Boletín cultural: MAMBO, BLAA y Van Gogh
[Respuesta a preguntas en entrevistas sobre el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAMBo), la Biblioteca Luis Angel Arango y Loving Vincent, una película a estrenar sobre Vincent Van Gogh]
MAMBo >
¿Qué haría si pudiera arrendar el MamBo?
El MamBo no se puede arrendar porque hay indicios de que sigue arrendado. Por ejemplo, no se sabe si Fernando Botero Zea, el hijo de la que fue directora del Museo de Arte Moderno de Bogotá, Gloria Zea, sigue ahí o ya devolvió el espacio que usó para organizar su campaña a la Alcaldía de Bogotá en los años noventa, la política cultural al servicio de la cultura de la política. Tampoco se sabe si Alfonso Rodríguez, conocido como “El Gordis”, el contador que colaboró durante años arreglando libros y que conoce bien la verdadera historia contable del museo, ya se fue. Menos sabemos si la Junta Directiva del MamBo, encabezada por el expresidente Belisario Betancur y por Jorge Cárdenas —el papá del actual Ministro de Hacienda del Gobierno Santos—, ya cedieron el contrato a perpetuidad que tenían para liderar ese comité. No entiendo su pregunta entonces, uno no arrienda lo que ya está arrendado, el MAMBo ya tiene arrendatarios y tal vez esta situación sirve para eso, para ver quienes lo tienen arrendado —al parecer gente muy poderosa—, y si hay un interés genuino en que otros sean sus arrendatarios.
Imagen por Don Nadie en http://www.reemplaz0.org/fndacionmeme/
En todo este revuelo que pasó, no era algo que la gente pensara como imposible, mucha gente se creyó lo que estaba pasando ¿Qué demuestra eso? Que la gente se haya creído esto, que medios como La W y que Enrique Peñalosa, el Alcalde Mayor de Bogotá, cayeran en la trampa?
Espero por supuesto que esa institución privada maravillosa que es el Museo de Arte Moderno supere sus dificultades financieras y no tenga que alquilar el edificio pic.twitter.com/4dLwZQTYa0
— Enrique Peñalosa (@EnriquePenalosa) February 5, 2018
Primero, nadie nos engaña, queremos ser engañados. Y para eso basta con hacer algo muy sencillo: no leer, o solo leer titulares, o leer, pero no interpretar, quedarse en la magia, creer ciegamente en ella —con fervor o indignación— y no ver más allá de la ilusión, del truco. Los magos que hicieron ese truco nos mostraron la magia con varios letreros de “Se arrienda”, un número de teléfono, y con un actor, entre pasmado y soberbio, que hizo de asesor inmobiliario en un performance de antología:
Y luego de hacer la magia y de ver cómo esta se difundía por las redes sociales y era replicada por los medios de comunicación, nos mostraron el truco, la ilusión: se trataba de una campaña para buscar fondos y membresías y llevar ese mensaje a una gran audiencia. La campaña puede parecer obvia o repetitiva, en arte pareciera que todo ya se ha hecho, pero en términos de comunicación fue efectiva y el MAMBo como marca tuvo un pico de popularidad momentáneo en que su Directora —que está haciendo de buena voluntad lo que sabe y lo que puede—, pudo enviar un mensaje alegórico en una rueda de prensa: “Hoy el MAMBO se arrienda, para que todos los colombianos puedan llevarse una parte de él, donde sea que vayan y esta es la forma como todos podrán hacerlo…”, dijo. Y luego pasó a hacer un performance donde ella mostró una tarjeta de membresía que usó para abrir un simulacro de puerta que lleva a un espacio virtual tan museal como metafórico.
¿Qué opina usted sobre lo que pasó con el “Se arrienda”?
Sobre la obra de “Se arrienda” es importante resaltar algo que pasó ahí: esta pieza fue hecha por publicistas de la Agencia DDB, no sabemos si solo dieron la idea o estos "Mad men" criollos cobraron por ella y por su ejecución, pero en la biografía de sus dos directores, que está en la página de la empresa, destaca su interés por el arte. Sobre uno de ellos, Leo Macías, la página cuenta: “cuando no está en la agencia, se encuentra dirigiendo una exitosa Galería de Arte desde su departamento” y “como artista plástico (su lado B) realizó muchas exposiciones en Brasil en los últimos 8 años”. El otro jefe, Mauricio Serrano, es “casado y padre de 2 hijas, pintor amateur, estudioso de las facetas de la personalidad humana, y afiebrado por la aviación militar.” Estos son los responsables de la obra que se tomó al MAMBo.
