Credencialismo traqueto
El confesionalismo político, tanto desde la extrema izquierda como desde la extrema derecha, no ha sido la única amenaza a la universidad colombiana. A él se suma otro problema endémico: cierto credencialismo traqueto.
Por un largo tiempo, los economistas han considerado que el mercado laboral demanda talento humano, que el sistema educativo está diseñado para formarlo, y que las personas invierten en educación para adquirir ciertas competencias. Así, las universidades han tradicionalmente buscado desarrollar en sus estudiantes la capacidad de escribir, leer, argumentar, persuadir, de encontrar información relevante, de reducir la complejidad que los rodea de manera razonable y sofisticada y de traducirla de manera inteligible, clara y accesible. En los niveles más altos del sistema educativo, las universidades han también socializado sus estudiantes en las prácticas de creación de nuevo conocimiento, lo cual implica desarrollar la capacidad ubicarse en sus respectivos campos, de ver las brechas existentes en ellos, y de saber cómo proceder en llenarlas.
El mercado laboral, sin embargo, juega también un papel importante en la reproducción de la pirámide social. Particularmente en países con bajo niveles de movilidad social y con una economía no suficientemente abierta, en sectores de la economía no expuestos a la competencia nacional e internacional, o en segmentos del Estado no atravesados por ciertas redes tecnocráticas globales, el mercado laboral demanda personal con cierto capital social más que con cierto talento, prefiriendo candidatos cuyos comportamientos y cuyas redes permiten mantener ciertos equilibrios sociales tanto en el mercado, como en el Estado y, más en general, en la sociedad.
En Colombia hay sectores del mercado y del Estado en los cuales la pertenencia a ciertos grupos sociales, la lealtad, la obediencia, la paciencia, y hasta el silencio terminan siendo recompensados más que el talento. En esos contextos, el mercado laboral se contenta con demandar del sector educativo, y sobre todo de las universidades, unas meras credenciales no necesariamente soportadas por competencias concretas o completas. Lo que cuenta es simplemente el cartón.
Bajo dichos incentivos, las personas que acuden a esos segmentos del mercado laboral no necesitan desarrollar competencias y las instituciones universitarias a las cuales acuden no necesitan darse la pela de formárselas. Cada parte tiene interés respectivamente en adquirir y entregar el cartón sin demasiadas complicaciones. Programas que en el exterior exigen tiempo completo y obligan a los estudiantes a una dedicación totalizante y sin distracciones durante años de sus vidas, trabajando de manera enfocada en centros de investigación o tanques de pensamiento, en Colombia milagrosamente logran el resultado con menor esfuerzo y menor dedicación de tiempo por parte y parte. En fin, un sistema que produce ganancias rápidas y fáciles para todos: un credencialismo traqueto.
Si Colombia verdaderamente quiere ser “la más educada”, necesita repensar sus incentivos en la educación superior, particularmente a nivel posgraduado, estableciendo un sistema nacional de becas para financiar estudiantes posgraduados de tiempo completo y programas con estándares comparables a los buenos en la zona OCDE. Además, el rediseño de los incentivos necesitará desalentar aquel frente del credencialismo traqueto criollo que hoy acude a doctorados y maestrías extranjeras sin valor, a distancia, por correspondencia, por catálogo, puerta a puerta, por Rappi o por Servientrega, simplemente porque lo relevante en ciertos segmentos del mercado laboral es el mero cartón.
El camino hacia una “Colombia más educada” no es ni tan rápido ni tan fácil. Es hora de reconocerlo.