Hay semejanzas entre la crisis de popularidad que vive hoy el alcalde de Bogotá y la que afrontó en su primer mandato (1998-2000). Su repunte en las encuestas coincidió entonces con el cambio de siglo, pero las nuevas condiciones políticas pueden dificultar que se repita la historia.
Peñalosa le apuesta a otro cambio de siglo
La encuesta Gallup publicada el miércoles reveló que el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, tiene una desaprobación de 75 por ciento, la más alta desde que se posesionó en enero de 2016.
Esa cifra, además de ser peor que el resultado más negativo de su antecesor, Gustavo Petro (71 por ciento), se acerca a su máximo histórico de 77 por ciento de imagen desfavorable, que obtuvo en marzo de 1999, durante su primer gobierno (1998-2000).
En la Alcaldía le dijeron a La Silla que la idea es mantener la estrategia de mostrar ejecución, sobre todo desde este año, con la idea de comenzar a repuntar, tal como ocurrió en la primera administración de Peñalosa.
Y aunque ambos momentos guardan semejanzas, también son muy diferentes, sobre todo por la forma como hoy se mueve la oposición.
El punto en común es que en los dos casos el alcalde alcanzó su máxima impopularidad a los 15 meses de gobierno.
Al finalizar 1998, su primer año de mandato, El Tiempo reseñaba que “las vías llenas de huecos, su pelea con la Cámara, las tensas relaciones con el Concejo, el impopular desalojo de vendedores ambulantes, la baja ejecución presupuestal y el escándalo por contrataciones hechas por funcionarios suyos figuran como algunos de los detonantes” que hacían impopular la gestión de Peñalosa.
Como político también le criticaban, como hoy, el carácter arrogante para asumir su gestión.
Fue en en 1999 cuando comenzó su famoso repunte.
Para ese momento, a pesar del choque que habían generado al comienzo medidas como la instalación de bolardos, la recuperación de espacio público y el pico y placa, ya había mostrado resultados que la gente le reconocía en las encuestas, sobre todo en inversión en vías, en espacios recreativos y en reubicación de vendedores informales.
En diciembre de 2000, cuando inauguró Transmilenio e iba a dejar el cargo, su aprobación alcanzó 70 por ciento, frente a un 22 por ciento en contra.
No está claro, sin embargo, si ese fenómeno pueda repetirse, por varias diferencias.
La primera, que puede jugar a su favor, es que el periodo de gobierno pasó de tres a cuatro años, lo que hoy le da más tiempo (y en teoría menos presión) para mostrar resultados y repuntar en las encuestas.
Pero como él mismo ha reiterado, sus grandes ejecuciones difícilmente estarán listas antes de irse, en diciembre de 2019.
A eso se suma el factor redes sociales, que puede viralizar información negativa en poco tiempo y de una forma constante (algo que no podía hacerse hace 18 años) y hace parte fundamental de la campaña por la revocatoria.
Además, la izquierda (que es el corazón del movimiento que busca tumbarlo) está menos dispersa hoy que en la primera administración de Peñalosa, cuando no existía el Polo ni había tenido la Alcaldía. Ese cambio se concreta en los movimientos sociales y políticos que están por toda la ciudad recogiendo firmas, cada uno de los cuales mueve células en barrios y localidades.
Una mejor organización de la oposición también podría marcar la diferencia, pues en 1999 el intento de revocarlo no llegó a las urnas porque la Registraduría anuló la mayoría de firmas recolectadas, un error atribuible a quienes la impulsaban y que con el grado de organizción de hoy luce menos probable.
Por eso está por verse el resultado de la campaña que recién comenzó la Alcaldía por mostrar, con más brío que el año pasado, cuanta ejecutoria del alcalde sea posible.
Es claro, de todas formas, que es un mal momento.
Haber llegado al 75 por ciento de desaprobación no solo ubica a Peñalosa peor que a Petro, sino que lo acerca a niveles negativos que solo han alcanzado Jaime Castro (que llegó al 79 por ciento al finalizar su gobierno en 1994) y Samuel Moreno, el protagonista del carrusel de la contratación, que tiene el récord negativo después de haber desfalcado a Bogotá: 85 por ciento.