El pronóstico de paz para Colombia es inminente...
Sea feliz: vote por el que diga Uribe
I. Lado de afuera
Estos días, antes de acostarse, cansado, tarde en la noche, usted piensa en que va a votar por Humberto de la Calle y duerme en paz. Pero se despierta intranquilo varias veces, con una sensación ominosa, en vez de soñar con su candidato presidencial usted sueña con un elefante, un jugador de poker, un pintor ciego y un expresidente que colecciona "arte contemporáneo", ¿por qué será?
Algo ojeroso por la mala noche que pasó, usted se pone los bluyines y piensa, ante el espejo, mientras se arregla el pelo, que va a votar por Sergio Fajardo. Luego de un buen baño con agua a veces tibia, a veces fría, a veces caliente —su calentador es errático—, la vida vuelve a brillar y usted, sin tener que comprarse una moto, siente que está ante un comienzo auspicioso y, sin necesidad de botox, y sin saber por qué, rejuvenece.
Usted desayuna noticias, las lee en la prensa, en la radio, en redes sociales y le molesta como tratan a Gustavo Petro, la mezquindad, el clasismo, el racismo. En ese momento entra la empleada de servicio, llegó una hora tarde, el trancón diario de dos horas desde los extramuros de la ciudad se extendió un tercio más. Ella le avisa que hoy no puede cocinar, solo puede barrer, limpiar y lavar la ropa pues tiene otras dos casas por atender, en la noche una recepción para saldar un cobro adicional y antes debe ir por los niños donde una vecina pues el hombre con que vivía volvió a desaparecer. Usted sale de su apartamento convertido en criptopetrista, quiere usar su posición privilegiada para extender sus beneficios a otros, no solo a usted y a los suyos, y sabe que en el cubículo de votación, en secreto, va a marcar la casilla de la Colombia Humana; tal vez traicionar a su clase sea uno de los tantos privilegios de su clase, incluso, en su circunloquio mental, usted concibe la contingencia de traicionar a Petro en caso de que surjan discrepancias notorias con el candidato, su fidelidad es con la causa social de los "petristas", ahí no hay privilegios o fidelidad ciega a un líder, solo un terreno entre iguales gracias a derechos y responsabilidades compartidas.
Usted tiene pico y placa y con arresto igualitario decide tomar transporte público, le da algo de brega montarse en el Transmilenio, la fila, la tarjeta, la dificultad de saber que ruta tomar, los empujones, la espera, la entrada al bus. Mientras ve quedarse carros y más carros atrás en el trancón y el bus avanza a sobresaltos por las losas rotas, usted suma esa fugaz satisfacción a la risa que le saca algo que vio en la pantalla de su teléfono en la red que le sirve de cámara irónica de eco a sus pensamientos: una página de Facebook, Gomelos con Petro.
Al momento de bajar del bus, las puertas de la estación no abren, usted guarda el celular en su bolsillo y usa las dos manos para abrir, otras personas entran y no lo dejan salir, a empellones usted logra bajar pero su teléfono del alta gama cambia de dueño y se va con alguien en el bus. Usted reporta el robo a un policía bachiller en la estación, el pasmado imberbe le dice que esas cosas pasan todos los días; usted está fúrico, en ese momento quiere una solución divina que restablezca el orden de las cosas, una fuerza policial o parajudicial capaz de vigilar y castigar a estos hamponzuelos de baja gama que están por fuera de la ley y atentan contra la propiedad de la gente de bien.
Usted quiere agarrar a coscorrones a esos guaches y piensa que va a votar por Germán Lleras pero recuerda cómo él puso al alcalde actual que, como los anteriores —incluido Gustavo Petro—, no ha podido solucionar lo del bus, lo de las puertas, lo de la seguridad, nada. Usted recuerda todo lo que tenía en el teléfono celular, los mensajes, las fotos y hasta el forro especial que le trajo un ser querido que vive en el exterior, un ornamento que no se consigue en el país y que diferenciaba su teléfono de alta gama del que tienen otros usuarios con el mismo aparato. Usted no perdona ni olvida, usted está verraco y prefiere adolescer de dictadura si le garantizan orden y seguridad. Usted ya tiene claro por quien va a salir a votar el domingo: por el que diga Putin, perdón, por el que diga Uribe.
