OPINIÓN

El debate visto por mí

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Cada quien ve en estos debates presidenciales lo que quiere ver, por eso sin pretensiones de objetividad falsas, como las de muchos de los opinadores profesionales colombianos, yo les cuento mis conclusiones sobre el debate de anoche.

 

Primero. Los organizadores se fajaron. El formato les permitió cubrir un gran espectro de preguntas, desde las preguntas bomba de la primera ronda, pasando luego por de temas de coyuntura, los temas difíciles como el aborto o la eutanasia, los temas light y personales y finalmente un mini contrapunteo.

Cada quien ve en estos debates presidenciales lo que quiere ver, por eso sin pretensiones de objetividad falsas, como las de muchos de los opinadores profesionales colombianos, yo les cuento mis conclusiones sobre el debate de anoche.

 

Primero. Los organizadores se fajaron. El formato les permitió cubrir un gran espectro de preguntas, desde las preguntas bomba de la primera ronda, pasando luego por de temas de coyuntura, los temas difíciles como el aborto o la eutanasia, los temas light y personales y finalmente un mini contrapunteo.

 

Segundo. No todos son iguales ni lo mismo, pero el país puede estar orgulloso de tener siete candidatos presidenciales que representan lo mejor del espectro ideológico, desde la centro izquierda de Petro hasta la centro derecha de Santos y Germán Vargas. Todos son personajes de estatura política, lo cual no quiere decir que todos se merezcan o deban ser presidentes, pero todos, creo yo, son verdaderos demócratas.  Desafortunadamente no pueden decir lo mismo en Venezuela, en Bolivia, en Argentina, en Ecuador o en Nicaragua.

 

Tercero. A Santos le fue muy bien. Capoteó de frente la cuchillada a la yugular que era la pregunta de los falsos positivos, demostró de dominio de todos los temas e hizo un alarde justificado de su vasta experiencia. Puso a temblar a Noemí con la pregunta de la revaluación y les juro que alcancé a detectar una sonrisa cuando la candidata se volvió un ocho respondiéndola. Patinó en cambio con la pregunta del aborto donde nos dijo que violaría la ley para apoyar su hija, un lapsus entendible pero lamentable.

 

Cuarto. El debate comprobó que Mockus es el original y Fajardo la fotocopia. El primero es un hombre de grandes ideas, de eso no hay duda, aunque algunas veces se enreda articulándolas (el formato no ayuda, por supuesto). Preocupan sin embargo los crecientes rumores sobre su estado de salud que los debe aclarar rápido y con toda la franqueza que les exige a los demás. Fajardo por su parte continuó encaramado en una nube o no sé si fui yo el que perdió el hilo, porque les digo, me sentía intimidado con la llave inglesa que armaba con el dedo pulgar y el índice cuando respondía cada pregunta.

 

Quinto. Noemí sigue siendo una mujer muy bella, hay que reconocerlo. También hay que reconocer que parecía asustada con tantos hombres alrededor y que quería demostrar que se sabía la lección tan bien como ellos. Les sugiero a los asesores que dejen de decirle que responda cualquier cosa empezando con “apoyo la seguridad democrática” para que no le pase lo que le pasó a Pastrana en el debate de 1994 donde le preguntaban por la extradición y respondía que el agua potable era muy importante.

 

Sexto. A Pardo y Petro no les fue mal. Por primera vez Pardo sonrió públicamente, lo cual es un avance extraordinario. Pero además fue claro y convincente con su nuevo papel de social demócrata. Petro me pareció que le hablaba más a los ortodoxos de su partido que al resto de los colombianos, con lo cual debe tener cuidado porque sigue teniendo una imagen visual tan dura que me recuerda a los comisarios trostkistas del Doctor Zhivago, sin serlo.

 

Finalmente, creo que Germán Vargas hizo un gran papel. Tiene un programa de gobierno sólido y lo quiere mostrar, como nos quedo claro a todos y en especial a Pardo. Le entusiasma que le pregunten de los temas y se explaya en las respuestas razón por la cual se le acabó el tiempo en más de un ocasión. Tiene estatura de estadista, es convincente en las respuestas y responde sin titubeos.  Fue el único que se atrevió a cantarle la tabla al dictadorcito de Venezuela mientras que los demás (y entiendo a Santos, cuyas credenciales antichavistas no necesitan explicación) no se aguantan las ganas de peinarle la melena.

 

 

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