Marta Lucía Ramírez, la perseverancia

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Ayer Marta Lucía Ramírez se conviertió oficialmente en candidata del Partido Conservador a pesar de la oposición y de las maniobras jurídicas de los caciques azules por impedirlo. Se acerca así un paso más al reto que se propuso la candidata hace más de 35 años. Perfil de la carta azul a la presidencia y tercero de una serie de perfiles largos de los candidatos a la Casa de Nariño.


Cuenta su marido que un día soleado, Marta Lucía Ramírez estaba en el baño, en frente del espejo, peinándose, cuando él llegó a saludarla. Llevaban unos cuantos años de casados y recién se habían mudado a la casa en la que han vivido toda su vida a las afueras de Bogotá. Marta Lucía se volteó, y así, de la nada, le dijo: “voy a ser Presidente de Colombia”.Hoy Marta Lucía Ramírez se convierte oficialmente en candidata del Partido Conservador a pesar de la oposición y de las maniobras jurídicas de los caciques azules por impedirlo. Se acerca así un paso más al reto que se propuso la candidata hace más de 35 años.

Su esposo, Álvaro Rincón, dice que él cerró la puerta y se sentó en la cama, estupefacto, pensando: “yo con quién me casé”.

Hasta ese momento, Ramírez había mostrado que era una aguerrida, que tenía una fuerza de voluntad inmensa para conseguir sus metas, superior a la de cualquier persona que él había conocido. Pero que fuera a ser presidente le parecía en ese momento algo de otras ligas. Y se preocupó, pues nunca dudó de que su esposa llegaría algún día a la Casa de Nariño. Porque cualquier cosa que Marta se proponía, lo lograba.

“Se puede demorar un día, un mes, diez años. Al final, lo consigue”, dice Rincón, quien la conoce desde los 16 años, cuando se enamoró locamente de ella a primera vista.

Marta Lucía Ramírez y su esposo Álvaro Rincón en la convención conservadora del 2014 . Foto: Juan Pablo Pino.

Una familia común y corriente

Marta Lucía Ramírez nació en una familia trabajadora que vivía en el barrio Polo Club. Era una familia promedio bogotana, alejada de la política, salvo por un tío, Jesús Ramírez, quien llegó a ser el presidente del Senado más joven de Colombia. Pero eso fue hace años y nunca ejerció ninguna influencia sobre la candidata.

Su papá, ingeniero, trabajaba en Bavaria, primero encargado de las máquinas y luego de zonas completas de producción. Su mamá, barranquillera, era asistente de la gerencia de Seguros Tequendama, cuando era la aseguradora más importante de Colombia. Marta Lucía es la hija mayor, única mujer entre tres hermanos, y pivote de su familia.

Ramírez creció en un ambiente conservador, en un colegio de solo niñas, el Castro Martínez, y con una fe religiosa y una ambición heredadas de su mamá. Ambos papás eran muy estrictos, sobre todo su mamá, cuyas expectativas sobre sus hijos parecían inagotables.

Sus papás eran estrictos pero nunca tanto como lo era –y lo es- ella consigo misma. “No le exigían tanto como para que eso fuera el motor de perfección que ella tiene”, dice alguien que la conoció de joven. “Ella se mira al espejo y esa persona berraca y talentosa que es ella no es la que ella ve en su reflejo”, dice una amiga que la ha conocido durante varios años y que la admira profundamente.

Por la razón que sea, Ramírez se ha esforzado desde pequeña por ser la mejor, en donde esté, en lo que haga, y a eso le dedica la vida como si no hubiera nada más. Aunque siempre ha habido más. Siempre ha estado su hija, que vive en Estados Unidos, y su esposo, un arquitecto que es su mejor consejero y que no importa qué tan ocupada esté, siempre saca tiempo para estar con él.