II. Lado de adentro
En Suecia, un sueco, desnudo en medio de un sauna, me dijo que en su país la riqueza y el talento estaban mal vistos, me contó que las personas de dinero y de fama preferían vivir la mayor parte del año en otros países. El sueco atribuía la mirada recelosa de la gente y el exilio voluntario de los afortunados al Estado de Bienestar Sueco: la igualdad de oportunidades y amplitud de recursos que ofrece Suecia a sus habitantes hacen que la cancha esté nivelada y que alcanzar el éxito dependa sobre todo del mérito propio, que en este contexto es una especie de ambición individual disonante y de mal gusto (poco importa que parte de los recursos de la nivelación de la cancha provengan de las rentas por explotación de recursos en países tropicales).
El sueco me dio a entender que los suecos con talento hacen menos igualitaria su sociedad igualitaria y son motivo de infelicidad para sus compatriotas: el brillo de sus fortunas y el valor de sus obras iluminan con implacable crudeza la planicie donde transcurre la existencia segura y sin sobresaltos de una masa ingente, de una vida “sin carencias y sin deseo: un océano de mermelada sagrada, una eternidad de aburrición”, como lo pone Estanislao Zuleta en su Elogio de la dificultad.
El sueco me puso como ejemplo a Ingvar Feodor Kamprad, el onceavo hombre más rico del mundo, dueño de la franquicia de mobiliario IKEA, que murió a comienzo de este año y que vivía en Suiza desde 1976 y proyectaba una imagen de sencillez y austeridad ante sus empleados que contrasta con sus cotizadas propiedades y lujos en varios países. Otro ejemplo fue el del director de cine Ingmar Bergman que vivió en Suecia en un pequeño y alejado islote llamada Fårö, una ínsula donde algunas veces coincidió con Olof Palme, el primer ministro sueco que también parecía gozar de momentos del aislamiento y que en 1986 fue aislado totalmente: lo asesinaron en una calle de Estocolmo al salir de cine.
La visión descarnada de mi compañero de sauna me hizo pensar que la paradoja sueca puede extenderse a Colombia de manera opuesta pero simétrica: si en Suecia las condiciones favorables para el desarrollo hacen que ante cualquier triunfo o fracaso la culpa recaiga en el individuo —la sociedad es inocente, yo soy el culpable—, en Colombia las condiciones desfavorables para el desarrollo hacen que ante cualquier fracaso la culpa recaiga en lo social, no en el individuo —la sociedad es culpable, yo soy inocente—. De ahí que muchos colombianos —libres de culpa individual y culpando de todos sus males a lo social— marquen de punteros en algunas encuestas como habitantes de una de la naciones más felices de la tierra y a la vez vayan a reforzar esa pulsión —autodestructiva en lo social pero de vital comodidad— en los próximos comicios electorales: votan por el candidato que diga Uribe.
Poco les importa a estos colombianos que su voto condene el país al subdesarrollo mental, votar por un corrupto es una liturgia electoral que los exculpa como individuos. Elegir o perpetuar un régimen corrupto es un rezo que blinda a futuro de toda culpa; estos colombianos, por sus acciones y omisiones, siempre tendrán una disculpa, un padre todo protector que con sus faltas cobija al rebaño y peca por todos nosotros los inocentes: Él ha visto demasiadas cosas para ser inocente y nosotros tenemos demasiada oscuridad en la cabeza para ser culpables.
Estos colombianos de bien siempre tendrán algo o alguien a quien culpar de sus responsabilidades y, libres de culpa, pero pobres de espíritu, pobres de Constitución, pobres de empresa, pobres de arte, pobres por naturaleza—, vivirán en la justa medianía de la riqueza que merecen bajo el eterno retorno de lo mismo de siempre.
Existe la expresión “hacerse el sueco” como sinónimo de hacerse el loco, el despistado, el indiferente. A la luz de lo dicho por el sueco en medio del placebo tropical del sauna, en Colombia abundan los “suecos”: una legión de escapistas que se caracteriza por bajar las expectativas para que las exigencias no sean muy altas, una mitad de bobos vivos que se autoproclaman como bobos, y que es error calificar de simples bobos pues, con gran astucia, actúan así para que no se les vea ni se les exija lo vivo. Y todos tan felices.
Una de las primeras pruebas de esta felicidad será la reforma política de facto del gobierno de Uribe con el que diga Uribe: pasaremos de tener un sistema presidencial a ser una democracia parlamentaria: el jefe de gobierno será Uribe desde su curul en el senado. Un progreso. El pronóstico de paz para Colombia es inminente: paz para Álvaro Uribe Vélez, su círculo familiar y el uribismo que por fin consolidará su proyecto de "impunidad democrática" por su pasado ochenio de gobierno y por los años que vienen de tandemocracia.
Día a día somos más felices.