La bendición del efectivo
Por Marc Hofstetter (twitter: @mahofste)
Roberto Junguito en su columna de La República le puso tarea a toda la junta directiva del Banco de la República, su gerente (¿el nuevo?) y al Ministro de Hacienda: leer el nuevo libro de Ken Rogoff, el afamado economista de la Universidad de Harvard, “La maldición del efectivo”.
El título del libro resume de manera apropiada el mensaje: Rogoff cree que deberíamos movernos hacia una sociedad con muy poco dinero en efectivo. No propone una economía sin efectivo sino una en la que solo circulen unos pocos billetes y monedas de muy baja denominación; el resto de transacciones debe ser a través de medios electrónicos que permiten la trazabilidad gubernamental.
Rogoff estima que si uno repartiera los billetes de 100 dólares en circulación entre los hogares que viven en Estados Unidos, cada uno tendrá cerca de 14.000 dólares bajo el colchón. Como ese número es absurdo, concluye que buena parte de esos billetes se usan tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo en actividades ilegales que van desde la evasión de impuestos hasta el tráfico de armas, narcóticos o migrantes. La esperanza es que en ausencia de billetes de alta denominación esas actividades serían más fácilmente detectables por parte de las autoridades.
Rogoff aborda varias de las objeciones a su propuesta. Ante los que argumentan que sin efectivo tumbaríamos otra esfera de la privacidad, responde que aquellos que deseen conservarla podrían usar los billetes de baja denominación para mantenerla. Ante la preocupación de que la población más pobre no tiene acceso a instrumentos financieros y por tanto sería la más afectada, propone ofrecer cuentas gratuitas a esos usuarios y de paso utilizarlas para que el Estado consigne en éstas las ayudas si hubiere lugar a ellas.
La idea de desestimular el uso de efectivo, circulando sólo billetes de baja denominación, tomó fuerza en Colombia a raíz del lanzamiento del billete de 100.000 pesos. En adición a la reciente columna de Junguito, la Asobancaria ha hecho una fuerte oposición al lanzamiento del billete y otros analistas como Santiago Montenegro o Christian Jaramillo se unieron las quejas.
Sigo sin estar convencido de que poner fin a los billetes de alta denominación sea una buena idea. Por ahora me pongo en la solitaria fila de los que defienden el billete de 100.000 y los billetes que considere en adelante emitir el Banco para facilitar las transacciones en efectivo más gordas. Los escrúpulos que por ahora me mantienen en esa fila son los siguientes:
- Libertades individuales. No concibo que el Estado se dedique a impedir que los individuos utilicen el medio de intercambio que más les plazca. Para muchos ese medio favorito es el electrónico pero para otros puede no serlo.
- Los Bancos Centrales tienen entre sus tareas poner a disposición del público los instrumentos monetarios para facilitar las transacciones. Me cuesta matricularme en una escuela en la que ahora el BC dificulte las transacciones.
- Resulta cómodo siendo trabajadores formales en Bogotá o en Boston afirmar que no hay necesidad de billetes de alta denominación para transacciones legales. Otra opinión tendría un finquero a orillas del río Orteguaza que quiera vender una docena de reses o pagarle jornales a una cuadrilla de trabajadores. (Ah, y sí, ese finquero posiblemente no paga todas sus obligaciones tributarias ni está bancarizado. Quizás el día que Estado y el sector financiero lleguen a su región lo empiece a hacer). Otra opinión tendría un comerciante que viaja de finca en finca comprando cosechas para llevarlas a Corabastos. Y así.
- Los bancos en Colombia son mayoritariamente privados (no abogo por que no lo sean). Su negocio es atraernos para que depositemos recursos en sus arcas y compremos sus servicios. Obligar a la población a comprar servicios financieros va en detrimento del esfuerzo que debiera hacer ese negocio, como cualquier otro, por atraernos. Si vamos a obligar a la población a comprar esos servicios deberíamos pensar cómo nos va a compensar ese sector por llevarles gratuitamente la clientela que en otras circunstancias deberían ganarse a pulso. ¿Alzará la mano la Asobancaria para, por ejemplo, pagar más impuestos si accedemos a deshacernos de todos los billetes de más de 10.000 pesos?
- Si bien en Suecia la informalidad y el uso del efectivo son bajos eso no quiere decir que haya una causalidad entre ambos; no es para nada obvio que suspender todas las denominaciones altas sea un botón mágico para apagar la informalidad. Nos faltan estudios para entender esa relación. La carga de la prueba está del lado de los que abogan por eliminar el efectivo para reducir la informalidad. Mientras tanto, tal vez sin quererlo, Venezuela está haciendo el experimento: el billete de más alta denominación en la actualidad no llega a 3000 pesos. ¿Habrá acabado eso con la informalidad?
- Aquellos que de verdad usan los billetes de alta denominación para actividades ilegales tienen a su abasto sustitutos poco costosos: cargar más billetes de baja denominación, usar otras monedas, volver a usar dinero mercancía como el oro o echar mano de las cada vez más comunes monedas digitales que permiten anonimato en las transacciones (como los bitcoins). De nuevo, quedo con la impresión de que hay ingenuidad en creer que habría un impacto importante sobre el narcotráfico o la trata de personas si les dificultamos las transacciones en efectivo.
El efectivo morirá por causas naturales el día que tanto compradores como vendedores encontremos más atractivo el uso de las alternativas como parece estar sucediendo en Suecia y Canadá. Los que quieran matarlo antes de tiempo necesitan convencernos que los efectos sobre el bienestar son sin ambigüedad positivos y que si hay perdedores se les compensará. Mientras tanto, desde la solitaria fila de los que apoyamos la emisión del billete de 100.000, van mis aplausos para Banco.