La Silla Académica habló con Camilo Echandía, profesor emérito del Externado, sobre las razones por las que el proceso de negociación con el ELN está abocado al fracaso.
Cinco razones por las que se pierde el tiempo con el ELN
Después de que el Presidente Santos tuviera que suspender los diálogos con el ELN tras el atentado que hizo contra un CAI en Barranquilla en el que murieron cinco policías y sin que haya una solución a la vista para reanudarlos, La Silla Académica, con base en el reciente libro de los profesores de la Universidad Externado de Colombia, Camilo Echandía e Irene Cabrera “Madurez para la Paz, evolución de la territorialidad y las estrategias en el conflicto armado colombiano”, y en la conversación con el profesor Echandía sobre el mismo, presenta cinco razones por las cuales el proceso de negociación con esa guerrilla está abocado al fracaso.
Hay una lectura inadecuada del estado del conflicto armado
El principal aporte del libro es mostrar que para llegar a un Acuerdo de Paz entre un Gobierno y un grupo guerrillero no se necesita voluntad ni entendimiento, se necesita hacer una lectura adecuada del estado del conflicto armado.
La siguiente gráfica muestra que todos los diálogos de paz que se intentaron hacer con las guerrillas, con excepción del de la Habana, tuvieron como escenario una correlación negativa de fuerzas (línea roja) para el Estado. Es decir, las guerrillas estaban más fuertes militarmente y prácticamente sentaron a negociar a los gobiernos.
A partir del gobierno del expresidente Pastrana, con la aprobación del Plan Colombia (y no sólo hasta la llegada del expresidente Uribe, como Echandía dice que muchos han creído), las Fuerzas Militares empezaron a cobrar fuerza, lo que quedó evidenciado cuando al cabo del tercer día de que las Farc se tomaran Mitú, capital del Vaupés, ésta fue recuperada por la Fuerza Pública usando tecnología de punta.
De ahí en adelante, como también lo muestra el gráfico anterior, las Fuerzas Militares aumentaron sus combates (línea de color verde) mientras las Farc disminuyeron sus ataques, lo que, posteriormente, las obligó a replegarse a las zonas de frontera como se muestra en los mapas (municipios en color rojo).
La lectura correcta del estado del conflicto que hicieron las Farc, según Camilo Echandía, fue que por la vía armada no iban a poder lograr su objetivo de expandir su influencia a los centros de poder y lo que vendría sería la degradación del conflicto armado, es decir, que sus bases cada vez estarían más metidas en la lógica de los negocios ilegales y menos cohesionadas en torno a un proyecto político.
La lectura del estado del conflicto que hizo el gobierno, por su parte, fue que tenía una posición favorable para acordar la terminación del conflicto armado sin asumir los costos de la degradación del conflicto y las dificultades que conlleva negociar con un grupo sin unidad de mando que sólo responde a intereses económicos.
Eso fue lo que hizo posible que el Gobierno de Santos y las Farc se sentaran a negociar y llegaran a un acuerdo, piensa Echandía.
Con el ELN pasa lo contrario. Para el coautor del Libro, esa guerrilla tiene una lectura desfasada de la correlación de fuerzas militar, política y social que tiene, actualmente.
Según cifras del libro, el ELN que a comienzos del presente siglo tenía 4.700 integrantes, distribuidos en siete frentes de guerra con 38 frentes rurales, 7 regionales en escenarios urbanos y 38 compañías móviles, actualmente, tiene cerca de 1.300 guerrilleros, 26 frentes rurales, un frente urbano y 13 compañías móviles.
Adicionalmente, como lo muestran los siguientes mapas, la correlación de fuerzas con el Estado es negativa. Pero aún así, ellos se sienten representantes de la sociedad y con capacidad militar de lograr sus objetivos políticos.
Lo que se agrava con el estímulo positivo que tienen para continuar su avanzada que es copar los territorios y beneficiarse de las rentas ilícitas dejadas por las Farc.
Su presencia, por ejemplo en la Gabarra, Norte de Santander, es totalmente inédita, pues solían estar replegados a la zona de cordillera. Las peleas en Cauca, Nariño y Chocó, por el control de los centros de producción de coca y las rutas de narcotráfico y contrabando mostraría que no es el mejor momento para aceptar negociar en serio con el Gobierno.
Y esto se suma a las dificultades que tiene el Ejército para derrotarlos militarmente, aunque su poderío sea superior.
Esas dificultades tienen que ver con que, como señala Camilo Echandía “El ELN es invisible para Las Fuerzas Militares”.
