OPINIÓN

Las Farc y los capitalistas

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Porque con la coca sucede cómo en, supongo, todo los negocios del campo: sin “capitalista” no hay negocio que de plata.

La primera vez que me lo dijo, no entendí. Estaba hace unos meses entrevistando a un campesino desplazado, haciéndole una pregunta más bien imbécil, sobre todo para estándares locales en el Putumayo. La pregunta era: ¿por qué en algunos lugares hay coca y en otros no? Lo cierto es que no hay coca incluso en lugares donde se da la mata, y están presentes los factores de debilidad institucional y conflicto armado que la literatura especializada asocia una y otra vez al cultivo. “¿Por qué no?” era mi pregunta.

“Es que no hay capitalistas,” me respondió.

“¿Ah?” dije, con la cara de confusión que tanto produce ser académico en este país, y luego salir a lo que los antropólogos llaman “el campo”.

“Pues porque no hay quien invierta en la coca,” me explicó despacio. “Uno no puede salir a venderla así no más. Tiene que haber quien la compre.” Eso lo entiendo, pensé, pero luego aprendí que la cuestión va más lejos: tiene que haber lo que él llamaba un capitalista. Un capitalista en su forma más literal: alguien que ponga el efectivo para comprar la semilla y los insumos y para pagarle a la mano de obra para recoger y cocinar la pasta, en fin, alguien que ponga la plata. Este alguien es quien además, garantiza la compra de la pasta.

Es decir que, como en tantos negocios, sin capitalista, no hay mercancía.

El tema de los compradores aparece poco en la literatura especializada, aunque sí se menciona en varias excelentes etnografías que se han hecho sobre el Putumayo y algunos valles del Perú. En algunas regiones se les llama los “chichipatos” y son por lo general pequeños empresarios afiliados a mafias más grandes. Pero son estos pequeños intermediarios los que corren con los enormes riesgos de llevar el efectivo a las zonas de cultivo, y coordinar el transporte de la pasta a los puertos y otros lugares donde será refinada y entregada a los traficantes que la llevan a los mercados del norte.

Según algunas versiones la existencia de las FARC como “narco-guerrilla” se concentra en los capitalistas: en algunos lugares les cobraban impuestos (el famoso “gramaje”.) En otros sitios se dice que además han intervenido para regular los mercados locales, amarrando los precios pagados a los campesinos. Y dicen que en otros las FARC se volvieron capitalistas ellas mismas, poniendo el efectivo, garantizando la compra,  presionando a campesinos para que la cultiven, y vendiendo a su vez la pasta. Las diferencias al parecer corresponden a las diferencias entre los frentes.

El tema es del mayor interés para los bogotanos que mandan la parada en esta negociación de paz. Porque si los puntos anteriores de la agenda han sido lo que el gobierno pueda ofrecer  (el tema de la tierra y de la participación política) el siguiente punto debería girar en torno a lo que las FARC pueda ofrecer al gobierno, y, por supuesto, lo que pueda ofrecer al gobierno de los Estados Unidos. Y lo que puede ofrecer, o lo que sería más interesante que hicieran, creo, es alguna forma de delatar y controlar, no a las matas de coca –de hoja por lo demás medicinal– ni a los campesinos que la siembran –de pobreza secular– sino a “los capitalistas” que mueven el efectivo que convierte la coca en cocaína. Porque con la coca sucede cómo en, supongo, todo los negocios del campo: sin “capitalista” no hay negocio que de plata.

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