OPINIÓN

Cataluña: la tramontana independentista

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Por Marc Hofstetter

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En La balsa de piedra de José Saramago, una gran grieta a lo largo de los Pirineos aparece y separa físicamente y de a poco a la Península Ibérica del resto de Europa y la pone a navegar por el Océano Atlántico. Una reciente caricatura que dibuja al presidente español sentado en el centro de España, leyendo despreocupadamente la prensa deportiva y fumando un puro mientras dos policías españoles intentan detener el desprendimiento físico de Cataluña del resto de la península, parece inspirado en La balsa de piedra e ilustra magistralmente varios elementos centrales del conflicto catalán: el presidente en el centro de España, de espaldas a Cataluña, ocupado en otros menesteres, lidia con el desgarramiento catalán con una respuesta policial.

La fuerza del movimiento independentista catalán es reciente. En el 2006 el parlamento español aprobó un nuevo estatuto que regularía las relaciones entre España y la autonomía catalana; el estatuto además fue refrendado en las urnas por los catalanes. Pocas concesiones había allí: la lengua catalana recibía un estatus especial y se hablaba formalmente de la “nación” catalana. Pero los catalanes estaban satisfechos del progreso hecho.

El PP, la derecha española, en lo que la historia deberá juzgar severamente, impugnó ante el tribunal constitucional el estatuto y éste lo tumbó en 2010. La más efectiva de las fertilizaciones independentistas, la judicial, había nacido al tumbar por la puerta de atrás lo que las urnas y el parlamento habían refrendado. Un millón de catalanes salió a las calles a manifestar su inconformidad el 10 de julio de 2010. Habiendo sido testigo presencial de esa manifestación y del sentimiento profundo que la impulsaba, escribí esa semana de hace siete años en La República una columna que terminaba así: En mi cabeza, la imagen que más trascenderá cuando en unas décadas se escriba la historia [de Cataluña] de la segunda década del siglo, es la de un pequeño niño en la marcha del 10 de julio. En su mano portaba un letrero. Hasta hace pocos días su contenido habría parecido absurdo. Pero ahora lo es menos. Parece más una sentencia, una premonición, un abrebocas de lo que se viene. El letrero, decía, sin adornos, sin prisa ni pausa, “Adiós España”.

Desde entonces la fertilizada idea independentista se tomó la política catalana y las calles. El 11 de septiembre, la fiesta nacional catalana, se convirtió en un escenario anual de apoyo popular multitudinario a la causa independentista. La de 2013 es tal vez la que más emoción les genera: (el 11 de septiembre de 1714 Barcelona cayó en manos de las tropas borbónicas dando inicio a 300 años de dominio español sobre la región).  

La celebración , tuvo el trasfondo de un momento central en la historia catalana donde calle y política se amalgaman: el gobierno catalán convocó recientemente un referendo que quiere celebrar el 1 de octubre para que en las urnas sus habitantes decidan si quieren ser una nación independiente. La celebración de su fiesta nacional se volvió una demostración de la fuerza del movimiento que quiere que los dejen votar.

La respuesta de Madrid al anunciado referéndum ha sido policial y judicial. Ha declarado el referéndum ilegal y ha abierto causas judiciales a cuanto funcionario involucrado en su organización encuentra y a cuanto particular participe en la causa. Ha las cuentas del gobierno catalán, intenta hacerse al de la policía catalana, ha al expresidente Artur Mas por haber hecho en 2014 una consulta simbólica sobre la independencia y la semana pasada a 14 altos cargos del ejecutivo catalán. Las escenas de la policía española buscando las urnas y las papeletas, los cargos de sedición a doquier, la citación a la fiscalía a más de 700 alcaldes catalanes (de 948) por pretender permitir la votación en sus municipios, la prohibición de los sitios web que dan información a los ciudadanos sobre el referéndum, de los particulares que los montan y los intentos por retirar la publicidad del mismo (tan infructuosos como eran en La mala Hora de Gabo los esfuerzos por acabar con los pasquines que aparecían cada madrugada en el pueblo), han creado escenas que en medio de la sátira y la risa que han despertado entre los catalanes, esconden una creciente tensión que reventará a lo largo de los próximos días. No sobra recordar que si bien el apoyo a la independencia divide a los catalanes casi en mitades iguales, el respaldo a que los dejen expresarse en las urnas es de ¡82%!

Si Cataluña mantiene el pulso político y España la aproximación policial y judicial, ésta última terminará pisando alguna de las cuatro minas en su camino que menciono a renglón seguido: , , silenciar a la prensa catalana (los rumores de una intervención de la catalana son frecuentes) o mandar la policía a impedir la votación y decomisar las urnas el 1 de octubre. De ocurrir alguno de esos escenarios, lo que luce probable, será difícil que Europa mantenga su prudente silencio; será difícil que las manifestaciones populares catalanas que a los ojos de un latinoamericano han mantenido un nivel de pacifismo inimaginable sigan siéndolo (un carro de policía pinchado y empapelado con calcomanías en favor del referéndum ha sido la máxima expresión de “violencia” hasta ahora); y será imposible que la represión estatal necesaria para acallar un movimiento de estas proporciones no alcance decibeles desconocidos para esta generación de europeos occidentales. La grieta pirenaica que imaginó Saramago se abre ante nuestros ojos, pero solo una tajada de la península se desprende.

 García Márquez, que vivió varios años en Cataluña, escribió un cuento titulado La Tramontana. Allí describe los efectos de un viento frío de ese nombre que sopla en las costas catalanas. Dice Gabo que uno de los personajes no parecía tener el año dividido en meses y días sino en el número de veces que lo visitó la tramontana. Con la colisión que se avecina en la región, algunos también dejarán de dividir el año de la manera tradicional y más bien lo harán en el número de veces que salieron a la calle a defender lo que consideran un derecho irrenunciable y otros dividirán el tiempo en las temporadas que pasaron en la cárcel por esa misma causa. Votar.

***

PD: Como economista académico resulta fascinante mirar el rol de los colegas catalanes en el debate de ideas sobre el independentismo. Ese rol hará en unos años las delicias de los historiadores del pensamiento económico. Su papel sigue la estela del independentismo descrita anteriormente: a partir de 2010, tras la sentencia del Tribunal Supremo, hay una eclosión en el activismo académico relacionado con la causa. Menciono a dos de los más representativos en la causa independentista. , es el economista catalán con más citaciones en los académicos que usamos en nuestra ciencia y es director del CREI, el centro de investigación económico más importante de la península. Ha participado activamente del debate: una columna suya en La Vanguardia hace un lustro explicando los dividendos de la independencia y los pasos para capitalizarlos recibió hace pocos días una fuerte por parte de  Luis Garicano, otro economista español. La contra-respuesta de Galí llegó . Galí es además fundador del , una red de académicos con la misión de “contribuir al debate sobre la auto-determinación en Cataluña para que sus ciudadanos puedan decidir su futuro libremente, sin miedo ni amenazas.”

Y el otro ejemplo es , profesor de economía de la Universidad de Columbia en Nueva York, tal vez el economista catalán más conocido por el público general y un asiduo animador de los congresos gremiales en Colombia. Su libro ¿La hora del adiós?, resumido , contiene los argumentos fiscales, pensionales y de infraestructura que han alimentado la narrativa catalana sobre los beneficios económicos de la independencia. Su importancia como figura pública con alcance internacional hace que tenga un rol crucial en la difusión y defensa de esas ideas. Un dato ilustra el punto: tiene más de 330.000 en twitter, casi como el mismo presidente catalán.

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