OPINIÓN

Chambonada al Parque (Nacional)

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Los conteiners de cargotortura que se aplastaron sobre una de las plazoletas más vitales del Parque Nacional, muestran qué es lo que prima: el contrato, el contratista, la “liga” y la liguita, no los grupos sociales, que son vistos con pavor por celadores, policías y ciudadanos que consideran que cualquier grupito informal de raperos o jovencitos con patineta son marihuaneros que hay que fumigar.

Cinco minutos para las seis, es la hora que, desde hace meses, marcan las manecillas del reloj en el corazón del Parque Nacional de Bogotá. El monumento al tiempo detenido es una torre mediana de granito coronada con un reloj de cuatro caras con la misma hora siempre. Hay varias placas en su base: una, coronada por el escudo de Suiza, dice: “La colonia suiza a la ciudad de Bogotá, agosto 6 - 1938”. El mismo ícono se repite en otras dos placas más recientes. La segunda reza, en letra tallada en versalitas: “En el marco del centenario de la firma del tratado de amistad, establecimiento y comercio entre Colombia y Suiza, la Embajada de Suiza hace entrega del reloj restaurado del Parque Nacional a la Ciudad de Bogotá. Bogotá, 31 de julio 2008”. La tercera placa, con fecha de noviembre de 2013, puesta sobre las dos anteriores, acompaña el logo helvético con otros dos, uno del Círculo Colombiano de Joyerías y otro de la marca de relojes Tag Heuer. La placa dice que estas entidades “hicieron posible el mantenimiento de la maquinaria del reloj”. No se sabe si el Círculo Colombiano de Joyerías tiene un entendimiento cíclico del tiempo, o si tal vez hubo un rompimiento de las relaciones de comercio y amistad con la colonia suiza, o si la marca de relojes Tag Hauer sucumbió ante la presión del tiempo y a la empresa le quedó grande este arreglo (el numeral publicitario de esa empresa es #DontCrackUnderPressure).

Mientras en una sección del parque el tiempo está detenido, en otra, el progreso arrasa: al lado norte del Parque Nacional, en una plazoleta que era un pequeño escenario para encuentros informales de grupos de artes marciales, coreografías espontáneas de colegiales y grupos de música, aterrizaron tres contenedores metálicos con escalitas de acceso, rampas, cerramientos y, claro, el logo fundacional de la Alcaldía de turno: “Bogotá, mejor para todos”, aunque los conteiners no sean “para todos”, sino para el uso exclusivo de la Liga de Tenis. Las tres piezas grises de cargotectura —arquitectura que recicla contenedores de transporte de mercancías para apilarlas y crear campamentos temporales, puestos de comida o espacios habitables en zonas de difícil acceso— son un monumento al triunfo de la gestión, que es lo único que parece funcionar para los funcionarios públicos en esta ciudad que es “para todos” y no para los ciudadanos. Los tres contenedores todavía no están en funcionamiento, y no sabemos si lo estarán o por cuánto tiempo —supone uno, o al menos desea, que los tres contenedores atravesados en una plazoleta de un parque público sean solo temporales—.

En este parque, Monumento Nacional desde 1996, lo único que funciona son las dos empresas privadas de seguridad con una nómina creciente de celadores que parecen ser los que determinan dónde se puede jugar y dónde no, dónde los músicos tocan y dónde no, dónde se puede patinar y dónde no.

"Los gobiernos pasan, las sociedades mueren, la policía es eterna", decía Balzac. Es sabido que lo más peligroso de fumar marihuana es la policía y una función adicional de la fuerza de seguridad privada del parque es detectar grupos de jóvenes consumidores de licor, pepas y sustancias prohibidas, recordarles el nuevo Código de Policía que ojalá no acaten para poder llamar a las autoridades.

