Esa movilización social que se ha enmarcado en el llamado paro nacional terminará simbólicamente pronto. La costosa estrategia oficial de alargarlo y debilitarlo habrá cumplido su curso. Será una corta tregua que tendrá varias réplicas hasta la elección presidencial, mientras tanto deja varias consecuencias políticas.
Lo que dejó el paro
La primera y más importante: el paro definió el dilema de la próxima campaña presidencial.
Normalmente las campañas terminan en la escogencia de un A o B. Durante varias décadas, el dilema de las elecciones en Colombia se planteó alrededor de cómo terminar el conflicto armado, el último se centró en el castrochavismo y esta vez, por cuenta del paro, volveremos al más clásico de la política en todas partes que es: cambio o continuismo.
No será, como solía ser cuando había partidos políticos fuertes, si gana un partido o el otro, sino que será sobre una concepción de desarrollo económica y social.
El paro cambió el orden de las cosas desde el punto de vista político.
Lo más importante no será tanto el crecimiento económico, la generación de empleo y el fortalecimiento de lo que llaman el aparato productivo, sino el modelo social: la equidad, la igualdad, las oportunidades, la superación de la pobreza.
Eso abre la puerta a un debate ideológico también más tradicional: de un lado, quienes creen que todo se consigue si hay crecimiento económico, “si se genera riqueza” y que para ello el Estado lo que tiene es que crear y facilitar las condiciones para el “desarrollo empresarial”.
Y, por el otro, quienes promueven un fuerte papel del Estado en la regulación de la economía, pero sobre todo en la provisión de bienes públicos especialmente educación y los derivados de “la seguridad social”.
El paro acorraló a la primera de las teorías, lo que no necesariamente quiere decir que la haya derrotado electoralmente, pero la volverá un poco vergonzante durante la campaña.
Iván Duque ganó la elección defendiendo de frente y sin ambages esa concepción: bajar los impuestos a las empresas, flexibilizar la legislación laboral, ofrecer seguridad por sobre todas las cosas y soñar con un país rico: el Sillicon Valley de América Latina.
Todas las políticas públicas eran un instrumento para lograr eso: la educación enfocada en algún día ser ricos, las carreteras para que se mueva “la economía”, incluso la creación cultural para que aumente lo que aporta al producto interno bruto.
Las manifestaciones estudiantiles de 2018 le hicieron cambiar un poco esas prioridades, pero las concretó en la reforma tributaria de 2019, que ahora todos, incluido él, dicen que hay que derogar.
Duque les pidió a todos sus ministros que a las volandas inventaran programas para jóvenes, cogiendo cosas de las que ya tenían.
De ahí salió el tema de que los jóvenes sueñan con ser propietarios y que les van a ofrecer créditos a largo plazo, que seguramente no coinciden con “los sueños” de los millennials que normalmente no están buscando compromisos de largo plazo que les sacrifican su libertad, sino todo lo contrario.
Los alcaldes están viendo qué obra de mejoramiento de vías sacrifican para convertir en subsidios monetarios a los más pobres, incentivos a la educación y el empleo de jóvenes.
En Bogotá la alcaldesa anunció que sacrificará programas por 1.7 billones para aplicarlos a eso y que el mantenimiento vial puede esperar. El de Cali dijo que el mejoramiento de la Avenida sexta por 70 mil millones no lo haría para darle esos recursos a los programas directos para jóvenes.
El Presidente, en cambio, no ha anunciado algo parecido, todo lo contrario, sigue aferrado a su modelo.
En Popayán, por ejemplo, además de militares en las calles, ofreció financiación para la construcción de la Avenida de los Próceres, que en la lógica de los alcaldes de Bogotá, Medellín o Cali se podría sacrificar para garantizar una renta básica en la capital de uno de los departamentos más pobres de Colombia o en la promoción de programas de bilingüismo para reforzar las ingenierías que ofrece la Universidad del Cauca.
La escogencia entre esos modelos será el asunto central de la campaña que ya comienza.
Esa definición hizo resurgir la posibilidad de la candidatura de Germán Vargas que encarna bien el primer modelo. Incluso fue el único que en medio del paro no se avergonzó y lo siguió defendiendo abiertamente. Por ejemplo, se opuso a la reforma tributaria por las razones exactamente opuestas a por las que lo hizo la mayoría de los opositores: porque grababa a los ricos y eso iba a hacer que se llevaran la plata y los extranjeros no quisieran invertir en Colombia.
Desde la campaña pasada tiene muy bien estructurado un ambicioso programa de infraestructura para que “la economía” se mueva.
El segundo, por ahora, lo encarna Gustavo Petro, que representa genuinamente “el cambio” y que cuestiona más el modelo de desarrollo económico por, precisamente, según dice, no tener en cuenta el efecto social y privilegiar el crecimiento económico.
La narrativa alrededor del paro refleja las dos tendencias: de una parte, unos reclamando el levantamiento de los bloqueos porque afectan la economía y provocan el cierre de empresas y la expulsión de capitales y de otra, otros diciendo que esto tiene que cambiar de alguna manera y que hay bloqueos peores expresados en las injusticias y los privilegios.
Claro habrá un dilema, digamos, secundario, muy clásico, tanto que está en el escudo, aunque con una y copulativa y no con una o disyuntiva: orden o libertad y las opciones de resolverlo se alinearán: el orden con la creación de riqueza y la libertad con los reclamos de igualdad.
A Vargas o quien lo represente se unirán “los empresarios” y se venderá con el lema de “construir país” para contrastarlo con los que "lo quieren destruir", del otro lado, estará Petro que, por ahora, se queda con el discurso ganador.
Las estrategias de campaña son justamente para posicionarse en el asunto central de la campaña o para intentar cambiarlo si es que no favorece.
Los que no quieran que gane Petro tendrán que cambiar el dilema que dejó marcado el paro o incorporarle emociones que permitan que surja una tercería que encarne el discurso ganador sin los miedos que genera el senador de la Colombia Humana.