Yann Basset, profesor de la U. del Rosario, pone en sus justas proporciones lo que es extrapolable de las elecciones de Perú y Ecuador a nuestra realidad política.
"Petro y otros políticos quieren ver reflejadas sus posiciones en las elecciones vecinas"
Desde el domingo cuando tuvieron lugar las elecciones presidenciales de segunda vuelta en Ecuador, y las de primera vuelta en Perú, en Colombia han llovido las comparaciones con los resultados allá y las predicciones de lo que podrían ser las elecciones nuestras de 2022 si siguieran el mismo camino.
La Silla Académica entrevistó a Yann Basset, profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario y coautor con Lina Vanessa Guavita, del libro “Radiografía del desencanto. La participación electoral en Colombia”, con base en el cual hicimos las preguntas.
Basset pone en sus justas proporciones lo que es extrapolable y lo que no a nuestra realidad política.
La Silla Académica: En Perú y en Bolivia opera el voto obligatorio. En su artículo se argumenta que esa medida ha permitido en otros países la inclusión política, económica y social de los sectores populares a la vida nacional. ¿Estas elecciones muestran un cambio importante en ese sentido?
Yann Basset: Como lo explicamos en el libro, el voto obligatorio no ha sido una cuestión solamente de civismo sino una manera de evitar desigualdades.
Hace años viene pasando lo mismo y los peruanos no han sido capaces de hacer las concesiones que tienen que hacer.
Lo que sabemos es que en los países donde no opera esa medida, los que no votan en mayor proporción suelen ser los menos integrados a la sociedad: los más pobres, los jóvenes, los de las regiones más alejadas. Y lo que vemos hoy en Perú, en particular, es que tenemos un voto bastante sorpresivo de esos sectores, la expresión de un electorado que se siente excluido y que apoya candidatos antisistema como Pedro Castillo, un profesor de colegio.
Que eso se traduzca después en políticas públicas que permitan una mayor inclusión es otra cuestión.
Si hubiera realmente sido el caso, habríamos visto una oferta política más organizada en estas elecciones.
Una persona ayer en Twitter compartíó unos mapas electorales que comparaban la votación de Castillo con la de Ollanta Humala en 2011, y son muy similares. Comentaba que en ese sentido no eran sorpresivas: son las mismas regiones excluidas del interior del país que votan por candidatos antisistema.
[Ligera corrección] "No lo vimos venir". Mentira, pues. Lo vemos siempre. A algunos no les importa; otros no queremos o no sabemos cómo hacer concesiones. Mapa de elecciones 2011 (vía @Ithaky_) rojo Ollanta Humala / América IPSOS 2021 (vía @RiderBendezu ) rojo Pedro Castillo. pic.twitter.com/tPucDGRdRi
— Matheus Calderón (@andoenpando) April 12, 2021
Hace años viene pasando lo mismo y los peruanos no han sido capaces de hacer las concesiones que tienen que hacer.
L.S.A.: ¿En Colombia deberíamos entonces transitar hacia el voto obligatorio?
Y.B: Aquí tenemos varios problemas prácticos y siempre me preocupa que adoptemos leyes perfectas que luego somos incapaces de implementar. Somos especialistas en eso.
¿Estamos listos realmente para imponer multa a quienes no voten? Me pregunto.
Primero que todo hay zonas del país que por nuestra topografía son de difícil acceso. Y entonces votar significa para la gente viajar hasta la cabecera municipal, lo que es caro y complicado.
Hay una cuestión ética también. En nuestro libro mostramos que una de las poblaciones que menos vota es la de las regiones más afectadas por el conflicto. Las elecciones en esos lugares han sido sinónimo de problemas de orden público porque los grupos armados ilegales como la guerrilla intentaban impedir que la gente saliera a votar. La cultura política en esas zonas es que el día de las elecciones las personas se quedan en la casa.
Decirle a la gente que el Estado, que durante mucho tiempo ha sido incapaz de asegurarles la seguridad mínima para ir a votar, les va a imponer ahora una multa por no hacerlo es difícil de sostener.
Hay que pensar en todas esas cosas.
