En Villarrica no quieren que las Farc regrese

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En este municipio al oriente del Tolima, donde nacieron las primeras guerrillas liberales de mitad de siglo, no quieren que las Farc vuelva. Ni armada ni desarmada. 

A Villarrica hace rato que no llegan los periódicos. En este pueblo al oriente del Tolima la gente se entera de cualquier cosa por redes sociales o televisión. Y fue viendo la última hora de Caracol que varios campesinos supieron que su pueblo quedó entre los 23 municipios donde habrá zonas de concentración para que las Farc se desarme. Una noticia de hace quince días que los villariquenses no terminan de entender.

 

“¿Dígame por qué acá? ¿Por qué no nos dejan quieticos, como nos ha dejado siempre el Gobierno? Es que fue muy duro sacar a la guerrilla como para que ahora vuelva”, dice don Dirigenio Castro, un campesino que nació en Villarrica en los sesentas y no le gusta contar los años.

En este municipio clavado en la falda occidental del páramo de Sumapaz, la guerra está lejos de ser un recuerdo. Es una realidad que los campesinos se encuentran todos los días cuando bajan de sus veredas a la plaza central y ven en una esquina las ruinas del edificio de la Caja Agraria, que la guerrilla voló en la toma de 1999 y que nadie se ha atrevido a quitar casi veinte años después. O la casita de al lado, donde quedaba el san andresito y que también está comida por la maleza. Nadie ha olvidado aquí.

“No hay vereda donde los villariquenses quieran que las Farc vuelva, así sea a desarmarse. Si vienen por votos después pues menos. Aquí nadie los quiere”, dice don Dirigenio.

Las Farc quería concentrarse en Cabrera, donde nació el Mono Jojoy. Pero La Silla supo que una de las líneas rojas de los militares al momento de definir con mapa en mano dónde serían los sitios, era que no se tocara Cundinamarca. Y fue a último minuto que el Gobierno le propuso a la guerrilla cambiar Cabrera por Villarrica. Al final aceptaron.

La noticia

La noche anterior al anuncio del cese bilateral, al alcalde Arley Beltrán lo llamó el ministro del Interior, Juan Fernando Cristo. Le dijo que Villarica podría quedar y que después le daban más datos.

El jueves por la mañana se enteró que era oficial, como casi todos en el pueblo, por televisión.

“Nosotros sí queremos contribuir con la paz y el problema no es solo que los ubiquen. Es que aquí no hay infraestructura, no hay vías, no hay inversión”, le dijo el alcalde a La Silla.

La semana pasada estuvo en Palacio con Jose Funor Dussan,  alcalde de Planadas, el otro municipio del Tolima que también quedó escogido. Hablaron con el alto consejero para las regiones, Carlos Eduardo Correa para que les diera más detalles sobre las zonas. Estaba invitado el gobernador de Tolima, Oscar Barreto, pero no fue.

“Los alcaldes igual me dijeron que no me perdí de mucho porque no les dijeron nada”, le dijo a La Silla Barreto, quien se enteró que en su departamento quedarían esas dos zonas por una emisora, según él.

Dijo también que estaría dispuesto a hablar hasta con el presidente Santos para pedirle que saquen a Villarrica del mapa. “Planadas no me preocupa tanto porque la verdad es que allá hay guerrilla. Pero en Villarrica hace rato no hacen presencia y yo no puedo dejar a esa gente botada cuando lo único que me dicen es que no los quieren”.

Los elegidos

En enero de 2014 fue la última vez que Villarrica supo de las Farc. Ese mes, según César Lozano, el personero del pueblo, se oyeron sus últimos disparos.

El frente 25, que operaba entre Tolima y Cundinamarca, venía debilitándose de tiempo atrás. Con la llegada de Álvaro Uribe a la presidencia y su “mano dura” en las regiones, se fue minando la capacidad de la guerrilla en la zona al punto de que en 2008 lograron sacarlos de Cundinamarca.