Mientras estudiaba derecho en la Universidad Javeriana de Bogotá, Ramírez emprendió la opción en ciencias socioeconómicas por la noche. Entonces, mientras sus compañeros se iban a charlar a un café o a tomarse una cerveza, ella entraba en su segunda jornada de clases hasta las 10 de la noche (Rincón que desde esa época ya era su novio y que estudiaba arquitectura iba a clase con ella para verla). Marta Lucía quería ser la mejor abogada. “Siempre se hacía en la primera fila, tomaba los mejores apuntes y era muy participativa”, cuenta un compañero de universidad que estuvo con ella durante los cinco años de carrera.

Cuando ya era ministra de Comercio Exterior, cuenta Ángela Orozco, su ex viceministra de esta cartera, ex socia de una firma de consultoría privada, y amiga personal, Ramírez estudiaba inglés en el avión mientras viajaban a alguna reunión para firmar un acuerdo bilateral. “Decía que tenía que mejorar la pronunciación y aprovechaba el tiempo del avión para eso”.

Orozco también recuerda que en la campaña por la precandidatura presidencial del Partido Conservador en 2010, aprovechando que es barranquillera, le organizó una reunión con un grupo de señoras amigas suyas para que la escucharan. Marta Lucía echó todo el rollo de su campaña. Al final, una de las señoras, expertas en psicología de consumo, se paró y la cogió de los hombros y le dijo: “Todo lo que dices y lo que tienes para aportarle al país es increíble pero la forma, el empaque, está fatal”.

Ramírez, lejos de ofenderse, escuchó todas las recomendaciones: que no dijera “yo”, “yo”, “yo”. Que hablara más cortico. Que dejara un poco la rigidez. Marta Lucía lo hizo y aunque todavía los humoristas se burlan de ella por todo lo anterior, lo cierto es que ella es hoy una política mucho más diestra de lo que era cuando empezó.

Marta Lucía fue la autora de la política de seguridad democrática en el gobierno de Álvaro Uribe. 

Una carrera ascendente

Apenas se graduó como abogada, consiguió un trabajo en la Superintendencia Bancaria, donde llegó a ser directora de bancos. Cuando tuvo su única hija se retiró para cuidarla pero no llevaba un mes de licencia de maternidad cuando Luis Carlos Sarmiento la llamó. Quería que fuera su asistente jurídica. Ramírez no lo dudo y al día siguiente estaba en el mismo piso del magnate, trabajando a su lado.

Su relación con Sarmiento perdura hasta hoy y de su mano llegó también a la dirección de Anif, el gremio de las instituciones financieras. Ya en ese momento se perfilaba como una abogada con una carrera prometedora en el sector privado y con excelentes relaciones con el sector empresarial.

Pero sus metas eran otras, y ya desde aquella conversación con su esposo en el baño, ella tenía claro que si quería llegar a Palacio de Nariño, un ministerio tenía que ser su primer peldaño.

La oportunidad se la dio César Gaviria, cuando la nombró directora del Incomex, el órgano encargado de promover las exportaciones. Desde ese cargo Ramírez comenzó a impulsar la idea de crear el Ministerio de Comercio Exterior y desde allí elaboró los decretos que darían luz al nuevo ente.

Una persona que le ayudó en esa tarea cuenta que Marta Lucía y un grupo de jóvenes, la mayoría de ellas mujeres, trabajaban hasta altas horas de la noche, comparando los ministerios de muchos países, y escogiendo lo mejor de cada uno para el que se crearía en Colombia. Marta Lucía lo hacía porque era su tarea pero también porque albergaba la esperanza de que después de semejante esfuerzo Gaviria la nombrara ministra, el primer desafío que ella se había propuesto en su plan para llegar a la Presidencia.

Fue entonces grande su desilusión cuando Gaviria le dio el puesto a Juan Manuel Santos, quien años después durante su campaña presidencial reclamaría como propia la creación del Ministerio. A Ramírez, como suele sucederles a las mujeres en Colombia, le correspondió el viceministerio, cargo que, pese a su orgullo herido, ella aceptó. No sería la primera vez que se lo tragaría. Su ambición o su convicción de que lo importante es llegar a la meta final le han servido de pasante.