L.S.A.: La victoria de Guillermo Lasso fue mayor al empate técnico que pronosticaban las encuestas en Ecuador. De hecho, Correa se había mostrado triunfalista con su candidato Arauz. En Perú tampoco se esperaban lo de Castillo. ¿Otra vez se pifiaron las encuestas?
Y.B.: La inconsistencia de las encuestas podría estar relacionada con una franja del electorado que hoy vota por obligación, que no está muy convencida y que cambia mucho de opinión.
Esto acentúa la incertidumbre de la elección, es difícil anticipar el resultado. En Perú solo hasta hace pocos días los candidatos que pasaron en primera vuelta iban punteando en las encuestas. Antes habían figurado más George Forsyth o Yonhy Lescano.
Aunque las encuestas no fallaron del todo: Castillo fue el candidato que más subió en la última semana. Y eso hizo quizá que los electores de Verónika Mendoza, la otra candidata de izquierda, se hubieran deslizado hacia Castillo.
Pero la opinión cambia tan rápidamente que habría que hacer encuestas cada dos o tres días. Y hay una prohibición de hacerlas la última semana.
Una de las características del voto protesta es que es muy reactivo a la situación y no necesariamente favorece a la oposición tradicional.
Donde el voto no es obligatorio, la mayoría de los que votan tienen opiniones constituidas de cierto modo y por lo tanto, es más fácil anticipar.
L.S.A.:Pero aquí no les ha ido necesariamente mejor… De hecho algunos dijeron que las elecciones en Ecuador y Perú se parecían a las del plebiscito de Colombia porque había sido sorpresivo el resultado. Hablaron de un voto oculto. ¿Qué piensa de esto?
Y.B.: En Perú y en Ecuador tienen dificultades para mostrar tendencias en la opinión.
Aquí la dificultad para anticipar la participación fue lo que derrotó a las encuestas en el plebiscito.
Con nuestro sistema de voto facultativo podemos anticipar más fácilmente las tendencias, pero no saber si se van a traducir en votos.
Yo pienso que el Sí tenía mayoría, pero era muy volátil. Mientras que los del No estaban muy convencidos porque pensaban que el Acuerdo de Paz era una cosa terrible. Entonces se movilizaron y votaron.
L.S.A.: En su libro muestra que las personas en las ciudades y de estratos altos son las que más votan en las presidenciales. En Perú, el candidato más votado representa a las regiones de ingresos más bajos. Eso se ha leído como un reclamo de la población más pobre de ese país. ¿Cree que con los efectos económicos de la pandemia, un viraje similar pueda darse en Colombia?
Y.B.: La crisis económica necesariamente va a afectar el comportamiento electoral. Hay un descontento muy fuerte que se va a expresar y que puede favorecer candidatos antisistema.
En Perú, de hecho, no sólo Castillo representa eso, sino Keiko Fujimori. Cada uno con estilos e ideologías opuestas.
Después del gobierno de Fujimori, la mayoría de gobiernos se montaron sobre la idea de rechazar una vuelta al fujimorismo.
En ese sentido, la votación de Keiko refleja un discurso antiélites, un voto de protesta.
Ese tipo de expresiones pueden tomar caminos inesperados.
Lo vimos en Ecuador con Yaku Pérez. Uno hubiera pensado que ese voto de protesta debería haber favorecido a Arauz, el otro candidato de izquierda.
Pero una de las características del voto protesta es que es muy reactivo a la situación y no necesariamente favorece a la oposición tradicional.
Es decir, si nosotros queremos anticipar que el descontento social se va a traducir en que Petro va a crecer: sí, tal vez. Pero tal vez surja algún otro candidato en cualquier momento con un discurso también en contra del sistema y el mensaje de que puede mejorar la situación.
L.S.A.:¿Quiere decir que como en Perú, aquí puede surgir en el panorama electoral alguien del que no tenemos el menor rastro?
Y.B.: No del todo. Justamente porque no tenemos voto obligatorio que haga que algunos sectores que tradicionalmente no lo hacen, participen y, tenemos un sistema de partidos más consistente.
Si surge un outsider no podría serlo del todo en la medida que debería por lo menos tener un pie en el sistema político.
Podría ocurrir que de la Coalición de la Esperanza salga un candidato fuerte que no sea Fajardo o lo mismo desde la centro derecha y los partidos tradicionales un candidato que no sea Alex Char o el elegido de Uribe, y que logre arrastrar a todos.
