OPINIÓN

La placa del Príncipe

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Malcolm Deas decía que en Colombia no había nada que no fuera sujeto de interminables discusiones. El turno ahora es para la placa que conmemora los muertos ingleses del ataque a Cartagena en 1741.

En una esquina están Oscar Collazos, Gustavo Bolívar y el ex ministro Juan Camilo Restrepo. Esencialmente les mortifica el homenaje a los “piratas ingleses” que intentaron avasallar la ciudad defendida por el valiente cojo-tuerto-manco Blas de Leso.

En la otra está, quien lo creyera, el doctor Sabas Pretelt de la Vega en su primera aparición pública (no judicial) desde el fin del uribato y los miembros de la junta de la Corporación del Centro Histórico, ahora asaltados en su buena fe.

En la mitad un muy desconcertado Príncipe de Gales y una muy preocupada delegación inglesa que metió a Su Alteza en semejante berenjenal.

A veces pienso que el problema no es que Colombia tenga poca memoria histórica sino que tal vez tiene mucha.

Por ejemplo, en el caso de la placa, el gobernador de Bolívar se rasgó las vestiduras por los hechos acontecidos hace casi 300 años preguntándose en Twitter  “¿Por qué en Londres no le hacen un homenaje a los pilotos nazis que cayeron  bombardeando la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial?”.

Alguien le debió decir al gobernador Gossaín, antes de hacer poses políticamente correctas, que en efecto el “homenaje” al cual se refiere existe desde 1959 pero no en Londres sino en Staffordshire, mas exactamente en el cementerio militar alemán de Cannock Chase donde hay enterrados 4.855 cuerpos, entre ellos el de un general de la SS.

Y es que los europeos descubrieron después de matarse los unos a los otros  durante siglos que la forma de terminar con el desangre era perdonar y pasar la página.

Placas como la que develó el príncipe Carlos deben existir por miles en todo Europa, inclusive en los sitios más inesperados.  En Stalingrado, por ejemplo, recientemente se conmemoraron los 70 años de la batalla más cruenta de la historia con la presentación de una orquesta filarmónica alemana y la apertura de un cementerio para los caídos alemanes.

Aquí en cambio nos tomamos como cosa personal la muerte del cacique Tisquesuza y nuestro alcalde mayor hace un pequeño show para remover de su despacho el retrato de Jiménez de Quesada, el fundador de la ciudad, y remplazarlo por uno de Simón Bolívar, un venezolano que odiaba a los bogotanos.

¿Debería importar? Ciertamente no les importa a los españoles quienes decoran sus ciudades con varias estatuas del Libertador que les quitó medio imperio.

En Colombia la guerra se justifica porque mataron unos pollos en Marquetalia, o porque a Camilo lo echaron de la Nacional, o porque al General le robaron las elecciones, o porque unos señores hicieron un pacto en Sitges.

Ojalá el episodio de la placa sea una lección: si queremos resolver los problemas del presente es hora de que dejemos de mirarlos a través del prisma del pasado.

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