OPINIÓN

Del Iguano a Jorge Iván

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Si el horror y la sangre se transforman en perdón y reconciliación, podría valer la pena seguir hablando de paz.

Del Iguano a Jorge Iván. Si el horror y la sangre se transforman en perdón y reconciliación, podría valer la pena seguir hablando de paz.

Dentro de los menores de edad reclutados por Carlos Castaño a principio de los años noventa para expandir las autodefensas desde el Urabá Antioqueño hacia el departamento del Chocó, se encontraba Jorge Iván Laverde Zapata, quien contaba con 17 años de edad.

En esa época; tanto como ahora, en las periferias del País, entrar a engrosar las filas de grupos ilegales brindaba a los jóvenes de los últimos peldaños de la sociedad, una forma de vida: sueldo fijo, uniforme, armas y sentido de pertenencia.

Así empezó la vida ilegal de quien se conocería como El Iguano al interior de las autodefensas.

A finales de los años noventa, ya conocedor de tácticas militares y habiendo sido entrenado como un arma letal, fue comisionado por el propio Carlos Castaño para ir abriendo terreno en la que sería la futura toma del Catatumbo por parte de las autodefensas.

La misión de El Iguano; llevado de la mano de los altos mandos militares y policiales del Norte de Santander, consistía en realizar ejecuciones sumarias -a petición de las autoridades- de personas cuyos nombres figuraban en las listas que le entregaba inteligencia militar, señaladas de pertenecer a las guerrillas del ELN y de las FARC.

Así se abrió paso la que sería la toma del Catatumbo por parte de las AUC bajo el mando de Salvatore Mancuso en el año de 1999. 

En los cinco años que duró la ocupación paramilitar del Norte de Santander se afianzó la figura de quien sería el comandante del Frente Fronteras.  Se convirtió por la fuerza de las armas en autoridad militar y política de los municipios nortesantandereanos en los que reinó el paramilitarismo hasta el 2004.

En ese año, después de recibir órdenes de Salvatore Mancuso, Pedro Fronteras se desmovilizó junto a mil seiscientos miembros de las AUC que conformaban el bloque Catatumbo.

En el 2006, ya sumergido en la ley de Justicia y Paz, Mancuso se enfrentaba a sus versiones libres, proceso que presencié directamente como abogado en  su sometimiento a la justicia. El se quedaba atascado al narrar los horrores de los delitos cometidos por las AUC en Norte de Santander por físico desconocimiento: solo había estado un par de veces en el Catatumbo. Era comandante de un ejército ilegal que le rendía cuentas a la distancia. Las AUC eran una organización que funcionaba bajo el esquema de franquicias.

Contar la ocurrencia de los mas de diez mil hechos punibles que cometieron los hombres bajo su mando en esa zona del País era una tarea imposible.  Fue entonces cuando acudió al desmovilizado Pedro Fronteras para que facilitara esa labor.

Eran los combatientes, a quienes nunca se tuvo en cuenta durante las negociaciones, quienes irían a ser los verdaderos protagonistas del proceso de paz en la etapa judicial, porque si bien es cierto, las grandes verdades de las relaciones de poder con el paramilitarismo las conocían los miembros del estado mayor, la verdad del día a día del conflicto solo la sabían las bases de las AUC.

Convencer a un hombre formado en la guerra, producto de la violencia (que sentía que había ganado por la fuerza del fúsil un territorio, en el momento de consolidación de un proyecto) de que debía entregar sus armas y su poder, para someterse a una sociedad que desconocia y contar toda la verdad de sus andanzas, fue una tarea bastante compleja.

En el año 2007 Pedro Fronteras aceptó hacerlo y con la misma fuerza que utilizó para acrecentar una máquina de guerra, se dedicó a convencer a los excombatientes del frente fronteras a reconstruir la verdad.