Ese es el tipo de sorpresa que podríamos tener, pero no el surgimiento de un exfutbolista, un empresario o un sindicalista, que gane las elecciones sorpresivamente.
L.S.A.: ¿Qué significan los 1.6 millones de votos nulos -no en blanco- de los indígenas Pachakutik en Ecuador?
Y.B.: Lo primero que hay que decir es que en la primera vuelta ya había habido casi un diez por ciento de votos nulos, lo que es enorme. Esas cifras no las hemos visto nunca en una elección presidencial acá.
Eso significa que no todos los votos nulos se deben al llamado de Yaku Pérez en segunda vuelta, si bien tuvo un impacto importante.
La retórica de Pérez después de la primera vuelta es que le habían robado las elecciones, que habían sido fraudulentas. Por eso, su objetivo era impugnar la votación en segunda vuelta, y eso lo hace mejor el voto nulo que el voto en blanco que es más institucional y envía el mensaje de que al elector no le gustan los candidatos, pero acepta las reglas.
L.S.A.: Los congresistas Petro e Inti Asprilla, y otras personas, compararon el llamado a votar nulo del líder indígena Yaku Pérez, con el voto en blanco de Fajardo en la segunda vuelta de 2018. ¿Le cuadra la similitud?
Ha ganado la derecha en Ecuador, el que no pasó a 2da vuelta llamo a votar en blanco.
— Inti Asprilla (@intiasprilla) April 12, 2021
Tanto debate insulso a los que se dedican algunos de la oposición por encima incluso de enfrentar al uribismo, no servirá de nada en caso de una nueva derrota. Recapacitemos! y busquemos unión!
Que pasó en Ecuador?
— Gustavo Petro (@petrogustavo) April 12, 2021
El movimiento indígena logró 1.600.000 votos nulos y le dió el triunfo así, a la extrema derecha extractivista y petrolera.
El progresismo de Arauz no logró introducir en su discurso un proyecto no petrolero y ambientalista
Un retroceso para América Latina
Y.B: Aquí, Petro y, en general, todos los políticos quieren ver reflejadas sus posiciones en las elecciones de los países vecinos.
Pero la comparación está fuera de toda proporción.
El voto blanco en segunda vuelta fue mucho menor, de un 4.2 por ciento.
Fajardo, ni siquiera llamó a votar en blanco. Dijo que se iba a ver ballenas.
Ese porcentaje es inferior al margen que separó a Duque de Petro, que fue un 12 por ciento. Si todos los que votaron en blanco hubieran votado por Petro no habría cambiado el resultado.
No así en Ecuador, donde los votos nulos fueron de un 16 por ciento. Si Yaku Pérez hubiera llamado a votar por Arauz, la diferencia con Lasso hubiera sido más apretada.
Pero, además, dado que muchos votos nulos venían de la primera vuelta, lo que hubo también fue abstención disfrazada de participación. Gente que votó obligada.
Por otro lado, no debemos asumir que los votos de Yaku Pérez estaban más cercanos a los de Arauz sólo por ser de izquierda.
Los indígenas en Ecuador tuvieron enfrentamientos muy duros con el correísmo alrededor del extractivismo, por ejemplo. Cuando Correa estaba en el poder promovió políticas productivistas de una izquierda muy clásica que chocaron con la visión medioambiental de los indígenas y se enfrentó políticamente con sus líderes al final de su mandato.
No era para nada obvio, entonces, que el electorado de Yaku Pérez se iba a ir con Arauz en segunda vuelta.
De hecho, la división dentro de la izquierda vino más por el lado del candidato Xavier Hervas, que quedó de cuarto en las elecciones de primera vuelta, y cuyos votantes sí podían ser más cercanos a Arauz.
Más allá de cualquier consideración, estas elecciones son una clara derrota del correísmo que se suponía que iba a volver en el cuerpo de Arauz. Y es algo particular del Ecuador y no es extrapolable a otras partes.
L.S.A.: Para algunos las elecciones en Ecuador arrojan evidencia sobre los efectos que puede tener la fragmentación de las fuerzas políticas que están en contra de que la derecha representada en el Centro Democrático siga en el poder. Otros dicen que no se puede llegar al punto de unirse a toda costa, a pesar de las diferencias, como en efecto pasó con Yaku Pérez. ¿Qué piensa usted?