Sin embargo, la Alcaldía parece estar interesada en los parques, al menos eso es lo que trina día de por medio Peñalosa que, a cada reclamo por su falso doctorado, por su propuesta de minimetro o por su posición displicente hacia la reserva ambiental Thomas van der Hammen, responde con autopublicitados estrenos de chanchas de fútbol con grama sintética e iluminación nocturna, nuevos equipamientos y adecuaciones en espacios desatendidos y planes ambiciosos de renovación, como los arreglos que se prometen para el desangelado y pelado parque sureño de El Tunal.

La Alcaldía Peñalosa tiene “Parque para todos”, un centrado en el “Arte para la transformación social” bajo la iniciativa institucional CREA de “formación y creación artística”, una estrategia para mejorar la atmósfera cultural y la relación entre diferentes grupos sociales en base a una encuesta y estudios de percepción. Para que esto suceda habría que conocer cuáles son estos grupos sociales, qué les interesa y cómo interactúan. Los conteiners de cargotortura que se aplastaron sobre una de las plazoletas más vitales del Parque Nacional, muestran qué es lo que prima: el contrato, el contratista, la “liga” y la liguita, no los grupos sociales, que son vistos con pavor por celadores, policías y algunos ciudadanos que consideran que cualquier grupito informal de raperos o jovencitos con patineta son drogodependientes que hay que fumigar.

En últimas, las encuesta sobre asuntos artísticos y culturales, y de indicadores sobre percepción, son un asunto secundario ante los cuerpos de seguridad y su búsqueda de zonas fáciles y de grupos vulnerables para vigilar y castigar —pero ausentes en otras partes y más trágicamente ausentes como se vio con el asesinato de Rosa Elvira Cely, la noche del jueves 24 de mayo de 2012, al lado de la cañada del río y cerca de una vía donde una ronda nocturna de seguridad podría haber detectado que algo extraño estaba pasando—.

La iniciativa de Peñalosa con los parques es ambiciosa, promete una serie de etapas y talleres, pero parece un calco de un empuje que tuvo la Alcaldía anterior con el CLAN —Centro Local para de Artes para la niñez y la juventud—. El cambio de CLAN por CREA supone que uno ahora crea que es CREA lo que ocurre con el CLAN en todos los CLANES que se construyeron en la ciudad (esto lo deben tener más claro los contratistas de los CLAN quienes tal vez ya no son los mismos de CREA pues toda política de continuidad depende de la politiquería de la contratación de turno).

Mientras tanto, los jovencitos con patineta y los raperos, los bailarines y hasta las personas del tai chi tendrán que encontrar cualquier escondrijo donde los dejen en paz, hasta que se aburran de que sea tan difícil y se dediquen, ahí sí, al vicio. La política y la planeación del parque desconoce a sus visitantes y usuarios, ignora por completo sus dinámicas, mientras atiende y engorda los bolsillos de los contratistas que lo intervienen, como pasó hace unos meses cuando reemplazaron el adoquín que rodea las canchas de patinaje y vóleibol. El contratista incrementó su patrimonio privado a punta de empobrecer lo público: el adoquín volvió a levantarse y hoy los corredores parecen la pista para una carrera de obstáculos y tropezones.  Las pequeñas bancas brutalistas que ubicaron absurdamente, son incómodas, y se levantaron unos separadores con una mezcla mal fraguada que suelta arena y barro cuando llueve. Claro, las antiguas mesas y bancas de madera que usa la mayoría de la gente y sirven de refugio de la lluvia o del sol, esas sí siguen igual, son reliquias de una inversión de finales del siglo pasado, unas estructuras cada vez más desvencijadas con pernos y techos chuecos, involuntarios balancines, trampas para flirtear con el desastre de atraparle la mano a un niño o de aplastar a alguien cuando terminen por venirse abajo.