Más adelante, durante los primeros años de gobierno de Juan Manuel Santos, el Ejército llegó a capturar a su comandante Nelson Jiménez, alias Gonzalo, y en ese entonces hubo medios que hablaron de la desaparición del frente.

Un frente que después de la toma de 1999, en la que murieron tres civiles y un policía con un tiro en la cabeza, “mandó a sus anchas hasta 2003 cuando por fin volvimos a ver Policía. Antes de eso la alcaldía se cerró con llave y los alcaldes despachaban desde Ibagué”, cuenta una funcionaria de la alcaldía que nos pidió no citarla.  

Con toda esa historia a cuestas, en Villarrica no quieren volver a saber nada de guerrilla. Ni armada ni desarmada.

Y no quieren, a pesar de que fue justo ahí donde el dirigente campesino del Partido Comunista Juan de la Cruz Varela organizó a los campesinos de otras veredas como el Roble, Galilea, el Palmar e Icononzo, para que nacieran las primeras autodefensas campesinas de los cincuentas; donde Gustavo Rojas Pinilla mandó al Ejército a bombardear el pueblo con bombas napalm en 1955 por considerarlos a todos “bandidos en potencia” y algunos escaparon al páramo de Sumapaz; y donde comenzarían a formarse las primeras columnas que casi diez años después ayudaron a impulsar el nacimiento de las Farc en Marquetalia, al sur del Tolima.

En la tierra donde se empezó a contar pedazos de la historia de esta guerrilla, no quieren que regresen.

“Aquí nació la revolución, pero no queremos que aquí siga”, le dijo a La Silla el concejal Manuel Enrique Moreno. “Pusimos muchos muertos en esta guerra como para que ahora se desarmen sin pedir perdón”, agrega.

Como en el pueblo solo saben que fueron elegidos, son muchos los miedos alrededor de la zona.

Les preocupa lo que pase el día después de los seis meses en los que supuestamente las Farc estará concentrada entregando las armas. “¿Que tal que se nos queden a vivir acá? ¿Cómo voy a poder vivir con gente que se llevó a mis dos hermanos como si nada?” dice Shirley Ibarra, sentada en un salón de la alcaldía a punto de llorar.

Les da miedo que no entreguen todas las armas por tener supuestas caletas guardadas. “Yo sé que dicen que para eso va estar esa gente de la ONU, pero ellos llevan décadas acá y nadie se va comer el cuento de que no tienen armas enterradas por aquí que era su fortín”, dice una persona que nos pidió no ser citada.

Se la pasan haciendo cálculos de cuánta gente vendrá entre la misión de verificación de la ONU, el Gobierno y la guerrilla y se preguntan dónde se van a meter y si eso, en vez de inversiones, les traerá más estigma de guerrilleros del que ya cargan.

Les preocupa que nadie les vaya a las ferias y fiestas en agosto porque “¿quién se va venir a una fiesta cuando saben que la guerrilla sigue armada?”, dice Mario Portelo, otro lugareño.

O que la Policía, por estar concentrada en prestarles seguridad alrededor del casco urbano, deje de hacer las únicas actividades que distraen a sus niños. Porque todos los miércoles y jueves les están poniendo películas de superhéroes con un telón que cuelgan de un cable de la Estación de Policía. La de el jueves que fue La Silla era ‘Batman versus Superman’.

“Otra cosa es que ya hay mucha gente queriendo vender su finca por miedo a quedarse, pero no le dan ni 20 millones con ese anuncio”, dice Andrés Parra, otro concejal del pueblo.

Y quizás lo que más rabia les da es que según varios de sus habitantes, el Gobierno solo los vio para ponerles una zona, pero no para invertir en el municipio.

“Esa sí es la paz que queremos”, dice doña Natividad, una señora que le tumbaron su casa en la toma de 1999, nadie se la reconstruyó y desde entonces vive en arriendo.

Villarrica, según datos de la alcaldía, tiene un presupuesto de 5.300 millones de pesos para sus 37 veredas.

Según el personero Lozano, en el pueblo no hay agua potable. “Aquí llega el agua negra a las casas y el que tiene plata la compra en bolsas”.