Y.B.: Los efectos del Acuerdo de Paz marcan una diferencia muy importante entre Colombia y cualquier otro país de la región.
El plebiscito efectivamente polarizó el país porque básicamente había que escoger entre dos opciones. No había una alternativa que fuera Sí, pero no así. O, No, pero no así.
En esa línea, encuentro razonable el llamado de muchos políticos, académicos, líderes de opinión, que convocan hoy una unión en contra del uribismo, en clave de salvaguardar el Acuerdo de Paz. Si se entiende que el acuerdo era realmente transformador e iba a poner al país en una senda de progreso, más allá de la negociación puntual con las Farc.
Pero no sé al mismo tiempo hasta que punto sea posible reeditar el clivaje del Acuerdo de Paz, pues han pasado muchas cosas desde entonces, incluida la pandemia.
Sin contar que hubo muchos Sí. La gente estaba comprometida con cosas diferentes.<(p>
L.S.A.: En Ecuador ganó un candidato de derecha y en Perú van a pasar a segunda vuelta dos candidatos conservadores, aunque Pedro Castillo es socialista y Keiko Fujimori, neoliberal. Usted dice que hablar de tendencias hacia la derecha o la izquierda en Latinoamérica ya no es acertado. ¿Por qué?
Y.B.: Tiene que ver un poco con la sincronía que nace de las transiciones a la democracia.
El giro a la izquierda que hubo a principios del siglo XXI fue un efecto diferido de las transiciones a la democracia que hubo a finales del siglo XX en varios países de la región.
Estas elecciones son una clara derrota del correísmo que se suponía que iba a volver en el cuerpo de Arauz
Después de las dictaduras, la gente estaba un poco temerosa a experimentar cosas nuevas. En los 80, las élites democráticas tuvieron que convencer a los electores con políticas bastante moderadas y consensuales.
En los 90, hubo que responder a la crisis de la deuda con unas políticas económicas neoliberales.
Luego la izquierda sí se erigió como una alternativa, pero con perfiles muy distintos en función de la historia previa del país: una cosa era Lula, otra Chávez, otra muy distinta Bachelet o los Kirchner.
Y las dinámicas continentales terminaron entonces agotándose en la medida que tomaron caminos muy diversos: el chavismo, el de una franca y llana dictadura. O la izquierda chilena-uruguaya dentro de unos límites propios a los de las democracias establecidas.
L.S.A.: Y no hay una vuelta a la derecha ...
Y.B.: No. Arrancando por las elecciones en Perú.
En Bolivia ganó Luis Arce, el candidato del MAS.
En Argentina hubo una vuelta al peronismo, en una versión un poco atenuada del kirchnerismo.
Lo que hay ahora son alternancias más o menos rápidas y también una renovación acelerada en algunos casos de la oferta política. El péndulo se rompió completamente en América Latina.
De hecho en Perú no hay ni siquiera un sistema de partidos fuerte. La fragmentación es tal que no se puede hablar en ese país de una tendencia o de alternancia, por ejemplo.
L.S.A.: Algunos han asimilado que en Perú había 18 candidatos a la Presidencia, con una crisis de los partidos políticos en Colombia. Usted señala que no hay tal. ¿Puede desarrollar sobre eso?
Y.B.: Hay una crisis del sistema de partidos en América Latina bastante clara. En Chile, donde parecía ser muy sólido, vamos a ver qué pasa con la Constituyente, si se mantienen las dos coaliciones de izquierda y derecha que han dominado la vida política desde el paso a la democracia, o no.
En Colombia, en todo caso, estamos a destiempo, porque la crisis más fuerte la vivimos en los años 90. Teníamos un bipartidismo formal y en el trasfondo, una fragmentación extrema.
Aquí todos quieren ver reflejadas sus posiciones políticas en las elecciones de los países vecinos.
El sistema electoral colombiano permitía que cada partido presentara tantas listas como quería el Congreso. Podía haber 50 liberales compitiendo por un mismo puesto. Había muchas disidencias de los partidos tradicionales, que sin alejarse por completo de las toldas liberales o conservadoras, actuaban autónomamente: Alas Equipo Colombia, por ejemplo.