El turno de ser ministra le llegó en el gobierno de Pastrana.

Como Ministra de Comercio Exterior, Ramírez montó el programa Colombia Compite, como una estrategia para mejorar la productividad del país, una bandera que defendió en el Congreso, cuando lideró la aprobación de la ley de competitividad y la de Ciencia y Tecnología, y que sigue promoviendo hoy. Su otro logro fue haber convencido al Foro Económico Mundial que midiera a Colombia en su ranking de competitividad (en el que siempre salimos mal). Ramírez es una creyente ciega en los indicadores de medición.

Años después, cuando fue ministra de Defensa, una de las peleas más duras que dio fue para crear y aplicar indicadores de evaluación a las Fuerzas Militares. Hasta ese momento, el comandante de una brigada "ganaba puntos" por el número de guerrilleros que mataba y los perdía por el número de soldados muertos bajo su mando. Ella propuso evaluarlos más por el control territorial que lograra recuperar cada brigada, medido según la reducción de secuestros, extorsiones y homicidios. Fue una idea que quedó consignada en la Política de Seguridad Democrática que se redactó bajo su liderazgo, y que de haberse aplicado habría podido evitar los falsos positivos que se cometieron después de que ella abandonó el Ministerio.

Dos personas que trabajaron con ella en esa época, creen que precisamente esta transformación que ella impulsó dentro del Ministerio para que hubiera más transparencia, y sobre todo más rendición de cuentas, fue uno de los detonantes de su abrupta salida.

Como ministra de defensa Marta Lucía Ramírez tuvo una fuerte pelea con los militares para centralizar las compras de las Fuerzas Armadas y quitáselas de las manos a los generales. Tanta fue su lucha que finalmente tuvo que salir de esa cartera por el tema de las compras. Foto cortesía El Tiempo.

El ministerio de Defensa

Las personas que la conocieron dicen que, a los 20 años, Marta Lucía Ramírez era de una belleza deslumbrante. Y como era linda, la buscaban para hacer comerciales de televisión. Hizo tres o cuatro propagandas, la más recordada es en la que ella aparece como la Diosa Juno promocionando el jabón de esa marca.

Sin embargo, ella siempre vio eso como algo funcional para darse ciertos gustos que su familia no podía patrocinar. Como algo transitorio. Por eso la ofendió mucho cuando un día, según le contó una amiga de ella a la Silla, la llamó Jaime Michelsen, el presidente del Grupo Grancolombia y en ese entonces el hombre más poderoso del país, para ofrecerle ser Señorita Bogotá en el reinado de Miss Colombia. “Casi se muere. Ella quería ser Presidente de Colombia”, dice su amiga.

Ramírez no era una feminista cuando joven y tampoco lo ha sido a lo largo de su carrera profesional, o por lo menos no en el sentido clásico de la palabra. Como mujer conservadora que es, se opone al aborto en todos los casos, por ejemplo, y rara vez tiene un discurso activista sobre los derechos de las mujeres. Pero aún así, a lo largo de su carrera, les ha abierto a las mujeres –a nivel simbólico y a nivel práctico- mucho camino.

En los puestos públicos que ha tenido, se ha rodeado mayoritariamente de mujeres, la mayoría más jóvenes que ella. Cuando estuvo en el Congreso, jugó un papel protagónico en la Bancada de Mujeres e impulsó desde allí el proyecto del auxilio pensional para mujeres de estratos 1 y 2; el proyecto que permitió a las mujeres oficiales y a los oficiales del cuerpo administrativo llegar al generalato dentro de la Fuerza Pública; el proyecto de la violencia intrafamiliar y contra la discriminación laboral de la mujer. Incluso, según contó alguien que participó también en ese proceso, Ramírez fue la autora de un mico en la ley de violencia intrafamiliar que responsabiliza a las juntas directivas de las empresas privadas por discriminación contra las mujeres si no las incluyen. Y como la primera Ministra de Defensa mujer en la historia de Colombia demostró que no hay camino vedado para su género.

