La vigilancia masiva en el mundo digial nos vuelve vulnerables.
Antes de que desaparezca lo íntimo
Por Vivian Newman
Fue después de ver los 10 cuadernos que le mostraban las autoridades egipcias con la impresión de todos sus emails desde que abrió su cuenta de Gmail que Ilan Grapel supo que tenía que cambiar su estrategia de defensa. En ese momento, confirmó que dejaba de ser el joven israelí- estadounidense de 27 años que había viajado al Cairo para ayudar a los refugiados de Iraq y Sudán, pues se había convertido en un peligroso espía privado de su libertad.
¿Su pecado? Estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado y con los conocimientos equivocados. Llegó en mayo/11, justo después del estallido de la Primavera Árabe en Egipto. Sus dos nacionalidades y sus conocimientos de árabe sonaban extraños e inmediatamente se levantaron sospechas. ¿De qué? De desestabilizar al país, de lo que fuera.
El email o gchat escrito hacía varios años, más para alardear que otra cosa, en el que le decía a una joven que quizás mandaría su cv a un puesto del servicio secreto que ofrecía un curso intensivo de árabe, era una de las pruebas que lo inculpaban. Sobre todo porque en el interrogatorio, cuando le preguntaron si alguna vez se había interesado en el servicio secreto, no recordó que hubiera escrito esto.
Las demás pruebas con las que armaron el caso las sacaron de las redes sociales. Había fotos de cuando Ilan prestó el servicio militar obligatorio en Israel, de cuando resultó herido en Líbano prestando servicio, e incluso una foto suya en una manifestación de la primavera árabe con un cartel que se burlaba de la forma como Obama interpretaba la revuelta. Ninguna de estas imágenes es por si misma incriminadora. Son fotos provocadoras que la juventud (y también gente no tan joven) cuelga en internet porque sí, pero que sacadas de contexto pueden hacer mucho daño.
El caso de Ilan, con su cara de sirio, y su mirada de yo no fui, me pone a pensar en la forma como llegó a ser víctima de las autoridades del Cairo que parecían buscar un chivo expiatorio, pues sólo lo soltaron a cambio de 25 presos egipcios. ¿Cómo un estudiante de derecho termina detenido, aislado cinco meses y canjeado por presos? ¿Será culpa de Internet?
Es verdad que el Internet ha vuelto a la gente más exhibicionista y más voyerista. Pero esto no es delito. Sucede que con las tecnologías modernas, las claves ya no protegen lo íntimo ni evitan la vigilancia que muchos gobiernos están ejerciendo sobre la ciudadanía. El lío se arma más bien porque el mundo digital y las tecnologías modernas, como cualquier herramienta, pueden ser utilizados para el bien o para el mal. Como la realidad va más rápido que el derecho y no hemos legislado con contundencia sobre las comunicaciones digitales que cambian todos los días, entonces se abusa de estas tecnologías y no pasa nada. Así, aunque Snowden denuncie que el gobierno norteamericano nos está vigilando masivamente, sólo logra que el vigilante transgresor menosprecie la intimidad y lo persiga.
No creo, como dice un email que circula en la red que, junto con las oficinas de correos, el cheque y el teléfono fijo, la privacidad sea una especie en vías de extinción. Eso sería muy fácil y muy dañino. Puede más bien que el concepto de privacidad sea más laxo cuando se es más joven. Y que no se midan las consecuencias de todas esas intimidades que se comparten, que quedan en la red, volviéndonos más vulnerables. Siempre habrá después quién se beneficie y quién se perjudique con nuestros datos personales.
Con todo, la solución no debería estar en acabar con la intimidad. Creo más bien que somos nosotros quienes debemos despertarnos y exigir un manejo adecuado a nuestros datos personales. Las múltiples cámaras de video instaladas en las calles, en los centros comerciales y en las entidades públicas, la inspección masiva de los gobiernos en la red, así como los meta-datos recolectados por los proveedores de servicios de internet que arman perfiles basados en nuestro comportamiento en la web (y están obligados a entregarlos al gobierno) ameritan regulación.
Así lo pensó un conjunto de organizaciones internacionales que creó los Principios Internacionales sobre la Aplicación de los Derechos Humanos a la Vigilancia de las Comunicaciones. Acordaron límites a la vigilancia en los nuevos contextos tecnológicos, donde el costo de minería y almacenamiento de grandes cantidades de datos es cada vez menor y el Estado parece tener carta blanca para ejercer vigilancia sobre la ciudadanía y lo que se cuelga o circula en la red. Estos principios deben aplicarse sin importar si el Estado está haciendo investigación criminal o investigación de inteligencia, si busca la seguridad nacional, el orden público o cualquier otro fin constitucional, al igual que si se encuentra frente a colombianos o extranjeros.
Ilan Grapel está ahora en Colombia, haciendo una pasantía en justicia transicional comparada. Dice que no cree que una cosa semejante a lo que pasó en Egipto pueda pasarle en Colombia. En los tiempos que corren, yo no me confiaría ni aquí ni en Cafarnaum!