Con la reforma política de 2003 tenemos un sistema de partidos que se ha reacomodado progresivamente.
Sigue habiendo división, personalismos y cacicazgos al interior, pero el multipartidismo de hoy es mejor que la oferta política de los 90.
Es posible identificar seis o siete grandes partidos, e identificarlos con ciertas regiones y con ciertos temas.
L.S.A.: En Ecuador y Perú las elecciones presidenciales y legislativas coinciden en primera vuelta. ¿Qué efectos tiene eso?
Y.B.: Las elecciones legislativas están acompasadas con la primera vuelta presidencial y ambos países tienen un Congreso unicameral y pequeño, de alrededor de 130 representantes.
Lo que ocurre es que los candidatos presidenciales jalan el voto de las legislativas y no al contrario.
Curiosamente en Colombia hace un tiempo los partidos tradicionales propusieron cambiar el calendario y poner la primera vuelta al mismo tiempo que las legislativas.
La oposición lo denunció como una maniobra para favorecer al oficialismo. Pero en realidad estoy absolutamente convencido de que un sistema así la favorecería. Petro podría meter muchos más congresistas de los que metió en 2018. Y podrían hacerlo también otras fuerzas alternativas como los verdes.
Sólo con la consulta interpartidista, que coincidió con las legislativas, jalonó la Lista de la Decencia que tenía personas que no eran muy conocidas, por las que la gente votó siguiendo a Petro.
Mientras que los partidos tradicionales que no tienen candidato presidencial fuerte son los que tienen todo que perder con eso.
Perú muestra esa situación. Había pocos partidos fuertes con un candidato presidencial que tuviera verdadero chance de ganar, si acaso Yohhy Lescano. El de Keiko es un partido totalmente personalista.
El partido de Pedro Castillo, sin mucho peso, logró meter en el Congreso gente que probablemente no tiene mucha experiencia.
L.S.A.: ¿Es entonces deseable unificar las fechas de las elecciones aquí?
Y.B.: En realidad, no.
Primero, fragmenta muchísimo la oferta política en general y debilita a los partidos.
Puede ser peligroso, además, porque hace que entre al Congreso gente que probablemente no tiene mucho conocimiento sobre el tejemaneje legislativo. Varios de los congresistas que Castillo jalonó no deben ser personas con trayectoria en esa institución.
Los congresistas con más experiencia, con más años detrás de ellos, suelen tener más capacidad para sacar proyectos de ley ambiciosos. Los novatos tienen propuestas importantes, pero que muchas veces no logran despegar.
Y la razón de mayor peso para no unificar el calendario es la separación de poderes. Por lo mismo, es decir, la capacidad que tiene un candidato fuerte a la Presidencia de obtener mayoría en el Congreso minando con ello el control político, si bien no es el caso más común en América Latina, dada la profunda división política que hay.
En Colombia dado que los congresistas llegan elegidos antes de la primera vuelta presidencial no necesariamente se casan con un candidato.
Si surge un outsider no podría serlo del todo en la medida que debería por lo menos tener un pie en el sistema político.
Aunque la naturaleza de la relación sí es bastante transaccional porque dependen los unos de los otros y puede tomar formas poco deseables como la mermelada. Pero digamos que no hay una mayoría que pueda apoderarse del Congreso ni una oposición que pueda poner en peligro la gobernabilidad. Por eso casi todos nuestros partidos se declaran como “independientes”.
L.S.A.: ¿Cómo queda armado el mapa político de la región con las elecciones del domingo?
Y.B.: No veo un mapa. Estados Unidos parece tener poco interés en la región y entonces no hay un posicionamiento tan fuerte a favor o en contra de su liderazgo.
Tampoco hay proyectos de integración tan fuertes como el que hubo en un momento con Mercosur. El más reciente que fue el Pacto de Lima terminó siendo un fracaso.
Tenemos una gestión del día a día, caso por caso, pragmática, bilateral, que a veces puede resultar bastante complicada porque tenemos problemas grandes y regionales que enfrentar, para no ir más allá: la migración de venezolanos.
Para citar:
Basset, Y., Guavita, L.V. (2019). Radiografía del desencanto. La participación electoral en Colombia.
Alba Nubia Rodríguez Pizarro
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