Esto último lo hizo a un costo personal alto.

Marta Lucía había conocido a Álvaro Uribe durante la campaña presidencial, cuando ella todavía formaba parte del gabinete de Pastrana. El candidato la buscó para que le contara sobre los temas de competitividad. Ramírez quedó impresionada con Uribe y lo invitó a un foro de Colombia Compite a echar un discurso. Él prometió que de ser elegido presidente continuaría con ese programa, una promesa que a la postre incumplió.

Pero eso sería después. Antes, Uribe sorprendió al país nombrando a Ramírez como ministra de Defensa, y ella, que no sabía nada sobre la guerra, aceptó feliz. Pero, como era obvio, su llegada al CAN fue muy traumática. Era un mundo de hombres, de militares que apenas se acostumbraban a tener un ministro civil, y ahora les mandaban una mujer. Y una mujer que se negaba a jugar el rol de mera intermediaria entre los militares y el mundo exterior como lo habían hecho varios de sus antecesores. Ella llegó a mandar y a hacer todos los cambios y en el mismo día, como es su estilo.

Una de sus primeras medidas fue nombrar a Kety Valbuena, como su Secretaria General, una mujer con un carácter tan fuerte como el de ella y que rápidamente se ganó la animadversión de todo el estamento militar.

Ramírez estaba convencida de que había muchas ineficiencias en el Ministerio y de que cada peso que se ahorrara se podía invertir en mejorar la seguridad de los colombianos. Por eso, desde el primer día, comenzó un ambicioso proceso de centralización de las compras, que hasta ese momento –salvo las de grandes equipos- dependían de cada fuerza. Ramírez lo centralizó para comprar mayores volúmenes y reducir costos, generando grandes ahorros pero pisando callos donde más dolían, pues muchos contratos de camuflados, botas y demás terminaban en manos de amigos de los militares.

En ese afán de ser eficiente, otras veces avasalló el honor militar, por cosas que en retrospectiva parecen menores y que sin embargo ofendieron mucho a las tropas. Por ejemplo, se obsesionó con eliminar los sables de los cadetes, pues en pleno siglo XXI claramente estos ya no se necesitaban.

Esta reforma administrativa, unida a su empeño en introducir indicadores de evaluación a las Fuerzas, generó tal nivel de fricción con la cúpula militar, y en particular con el general Jorge Enrique Mora, que la situación se tornó insostenible.

Marta Lucía fue una de los integrantes de "los quíntuples" que se iban a lanzar a una campaña por la presidencia juntos. Finalmente, Marta Lucía y Sergio Fajardo saieron del grupo de cinco y Ramírez participó en la consulta azul. Foto: Miguel Torres.

Antes de cumplir los dos años en el cargo, Uribe la sacó del puesto y también cambió a Mora. Ella se enteró casi al tiempo por la radio y por una visita intempestiva de parte de José Roberto Arango y de Fabio Echeverri, que fueron a llevarle la razón del Presidente. A pesar de que Ramírez había redactado su política de Seguridad Democrática, que la había articulado con éxito en el terreno, y que había trabajado sin respiro, Uribe no se dignó a despedirla personalmente. Ella lo resintió pero no tanto como para no postularse (y ganar) años después al Senado bajo su égida y para ahora lanzarse a la Presidencia como una candidata conservadora primero, pero también uribista.

En el Ministerio, de alguna manera, Ramírez mostró lo mejor y lo peor de sí misma como funcionaria pública.

Quienes trabajaron con ella en esa época dan fe de su absoluta dedicación y compromiso. De su capacidad para trabajar 24 horas, si era necesario, y de exigirles lo mismo a los que la acompañaban. De su disposición a dar las peleas más duras por causas que son esenciales para una democracia como la transparencia de las Fuerzas Armadas. De la fuerza de carácter para sostenerse y enfrentar los embates más duros.

