OPINIÓN

Sobre Uribe no se me ocurre nada

Html

“Sobre Hitler no se me ocurre nada”, dijo el escritor austríaco Karl Kraus en 1933, el mismo año en que Hitler fue nombrado canciller de Alemania y alguien incendió el Reichstag, el edificio donde funcionaba el parlamento alemán, un fuego que sirvió de gasolina para que el partido Nacional Socialista acelerara la marcha de su aplanadora política, aplacara a la oposición y suspendiera las garantías de la constitución. La sentencia ha sido minimizada como un lacónico aforismo propio del carácter irónico del escritor austríaco.

Kraus publicó en Viena durante 36 años su propia revista, La Antorcha. En sus primeros años la publicación contó con colaboradores, pero de 1911 en adelante Kraus la publicó por su cuenta, número tras número, hasta llegar a 922 ediciones. En 1936, La Antorcha se apagó con él.

El escritor Rafael Gutiérrez Girardot, en su ensayo Karl Kraus y el lenguaje como sátira, pone en contexto la frase de Kraus y se la toma en serio. Gutiérrez Girardot reúne la frase con el texto original que publicó Kraus en un número especial que el satirista publicó en reacción a la visión ominosa que traslucían los huevos de las serpientes del fascismo. Dijo Kraus:

«Sobre Hitler no se me ocurre nada. (…) Tengo conciencia de que con este resultado de larga meditación y diversos intentos de captar el acontecimiento y la fuerza que lo mueve, me he quedado considerablemente atrás de las expectaciones. Pues estas fueron tal vez más altamente tensas que nunca ante el polemista de la época, de quien un malentendido popular pide la hazaña que se llama toma de posición… Me siento aturdido y cuando, antes de estarlo, no quisiera bastarme con parecer tan atónito como lo estoy, obedezco a la presión de dar cuenta sobre un fracaso, aclaración sobre la situación a la que me ha llevado una tan plena subversión en el ámbito de la lengua alemana; de dar cuenta sobre la atonía personal durante el despertar de una nación y el establecimiento de una dictadura que hoy lo domina todo, excepto el lenguaje».

En Colombia, por estos minutos, por estos días, por estos años, por estas décadas, evitar hacer una referencia directa a Álvaro Uribe se interpreta como una muestra de indiferencia. «No se puede ser indiferente», se nos dice una y otra vez. El silencio de una persona no se debe mirar únicamente desde la óptica de una falta de compromiso, el silencio hace un contrapeso a esa «hazaña que se llama toma de posición».

Gutiérrez Girardot insiste con este ejemplo en que a Karl Kraus no lo sedujo la urgencia de opinión del momento, esa incontinencia de efusividad crítica que hace que el lenguaje funcione con el mismo ritmo de pensamiento que genera una nota informativa en los medios de comunicación o que impulsa el mismo político cuestionado, el editor del medio o el poder detrás del medio que manipula y programa a su antojo la agenda mental del estado de opinión. “Propaganda, propaganda, propaganda. Lo que importa es la propaganda”, afirmó el joven Hitler como lección aprendida tras el fallido golpe de estado de 1923. “Hacen daño los compañeros que no cuidan las comunicaciones”, afirmó Álvaro Uribe cuando uno de sus cómplices, ebrio de triunfalismo, reveló autosatisfecho el plan de propaganda que le permitió al uribismo una nueva vida política con el triunfo el “No” en el plebiscito sobre los acuerdos de paz en 2016.

La «atonía» de Kraus, su cansancio, su purga temporal, se debe al malestar que produce poner a la par el lenguaje —o el arte— a la actualidad periodística. Al saltarse cualquier noción de distancia, lentitud, maduración o perspectiva, quedan unidas las obras del satirista —o del artista— al objeto de su ataque.

¿Qué opinar sobre Uribe? Nada.

Compartir
0