reina del Carnaval.

El de la soberana, uno de los grandes íconos de la juerga, es un capítulo que merece ser contado aparte. Su elección se da casi siempre alrededor de un pulso de poder, protagonizado por políticos y empresarios, porque todas las elegidas son de alto estrato y tener una en la familia es sinónimo de buena posición e importancia. (Este fin de semana publicaremos una historia sobre ese pulso de poder).  

En la junta hay 23 personas, entre principales y suplentes. En el caso del alcalde Álex Char, él decidió ceder su silla allí a los grupos folclóricos. Cuatro fuentes conocedoras coincidieron por aparte en que entre los miembros más influyentes en las decisiones de ese colectivo están Pablo Gabriel Obregón Santo Domingo y Marciano Puche Uribe, ambos de la Fundación Santo Domingo.

Por estatutos, Obregón es quien preside la junta cuando el Alcalde no está. Un congresista barranquillero nos lo definió a él y a Puche como el súper poder del Carnaval.

“Por estos días, empresarios importantes compran palcos enteros y ellos privilegian a los que les interesan”, dijo el legislador en referencia a las relaciones públicas que, como grupo privilegiado por organizar el Carnaval oficial, hace esta empresa.

Consultado sobre su papel, Puche respondió que Carnaval S.A. es una sociedad anónima y, hasta tanto no se cree otra empresa, tiene unos propietarios que organizan porque fueron los que creyeron en el proyecto.

 

La sociedad, que funciona en una casa del popular Barrio Abajo que le entregó en comodato la familia Caridi, benefactora de la fiesta, tiene además poder, claro, sobre los grupos folclóricos porque es la que administra la bolsa de estímulos (con plata privada, del Ministerio de Cultura y de la Alcaldía) que le entregan a los artistas. Y también decide asuntos tan importantes para ellos como el orden en los desfiles.

Los Caridi, por cierto, ofrecen la que muchos dirigentes, políticos y personalidades, consideran la mejor fiesta privada del evento: la fiesta de las marimondas, ahí en la Casa del Carnaval, todos los viernes antes del sábado de Batalla de Flores. Se trata de un evento exclusivo, a puerta cerrada, al que solo se llega con invitación.

“Cada atención suma. En muchas fiestas de ese tipo se cocinan muchos negocios, lo cual es bueno. Lo malo es que se cocinen alianzas para capturar rentas, que es a lo mejor lo que más ocurre. En ese intercambio con funcionarios se enteran por anticipado de decisiones que facilitan hacerlo”, cuenta un poderoso sobre esa y otras fiestas exclusivas a las que ha ido en el marco del Carnaval.

Como en los palcos y en varios otros escenarios la gente siente que hace parte de lo exclusivo del Carnaval, muchas veces ahí son invitados empresarios o contactos clave para hacer lobby sobre alguna movida. Y eso aplica a cualquier poderoso local, cercano o no a Carnaval S.A. Por ejemplo, hace unos años transportadores interesados en la licitación de los buses de Transcaribe en Cartagena fueron llevados con todo pago al Carnaval por empresarios del gas, justo cuando se estaba definiendo el combustible que tendrían que usar los vehículos del sistema. Así nos lo contó alguien que acogió la invitación.

Sobre este punto, lo que dice un conocido gestor cultural llamado Édgar Blanco (quien preside una asociación que organiza por fuera de Carnaval S.A. un festejo llamado “el Carnaval de la 44”, con 242 grupos folclóricos y 400 disfraces) es que esa empresa “maneja el patrimonio cultural como si fuera un club privado”.

El de la 44 es una suerte de Carnaval paralelo que, como el considerado oficial, también hace su Batalla de Flores y su Gran Parada, que son dos de los eventos más tradicionales. Pero, a diferencia del primero, en ese festejo alterno y menos conocido a nivel nacional no hay palcos sino que los desfiles se disfrutan más que todo desde los bordillos de las calles, como históricamente ha sido.

En 2008, Blanco lideró una acción popular en contra del Distrito pidiendo la protección del derecho colectivo al patrimonio cultural y público. En un fallo que fue confirmado en segunda instancia en 2012, la justicia ordenó acabar con una fundación llamada Carnaval de Barranquilla, que había sido creada por estos empresarios privados para poder recibir donaciones y tener ciertas exenciones tributarias. El presunto detrimento fiscal que advirtió la Contraloría en 2014 fue, precisamente, porque supuestamente estaban trasladando pasivos de la Fundación a la empresa Carnaval S.A. 

Alguien muy conocedor de las fiestas, que prefirió hablar sin ser citado debido a que está en el sector público, opina que Blanco está exagerando y que el Carnaval "hoy se hace y es exitoso" y las buenas relaciones y los eventuales acuerdos con actores públicos y privados existen más allá del Carnaval. “Barranquilla está hoy en un buen momento, no es necesario esperar el Carnaval para hablar, por ejemplo, con un Ministro, como sí pasaba antes con el Festival Vallenato. Hoy las relaciones fluyen y en Carnaval S.A. funciona como cuando tu invitas a tu cumpleaños a tu abuelita y también a tu jefe para quedar bien”.

Bajo la administración y por gestión de Carnaval S.A. el amor de la vida de los barranquilleros fue declarado patrimonio cultural de la Nación y obra maestra del patrimonio oral e inmaterial de la Humanidad, asuntos que dan garantías para su preservación. Los privados también tienen otros logros como haber aumentado los recursos que se les da a manera de estímulo a los grupos y haber creado el primer centro de documentación del Carnaval. “Esta fiesta es pública, pero con la celeridad del privado”, dice desde su oficina Carla Celia, conocida también por ser la hermana del presidente de Promigas, Antonio Celia, uno de los patrocinadores del evento y un súper poder en Barranquilla.   

Desde la declaratoria de la Unesco en 2003, el Carnaval ha crecido en número de asistentes y se ha convertido en todo un acontecimiento nacional, cubierto ampliamente por la llamada gran prensa capitalina.

La fiesta también tiene otros poderosos, aunque con menos influencia. Los 36 operadores que, como Édgar Blanco con el Carnaval de la 44, hacen eventos carnestoléndicos por fuera de Carnaval S.A. Ellos organizan desfiles, actividades académicas e investigación. Ejercen poder porque tienen relación con unos 100 mil actores del Carnaval y gestionan para ellos recursos de una bolsa de estímulos que hoy cuenta con 2.200 millones de pesos de la Alcaldía y fue creada por Álex Char durante su primera Administración.

La historia, como todas las buenas, es enrevesada. Crean, eso sí, que no hay complejidad que por estos días le gane al goce de un carnavalero de verdad.

Nota de la editora: después de publicada esta historia, Marciano Puche, miembro de la junta directiva de Carnaval S.A., nos envió una carta en respuesta y en particular a una cita de una fuente que insinuaba que la empresa aprovechaba el evento para hacer relaciones de negocios. Dijo que "nunca he hecho negocios con el Carnaval ni antes, ni ahora, ni nunca, ni los haré jamás estando o no en la Junta organizadora." La publicamos en su totalidad para que los lectores conozcan su versión. (Haga clic aquí para leer la carta).

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