Por un lado, sus máximos dirigentes se encuentran escondidos en Venezuela. Adicionalmente, no funcionan como un ejército sino a través de redes clandestinas.
No están organizados en campamentos y la Fuerza Pública no puede bombardearlos sin correr el riesgo de que la población civil termine siendo blanco, por eso es su escudo. No puede utilizar contra ellos su mayor fortaleza que es la aérea, como si lo hizo con las Farc. Necesita entonces menos fuerza y más inteligencia para combatirlos.
En todo caso, ello no significa que el ELN esté ganando la guerra. Como lo señala el libro, no todas las actuaciones militares requieren el mismo esfuerzo y capacidad.
El atentado contra el CAI de Barranquilla o los atentados contra la infraestructura petrolera pueden hacerse con dos personas a lo sumo.
Lo que sigue para el ELN, dada la correlación de fuerzas positiva para el Estado, es la degradación del conflicto armado o lo que es lo mismo, la mercantilización de la guerra, que en todo caso no es conveniente para esa guerrilla ni para El Estado y es la razón por la cual deberían llegar a un acuerdo.
La agenda es inviable
La mala lectura o interpretación por parte del ELN del estado del conflicto armado se refleja en proponer una agenda que apunta a cambiar el país y no a poner fin al conflicto armado bajo ciertas condiciones.
Dicha agenda dada a conocer en marzo de 2016 tiene los siguientes puntos: 1) participación de la sociedad en la construcción de la paz, 2) democracia para la paz, 3) transformaciones para la paz, 4) víctimas, 5) fin del conflicto armado y 6) implementación de los acuerdos.
La generalidad e imprecisión de los puntos contrasta con la agenda de la Habana y, eso, precisamente, ratifica dos lecturas muy diferentes del estado del conflicto. Las Farc le apuntaron a la reforma rural, a su participación en política y a los mecanismos jurídicos para tener derecho a unas penas alternativas.
Con estos cambios que a la postre buscaban lograr simpatizantes en el electorado, de ninguna manera se puso en jaque la estructura política, social y económica del país, porque esa guerrilla era consciente de que no tenía capacidad de negociación para ello.
No se habló en el Acuerdo de redistribución de la tierra, ni de latifundio, ni siquiera se utilizó la expresión “problemática agraria”, con la que las Farc se refirieron por décadas a los problemas del campo.
Y en el campo político, se podría decir que les fue mejor a los del M19, que hoy se refieren a la Constituyente de 1991, uno de los anhelos de las Farc, como el verdadero acuerdo de paz.
Si la guerrilla de las Farc, con mayor presencia territorial y poder militar y político, como lo muestra la siguiente gráfica, no tuvo una agenda más ambiciosa, Echandía considera que es ilusorio pensar que la acordada con el ELN sea viable, entre otras razones, porque los mecanismos de justicia transicional no están diseñados para combatir las causas estructurales de los conflictos sino para poner fin a las confrontaciones.
Las élites políticas y la sociedad están de espaldas al proceso
De acuerdo con el libro, para el éxito de un proceso de paz entre una guerrilla y el Estado no sólo se necesita que las partes hagan una correcta interpretación del estado del conflicto armado sino que las élites políticas y económicas estén dispuestas a asumir un costo para que se hagan las reformas que se necesitan y apoyen el proceso.
Pero eso sólo es posible si sienten una real amenaza de sus intereses. Así quedó demostrado en el Salvador cuando el producto interno bruto cayó como consecuencia de la amenaza de que el conflicto llegara a las ciudades y en Sudáfrica debido a la caída de la inversión extranjera por las fuertes protestas contra la discriminación racial.
En Colombia, raras veces ha ocurrido esto. Sólo durante la transición del Gobierno de Samper a Pastrana, donde las tomas de bases militares, como la de Patascoy, Las Delicias, La Uribe, fueron constantes y la guerrilla llegó a sentirse en la Calera, dice Echandía.
En ese momento las élites apoyaron al expresidente Pastrana en su salida negociada al conflicto y, posteriormente, al expresidente Uribe en su propuesta de salida armada.
Cuando Santos llegó al poder, las élites creían que la victoria militar era posible, en todo caso confiaron en su criterio pero condicionado a mantener positiva para el Estado la correlación de fuerzas militar y política y a que se negociara con una agenda acotada, como en efecto se hizo.
Si para las Farc el apoyo fue limitado, las negociaciones con el ELN no están en el radar de las élites y ocupan “la quinta página de los periódicos”, según Echandía.
Por otro lado, el apoyo de las organizaciones sociales que ha sido muy importante para el ELN, también ha disminuido.
