OPINIÓN

Small Wars

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Pequeñas guerras son operaciones que se hace bajo autoridad ejecutiva, donde el uso de la fuerza militar se combina con presión diplomática en los asuntos internos de otro Estado cuyo gobierno es inestable, inadecuado o insatisfactorio para la preservación de la vida o de aquellos intereses que determine la política exterior de nuestra Nación (Manual de Operaciones de Pequeñas Guerras, 1940).

Es cierto que es difícil entender la época en la que se vive. La apretada secuencia de eventos que le sigue al presente es la que le da su significado, y gravedad, a los hechos que hoy parecen deshilvanados y huérfanos, como piezas de un viejo rompecabezas que se encuentran al azar detrás de un sofá o debajo de la cama.

También es cierto que el acercarse demasiado a los hechos violentos o indignantes que  cambian día a día produce la misma sensación de hastío e incomprensión que la implacable repetición de los días todos iguales.

Y sin embargo, al pasar de los años, ¿cómo no tratar de entender la época que nos fue dado vivir? Intentar ver más allá de sus ocasionales gritos y dilucidar las frases y párrafos que va armando la historia.

Por mi parte puedo decir que hasta ahora, he vivido toda mi vida, de la cual llevo ya más de la mitad andada, en un país en guerra. Pero no la gran guerra devastadora donde no hay normalidad posible, sino lo que el ejército norteamericano llama Small Wars:  pequeñas guerras.

Esta es la definición que toma de un manual de operaciones un blog y revista del mismo nombre (Small Wars):

Small wars are operations undertaken under executive authority, wherein military force is combined with diplomatic pressure in the internal or external affairs of another state whose government is unstable, inadequate, or unsatisfactory for the preservation of life and of such interests as are determined by the foreign policy of our Nation (Small Wars Manual, 1940).

Pequeñas guerras son operaciones que se hace bajo autoridad ejecutiva, donde el uso de la fuerza militar se combina con presión diplomática en los asuntos internos de otro Estado cuyo gobierno es inestable, inadecuado o insatisfactorio para la preservación de la vida o de aquellos intereses que determine la política exterior de nuestra Nación (Manual de Operaciones de Pequeñas Guerras, 1940).

En el marco de las diversas guerras que han sido la política exterior de los Estados Unidos, las small wars se han desarrollado en torno a la guerra fría contra los países comunistas, la guerra a las drogas contra los narcotraficantes de países productores y de tránsito, y la guerra al terrorismo contra grupos armados no-estatales contrarios a los Estados Unidos.  Y Colombia las ha tenido todas, con su gobierno “inestable” e “inadecuado” ( no “insatisfactorio” porque supongo que eso quiere decir que no comulga con los Estados Unidos.)

En las small wars de hoy en día los ejércitos nacionales se entrenan, con el apoyo financiero, de inteligencia y de tropas especializadas de los Estados Unidos, en tácticas de contrainsurgencia adaptadas a las circunstancias específicas. Las operaciones de contrainsurgencia son las que corresponden a esas pequeñas guerras que no requieren grandes movimientos de tropas para enfrentar a los ejércitos enemigos, sino el control efectivo de un territorio en el cuál no es fácil detectar la presencia de pequeños grupos de combatientes ocultos.

La cuestión de ese pequeño combatiente enemigo es que puede, o no, ser un civil, o disfrazarse de civil, y necesita el apoyo de la población civil para sobrevivir. Es decir que las small wars son en esencia guerras contra los civiles, y se tratan de controlar a unos civiles que pueden, o no, ser combatientes enemigos.

El problema de las operaciones de contrainsurgencia es que controlar a los civiles es como construir palacios con arena seca. Mientras más aprietas, más se escapan. Y las small wars se van década tras década en la imposible tarea de escuchar a los civiles para determinar si son o no enemigos (chuzando, persiguiendo, espiando, sacudiendo, torturando para escucharlos más de cerca) y convencer a los civiles para que no sean enemigos (a las buenas, controlando los medios de comunicación; a las malas, con un tiro en la cabeza.)

Cada tanto aparece alguien que intenta convencer a los ejércitos, por lo general infructuosamente,  que la contrainsurgencia es a fin de cuentas una labor de propaganda y no de fuerza. Pero por lo general los soldados siguen aplastando y apretando bien la arena porque la propaganda es una herramienta débil cuando lo que se quiere es el control total. Y porque,  en todo caso, los ejércitos rara vez son buenos publicistas.

El problema radica quizá no en los medios (el ejército) sino en los fines mismos de la guerra contrainsurgente. El fin es eliminar al enemigo, pero definir al enemigo a ser eliminado es muy difícil.

Si bien se supone que es enemigo del Estado, hay que tener en cuenta que el manual, de entrada, define al Estado como inestable, inadecuado o insatisfactorio. Es decir, estamos hablando de un Estado con dificultad para hacer amigos.

Por otra parte, y esto creo es lo más difícil, se tiende a identificar al Estado con un grupo de personas. A menudo se confunde la defensa del Estado con la defensa de un gobierno dado. Pero también, supongo, después de años de guerra  y de gobernantes cambiantes, se identifica el Estado con un grupo de personas: los dueños de los medios de comunicación y de los bancos, que financian campañas y políticos. Y por supuesto se confunde el Estado, y la Nación, con el Ejército mismo.

En esta lógica, un enemigo del Ejército es un enemigo del Estado.

Eso incluye a veces a los civiles en el gobierno- en especial si cuestionan los intereses, económicos y políticos, que alimentan a la guerra.

En todo caso controlar a los civiles en una guerra contrainsurgente es tan fácil como contar la arena en una playa. O como barrerla fuera de la casa en época de brisas si se vive frente al mar.

Así, pasamos la vida en medio de una pequeña guerra para nosotros eterna, que se extiende en los pocos años que tenemos en esta tierra, y sucede, como nos sucede a tantos, que no hemos vivido un día de paz nacional en nuestras vidas. Y quizá no lo viviremos ya.

 

 

 

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