Paralelo a esto, en el mismo MAMBo, por estos días, hay un grupo de artistas que organizó La toma del MAMBo, un evento de tres días donde, como lo explica la nueva y eficaz página de internet del museo, la institución será tomada “por 12 colectivos y organizaciones culturales que a través de sus proyectos desbordan el límite institucional y proponen formas de pensamiento colectivo dentro de la escena artística de la ciudad.” Este evento gratuito y colectivo es patrocinado con fondos de la Alcaldía de Bogotá por una beca que ganaron sus organizadores, el Colectivo Aurelio y la Fundación Más Arte Más Acción. En otras palabras, La toma del MAMBo es una curaduría externa y autofinanciada que le fue propuesta al MAMBo, pues, como ya se sabe, en ese museo, en este momento, no hay muchos recursos o imaginación para contar con un área definida de curaduría o para contratar a un curador.
A la luz de lo que pasó con “Se arrienda”, la obra de los publicistas parecía salida de la curaduría del La Toma del Mambo, pues lucía como un preludio o una campaña de expectativa a ese evento, algo bueno en términos de comunicación, pero molesto para algunos de los organizadores y 12 colectivos de artistas que vieron como su trabajo zonal de meses de activismo y crítica institucional fue instrumentalizado por la institución: La toma del MAMBo fue tomada por el MAMBo para ejecutar su campaña de autopromoción. Una inversión de roles donde el arte, lo que da origen al museo, termina en función de la publicidad del museo, y donde unos artistas, los publicistas de la Agencia DDB, se “tomaron” la labor de sus otras colegas para sacar su obra adelante y picar en punta.
Si lo vemos como una competencia, la publicidad le ganó al arte, pero también lo podemos de ver de forma menos maniquea y comprender que estamos ante una nueva versión de una polémica que sacudió al MAMBo hace unos años cuando el área de curaduría fue desplazada por el área de mercadeo del museo y se hizo una exposición de muñecas Barbie que arrendaba el espacio de las salas principales a una empresa para un informercial museográfico camuflado, sin el menor atisbo crítico, y donde los importadores de los productos de una multinacional de juguetes le dieron aura y un bronceado de cultura a sus muñecas anoréxicas.
A la luz de este antecedente, podría decirse que estamos ante un miniescándalo “Barbies 2.0”. Un eterno retorno de lo mismo, que muestra como al MAMBo, más que recursos, le hace falta cuidado y curaduría, el cuidado y curaduría que tuvo en sus comienzos y que a partir de los años noventa entró en declive. En el caso de “Se arrienda” esto es evidente pues faltó un mediador capaz de comprender la necesidad económica del museo, pero también de evitar que este impulso de supervivencia presupuestal se lleve por delante el trabajo de los artistas y colectivos que van a exponer ahí en La toma del Mambo. Alguien que cuidara la naturaleza del museo, un curador.
El MAMBo cuando quiere, y puede, exhibe cosas muy buenas. Por ejemplo, en la exposición reciente Ríos y silencios, que lideró y patrocinó Juan Manuel Echavarría con un grupo amplio de trabajo, vimos un recuento de las iniciativas que ha tenido ese artista y su equipo por más de dos décadas, que solo habían sido mostradas de forma dispersa y, a veces, bajo un criterio más galerístico que documental. Ahora, aquí, en las salas del museo, con una acertada museografía, todo ese material logró convertirse en un documento sinfónico, comprensivo, fuerte, constante y generoso de la violencia reciente de los ejércitos y la guerra en este país. Este “arriendo” fue todo un acierto y muestra la relevancia del espacio del museo y le da luces a otro museo, el Museo Nacional de Memoria que está en proyecto, sobre como pueden ser sus exposiciones.
Esperemos que algo de gente y cubrimiento periodístico le arrastre la obra “Se arrienda” a La toma del Mambo, un evento que seguro traerá un público diferente al museo, de otras zonas de la ciudad, más cercano al activismo y al trabajo sectorial en partes distantes a los ejes de las galerías o de Artbo, y que traiga jóvenes diferentes al sector de los “jóvenes coleccionistas” que bien hace en cultivar la dirección del MAMBo para ampliar a futuro su ramillete de donantes.
¿Qué puede hacer el MamBo para mejorar?
No puede ser que para pedir fondos del estado y del Estado el MAMBo se autodefina como espacio público y democrático pero que para atender el llamado crítico de décadas de revisar su historia, de abrir su constitución, sus acciones sean opacas y que ahí invoque su carácter de privado para evitar cualquier cuestionamiento: “¡Eso son estupideces de los puristas!”, era una de las respuestas de Gloria Zea ante la crítica. No sobra recordar cómo, en el año 2013, un político despistado en lo cultural como Juan Lozano, pedaleado por las buenas relaciones de Gloria Zea con el político German Vargas, pretendía pasar una ley que le diera al MAMBo $40.000 millones de pesos por derecha, saltándose toda la política de espacios concertados y apoyo del Ministerio de Cultura. La acción eficaz del Ministerio de Cultura y un sector de la crítica cultural frenaron esta iniciativa acomodada que, bajo el “fast track” de la alcurnia de la directora del MAMBo y su junta directiva, pretendía burlar la legislación cultural.