Un carácter que ya había demostrado antes, cuando como presidente de Invercolsa, fue quien sostuvo – a diferencia de sus antecesores- que Fernando Londoño nunca había sido trabajador de la firma, lo que a la postre condujo al ex ministro de Uribe a ser sancionado con su muerte política. O con el carácter que demostró después cuando, como senadora uribista de la U, se opuso a la segunda reelección de Uribe con el argumento de que una democracia necesitaba instituciones fuertes, no hombres imprescindibles.

Pero en el Ministerio también demostró su falta de olfato y de tacto político. Su incapacidad para priorizar las peleas, en cambio de tratar de darlas todas al mismo tiempo. Su tendencia a generar mil ideas por minuto y pretender que todas se lleven a cabo de inmediato. “Dispara ideas como una ráfaga de regadera y quiere que se hagan todas”, dice un ex subalterno suyo, que todavía se exalta un poco recordando la intensidad de la ministra. Su obsesión por controlarlo todo, así sean cosas pequeñas, exasperaban y exasperan todavía a muchos de los que trabajan a su lado.

“Es obstinada en los detalles. En las cosas de fondo es abierta y debate, pero si se le metió en la cabeza que quiere X cita a Y hora y no se consigue se pone como un tití... no entiende por qué no se puede”, dice otra ex empleada suya.

Marta Lucía Ramírez fue elegida candidata presidencial en convención nacional del Partido Conservador. En medio de una fuerte discusión con el ala santista del partido, Marta Lucía ganó por mayoría. Foto: Juan Pablo Pino.

En el ministerio, Ramírez solía gritar con frecuencia, a cualquiera que no hiciera las cosas bien según sus altos estándares, y delante del que fuera. La gente lo resentía. Pero años después, muchos de los que la acompañaron en esa tarea la siguen recordando con cariño y admiración por las peleas que dio y porque siempre ha sido muy leal con su equipo.

“Mi mamá dice que es “Síndrome de Estocolmo” pero yo creo que es un trabajo formador. Yo estoy donde estoy y cogí el camino que cogí por ella”, dice una de las personas que trabajó en el Ministerio.

Varios de esos jóvenes que ella “descubrió” la están acompañando en esta campaña y algunos de los que hablaron con La Silla dicen que en los últimos años ella ha cambiado mucho, y que ahora es más relajada y hasta tiene un poco más de sentido del humor, algo prácticamente inexistente en ella.

En 2009, Ramírez abandonó el Partido de la U después de que Juan Manuel Santos, siendo todavía ministro de Defensa pero ya con los ojos puestos en la Presidencia, sugirió que el partido no hiciera consulta para escoger el sucesor de Uribe. Dijo que se iría a recoger “el uribismo de la calle” y a preparar su propia candidatura presidencial.

En un principio, se unió a Antanas Mockus, a Lucho Garzón, a Enrique Peñalosa y a Sergio Fajardo en ese breve experimento de independencia política que la prensa llamó “Los quíntuples”. Sin embargo, cuando vio que eran demasiados egos juntos y que posiblemente no saldría nada concreto de allí, Ramírez saltó del barco y apareció como precandidata del Partido Conservador.

Es un partido afín a sus convicciones personales y donde después de la debacle de Noemí Sanín y de Andrés Felipe Arias en las pasadas elecciones no había una figura presidencial fuerte. Ramírez le apostó a ocupar ese lugar. Y a punta, nuevamente, de un trabajo minucioso y mucha dedicación, apuntalada en un grupo de jóvenes dedicados, consiguió la nominación de los azules derrotando en su propio terreno a los caciques clientelistas del partido.

Su apuesta sigue siendo por lo mismo que lleva años defendiendo: un país más competitivo, programas de emprendimiento para jóvenes, acceso a la educación superior, mayores oportunidades de inclusión. Su estrategia es recoger desde el Partido Conservador el apoyo del uribismo para pasar a segunda vuelta y derrotar a Santos.

El camino, a juzgar por las encuestas, se ve largo. Pero a veces, como dice el refrán, la constancia vence lo que la dicha no alcanza. Y si algo simboliza Ramírez es la perseverancia.

 

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