Muestra de ello, para Echandía, es que en los lugares de implantación histórica de esa guerrilla como Arauca, Cauca, Nariño y Chocó, están recurriendo a la imposición de “normas de conducta” y asesinatos selectivos de líderes sociales y autoridades locales, por sospechas de deslealtad, como pasó con el Gobernador de un Cabildo Indígena del Chocó, Aulio Isarama, en un intento por mantener el control social y el control sobre el territorio y las rentas ilícitas que se están disputando con las bandas criminales y disidencias de las Farc.
En otros palabras, las medidas opresivas que están utilizando son un reflejo del descontento que las poblaciones civiles tienen con su presencia. Por eso, dice Echandía, no es de extrañar que en esas zonas resulten elegidos dirigentes afines, por ejemplo, al proyecto uribista, que representan una visión totalmente contraria, en señal de protesta. Como ocurrió con el alcalde de San Vicente del Caguán.
El cese al fuego sólo es funcional al ELN
“El Gobierno se equivoca cuando cree que el cese al fuego es un mero aspecto procedimental, una condición para la negociación. Y esa ingenuidad sorprende después del aprendizaje con las Farc. Seguramente lo que busca el Presidente es acabar su gobierno habiendo disminuido la intensidad del conflicto con el ELN, pero lo que está sucediendo es lo contrario”, señala Camilo Echandía.
La exigencia de un cese al fuego bilateral de entrada, la negativa a la concentración geográfica de sus frentes y a suspender el secuestro y la extorsión, son las pruebas de que “El ELN no ha tomado la decisión de dejar las armas”.
La concentración geográfica es lo que permite que veedores internacionales, como la ONU, puedan verificar realmente la existencia o no del cese. Lo que busca el ELN es aprovechar tácticamente la inactividad del Ejército para avanzar en su plan de ocupación de las zonas dejadas por las Farc.
Eso mismo ocurrió en 1984 con el cese al fuego, producto de las negociaciones que sostuvieron el Gobierno de Betancur y las Farc y que fue aprovechado por esa guerrilla y por la del ELN para aumentar su presencia territorial y el reclutamiento, así como, para reforzar sus fuentes de financiamiento.
Según Echandía, cuando las Farc decidieron hacer un cese bilateral del fuego, sabían que no tenían vuelta atrás. La concentración en 27 zonas, todas ellas apartadas de los cascos urbanos e, incluso, de las fronteras, es un reflejo del retroceso territorial que habían tenido con anterioridad a los diálogos de La Habana y de su aceptación de ese retroceso o, en otras palabras, de su lectura correcta del estado del conflicto, a lo que se hace énfasis en el libro de Echandía y Cabrera.
No se sabe si quienes están negociando van a poder cumplir lo pactado
La cohesión interna de la guerrilla del ELN es bastante cuestionable. Se trata de una guerrilla federada, con una gran flexibilización del mando, en la que cada jefe de estructura puede tomar decisiones que están normalmente reservadas a mandos más altos.
Por eso la negociación ha estado marcada por una gran duda sobre la representatividad que tienen los que están negociando y la capacidad con que cuentan para hacer cumplir entre sus bases lo que se pacte eventualmente.
Eso ha quedado demostrado en momentos como el inicio de las negociaciones que se atrasaron por la negativa del frente occidental (que opera en el Chocó), a liberar al secuestrado Odín Sánchez.
Lo mismo pasó recientemente cuando se terminó el período de tres meses de cese al fuego que el Gobierno y el ELN habían acordado. Mientras los negociadores discutían los términos de la extensión de la tregua en Quito, el frente de guerra Oriental ABC (Arauca, Boyacá y Casanare) comandado por alias “Pablito” atacó a media noche el oleoducto Caño Limón - Coveñas, enviando un claro mensaje de que esa guerrilla sigue en pie de lucha.
Eso muestra, de acuerdo a Echandía, una distancia entre los sectores políticos y los más beligerantes del ELN.
La pregunta, dice Echandía, es cuál de estos dos sectores tiene más representatividad dentro de la organización.
Esto no ocurría con las Farc, precisamente, por su naturaleza de Ejército. Había cohesión al momento de la negociación y todavía, y eso se ve reflejado en los porcentajes de disidencias, un cinco ó 10 por ciento está por debajo del promedio internacional en este tipo de procesos.
Los brotes de insubordinación connaturales al ELN quedan bien ilustrados en esta declaración que se cita en el Libro, del frente Domingo Laín en 1989, un frente con un gran poder político y económico, similar al del frente oriental ABC liderado por alias “Pablito”:
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