Rodrigo Uprimny explica por qué considera que terminar el conflicto armado en Colombia es una tarea ética crucial y por qué la alternativa a una paz negociada no es una victoria militar rápida sino una guerra larga y degradada.
Las bondades de la paz negociada
¿Tiene beneficios para Colombia lograr una paz negociada con las FARC?
Pareciera que esa pregunta ya no es relevante pues incluso quienes llaman a votar NO en el plebiscito reconocen que una paz negociada con las guerrillas es benéfica. Su argumento es que no están en contra de una paz negociada sino que el acuerdo de la Habana es malo, y que el triunfo del NO permitiría mejorarlo.
En mi próxima entrada mostraré que esa tesis de los promotores del NO carece de sustento y que NO es NO, esto es, que no habrá paz con las FARC, al menos por unos buenos años. Y por eso en estra entrada quiero recordar los beneficios de la paz negociada pues si asumimos que en el plebiscito NO es NO y SÍ es Sí, entonces el eje del voto consiste en comparar los beneficos éticos de esa paz negociada con los posibles costos que el acuerdo podría imponernos a los colombianos. Eso que algunos llaman los “sapos” que habría que tragarse en nombre de la paz.
Los beneficios de la paz negociada son enormes y se resumen en dos ideas centrales: i) que terminar el conflicto armado en Colombia es una tarea ética crucial y ii) que la alternativa a una paz negociada no es una victoria militar rápida sino una guerra larga y degradada. Explico ambos puntos.
Sin pretender ser exhautivo, hay al menos cinco razones que nos imponen la tarea de acabaer con este conflicto armado.
Primero, por lo más obvio, pero no por ello menos importante, que son el sufrimiento y las víctimas que que este conflicto armado ha ocasionado y seguiría produciendo. Aunque sólo tendremos cifras definitivas cuando haya operado una comisión de la verdad, como la que está prevista en el acuerdo, lo que se sabe es dramático. Según los datos del informe Basta Ya, la guerra ha provocado más de 220.000 muertos, la mayor parte civiles, unos 30.000 secuestros, más de 30.000 desaparecidos, más de 6 millones de desplazados y un número no establecido pero enorme de mujeres violadas. No podemos ser indiferentes a ese sufrimiento, especialmente duro en las zonas rurales.
Segundo, por el impacto indirecto del conflicto armado, que debilita nuestra democracia, perpetúa nuestras profundas injusticias y debilita el desarrollo económico y social. La guerra no sólo destruye la infraestructura económica y drena recursos que podrían ir a la inversión social o a la construcción de obras públicas sino que, además, silencia otros debates necesarios, como el de la desigualdad, y enrarece la discusión pública, pues quien es de izquierda es estigmatizado como guerrillero y quien es de derecha como paramilitar. Así no puede haber ni desarrollo económico incluyente ni una democracia profunda.
El fin de la guerra traerá entonces un dividendo económico pero también otro democrático.
El “dividendo económico de la paz” es entonces la tercera razón y hace referencia a estudios que han mostrado que la salida del conflicto armado trae mejores tasas de crecimiento, pues la seguridad favorece la inversión, las destrucciones ocasionadas por la guerra disminuyen y el gasto militar puede ser dirigido a campos más productivos, como la infraestructura.
Este dividendo económico no debe ser exagerado en Colombia porque la paz requiere inversiones y el gasto en seguridad deberá mantenerse durante un buen número de años, para enfrentar otras violencias, pero es razonable suponer que en el mediano plazo gozaremos de este dividendo económico de la paz. Así, algunos estudios relativamente conservadores afirman que el efecto positivo de la paz sería de 1,7% más de crecimiento del del PIB; otros estudios consideran que el impacto positivo sería aún mayor y podría llegar a 4% puntos más de crecimiento del PIB
Pero existe también, y es la cuarta razón, una suerte de “dividendo democrático de la paz” y es el siguiente: la paz permitirá que enfrentemos mejor las deficiencias democráticas acumuladas de la sociedad colombiana, como la debilidad de nuestra participación social y política y nuestra profunda desigualdad, que han alimentado nuestras violencias, pero que la guerra ha impedido solucionar. Por eso, aunque algunos sostengan que no puede haber paz sin democracia y justicia social, en Colombia la respuesta parece ser la contraria: no podremos lograr justicia social y una democracia robusta sin terminar la guerra.
Algunos podrían objetar que el fin del conflicto armado con las FARC no trae la paz y tendría un efecto menor pues subsistirían otros factores de violencia. Y es cierto que el acuerdo de paz no acabará todas nuestras violencias pues subsistirán economías ilegales, como el narcotráfico, que alimentarán formas peligrosas de criminalidad organizada. Pero, y esa es la quinta razón, la paz negociada, al permitir superar el conflicto armado político que nos divide, sacará la violencia de la política y le dará mayor cohesión y legitimidad democrática al Estado, que podrá entonces combatir más eficazmente las otras violencias.
Por estas cinco razones, los beneficios de salir de la guerra son enormes para la sociedad colombiana. Pero algunos podrían sostener que eso podría lograrse por una victoria militar del Estado colombiano pues la guerrilla estaba sometida gracias a los 8 años de ofensiva militar durante el gobierno Uribe. Pero eso simplemente no es cierto: todos los estudios serios, como los realizados por CERAC, muestran que a pesar de la dura ofensiva estatal durante los gobiernos de Uribe, desde 2008 la llamada política de “seguridad democrática” se había agotado, las guerrillas habían retornado a una clásica guerra de guerrillas y mostraban un creciente dinamismo militar.
Incluso si aceptáramos, en gracia de discusión, que el Estado colombiano logró entre 2000 y 2008, gracias a la modernización de la Fuerza Pública, una superioridad estratégica definitiva sobre la guerrilla, en el sentido de que quedó claro que la guerrilla no podría llegar al poder por las armas, eso no significa que hubiera logrado la victoria final y el sometimiento de las guerrillas, que no fueron derrotadas.
Esto tiene que ver con la distinción entre la superioridad o victoria estratégica y la victoria final en un conflicto armado, como lo muestra este ejemplo: en junio de 1944, después del desembarco en Normandía, nadie dudaba que estratégicamente los Aliados habían ganado la II Guerra Mundial. Algunos incluso consideran que el punto de inflexión fue la victoria soviética en la batalla de Stalingrado en febrero de 1943. Pero la capitulación Nazi ocurrió bastante después, en mayo de 1945, y fueron años terribles en sufrimiento y victimización. Y si ese desfase entre victoria estratégica y capitulación final ocurre en una guerra clásica, en donde se enfrentan abiertamente ejércitos en campos de batalla, como la II Guerra Mundial, dicho desfase temporal es aún mayor en una guerra asimétrica, que enfrenta a un ejército con unas guerrillas.
La alternativa a la paz negociada no sería entonces una victoria militar rápida del Estado colombiano sobre las guerrillas sino una larga y cada vez más degradada guerra, con muchas más víctimas, especialmente en las zonas rurales. Las bondades de una paz negociada con las FARC son entonces claras y enormes.