El arriendo biempensante que plantea la campaña publicitaria del MAMBo no se ha dado, está en proceso, pero difícilmente se dará mientras la institución sea incapaz de romper esos contratos antiguos que todavía la atan a la administración pasada y a la visión del arte y la cultura que tiene una élite arribista, endogámica y condescendiente.
BLAA >
¿Cómo la Biblioteca Luis Angel Arango cambió su vida? (en menos de 400 palabras)
¿Cómo la BLAA cambió mi vida? Recuerdo ir a la inauguración, en el año 1978, de una exposición la fotógrafa Vicky Ospina, una retrospectiva que borraba fronteras entre reportería de prensa y arte. Destacaba, entre todas las fotos, la imagen de una gallada de gamines que parecía salida de un cuadro de Caravaggio. Recuerdo ir en 1990 a ver cien dibujos de la revista satírica alemana Simplicissimus, que retrataban la fisonomía de su época (finales del siglo XIX hasta la llegada del nazismo al poder) combinando lo mejor del dibujo académico con las técnicas de reproducción. En esa época no había internet y aprendí más de dibujo en todas las veces que vi esa exposición que en las muchas clases de dibujo y de historia del arte que vi en la universidad. Recuerdo ir a la sala de conciertos, las noches de los miércoles, sin prestar atención a la programación y sí mirando el techo, sentado en sus cómodas sillas, mientras se me cerraban los ojos y veía el negativo del entramado de madera de ese maravilloso espacio. Recuerdo ir deseando encontrarme a esa bella lectora ideal (hasta que la encontré). Recuerdo ir a la cafetería del último piso de la BLAA, ya desaparecida, con su vista panorámica sobre las montañas, para almorzar ejecutivo, barato, un ejemplo de igualdad y acceso ahora que todos los restaurantes de las instituciones culturales le apuestan a la comida “gourmet” de alto costo, una asociación necia de valor y precio propia del arribismo cultural. Recuerdo pedir libros únicos a través de una terminal tipo matrix de computador y luego la emoción de verlos llegar a las salas de lectura. Recuerdo la llegada de la Donación y Autodonación Botero, que me ha permitido ver gratis un grabado intenso de Lucian Freud y un boceto “censurable” de Balthus, pero también me deja ver, en su segundo piso, el secuestro museográfico —por siempre y para siempre— de varias salas para exhibir Boteros repetibles, ningún Botero irrepetible (anterior a los años setenta), y donde las 123 obras del maestro arrinconaron a la bodega del banco —por siempre y para siempre— a decenas de piezas y a curadurías imaginarias. A esta toma espacial y presupuestal de la institución se suma la de una burocracia que no corta ni presta el hacha, donde, a veces, unos cuantos funcionarios ejemplares meten goles y hacen jugadas memorables en la cancha de la BLAA.
Van Gogh >
¿Cuál es su obra favorita de Van Gogh?
Dicen que este cuadro lo hizo Van Gogh mientras estudió por unas semanas en la academia de arte. Dicen que usó el esqueleto de los cursos de dibujo para pintarlo en un lienzo. Van Gogh no lo pintó para el profesor o para una clase, lo hizo porque le dio la gana y le sumó a último momento una especie de firma: el cigarrillo humeante. El cuadro me gusta porque profana lo que parece ahora improfanable: la imagen del artista como eterno sufridor. Esta imagen puede impedir que el arte de Van Gogh se consuma en el retrato luctuoso de un ser apocado, una narración propia del capitalismo que, con alma y con culpa, se apropia de los delirios de un pobre diablo, un loquito que produjo cuadros costosos y estampitas con florecitas y noches estrelladas para camisetas baratas. Hay gente que piensa que puede meterse en la piscina del arte sin mojarse, imágenes como esta, sumada a sus otras imágenes, a todo lo que Van Gogh vio, pensó y escribió, muestran que las cosas no son tan claras, tan diáfanas, tan digeribles, tan consumibles. Las películas sobre Van Gogh hay que verlas todas, desde la que personifica Kirk Douglas hasta la que sueña Kurosawa, y claro, también habrá que ver la película reciente donde no pudieron resistirse a pintar cuadro a cuadro la vida del pintor (habrá que ver que tanta suerte tuvieron con ese ejercicio de disneificación). Tal vez las películas que mejor le van al humor de la pintura del esqueleto fumador (1886) sean el Van Gogh (1991) de Maurice Pialat y el Vincent y Theo (1990) de Robert Altman.