La carretera que va de Cunday a Villarrica es una trocha que en invierno, a veces ni deja a los carros pasar. Y el hospital del pueblo funciona en arriendo desde hace tres años en malas condiciones.

Por eso lo único que ilusiona a algunos es que el pueblo está entre los 350 municipios en donde el ministro del Posconflicto, Rafael Pardo, anunció que llevará justicia alternativa y que va fortalecer las juntas comunales; que dará microcréditos del Banco Agrario (que desde la toma de 1999 no volvió al pueblo) y de otros bancos privados; y esperan clasificar en la lista de 70 donde se hará el mantenimiento de 50 kilómetros de vías terciarias por municipio.

“Pues tampoco es que nos ilusione de a mucho. Porque por este balcón ha pasado desde Andrés Pastrana, hasta Uribe y Santos y nunca cambia nada”, dice una funcionaria de la alcaldía señalando el segundo piso del edificio.

Los rumores de la zona

En el pueblo hablan de dos lugares donde creen que la guerrilla podría llegar a concentrarse: La Colina o Galilea.

En Galilea dicen que es muy poco probable, porque como nos contaba un superintendente de la Policía que pidió no ser citado: “Para llegar allá son tres horas de trocha y usted después llega a un punto en el que le toca bajarse del carro y son cuatro horas a pie y como dicen que ellos quieren estar más o menos cerca del casco urbano, yo no creo que sea ahí.”

En cambio el rumor de que sea en La Colina se ha vuelto más fuerte. Queda a media hora de la plaza central y es casi que el punto medio entre Villarrica y Cabrera, donde inicialmente las Farc quería concentrarse. Cinco fuentes por aparte le dijeron a La Silla que lo más probable es que los guerrilleros lleguen a un lugar que se llama ‘La Granja’, en La Colina.

‘La Granja’ era una escuela agropecuaria que comenzó a funcionar, como cuentan en el pueblo, a comienzos de los setentas. “Era un sitio con marraneras, gallineros, grandes galpones y llegó a tener hasta piscina. Casi todos los concejales del pueblo alcanzamos a estudiar allá. Nos hacían cursos de siembra, de cuidado de animales, pero eso con la llegada de la guerrilla se acabó y quedó abandonado”, le contó a La Silla el concejal Jorge Gutiérrez.

Cuando el alcalde Beltrán estaba en campaña, a comienzos de 2015, se hizo elegir con la promesa de que recuperaría esa gran finca para poner a la gente a estudiar otra vez. Alcanzó a hacer contactos con el Sena, a mandar funcionarios de la alcaldía a que comenzaran a pintar las paredes y a reubicar a las ocho familias de campesinos que viven ahí.

Como Lina Ballesteros y su familia. Desde que decidió volver de Bogotá, hace ya dos años, vive con su esposo y sus dos hijos en La Granja. Ahora se va para un lote que le heredó su familia a pocos pasos de ahí y le preocupa que como las zonas de concentración tendrán un anillo de seguridad de un kilómetro a la redonda, ella se quede sin su parcela y sin donde vivir. “Como se supone que ningún campesino puede estar ni cerca pues no sé qué puede pasar con mi lote”, le dijo a La Silla.

Aunque no se puede confirmar, allá están convencidos de que La Granja es el lugar perfecto para la guerrilla porque queda al pie de la carretera y la infraestructura está ni mandada a hacer. Mientras llegan los datos oficiales, datos que nisiquiera sabe el alcalde, los habitantes viven pegados al televisor y a sus celulares. “Ahí ya salió que dizque un frente no se va desmovilizar. ¿Si oyó?” le dice un lugareño al vendedor de la carnicería.

Así, en medio de la incertidumbre y de los rumores, se pasan los días en en uno de los lugares más simbólicos para las Farc, pero donde las marcas de la guerra siguen tan vivas, que hay quienes prefieren el olvido a seguir siendo parte de la historia de esa guerrilla. “Hubiera sido mejor que siguieran sin acordarse de nosotros...”, dice Lina.

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