Pedro Fronteras llegaba a la cárcel de Cúcuta y quienes allí se encontraban presos, formaban para recibir las instrucciones de su comandante.  Su primer discurso convenciendo a los otrora sicarios para que entre todos reconstruyeran la historia de los horrores cometidos en un lustro de guerra, fue surreal.

Así empezó una labor cruda, ardua y desgastante liderada por Pedro Fronteras.

Allí pude ver que la verdad es reparadora, en primer lugar para quien la cuenta. Una vez convencidos de entrar en el proceso de justicia y paz, los postulados eran intensos, buscaban desahogarse, contaban, escribían sus historias de horror y cuando las veían en retrospectiva, muchos se aterraban de lo que habían hecho.

Las jornadas de trabajo en las calientes, pegajosas y sucias celdas de la cárcel de Cúcuta, en espacios reducidos y sofocantes, eran devastadoras. Escuchábamos a los ex AUC contar los secretos de sus crímenes, desfogaban con detalles las historias dolorosas de los homicidios cometidos, del lugar en donde se encontraban los restos de las víctimas, de los hormos que inventaron para desaparecer los cadáveres, los motivos fútiles por los cuales se habían tomado las decisiones para quitar la vida de cientos… de miles de personas y parecían empezar a sentir alivio de una pesada carga de pecados que llevaban por dentro, sellados durante años por tácitos pactos de silencio inherentes a las organizaciones criminales.

Quienes recopilábamos la información para darle forma a la verdad a partir de los testimonios de los victimarios, evitábamos mirarnos, guardábamos aparente compostura, nos sumergíamos en el silencio y al salir de la cárcel nos dejábamos caer, palidecíamos, sentíamos náuseas y palpábamos -al menos en parte- la realidad de lo que se vive en el conflicto del País real, ese que el País central ignora.

La siguiente etapa de toda esa paroxis causada por la verdad era enfrentar a las víctimas, hacer que los victimarios salieran a contar de cara a los familiares de los muertos, de los desaparecidos, de los desplazados, toda esa dolorosa historia sangrienta.

Ver cómo se enfrentaban victimarios y víctimas en un escenario doloroso pero civilizado es un ejercicio difícil, tenso. Poco a poco, jornada tras jornada, la verdad también empezó a hacer efecto en las humildes personas que se sentaban pacientemente en cada versión libre a esperar que llegara su turno para escuchar el horror de lo que pasó con sus seres queridos.

Ese proceso; al menos en parte, tuvo un desenlace que hace seis años era impensable. Un par de semanas atrás, sin la presencia de los grandes medios, sin que el INPEC permitiera el ingreso de cámaras de video, los desmovilizados del frente fronteras del Bloque Catatumbo, liderados por Jorge Iván Laverde Zapata, dieron el paso mas esperado del proceso de paz.

En una ceremonia de reconciliación, por fin se encontraron frente a frente victimarios y víctimas para reconocerse como seres humanos; para pedirlo unos y otorgarlo otros, un perdón que nunca se pensó que pudiera brotar de los corazones de quienes sufrieron tanta violencia y vejámenes, en una guerra que hoy sus protagonistas, entienden absurda y sin sentido.

Hubo perdones sentidos, lágrimas de arrepentimiento, abrazos de consuelo, poemas improvisados, palabras de amor entre las víctimas y quien a través de la verdad y el arrepentimiento, pidió a la sociedad que le permita dejar de ser Pedro Fronteras para convertirse en el ciudadano Jorge Iván Laverde Zapata.

El proceso de paz con las AUC; con todos sus defectos, aún existe.  Aunque de manera miope no queramos verlo, es el antecedente más próximo para esquivar errores pero también para copiar sus aciertos en los diálogos de La Habana.

En el proceso que avanza no se pueden dejar atrás los conceptos de verdad, justicia, reparación, perdón, no repetición y ojalá, reconciliación, porque en las FARC hay muchos Iguanos y Pedros Fronteras y en Colombia hay muchas víctimas de la guerrilla que no pueden obtener menos verdad y arrepentimiento que los exigidos a los paras en la ley de justicia y paz.

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