La reciente columna de Alberto Morales Mendoza Morales en El Tiempo () reproduce el mito de la universalidad, atemporalidad y por ende invencibilidad del fenómeno guerrillero, lo cual es simplemente eso: un mito.
Si bien es cierto que desde que existe historia ha habido fuerzas irregulares auxiliares a las fuerzas principales de un ejército y Morales cita algunos ejemplos, las guerrillas como fuerza militar autónoma son un fenómeno netamente moderno.
Hasta el advenimiento del fusil de retrocarga con proyectiles de cartucho y pólvora sin humo manufacturados industrialmente, es decir hasta finales del siglo XIX, las guerrillas no eran más que un estorbo; una ulcera, en palabras de Napoleón.
No existe ningún caso histórico previo a la segunda mitad del siglo pasado donde una fuerza guerrillera hubiera obtenido una victoria definitiva sobre una fuerza regular. De hecho, dos los triunfos guerrilleros citados por Morales, el de Mao y el de Ho Chi Minh, son debatidos por los historiadores militares. El primero lo desvirtúa el mismo Mao, quien habla de la guerra de posiciones como última etapa de la estrategia militar insurgente, donde la guerrilla se disuelve y se convierte en un ejército regular. El segundo acabó como precisamente como dijo Mao. No fue el Viet Cong quien derroto a la ARVN sino el Ejército de Viet Nam del Norte el que invadió el territorio enemigo y ocupó a Saigón, la capital.
Estos no son tecnicismos. Lo cierto es que los triunfos de las guerrillas sobre gobiernos nacionales, en contraposición a potencias coloniales, han resultado bastante excepcionales. Los más notables que se me ocurren son los casos de Cuba y de Nicaragua. Triunfos de insurgencias sobre gobiernos democráticos, aún en su más limitada acepción, creo que son inexistentes.
Derrotas de las guerrillas, en cambio, suelen ser la regla. Siempre, como ya dije, en el caso de democracias; pero también cuando hay regímenes coloniales, autocráticos o dictatoriales, inclusive cuando se trata de conflictos étnicos y religiosos. Los ingleses triunfaron en Malasia y en Kenia, los gringos en las Filipinas, los surafricanos en Namibia. Los militares argentinos derrotaron a los Montoneros, los uruguayos a los Tupamaros y los bolivianos fusilaron al Che Guevara, el mismo que escribió el libro sobre la guerra de guerrillas. Fujimori acabó con Sendero y con Tupac Amaru. Pero no solamente se derrotan las guerrillas marxistas. Los gobiernos marxistas también derrotan a las guerrillas no marxistas: los cubanos y el MPLA derrotaron a UNITA en Angola.
Quedan los casos de El Salvador y Guatemala, usualmente citados como ejemplos exitosos de la vía del dialogo. ¿Estamos en ambos casos frente a empates estratégicos o más bien se trata de salidas dignas a guerrillas derrotadas? Me inclino por lo segundo. Le tomó casi veinte años al FMLN llegar al poder y lo hizo cuando logró romper con su pasado insurgente. La URNG, en cambio, ya prácticamente no existe.
Lo que nos lleva a Sri Lanka y los Tigres Tamiles, derrotados fulminantemente hace unos días. Se trataba de la guerrilla más antigua y fuerte de Asia, las FARC del continente. Su lucha se extendió por más de tres décadas, tuvo tres procesos de paz y la presencia durante tres años de un contingente internacional de fuerzas de paz. Hoy día todo indica que la prolongación y profundización del conflicto fue la consecuencia indeseada de buscar terminarlo por la vía del diálogo. Quizás los ochenta mil muertos y cientos de miles de refugiados que generó esta guerra se hubieran evitado si alguien hace rato hubiese decidió acabarla como se hacía antes: ganando.