Hay que desearle suerte al programa que tiene esta Alcaldía para los parques y para sus usuarios, en especial, para esa población joven que estudia en colegios públicos de media jornada o que no tiene unos padres, choferes o criadas para complementar sus estudios y acentuar sus talentos con clases y cursos privados. Es claro que Peñalosa II no es Peñalosa I y que mucho va del funcionario que se atrevió a expropiar la cancha de Polo del Club El Country en el 2000 para convertirla en parque público al que ahora se muestra apocado ante ese tipo de iniciativas y juega más de peón de lo privado que a alfil de lo público.

Si alguien tiene dudas sobre este carácter dual de Doctor Jekyll y Míster Hyde de Peñalosa basta ver sus fluctuaciones, por ejemplo, en materia de parques, cuando en 2012 apoyaba con ahínco el proyecto de Parque de la Fábrica de Bavaria con sus 3000 árboles y clamaba por dedicar el 50% del lote al verde, al aire y a la conservación y ahora con solo mantener un cosmético 16% de ese pulmón vital para los habitantes de Kennedy.

Tal vez haya que desearle a CREA la misma suerte de otros programas de otras latitudes. Por ejemplo, la suerte de Islandia, el país que, según cuenta un , “sabe cómo acabar con las drogas entre adolescentes” pero al que “el resto del mundo no escucha”. Y ¿qué no escucha el mundo? El artículo señala que Islandia es el país europeo con mayor porcentaje de adolescentes con estilo de vida saludable: “El porcentaje de chicos de entre 15 y 16 años que habían cogido una borrachera […] se desplomó del 42% en 1998 al 5% en 2016. El porcentaje de los que habían consumido cannabis alguna vez ha pasado del 17 al 7%, y el de fumadores diarios de cigarrillos ha caído del 23% a tan solo el 3%”.

La iniciativa se basó en un estudio hecho por Harvey Milkman, un psicólogo estadounidense que da clases en la Universidad de Reikiavik.  “La gente puede volverse adicta a la bebida, a los coches, al dinero, al sexo, a las calorías, a la cocaína… a cualquier cosa”, asegura Milkman. “La idea de la adicción comportamental se convirtió en nuestro distintivo”. De esta idea nació otra. “¿Por qué no organizar un movimiento social basado en la embriaguez natural, en que la gente se coloque con la química de su cerebro –porque me parece evidente que la gente quiere cambiar su estado de conciencia– sin los efectos perjudiciales de las drogas?”

El estudio de Milkman salió de la hacienda mental universitaria y por iniciativa de varios actores estatales islandeses se puso en juego y “se aumentó la financiación estatal de los clubs deportivos, musicales, artísticos, de danza y de otras actividades organizadas con el fin de ofrecer a los chicos otras maneras de sentirse parte de un grupo y de encontrarse a gusto que no fuesen consumiendo alcohol y drogas, y los hijos de familias con menos ingresos recibieron ayuda para participar en ellas”.

Esta iniciativa ha intentado ser replicada en otros países y en algunos ha mostrado ser efectiva. A veces los mismos gobiernos no quieren aceptar los resultados de la encuesta inicial que se hace pues esta revela graves indicadores que ningún político quiere asumir. En otros casos, la ausencia de núcleos familiares fuertes o la prevención ante la iniciativa gubernamental en la educación de los hijos, impide desarrollos de largo alcance más allá de la iniciativa adánica de una que otra administración.

Sin embargo, el experimento muestra ciudades como Kaunas, en Lituania, un ejemplo de lo que se puede conseguir por medio de la intervención activa: “Desde 2006, la ciudad ha distribuido los cuestionarios en cinco ocasiones, y las escuelas, los padres, las organizaciones sanitarias, las iglesias, la policía y los servicios sociales han aunado esfuerzos para intentar mejorar la calidad de vida de los chicos y frenar el consumo de sustancias tóxicas. Por ejemplo, los padres reciben entre ocho y nueve sesiones gratuitas de orientación parental al año, y un programa nuevo facilita financiación adicional a las instituciones públicas y a las ONG que trabajan en la mejora de la salud mental y la gestión del estrés. En 2015, la ciudad empezó a ofrecer actividades deportivas gratuitas los lunes, miércoles y viernes, y planea poner en marcha un servicio de transporte también gratuito para las familias con bajos ingresos con el fin de contribuir a que los niños que no viven cerca de las instalaciones puedan acudir. Entre 2006 y 2014, el número de jóvenes de Kaunas de entre 15 y 16 años que declararon que se habían emborrachado en los 30 días anteriores descendió alrededor de una cuarta parte, y el de los que fumaban a diario lo hizo en más de un 30%”.

Volviendo a nuestro Parque Nacional, si vamos un sábado o un domingo, en la hermosa cañada por donde baja el río Arzobispo, es posible ver a un nutrido grupo de jóvenes embriagados, varias manadas de adictos a la carretera bien pavimentada que corre cuesta abajo y cuesta arriba, paralela el río. Estos jóvenes, a lo largo y ancho de esos dos días, trepan una y otra vez el camino que va de la carrera quinta hasta la avenida circunvalar para luego bajarla a toda velocidad en patinetas, patines, bicicletas y carros de balineras, un ejercicio coral que se repite el día entero sin mayor intermediación institucional.  A la disponibilidad de esta pista de descenso se suma el civismo de algunos conductores cómplices que mantienen una amplia distancia preventiva y protectora ante los jóvenes que se descuelgan a toda velocidad por la loma. Otros choferes les pitan con furia pues alienados en su narcicismo metalmecánico solo conciben la calle para el carro.

Esta vía es un oasis de vida y movimiento precisamente porque no está mediada por la burocracia de las ligas, ni por la banalidad de los celadores privados, ni por contratistas de talleres lúdicos, ni por grandes discursos donde “el deporte es salud”, ni por eventos esporádicos patrocinados por compañía de bebidas que buscan un público cautivo para promover sus productos cargados de azúcares y cafeína donde, como sucede con la heroína, la primera muestra es gratis. Y, sobre todo, está fuera del alcance de las obras aisladas y parciales de equipamientos e infraestructura. Nada de eso parece suceder ahí, solo el enganche permanente de un grupo de jóvenes ante una actividad que les demanda estar concentrados y en buen estado físico, y donde resulta contraproducente llegar enguayabado o botarse drogado, a no ser que se quiera fallar o sucumbir al ridículo ante los mismos participantes que son a la vez público y juez organizados en diferentes clanes que crean el lugar bajo la única fricción que da el pavimento sobre las ruedas.

Un ejemplo de movilidad importante, sobre todo ahora que se planea hacer una nueva obra en el Parque Nacional que se suma a la colección de chambonadas de las últimas intervenciones: el mordisco a la amplia y digna alameda peatonal sobre la carrera séptima para instalar ahí estaciones del sistema Transmilenio que quiere poner a rodar el Alcalde Peñalosa para alegría de los vendedores de buses, autopartes y combustible.

En vez de pensar en una generosa y ejemplar ciclorruta por la carrera séptima —con el ancho de uno o dos de los carriles que ahora ocupan los carros—para el público joven y no tan joven, universitario en gran parte, que forma parte del flujo que colapsa esa avenida semestre a semestre; pero no, mejor comerse un pedazo de parque y que los usuarios de los buses y los ciclistas sigan comiéndose la contaminación de una nueva o remachada flota de Transmilenio alimentada a punta de diésel (ver y ).

El Parque Nacional, por su nombre, podría ser un buen modelo para los cientos de parques de la ciudad y miles de parques del país, un ejemplo que en este momento es solo un contraejemplo, o un síntoma de lo que pasa cuando cada nueva administración destruye sobre lo construido para construir sus cifras públicas de contratación y sus cifras privadas de clientelismo donde las ligas de los políticos y los políticos de las ligas priman sobre una política estable y a largo plazo de continuidad de los parques.

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